MARÍA IV. MARÍA EN EL CULTO Y LA LITURGIA 2. CONCEPCIÓN INMACULADA.
La historia del dogma de la Inmaculada Concepción termina y precisa la de su
celebración, según el aforismo: «lex credendi... lex supplicandi». La definición
de Pío IX es el término de su desarrollo dogmático y litúrgico. Hoy el objeto de
la celebración es claro y preciso, como el de su formulación dogmática.
Expuestos ya los fundamentos dogmáticos (v. 11, 3), presentaremos los de la
celebración litúrgica del misterio.
Como todas las grandes festividades de M., la Inmaculada Concepción ha
tenido sus orígenes en Oriente. En concreto, empezó a celebrarse en relación con
su Nacimiento, en ambientes monásticos palestinenses, igual que la dormitio. El
primer testimonio es un himno de S. Andrés de Creta (660-740), que probablemente
compuso en el monasterio de S. Sabas, cerca de Jerusalén. Se titula: In
conceptionem sanctae ac Dei aviae Annae; y empieza con estas palabras: «Tuam
hodie, religiosa Anna, celebramus conceptionem...» (PG 97,1306); se trata, pues,
de un himno expresamente compuesto para la fiesta. Juan de Eubea, contemporáneo
del anterior (749), nos ofrece la primera homilía de esta fiesta, que coloca al
lado de las «demás insignes solemnidades», aunque no la admitan todos (PG
96,174). Juan funda su exposición en el Protoevangelio de Santiago (v. APÓCRIFOS
BÍBLICOS II) y, por tanto, expone, sobre todo, la concepción activa y milagrosa
de S. Ana. No obstante, no deja de poner de relieve la pureza y la santidad de
M., como lo hacen los textos posteriores, aunque la fiesta continúe llamándose
«Concepción de S. Ana», título que la liturgia bizantina ha conservado hasta
nuestros días. En la época de Focio (cfr. Nocomon, año 883), parece que la
fiesta ya se halla sólidamente establecida en todo el imperio bizantino, a
juzgar por los numerosos discursos que sobre la misma hemos conservado. Jorge de
Nicomedia, amigo de Focio, en una de sus homilías, la coloca entre las grandes
solemnidades del año: es la primera, dice, no sólo cronológicamente, sino por su
objeto.
En el mismo s. IX ha pasado ya a Nápoles -se encuentra en el Calendario
monumental- y probablemente Sicilia, que gravitan bajo la órbita de Oriente. Por
conducto de los monasterios griegos de la Baja Italia, parece que la fiesta pasó
primero a Irlanda y luego a Inglaterra. Dos calendarios de Irlanda del s. IX
(Martirologio de Tallaght y Calendario de Oengus y de Tallaght) la mencionan el
3 de mayo, el Martirologio irlandés del rey Alfredo, el 2 de mayo. En cambio,
dos calendarios de Inglaterra del siglo siguiente (Old y New Minster 1030-37) la
fijan el 8 dic. El Misal y el Pontifical de Leofrido, obispo de Exeter (1050),
ya nos ofrece los textos de una Misa en honor de la Concepción de María. Después
de la invasión normanda, la fiesta se propagó rápidamente por toda Inglaterra,
sobre todo por influencia de la leyenda del abad Elsino de Ramsay, que se habría
salvado milagrosamente de un naufragio, prometiendo al ángel que se le apareció
propagar la fiesta de la Inmaculada el 8 dic. Entre otros celosos propagadores
en Inglaterra podemos citar al sobrino de S. Anselmo de Cantorbery, llamado
Anselmo el Joven (ca. 1125), y a Eadmaro, discípulo de S. Anselmo, que escribió
un tratado sobre la Concepción de M. De Inglaterra la fiesta pasó a Normandía,
donde Hugo de Readling, obispo de Rouen (1130-64), la introdujo en sus seis
diócesis sufragáneas; y arraigó tan profundamente en la región que durante el
Medievo la fiesta de la Inmaculada era llamada «la fiesta de los normandos».
A medida que se va propagando la solemnidad, va precisándose su objeto. Ya
no se pone en primer término la concepción activa de Ana, sino la pasiva de M.,
como se aprecia en las oraciones del Misal de Leofrido, y en la carta de S.
Bernardo contra los canónigos de Lyon. Osberto de Clara, prior de Westminster (ca.
1119), habla expresamente de la santificación de M. en su Concepción. Con todo
estamos todavía lejos de las precisiones que luego recogerá la Bula Inef fabilis
Deus. En el decurso de este mismo s. xii, el Capítulo de la Catedral de Lyon la
introduce en su Calendario; y antes de terminar el siglo la han adoptado casi
todas las diócesis de Francia, a pesar de la oposición de S. Bernardo. En 1150
Potón de Prüm deja constancia de que muchas iglesias y monasterios de Alemania
la han introducido en su Calendario. Venciendo dificultades y contradictores, la
fiesta pasa los Alpes y se propaga por Italia y España durante los s. XII y XIII.
El Capítulo general de los franciscanos, celebrado en Pisa en 1623, la impone a
toda la Orden.
Roma, durante el s. XIII, permanece a la expectativa: «La Iglesia romana
no celebra la concepción de la bienaventurada Virgen; tolera, sin embargo, la
costumbre de algunas iglesias que la solemnizan», afirma Sto. Tomás (S. Th. 3
q27 a2 ad3). Hasta bien entrado el s. xiv no se decide Roma a aceptarla, y aun
sin precisar demasiado el objeto de su celebración, quizá para no entrar en los
debates de escuela: la escuela franciscana insistía en la Inmaculada Concepción,
mientras la dominicana sólo admitía la santificación de M. en el seno materno
(de hecho hasta el s. xvii, los dominicos continuaron llamando esta fiesta:
Sanctificatio B. M. V.). El sentido de la fiesta quedó no obstante precisado en
las dos Bulas de Sixto I V (Prae excelsa, 1476, y Grave nimis, 1486), y de un
modo definitivo en la Constitución de Alejandro VII: Sollicitudo omnium
Ecclesiarum (8 dic. 1661), que terminó con una lucha de más de cuatro siglos.
Inocencio XII (1693), elevó la fiesta al rango de la clase y la dotó de una
vigilia, de la que gozaba en diversas partes, p. ej., en España. La Bula Inef
fabilis Deus, al definir el dogma, consolidó la fiesta, fijando definitivamente
su sentido. La reforma litúrgica operada después del -Conc. Vaticano II la ha
mantenido en su día tradicional (8 dic.), conservándola en su rango de fiesta
solemne.
El reino de Aragón desempeñó un papel de primer orden en la evolución del
dogma y de la fiesta de la Inmaculada durante los s. XIV-XV, debido, sobre todo,
a la infuencia de la escuela luliana (v. LULIO, RAIMUNDO). Ya en 1333, bajo el
reinado de Alfonso IV, se funda en Zaragoza la cofradía de la Inmaculada; Pedro
IV, siguiendo las huellas de su padre, no sólo toma bajo su real protección la
cofradía, sino que escribe diversas cartas, incluso al mismo Papa, contra la
obstinada testarudez del dominico Fray Nicolás Eymerich (v.), que se sirve de
cualquier medio para combatir la doctrina luliana. Juan I en 1389 concede amplia
autonomía a la Cofradía de Barcelona, dependiente hasta entonces de la casa
real. El año siguiente los Cofrades y los Consellers de Barcelona establecen que
en adelante el día de la Inmaculada será considerado como festivo en la ciudad
de Barcelona. Dicha solemnidad debe ser observada «axí com lo dicmenge», y
anunciada «ab trompes e tabals», como prescriben las ordenanzas de los años 1390
y 1391. El mismo rey Juan, el 14 mar. 1394, establece que sea considerada como
la más solemne entre las fiestas de M. y fija minuciosamente el ceremonial y
orden de la procesión, para el cual presta personalmente cada año una imagen de
la Virgen. En el reinado de Fernando I, los celosos cofrades de Barcelona
escriben durante tres años consecutivos (1415-17) al emperador Segismundo,
rogándole que propague la fiesta en sus dominios. Al enterarse de que va a
reunirse un concilio en Basilea, le escriben de nuevo insistiéndole en que
intervenga para que el Concilio prescriba a todo el orbe la fiesta de la
Inmaculada. Reunido ya el Concilio vuelven a insistir en 1431. El decreto que da
el Concilio puede justamente ser considerado como un triunfo de los monarcas y
del pueblo aragonés; aunque de hecho dicha decisión conciliar no se llevara
inmediatamente a la práctica, debido al carácter, finalmente cismático del Conc.
de Basilea (v.). Puede considerarse como digno colofón de estos esfuerzos la
sesión de las Cortes catalanas del 9 abr. 1456. Allí, el rey, el Consejo del
Ciento y los cofrades hicieron solemne profesión de fe en la Inmaculada y
ratificaron definitivamente su celebración. Los Reyes Católicos y los Habsburgo
continuaron esta misma tradición, pero en su época la fiesta de la Inmaculada ha
llegado a ser posesión universal e indiscutible. Bajo Carlos III la Inmaculada
fue declarada Patrona de toda la nación española.
La fiesta de la Inmaculada ha penetrado profundamente en la devoción
popular; recuérdese la salutación «Ave, María purísima», que a veces se graba en
los umbrales de las casas; ha sido además fuente inagotable de inspiración
artística. La historia del oficio de la fiesta es la siguiente: Sixto IV, al
precisar el sentido de la fiesta encargó a su notario Leonardo de Nogarolis la
composición de un oficio. Después de la proclamación del dogma por Pío IX se
compuso un nuevo Oficio y Misa que conservaron algunos elementos del anterior
formulario litúrgico, introduciendo otros nuevos. En el Misal y en el libro de
la Liturgia de las Horas promulgados por Paulo V I se han conservado casi todos
los textos litúrgicos anteriores y se han añadido otros: un prefacio, dos himnos
y una nueva estrofa en el himno propio que ya tenía esta celebración litúrgica,
encaminada a subrayar más el contenido del misterio.
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A. M. FRANQUESA GARRÓS
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991