MEDICINA PASTORAL
Noción. Aunque todos los autores están de acuerdo en afirmar que la M. p. es una
disciplina que estudia las cuestiones médicas que tienen relación con la
práctica pastoral (v.) del sacerdote, no todos coinciden a la hora de llegar a
una definición más específica. Para Niedermeyer, p. ej., la M. p. comprende toda
«la zona fronteriza entre Medicina y Teología: en primer lugar, la Teología
pastoral y la Teología moral, incluyendo sus fundamentos dogmáticos, como
resulta de la necesidad común a la práctica del pastor de almas y a la del
médico»; Delorenzi insiste en esta orientación, afirmando que la M. p. va
dirigida a médicos y a sacerdotes. De Ninno hace notar que, mediante esta
disciplina, se pretende dotar al sacerdote de los conocimientos que pueden ser
útiles para la comprensión de determinados problemas de Teología moral y de
Derecho canónico. Rizzo afirma que la M. p. es aquella rama de la Medicina que
se ocupa de las cuestiones sanitarias que tienen relación con la Teología moral.
Las características que según esos planteamientos parece reunir la M. p.
seríanlas siguientes: a) la M. p. es una rama de la Medicina;b) iría dirigida
simultáneamente al médico y al sacerdote; c) comprendería fundamentalmente
cuestiones que se prestaran a conflicto entre la práctica médica y las normas de
la Teología moral, entendida restrictivamente como ciencia que ayuda a
distinguir lo lícito y lo ilícito; y, asimismo, aquellas materias que sirvieran
de fundamento técnico para la comprensión y el estudio de problemas de moral
médica. Es oportuno, no obstante, examinar estas conclusiones, porque parecen
desprenderse de una visión parcial de la M. p. y de la práctica pastoral.
1) ¿La M. p. será una ciencia teológica o una ciencia médica? Ciertamente
la Medicina no es sólo una ciencia que estudia el cuerpo humano, sino el hombre
entero, pero lo hace prescindiendo del orden sobrenatural y limitándose al fin
de procurar la salud natural, aunque la práctica médica -como sucede con todo el
actuar humano- deba tener en cuenta la ley moral natural (v.) y los límites
también morales impuestos por el fin sobrenatural del hombre. Si la M. p.
tuviera por objeto proporcionar solamente una ayuda extrínseca al ministerio
pastoral -como puede ser la ayuda que da un perito médico en una causa
eclesiástica matrimonial, o en un proceso de beatificación (v.)- evidentemente
no pasaría de ser una mera ciencia auxiliar. En este caso, el adjetivo pastoral
tendría un sentido meramente pleonástico, y la M. p. no podría acoger en sentido
estricto ninguna consideración pastoral, es decir, teológica, puesto que esas
consideraciones no son competencia de la Medicina meramente natural, sino de la
Teología. La Medicina, así considerada, llegaría ciertamente a conclusiones que
podrían ser susceptibles de una aplicación pastoral, pero de modo accesorio.
Pero si los conocimientos médicos -o mejor, como se dirá más adelante, los
conocimientos antropológicosse consideran a la luz de la fe, y tienen como
objeto al hombre (v.) en sus dimensiones naturales y sobrenaturales, estudiando
el cuerpo, su funcionamiento y sus implicaciones en la vida espiritual, en
virtud de la unión sustancial que hay entre el cuerpo y el alma humanos,
entonces la M. p. no será una ciencia simplemente humana, sino una ciencia, una
medicina a la que corresponde por derecho el adjetivo pastoral. En este caso las
consideraciones pastorales, teológicas en sentido amplio, constituyen parte
integrante de la M. p. y sus conclusiones no serán simplemente médicas, sino
morales, ascéticas, teológicas, obtenidas con una doble metodología -médica y
teológica-, que han de conservar, no obstante, la debida autonomía y
subordinación, al mismo tiempo. Podría aclararse más este concepto si se
considera la M. p. no como la medicina frente a la pastoral, sino como la
medicina en la pastoral.
Por otra parte, hay que destacar que el nombre de M. p. merecería incluso
una revisión: la razón es que, tanto la definición científica de la Medicina
(v.) como la vulgar están en estrecha relación con el arte de sanar, y en ellas
va implícita la noción de salud y de enfermedad, el modo de conservar aquélla y
de curar ésta. De aquí la tendencia a aplicar las mismas ideas a la M. p., que
es otro factor que explica la interferencia de esta disciplina con la
Deontología (v. MORAL III, 3) médica, al menos en la interpretación de numerosos
autores. Por estos motivos, parecería incluso mejor que, en vez de hablar de M.
p., se hablara de Antropología pastoral o de Antropología médica pastoral, pues
no todos los aspectos de la Medicina ni todos los problemas que esta ciencia
afronta son materia de estudio de la M. p. El objetivo de la M. p. tiene una
mayor extensión que el de la Medicina natural -por las exigencias específicas de
su calificación pastoral-, pero también limita la propia esfera de competencia y
de interés a un menor número de cuestiones médicas y terapéuticas, aunque es
imposible enumerar a priori los campos que exceden completamente de su ámbito de
estudio y de aplicación.
2) De estas consideraciones se desprende que la M. p. no es una disciplina
que per se vaya dirigida a los médicos. El médico ciertamente contribuye a hacer
la M. p., en cuanto descubre, experimenta y divulga nuevos datos científicos
sobre el hombre en su aspecto biológico, pero no está llamado a llevar a la
práctica la M. p., a no ser incidentalmente. Al médico, por el contrario,
interesa la Deontología médica, en cuanto le ayudará a conocer los deberes
morales vigentes en su profesión y las soluciones concretas que han de darse a
los casos de conciencia que se le planteen en el ejercicio médico; la M. p.,
entendida de este modo, comprenderá sí el estudio de los fundamentos médicos
necesarios para una recta comprensión de los problemas morales que se presentan
en la clínica y también servirá de ciencia auxiliar de la Teología y del Derecho
canónico, pero deberá comprender fundamentalmente el estudio de aquellas
cuestiones que, no ofreciendo por su naturaleza motivos de conflicto con las
leyes morales, tienen un gran interés pastoral, en cuanto que el sacerdote no
solamente es juez en el sacramento de la Penitencia (v.), sino que su misión le
lleva a ser maestro, director, consejero, Buen Pastor en una palabra, de las
almas que a él se acerquen. Nos referimos ahora a todo el conjunto de
situaciones fisiológicas, patológicas, higiénicas, etc., que, aun siendo a veces
de naturaleza predominantemente somática, influyen en la vida espiritual, en
virtud de la unidad psicofísica de la persona humana (v. MEDICINA
PSICOSOMÁTICA).
Si a esto se añaden todos los aspectos más estrictamente psicológicos y
psicopatológicos, se tendrá un cuadro completo de los temas que puede abarcar y
abarca la M. p., que puede definirse ya como la ciencia que estudia aquellas
cuestiones de Antropología (v.) y de Medicina que tienen una íntima relación con
la dimensión ético-teológica de la vida humana, consideradas a la luz de la fe y
de la ciencia médica, y orientadas hacia la práctica pastoral.
Desarrollo histórico. La M. p. tiene un origen que prácticamente coincide
con el de la Medicina legal (v.) canónica, y -como antes se indicaba- todavía
hoy se notan las consecuencias de ese hecho. Datan del s. xIII las primeras
disposiciones eclesiásticas de carácter medicopastoral, concretamente las
contenidas en las Decretales de Gregorio IX (1234), en el título De
probationibus, que tenían por objeto principal regular las comprobaciones
médicas en casos de nulidad de matrimonio ex capite impotentiae. Juan XXII
(1316-34), reorganizando nuevamente esta materia e instituyendo lo que habría de
ser el tribunal de la Rota, habla también de la pericia médica que ha de
acompañar los trabajos del tribunal eclesiástico (cfr. Decretal Ratio iuris
exigit, de 1331). No obstante, suele considerarse como la primera obra
sistemática de M. p. las Quaestiones medico-legales, de P. Zacchia, publicadas
en la primera mitad del s. XVII, y que estuvieron en boga hasta principios del
s. XIX. Sin llegar a un carácter sistemático, se encuentran argumentos de M. p.
en las referencias que S. Alfonso M. de Ligorio hace a la medicina de la época,
sobre todo en el tratado que en su Teología Moral dedica a la castidad y al
matrimonio; por lo que se refiere a los problemas medicopastorales relacionados
con la animación fetal y con el bautismo, sonclásicas la Disputatio de
ministrando bautismo humanis foetibus abortivorum, de J. Florentino (Luca 1665)
y la Sacra embryologia, de F. A. Cangiamila (Palermo 1758).
Hasta finales del s. XIX no aparecen, sin embargo, las primeras obras con
el título específico de M. p., y de esa época datan dos de los tratados más
conocidos hasta ahora: la Pastoral-medicine, de Von Olfers (Friburgo 1892) y la
Medicina pastoralis, de C. Capellmann (París 1893). Posteriormente, han ido
haciéndose más frecuentes los tratados, manuales y monografías sobre M. p.,
aunque -como se advertía más arriba- no todos los autores la entienden de la
misma manera y hay algunas obras que en realidad se deberían encuadrar entre las
obras de Deontología médica. Para las obras más recientes, cfr. bibliografía.
La idea fundamental de la Medicina pastoral. La conciencia de la unidad
sustancial del hombre (v.) se encuentra en lo más íntimo de la concepción
cristiana de la vida. Es testimonio seguro la Sagrada Escritura, que no
desprecia el cuerpo ni lo considera como algo bajo, digno de odio o inoperante a
la hora de la identificación con Cristo en la vida interior. El cuerpo no sólo
reduce a una unidad los miembros que lo constituyen, sino que es expresión de
toda la persona -alma y cuerpo unitariamente- en sus situaciones fundamentales:
estado natural, estado de pecado y estado de gracia; tiempo y eternidad; vida
terrenal y vida gloriosa (cfr. Philp 3,21; 1 Cor 15, 44; 2 Cor 5,8; etc.). S.
Pablo llega incluso a no utilizar el término cuerpo (sóma) para hablar del
cadáver, y reserva al cuerpo lo que constituye una de las facultades del hombre:
la facultad de engendrar (Rom 1,24; 4,19; 1 Cor 7,4; 6,13-20). De la misma
manera, no enumera una lista de pecados del cuerpo (en 1 Cor 6,18, el «pecado
contra el cuerpo» parece significar un pecado contra la persona humana en su
conjunto), sino una serie de pecados de la carne (cfr. Rom 7,25; 8,5 ss.; 13,14;
Gal 3,3; 5,13,16 ss.), entendiendo la carne como carne pecadora, en el contexto
de la antítesis moral que S. Pablo hace entre vivir «según la carne» y «según el
espíritu». Pero ese dualismo (v.) no se asemeja en nada al enseñado por algunos
clásicos griegos, Platón de modo especial, para los que el cuerpo era más que
nada una cárcel del alma, de la que habría que tratar de huir.
En el N. T. la palabra carne (v.) se utiliza como sinónimo de un mundo en
el que reina el espíritu del mal (cfr. también Iud 4 y 7; 1 lo 2,16), y el
dualismo moral que en la S. E. se pone de manifiesto no es un dualismo
antropológico. Un ejemplo significativo lo ofrece 1 Cor 6,13: Los corintios se
inclinaban a pensar que la fornicación era un acto indiferente, sin gravedad
moral. Pablo, en respuesta, no hace un llamamiento a la espiritualidad del alma
ni a ninguna distinción entre una vida vegetativa y una vida más espiritual,
sino que se limita a afirmar que «el cuerpo no es para la fornicación, sino para
el Señor, y el Señor para el cuerpo»; cuerpo que resucitará (6,14); que es
miembro de Cristo (6,15); que sirve para hacerse uno con Dios (6,17); que es
mancillado por la fornicación, y es templo del Espíritu Santo (6,18-19); que ha
de servir para glorificar a Dios (6,20).
El pensamiento cristiano desarrolla luego estas ideas
fundamentales,-aunque no falten de vez en cuando algunas voces aisladas que
parecen pasarlas por alto. Así, S. Agustín, cuando afirma que «el hombre, según
aparece al hombre, es un alma racional que usa de un cuerpo mortal y terreno»
(De moribus Ecclesiae, 1,27,52: PL 32, 1332). No obstante el claro sabor
neoplatónico de esa frase (cfr. PLATÓN, Alcibiad. 1. 1, c. 25), S. Agustín
sostiene también la unidad sustancial entre alma y cuerpo: «El hombre, según lo
definieron los antiguos, es un animal racional, mortal. O, según suelen decir
nuestras Escrituras, tres almas, puesto que agrada designar el todo por su parte
mejor, es decir, por el alma, ya que el cuerpo y el alma constituyen el hombre
entero» (De Trinitate, 4,4,7: PL 42,939).
S. Tomás tratará este problema extensamente (Sum. Th. 1, q75-102), con
afirmaciones que dan un sólido fundamento a la doctrina de la unidad del hombre.
El hombre está compuesto de materia y forma, como todo lo creado, pero esto no
obsta para su unidad sustancial. La forma, el alma (v.) intelectual, es lo que
le hace ser formalmente hombre (1, q85, 3a, ad4), pero ella sola no constituye
la esencia humana ni puede ser su único elemento de definición. Todos los actos
del hombre son, por eso, actos del hombre entero: ni es el cuerpo el que conoce
por los sentidos, ni es el alma quien conoce por la inteligencia, sino que es el
hombre -en su integridadquien lo hace (De veritate, q2, a6, ad3).
Posteriormente a S. Tomás, la Escolástica decadente primero y las ideas
renacentistas después por su antropocentrismo desmesurado, desdibujarán esta
unidad, hasta llegar a considerar el cuerpo como una máscara de la verdadera
esencia humana que, según Descartes (v.), no sería otra sino la de una
«sustancia que piensa». El influjo cartesiano se ha hecho notar durante varios
siglos -Pascal afirmará que «toda nuestra dignidad consiste en el pensamiento»
(Pensamientos, 347)- y cristaliza en las doctrinas jansenistas (v. IANSENIO),
que han perdurado hasta nuestros días en la mentalidad de muchos cristianos,
para los cuales el cuerpo es sólo un obstáculo para la marcha hacia Dios o, todo
lo más, algo sin demasiada trascendencia a la hora de la lucha ascética. Se
explica así el espiritualismo «desencarnado» que tanta difusión tiene todavía, a
pesar de que «no es lícito deducir todo el psiquismo, aunque condicionado por el
cuerpo, del anima rationalis como forma corporis, sosteniendo que la materia
prima amorfa recibe todas sus determinaciones del alma espiritual creada
directamente por Dios, y no recibe nada de los genes encerrados en el núcleo
celular (Pío XII, Discurso al Primum Symposium Internationale Geneticae Medicae,
7 sept. 1953).
Queda, pues, claro que el fundamento de la M. p. es la unidad sustancial
del hombre (v.), que hace que cualquier elemento de naturaleza corporal pueda
repercutir y repercuta en la vida espiritual, condicionándola en sentido
negativo o positivo; y al revés: fenómenos de tipo somático pueden ser indicios
de una situación anómala en la vida interior y servir de alarma para plantear la
lucha ascética en una dirección determinada. La M. p. ayudará al sacerdote a
tener en cuenta estos hechos, de manera que su labor no sea nunca genérica
-dirigida a un hombre teórico-, sino que tome en consideración, para
aprovecharlas o para contrarrestarlas, las circunstancias de tipo antropológico
en que cada persona se encuentre
Temas tratados. Con las premisas anteriores, pueden distinguirse varios
grupos de cuestiones que son objeto de la M. p.:
1) Lo que podría llamarse Medicina pastoral general, que sería un
compendio de nociones de Anatomía, Fisiología, Psicología, etc., que sirva de
base para la comprensión de los temas específicos de M. p., puesto que esta
ciencia -repetimos- no va dirigida a especialistas médicos, sino a sacerdotes,
que no tienen por qué conocer previamente esos fundamentos.
2) La Medicina pastoral especial, que comprendería entre otros los
siguientes temas: a) cuestiones de M. p. diferencial, que ayuden a entender y a
atender las repercusiones espirituales de las circunstancias psicobiológicas en
que cada persona se encuentra: infancia, pubertad, edad adulta, vejez; salud o
enfermedad; profesión y ambiente, en sus consecuencias psicológicas; celibato o
matrimonio; etc.; b) problemas relacionados con la administración de sacramentos
en determinados casos: bautismo de fetos y monstruos; impotencia y esterilidad
ante el matrimonio; condiciones de integridad y de idoneidad física y
psicológica en los candidatos al sacerdocio; últimos sacramentos en casos de
muerte aparente, etc.; c) temas antropológicos que tienen relación con la moral
y la ascética: psicología, psiquiatría; sexología normal y patológica; pasiones
y predisposiciones temperamentales; fenómenos corporales normales y patológicos,
y su diagnóstico diferencial con fenómenos místicos extraordinarios, etc.; d)
cuestiones de práctica médica que pueden prestarse 0 se prestan a conflictos con
la ley moral: aborto, embarazo ectópico, eugenesia, regulación de nacimientos,
trasplantes, toxicomanías, etc. Para la mayoría de estos temas, cfr. las
respectivas voces de esta Enciclopedia.
BIBL.: 1. ANTONELLI, Medicina pastorales, Roma 1932; H. BLESS, Pastoral psiquiátrica, Madrid 1957; E. BOGANELLI, Cuerpo y espíritu, Madrid 1953; E. BON, Medicina e religione, Turín 1950; G. CAPELLMANN, W. BERGMAN, Medicina Pastoral, Barcelona 1913; E. DELORENZI y col., Manuale di medicina pastorale, Turín 1967; J. A. DEL VAL, introducción a la Antropología Pastoral, Madrid 1967; D. DE NINNO, Questioni medico-moral¡, Roma 1951; A. NIEDERMEYER, Compendio de Medicina pastoral, Barcelona 1955; ID, Compendio de Higiene pastoral, Barcelona 1956; V. PALMIERI, Medicina legale canonistica, Cittá di Castello-Bari 1946; L. SCREMIN, Dizionario di morale prolessionale per i medie¡, Roma 1949; J. L. SORIA, Cuestiones de Medicina pastoral, Madrid 1973; J. H. VAN DER WELDT, R. P. ODENWALD, Psiquiatría y catolicismo, Barcelona 1954; A. ALCALÁ, Medicina y moral en los discursos de Pío XII, Madrid 1959; L. ALONSO MUÑOYERRO, Moral médica en los sacramentos de la Iglesia, Madrid 1955; M. ZALBA BOZAL, El magisterio eclesiástico y la medicina, Madrid 1956; E. HEALY, Ética médica, México 1959; J. MCFADDEN, Ética y Medicina, Madrid 1956; S. NAVARRO, Problemas médico morales, Madrid 1955; F. PEIRó, Manual de Deontología médica, 5 ed., Madrid 1954. Ediciones FAX, Madrid, publica una colección titulada «Psicología-Medicina-Pastoral» que ha tratado numerosos temas de M. p
J. L. SORIA SAIZ
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991