MATRIMONIO VI. LITURGIA Y PASTORAL


La celebración litúrgica cristiana del m., sacramento del N. T. que confiere la gracia para santificar la unión legítima de hombre y mujer en orden a recibir y educar santamente la prole, tiene unas características particulares, ya que puede adoptar las costumbres y las particularidades locales con tal que sean legítimas y laudables. Dos son los principios tradicionales que rigen esta celebración:1°) «Los cristianos se casan como todo el mundo», según la fórmula del Discurso a Diogneto (5,6). Los primeros cristianos aceptaron los usos propios de su ciudad,los ritos familiares preexistentes, lo cual les obligó a un esfuerzo profundo de cristianización, a una rotura con todo lo idolátrico y licencioso. El papa Nicolás I decía, precisando, que «el consentimiento de los que se casan es suficiente conforme a las leyes; st éste falta, todo lo demás es vano» (Denz.Sch. 643). Cierto que la Iglesia tiene otras exigencias estrictas que normalmente comprometen la validez del contrato matrimonial, como la bendición del sacerdote en Oriente y la presencia del párroco en Occidente; pero estas exigencias se han ido imponiendo progresivamente para asegurar lo esencial: el consentimiento y su carácter sacramental
      2°) Además, el m. cristiano es una realidad que sobrepasa la sociedad de los hombres. Por esto choca a veces con las leyes del Estado que aceptan el divorcio o la poligamia; y la Iglesia en estos casos interviene para recusar ciertas uniones o para ratificar otras. Es necesario manifestar ante todo que el m. es un sacramento (v. IIi-iv) y, por eso, un acto de culto con su liturgia propia, trasponiendo a este plano los gestos humanos, sociales y acostumbrados del m.; asumiendo el Obispo o su representante el papel de padre de familias, subrayando la vinculación entre el m. y la Eucaristía, bien celebrando la Misa, bien comulgando sin Misa; y concluyendo el contrato, acto jurídico por excelencia, ante la Iglesia y en paz con ella. Por ello, la Iglesia ha querido que la celebración fuera pública; luego la introdujo en el templo, la rodeó de oraciones, y ha exigido a los latinos desde el Conc. de Trento (Decr. Tametsi; cfr. Pío X, Decr. Ne temere), bajo pena de nulidad, que el párroco o su delegado sea testigo calificado; en Oriente, la bendición del sacerdote se requiere para la validez del m
      Los primeros datos más explícitos sobre la liturgia cristiana del m. datan del s. IV. Anteriormente, ya se encuentran claras alusiones a ella en textos de S. Ignacio de Antioquía (Ad Polycarpum, V,2-3) y de Tertuliano (Ad uxorem, 2,8,6-9; De pudicitia), aunque sin explicar los ritos concretos con que se celebra. Después de la paz de la Iglesia, aparecen de forma más explícita durante el s. Iv los distintos momentos de la evolución del rito matrimonial, en particular en la liturgia antioquena y bizantina. En sustancia, el rito matrimonial de 1614 aparece ya en el s. XI en Normandía. (Para la clasificación y relaciones de los distintos ritos, en general, v. RITO)
      1. Liturgia del matrimonio en los ritos orientales. Sólo el índice del ritual del Eucologio griego en su ed. romana da idea de la riqueza y complejidad de esta liturgia: oficio de esponsales o del anillo, oficio de bodas o de la coronación, un oficio -en desuso- para la deposición de las coronas el día octavo de la boda, y un oficio especial -de sabor netamente penitencial- para la bendición de los anillos con motivo de las segundas nupcias. Estos dos últimos en apéndices. Actualmente, por razones que se comprenderán mejor por lo que sigue, el oficio de esponsales y el de la coronación son celebrados en una misma ceremonia, aunque permanecen distintos, y su misma yuxtaposición subraya más el carácter propio de cada uno
      El oficio de esponsales se celebra a la entrada del templo. Dos anillos, uno de oro y otro de plata, están colocados en el altar. El sacerdote recibe a los novios a la entrada del templo, y, después de haberles preguntado si su compromiso es libre, les bendice, les entrega un cirio encendido, y entran en el templo. Comienza el oficio con una letanía que, después de las peticiones habituales, implora para los novios amor, concordia y fidelidad; Ia continuación, dos oraciones, bendición de los anillos para que con su contacto sean santificados los novios e intercambio de los anillos. Otros rituales tienen usos distintos: beso del novio en la frente de la novia, unión de las manos, rito antiguo atestiguado desde el s. iv en Alejandría, muy extendido después y que permanece actual entre los rutenos que le han dado carácter de juramento sobre los Evangelios, sancionado por el sacerdote, que envuelve con su estola las manos juntas de los novios y que confirma su unión según un formulario tomado por Pedro Moguila (v.) de un ritual polaco
      En el uso bizantino actual, el oficio acaba con una oración muy difusa que enumera las diversas alusiones de la Biblia al anillo; aun con este desarrollo posterior, el rito permanece bastante sobrio. No así entre los sirios, armenios y egipcios, que han sacralizado con una bendición la presentación de los vestidos y joyas de la novia. En Siria se sancionan los esponsales entregando a la novia una pequeña cruz que ha de llevar al cuello, también en uso entre los armenios aunque el rito haya desaparecido. Los sirios orientales han introducido en el oficio de los esponsales, uniéndolo estrechamente con el rito de la cruz y el anillo, el de compartir la copa, que volveremos a encontrar como final del oficio de bodas
      Oficio de la coronación o de bodas. A excepción de los rutenos que, desde Pedro Moguila, han puesto el acento, por influencia de la teología y de los ritos latinos, en el intercambio de consentimientos hasta el punto de reducir a un apéndice el rito de la coronación, todas las liturgias orientales hacen de este rito el elemento constitutivo del m., y el Código de los católicos orientales ha sancionado explícitamente esta tradición. Como hemos dicho antes, el uso une en una sola ceremonia el rito del anillo y el de la coronación, atestiguado desde el s. XI y cada vez más impuesto, pese a la tentativa de Alejo Comneno (1085) de restablecer la separación efectiva de los esponsales y el m.; los dos oficios permanecen por lo menos bien diferenciados
      Después del oficio del anillo, los novios se retiran al fondo del templo, donde los recibe el clero para conducirlos procesionalmente por la nave cantando el salmo 127, ya utilizado en las bodas cristianas del s. hv. El Trebnik ruso pone inmediatamente después el intercambio de consentimientos, uso confirmado en algunos eucologios griegos manuscritos del s. XV, pero que nunca ha logrado imponerse al conjunto de los ortodoxos de rito bizantino. Como en todos los oficios, el diácono recita la letanía inaugural en la que las peticiones tienen como objeto la fecundidad del hogar; según el Código Barberini, seguía a esta letanía una oración breve, algo modificada en desarrollos ulteriores. Entonces el sacerdote corona a los esposos juntando sus manos e implorando la bendición divina sobre sus frentes inclinadas. El eucologio menciona luego la bendición de la copa, pero sin vincularla al oficio de la coronación
      Esta sencillez primitiva se perdió en seguida, y desde el s. xi se desarrolla todo un rito calcado en el de lós presantificados que se conserva hoy, pero más recargado, entre la letanía y la antigua oración nupcial, con dos oraciones interminables, verdaderos centones de alusiones bíblicas en las que resulta difícil dar con el hilo rector. La primera menciona las bodas de los patriarcas con referencia a informaciones recibidas del judaísmo tardío e implora para los nuevos esposos todas las bendiciones temporales de la antigua Alianza. La segunda vuelve sobre el mismo tema pero añade, ilustrándolos con distintosejemplos, los temas de la protección divina y de la corona de gloria. El rito de la coronación está explicado por una fórmula bastante ambigua que puede entenderse: «El siervo de Dios N. recibe como corona a la sierva N., en nombre del Padre...»; o más probablemente: «El siervo de Dios N. es coronado por la sierva de Dios N., en nombre del Padre...»; y recíprocamente. Sigue después una liturgia de la palabra de tipo ordinario: verso prokiméne: «Habéis puesto sobre su cabeza una corona de piedras preciosas; han pedido la vida y se la habéis concedido»; lectura de Eph 5,20-33; evangelio de Caná lo 2,1-11; y breve letanía que termina con la antigua oración de la bendición; letanía preparatoria de la comunión y Padrenuestro
      Una curiosa desviación ha hecho que sea corriente el no dar la comunión eucarística a los esposos sino sólo se les da a beber una copa «de comunión» previamente bendecida. Parece que, según el código Barberini y otros documentos, la copa es considerada como copa eucarística y que el vino contenido en ella está «santificado», según una concepción en boga tanto en Oriente como en Occidente, por la inmixtión de un fragmento de pan consagrado. Quienes se niegan a aceptar esta teoría celebran antes del m. la liturgia eucarística, y guardan para la comunión de los esposos las especies «presantificados». Curiosamente si llega a encontrar hasta la mención de una auténtica «misa del matrimonio», celebrada después de la coronación. Simón de Tesalónica nos ha dejado una preciosa descripción de la doctrina y de los usos del s. xv (De septem sacramentis, c. 282: PG 155,510). En otro tiempo esta copa era destruida en seguida para indicar el carácter indisoluble de la unión que ella sanciona
      Hoy, al compartir de la copa sigue una especie de danza nupcial dirigida por el sacerdote, quien hace observar a los esposos una triple ronda, mientras los ayudantes sostienen las coronas por encima de sus cabezas y el coro canta versos-tropos. El primero, tomado de los oficios preparativos de la Navidad, parece escogido principalmente por sus primeras palabras, evocadoras de una danza alegre, más que por la alusión que hace al embarazo virginal: «Baila de alegría, Isaías, la Virgen ha llevado en su seno y ha dado al mundo un Hijo, Enmanuel, Dios y Hombre; Oriente es su nombre. Engrandeciéndolo, llamamos a la Virgen bienaventurada». El segundo, tomado del oficio de mártires, debe su inclusión en este oficio de la coronación a la alusión que hace de la corona de gloria. Se levantan, en fin, las coronas pronunciando sobre los esposos una doble fórmula de bendición. Los eucologios más antiguos prolongan este rito hasta el día octavo de las bodas o bien lo cumplen en la cámara nupcial, donde quedaron colgadas las coronas hasta ese día
      Los otros ritos orientales tienen oficios de coronación parecidos al del rito bizantino. En Egipto como en Siria, el rito del m. guarda aún viva la marca de sus orígenes familiares, mientras que en el mundo bizantino la influencia del ceremonial imperial ha acentuado el aspecto hierático
      2. Liturgia del matrimonio en el rito latino. Excepción hecha de las Galias y de España, en donde el sacerdote iba a bendecir el lecho conyugal, la Iglesia de Occidente sólo ha desplegado los ritos del m. dentro del templo o en sus pórticos. El rito romano (v.), que se extendió prácticamente a toda la Iglesia latina, sólo conoció en sus comienzos el gesto del velo, acompañado de la bendición sacerdotal. El velo ha desaparecido en muchas partes(en España sigue vigente), pero la bendición, que tiene lugar dentro de la Misa, recibió mayor solemnidad. En la Edad Media, el intercambio de consentimientos, que hasta entonces parece se había hecho fuera del templo y sin intervención del sacerdote, fue puesto bajo la protección de la jerarquía y celebrado ante la puerta del templo y después ante el altar. Por fin, ciertas ceremonias como la entrega del anillo y de las arras (v.; en España las 13 monedas), que primitivamente formaban parte de los esponsales, han adquirido un nuevo sentido al acompañar el intercambio de consentimientos
      El intercambio de consentimientos tiene lugar dentro del templo, salvo casos excepcionales, y va precedido de una catequesis del sacerdote; la fórmula varía según los usos locales. A continuación tiene lugar la unión de manos, gesto que simboliza el don mutuo de los esposos, mientras que entre los antiguos romanos el padre ponía la mano de la novia en la del esposo, para significar que dejaba de estar bajo la autoridad paterna para pasar a la del marido. La fórmula dicha por el sacerdote testifica y ratifica el m. que acaban de contraer los esposos por el mutuo consentimiento; la fórmula tiene un valor declarativo: «Yo os uno en matrimonio y confirmo este vuestro sacramento (en España, «reconozco y confirmo este matrimonio que habéis celebrado») en el nombre del Padre... ». Seguidamente el sacerdote bendice el anillo (dos anillos en los Rituales romano, alemán y español) símbolo de la fidelidad y signo del amor mutuo; primitivamente, era una simple joya de hierro presentada en el momento de los esponsales; el uso germánico la convirtió en anillo nupcial; los nombres que se le dan en las distintas lenguas expresan bien el vínculo que testifica: «alianza», en francés y en español; «fede», en italiano; etc. Se concluye el rito con unas oraciones formadas con versos de salmos y con una oración del celebrante; si carecen de originalidad es porque no están incluidas en la auténtica bendición de los esposos que normalmente se da durante la Misa
      Hasta la Edad Media, la Misa fue el marco único del rito litúrgico romano del m.; durante su celebración da el sacerdote la bendición nupcial; para poderla recibir fuera de la Misa se requieren circunstancias especiales. Las lecturas de la Misa (Eph 5,22-33; Mt 19,3-6) y los cánticos, sacados de Tobías y del salmo 127, forman la catequesis oficial del sacramento. Las oraciones invitan a la comunidad a rogar por el nuevo hogar. Antiguamente un prefacio propio daba gracias, ya que «por la fecundidad del matrimonio se acrecienta la fecundidad de la Iglesia, la alianza del hombre y la mujer, fortalecida por el yugo amable de la concordia y de la paz, sirve para la multiplicación de los hijos de adopción». La Misa invita a la comunión de los esposos; caída en cierto desuso en épocas de rigorismo y de debilitamiento del sentido cristiano, ha quedado, sin embargo, inscrita en los libros litúrgicos. Posteriormente se ha rehabilitado por su doble importancia; por una parte, todos los grandes actos de la vida, y, sobre todo, los actos sacramentales, han de concluir con la comunión (iniciación cristiana en sus diversas etapas, ordenación, profesión religiosa, peligro de muerte, etc.); por otra parte, según lo hace notar S. Tomás (Sum. Th. 3 q65 a3), «el matrimonio se da la mano con la Eucaristía por su simbolismo, en cuanto representa la unión de Cristo y de la Iglesia, cuya unidad figura la Eucaristía misma». La fuente de la gracia del sacramento del m. es el misterio pascual (muerte y resurrección de Cristo entregándose a la Iglesia) del que es signo, pero la Eucaristía, además, lo contiene realmente
      Actualmente, el celebrante bendice a los esposos en dos momentos de la Misa de velaciones: después del Padrenuestro (con claros vestigios de fa liturgia mozárabe), y al final de la Misa, inmediatamente antes de la oración Placeat. La oración romana tradicional es la bendición que sigue al Padrenuestro y que primitivamente precedía al ósculo de paz; hoy se suele leer simplemente, pero antaño se cantaba en el tono de los prefacios solemnes consecratorios. Siguiendo a S. Pablo, la bendición recuerda que el Señor ha consagrado «la unión conyugal con un misterio tan grande, que en la alianza nupcial prefiguraste la unión de Cristo con la Iglesia». Los deseos pronunciados por el sacerdote miraban exclusivamente a la esposa; lo cual no es de extrañar sabiendo que en la antigüedad profana la esposa era el centro de los ritos familiares del m.; otra razón en su maternidad futura; y otra,, en fin, es el simbolismo mismo del sacramento: se bendice a la mujer, imagen de la Iglesia, y no al hombre, imagen de Cristo. Las cualidades que se piden para ella son las de las mujeres de los patriarcas y además que sea «versada en las cosas de Dios»; a ambos se les desea que «vean a los hijos de sus hijos, hasta la tercera y cuarta generación»
      Procurando seguir los art. 77 y 78 de la Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la Liturgia, del Conc. Vaticano II, se comenzó a elaborar un nuevo ritual para la celebración del m., que fue promulgado por Paulo VI con un Decreto de la Sagrada Congr. de Ritos el 19 mar. 1969. Este ritual contiene unas normas generales sobre la importancia y dignidad del m., sobre el mismo rito presentado y sobre la adaptación del mismo a los distintos países; siguen cuatro capítulos: en los tres primeros se da el ritual para la celebración del m. dentro de la Misa, fuera de ella y para el m. entre parte católica y no bautizada; en el capítulo cuarto se da un elenco de lecturas bíblicas y fórmulas litúrgicas que se pueden utilizar en la celebración del m. además de las ya señaladas en los cap. anteriores
      Una de las características más interesantes del nuevo ritual es la indicación de que normalmente el m. se celebre dentro de la Misa después de la homilía, aunque sin imposición de ninguna obligación en este sentido, pues no siempre es posible realizar ese bello ideal por las circunstancias de lugar y tiempo. Se dan varias fórmulas para manifestar el consentimiento mutuo y no sólo la simple respuesta afirmativa de los contrayentes a las preguntas del sacerdote. Se ha modificado la fórmula: «Ego coniungo vos... » y otros textos, como los de la bendición y entrega de los anillos, la bendición de la esposa después del Padrenuestro y la bendición final, de modo que, sin perderse lo peculiar de esos ritos, se tenga presentes a los dos esposos, subrayando la fidelidad que deben guardarse mutuamente
      3. Pastoral del matrimonio. La pastoral del m. tiene dos dimensiones. En primer lugar la predicación ordinaria sobre el m. de manera que los jóvenes vayan conociendo esta realidad y situándose frente a ella con un espíritu cristiano, y, los ya casados, profundicen en el sacramento que han recibido y sean estimulados a santificar su vida familiar. En segundo lugar la preparación inmediata de quienes están a punto de contraer m., es decir, una catequesis e instrucción sobre los principios doctrinales y morales del m., para que sean más conscientes de su responsabilidad y del sentido vocacional del estado de vida que van a abrazar. Puede consistir en cursos, conferencias, retiros, etc., que les dispongan a querer y educar cristianamente a sus hijos, y a buscar la santidad en la vida matrimonial y familiar. Sobre el contenido de esta preparación, v. IV y V. La misma celebración del sacramento conviene, además, que esté precedida de algunas catequesis de explicación de los ritos
     
     

BIBL.: M. RIGHETTI, Historia de la Liturgia, II, Madrid 1956, 999-1018 y 1151-1153; A. G. MARTIMORT (dir.), La Iglesia en oración, 2 ed. Barcelona 1967, 652-669; tD, Los signos de la Nueva Alianza, Salamanca 1965; P. M. Gr, Le rituel du mariage, «Bulletin du comité des Études», 2 (1956) 246-266; J. HUARD, La liturgie nuptiale dans l'Église Romaine, les grandes étapes de sa tormation, «Questions Liturgiques et Paroissiales», 38 (1957) 30-57; A. RAES, Le mariage dans les églises d'Orient, Chevetogne 1959; P. JOUNEL, La liturgie romaine du mariage, «La Maison-Dieu», 50 (1957) 30-57; M. COUNE, Le mariage dans le rayonnement du Vatican II, «Paroisse et Litnrgie», 5 (1970) 197-407; P. DE CLERCK, Le mariage, événement et célébration, fb. 408-413; UNIVERSIDAD DE OTAWA, Curso de preparación para el matrimonio, Madrid 1968

 

J. GÓMEZ LORENZO

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991