MARIA II. MARIA Y LA OBRA DE LA REDENCION. 3. ANUNCIACIÓN Y VISITACIÓN.
Vamos a estudiar aquí los dos acontecimientos de la vida de M. que son tratados
en los Evangelios con mayor extensión. Ambos pertenecen al ciclo de los llamados
Evangelios de la infancia del Señor (v.).
1) Anunciación. El Evangelio de S. Lucas (1,26-38) relata ampliamente el
anuncio que el ángel Gabriel (v.) hizo a M. de la concepción virginal de Jesús.
S. Mateo (1,18-25) no refiere ese anuncio, pero habla del aviso posterior de un
ángel a S. José, que subraya de igual modo el origen sobrenatural de Cristo.
El relato de S. Lucas forma parte del llamado Evangelio de la infancia (V.
EVANGELIOS IV), y aparece encuadrado en un díptico que lo presenta en
paralelismo con el anuncio de la concepción del Bautista (1,5-25). El
evangelista sitúa el episodio en Nazaret (v.) y en el interior de la casa de la
Virgen. Carece, por tanto, de fundamento bíblico la tradición apócrifa que
coloca la aparición del ángel junto a la fuente del pueblo, y en la que se han
basado los ortodoxos para construir su iglesia de la Anunciación en las
proximidades de la mencionada fuente. M. estaba a la sazón -nos dice el
evangelista- «desposada con un hombre llamado José, de la casa de David» (Lc
1,27). Se encontraba en la situación que media entre los esponsales y la boda o
conducción a casa del esposo. Así se desprende de las dudas de S. José (v.) al
descubrir su embarazo y de las palabras con que le tranquiliza el ángel en el
relato de Mt 1,18-20. Ese tiempo intermedio solía ser largo: un año en las
primeras nupcias, o seis meses cuando la esposa era viuda.
La deliciosa página de S. Lucas, que ha inspirado a tantos artistas, ha
sido objeto asimismo de innumerables comentarios y estudios. La concepción
virginal, que es el motivo fundamental del relato, no puede menos de chocar a
los críticos reacios en admitir las intervenciones preternaturales, que han
pretendido por eso negar la historicidad del relato. Durante muchos años, la
crítica racionalista se ha esforzado en conectar eJ relato de S. Lucas con
leyendas paganas donde se afirma la partenogénesis (v.) del héroe, o
relacionarlo con las leyendas del nacimiento extraordinario de Sargón o de los
reyes egipcios, con tradiciones sobre el origen de Buda o con la fantástica
descripción del nacimiento de Augusto, según Suetonio.
La tendencia a buscar antecedentes del relato de la Anunciación en las
literaturas extrabíblicas ha disminuido, incluso en la crítica racionalista, a
medida que se han ido percibiendo de modo cada vez más claro sus coincidencias
literarias con libros del A. T. El pasaje que nos ocupa se encuadra
perfectamente en el esquema clásico de los anuncios, que algunos con razón
consideran un género literario específicamente bíblico y sujeto a unos cánones
bastante definidos. Aparte del paralelismo a que antes aludíamos entre las dos
anunciaciones: del Bautista (v.), y de Jesús, descritas en el primer capítulo de
S. Lucas, hay en el A. T. una serie de anuncios cuyo parentesco literario es
evidente. Esas escenas veterotestamentarias son muy variadas. Unas veces, como
en el doble relato de la concepción de Isaac (Gen 17 y 18; v.) y de Sansón (Idc
13; v.), se trata del anuncio del nacimiento de personajes importantes. Otras
veces lo que se anuncia es exclusivamente la misión extraordinaria de hombres
como Moisés (Ex 3-4; v.) o Gedeón (Idc 6; v.). Pero en todos se descubre un
esquema literario uniforme. La comparación de los siete anuncios citados lleva a
advertir la presencia en todos ellos de cinco motivos comunes; en todos ellos
hay, en efecto: una aparición sobrenatural, turbación del que recibe la visión,
anuncio del mensajero, respuesta del protagonista y confirmación del mensaje por
parte del aparecido mediante un signo. El estudio de cada uno de estos cinco
motivos y de su tratamiento en cada uno de los siete anuncios comparados
conducirá, sin duda, a la mejor inteligencia del relato de la Anunciación.
a) La aparición sobrenatural. En el doble relato de Isaac y Moisés es
atribuida a Yahwéh en persona, en los casos de Gedeón y Sansón al ángel de
Yahwéh (probablemente sólo en el nombre distinto del propio Dios), y en las
anunciaciones del Bautista y de Jesús al ángel Gabriel. Hay un progreso evidente
en la expresión que tiende a subrayar al mensajero como distinto de Yahwéh y que
está unido al progreso de Israel en el conocimiento de los ángeles (v.). Ese
subrayar la realidad del mensajero no excluye al enviante, Dios, sino que lo
afirma, y así el saludo inicial a M. afirma la asistencia de Yahwéh: «El Señor
está contigo», como sucede también en los casos de Moisés y Gedeón. El saludo a
M. incluye además una denominación nueva: llena de gracia, que equivale al
apelativo impuesto a Gedeón: fuerte en fortaleza y al cambio de nombre que se
anuncia a Abraham y a Sara, siempre en consonancia con la nueva misión de los
protagonistas. El paralelo entre la anunciación a Gedeón y a M. autoriza a
interpretar el apelativo de ésta en el sentido de superlativo que tiene la
designación de Gedeón: fortísimo= agraciadísima.
b) A la turbación natural que la aparición celeste lógicamente produce,
siguen unas palabras tranquilizadoras por parte del aparecido: «no temas», y en
el caso de M. una explicación acorde con su nuevo nombre: «porque has hallado
gracia a los ojos de Dios». Algo análogo sucede en el caso de Gedeón: «ve y con
esa fortaleza...»; y en el segundo relato de Abraham y de nuevo en el de Gedeón:
«si he hallado gracia a tus ojos...» (Gen 18,3; Idc 6,17).
c) En el centro del relato está siempre el mensaje o anuncio que es
obviamente distinto cuando se encarga una misión y cuando se anuncia un
nacimiento. En el primer caso, que es eJ de Moisés y Gedeón, se manda a los
protagonistas emprender una acción libertadora apoyados en la virtud del que los
envía. La expresión es casi la misma en Ex 3,10 e Idc 6,14. En los anuncios de
nacimientos, el ritmo de la frase es el siguiente: anuncio de la concepción y
del nacimiento del niño, alusión al nombre que le ha de ser impuesto y
predicción de su destino glorioso. La Anunciación a M. es la siguiente: «vas a
concebir en tu seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.
Él será grande y será llamado...» (Lc 1,31 ss.); es, pues, literariamente
parecida al anuncio del nacimiento del Bautista (Lc 1,13 ss.) y al que se hizo a
Agar antes de nacer Ismael (Gen 16,11). Se diferencia muy poco del anuncio del
ángel a S. José en el relato de S. Mateo (1,21) y de la profecía de Isaías
(7,14) sobre el nacimiento de Emmanuel.
d) Al anuncio sigue una respuesta del protagonista, que lleva a recalcar
el contenido teológico central de todo el relato, ya que hace que el mensajero
reafirme su mensaje y subraye el carácter sobrenatural del mismo.
e) El último momento de la escena es, pues, la confirmación del mensaje
por parte del aparecido mediante un signo. Esta señal unas veces es pedida por
el protagonista, como en los casos de Gedeón y Zacarías (v.); otras es ofrecida
espontáneamente por el mensajero sin que nadie se la pida y como simple
respuesta a las respuestas recibidas. Es como corresponder a un signo que debe
confirmar algo, un hecho extraordinario o milagroso que se realiza en el mismo
momento, que el protagonista en persona podrá comprobar. Sólo en el caso de
Zacarías: «te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan
estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras...» (Lc 1,20) tiene carácter
de castigo. A M. se le ofrece como señal la concepción milagrosa de su pariente
Isabel, que va a tener un hijo a pesar de su esterilidad y vejez. Esto prueba
que Dios puede realizar en el seno de M. la concepción de Jesús sin que su madre
conozca varón.
El único motivo nuevo en la Anunciación a M., con relación a los otros
anuncios bíblicos, es la aceptación voluntaria por parte de ésta, que se enuncia
en las palabras finales de M.: «he aquí la esclava del Señor; hágase en mí según
tu palabra» (Lc 1,38).
f) Conclusiones. Del estudio que acabamos de hacer podemos deducir las
siguientes conclusiones:
1°) La enseñanza del relato de la Anunciación está en el hecho del anuncio
de la concepción virginal de Cristo y en la participación voluntaria de M., que
así queda incorporada de manera refleja y particularísima a la obra de la
Redención (v. 6).
2°) Ese anuncio hecho a M. no es un acontecimiento aislado en la historia
de la salvación, sino la continuación y culminación de una serie de
intervenciones divinas, que se han extendido a lo largo de todo el A. T. y que
tienen, en el anuncio de Cristo, su punto focal determinante.
3°) La presencia de un mismo orden o esquema en las diversas escenas de
anuncio nos ayuda a entender lo que puede llamarse una psicología de la
percepción de lo sobrenatural. Nos sitúan en efecto ante un anuncio que produce
maravilla, estupor y admiración, es decir, cuyo carácter divino se legitima por
sí mismo, ya que el que lo recibe percibe de modo claro la trascendencia de lo
que acontece; a esa percepción se le añaden además signos externos que la
confirman, ya que su realización es fácilmente constatable. Confirmado de esa
forma el origen divino de tales revelaciones por los efectos subsiguientes, se
reafirma la certeza de la intervención de Dios en el anuncio previo. Con ello se
legitima plenamente la atribución a Dios del anuncio mismo. La preocupación por
documentar y subrayar el carácter real de lo acontecido es, en otras palabras,
un dato central de todas las escenas.
4°) El hecho de que encontremos en las diversas escenas un mismo esquema
no compromete en nada la realidad histórica del anuncio, sino que depende, de la
identidad de situaciones. La negación de esa historicidad deriva no de los datos
exegéticos, sino de la mentalidad racionalista con que los interpretan algunos
autores, que, al negarse a admitir intervenciones divinas sobrenaturales,
intentan lógicamente reducirlo todo a procesos meramente psicológicos. En otras
palabras, el respeto a la historicidad del relato exige no sólo que afirmemos la
historicidad de lo anunciado (la concepción virginal) sino del anuncio mismo, es
decir, de la ilustración recibida por la Virgen. Otra cuestión distinta es
preguntarse si esa ilustración tuvo lugar por una visión corporal o fue de orden
exclusivamente intelectual. Los autores antiguos (cfr. p. ej., S. Tomás, Sum. Th.
3 q30 a3) la interpretan como visión corporal; no parece, sin embargo, que haya
inconveniente en considerar que pudo tal vez tratarse de un proceso de
iluminación de orden interno, aunque confirmado por signos exteriores que
certificaban la verdad de lo percibido.
2) Visitación. Este episodio comprende la visita de M. a su pariente
Isabel, las alabanzas de ésta a la Madre de Jesús y el cántico del Magníficat (Lc
1,39-55). S. Lucas refiere (1,56) el regreso de M. antes de narrar del
nacimiento de Juan, pero las indicaciones cronológicas que nos da hacen suponer
que su visita se prolongó hasta después de aquél (1,57-79). El evangelista de la
infancia habría anticipado la marcha de M. por su preocupación literaria de
separar los episodios; parece, pues, que puede asegurarse que M. acompañó a
Isabel hasta el nacimiento del Bautista y estuvo presente en la ceremonia de su
circuncisión
El lugar de la Visitación es objeto de grandes controversias. El texto
dice que M. fue «a la región montañosa, a una ciudad de ludá». La única
indicación precisa es la vaga alusión a la región montañosa y el calificativo de
ciudad que se da a la patria del Bautista. Algunos autores, suponiendo que el
relato lucano estuvo originalmente escrito en hebreo o arameo, piensan que al
traducirlo se vertió por ciudad lo que en el texto preyacente se designaba como
medinah y se refería simplemente a la provincia de Judea (así Charles C. Torrey
desde 1909 y sobre todo en Medina and polis, «The Harvard Theological Review»
17, 1924, 83-91. Véase en contra J. F. Springer, «Anglican Theological Review»,
4, 1921, 116131; 5, 1922, 324-332; 10, 1927, 37-46). Pero de hecho el
evangelista no habla de Judea, sino de Judá. En consecuencia, algunos han
pensado en una población que llevara este nombre, como parece desprenderse de
los 19,34, lo cual nos llevaría a la tribu de Neftalí en la alta Galilea (cfr.
E. Le Camus, La Bible et les études topographiques, «Revue Biblique», 1, 1892,
107-109); o se han orientado, suponiendo una grafía defectuosa, hacia la ciudad
de lutta (la actual Jatta), a unos 13 Km. al Sur de Hebrón, que en los 15,55 es
mencionada como perteneciente a ludá y en 21,16 como ciudad levítica. Germer-Durand,
siguiendo al Chronicon Paschale, cree que se trata de la Bet-Zacarías mencionada
en los itinerarios antiguos y situada en la región montañosa que va de Jerusalén
a Hebrón (cfr. la reseña de su conferencia hecha por Lagrange en «Revue Biblique»,
3, 1894, 444 ss.). Pero la tradición más constante sitúa el lugar en la actual
Ain Karem, risueño paraje a unos siete Km. al O de Jerusalén, donde se levantan
hoy días los santuarios franciscanos de la Visitación y de S. Juan Bautista (B.
Meistermann, La patrie de S. Jean Baptiste, París 1908; C. Schick, Der
Geburtsort Johannes des Tiiu fers und der Ort der Heimsuchung, «Zeitschrift des
deutschen Palátina-Vereins», 22, 1899, 81 SS.; Bagatti, Il santuario della
Visitazione ad Ain Karim, Jerusalén 1948).
La ocasión del viaje de M. es el signo, ofrecido por el ángel, de la
concepción de Isabel que, a pesar de su esterilidad y vejez, estaba ya encinta
de seis meses. La presencia de M. arranca de Isabel una serie de alabanzas a la
Madre de Jesús, cuyo alcance teológico conviene destacar. La llama «bendita
entre las mujeres», aplicándole un elogio que se decía en honor de la heroína
Yael (Idc 5,24) y de Judit (13,18). Estas palabras, puestas en boca del ángel de
la Anunciación por algunos manuscritos de Le 1,28, parecen haber sido
transferidas a aquel lugar desde su contexto auténtico que sería el de Isabel.
La expresión «¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a mí?», y la
siguiente afirmación de Isabel «porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu
saludo, saltó de gozo el niño en mi seno», manifiestan claramente el
reconocimiento de la dignidad de M. como portadora en sus entrañas del Mesías
Salvador. «La Madre de mi Señor» en el antiguo Oriente y en la Biblia (3 Reg
2,19; Dan 5,10-12) indica la categoría de Reina Madre superior a la Reina
consorte (D. M. Stanley, The mother of my Lord, «Wordship», 34, 1960, 330-332).
R. Laurentin ha querido ver en todo el pasaje, por sus contactos literarios con
el relato del depósito del Arca en Casa de Obededom (2 Sam 6,2-12), un intento
reflejo de presentar a M. como portadora de Dios (Structure et théologie de Luc
1-II, París 1957). Pero esta teología alusiva no parece tan clara a muchos
exegetas (cfr. nuestra crítica a la obra de Laurentin en «Estudios Bíblicos»,
17, 1958, 101-107; y más recientemente, W. Harrington, The Visitation, «Doctrine
and Life», 14, 1964, 411-415). Finalmente, el elogio que hace Isabel de la fe de
M., aparte de su evidente contraste con la incredulidad de Zacarías que lo hizo
acreedor al castigo de la mudez, destaca la actitud religiosa de la esclava del
Señor que por su fe se constituye en ejemplar y modelo para todos los
cristianos.
El cántico del Magníficat es, en el relato lucano, la respuesta de M. a
las alabanzas de Isabel. El himno se presenta como una composición poética en
hebreo y por cierto con muchos puntos de contacto con el cántico de Ana (1 Sam
2,1-10). Como este último, el Magníficat consta de dos partes: gozo por un
beneficio particular (Le 1,46-50=1 Sam 2,1-3), y exaltación del proceder
habitual de la Providencia divina (Le 1,5'1-55=1 Sam 2,4-10). Las múltiples
coincidencias de detalle ponen de manifiesto la indudable dependencia literaria.
Tendría importancia para la interpretación del Magníf icat la cuestión,
planteada por algunos, de su atribución por el evangelista a M. o a Isabel; pero
ni los débiles soportes de la crítica textual (tres códices aislados de la Vetus
latina contra la totalidad de más de 4.000 manuscritos griegos), ni los
argumentos de orden interno aducidos en favor de la atribución a Isabel (la
mayor semejanza entre su situación de estéril y la de Ana, cuyo himno sirve de
modelo a nuestro salmo) son convincentes. Hay, pues, que afirmar que en el
Evangelio de S. Lucas el Magníficat está puesto desde siempre en labios de M., y
que expresa sus sentimientos ante el misterio de su Maternidad divina
constituyendo su respuesta a las alabanzas de Isabel.
El episodio de la Visitación tiene así una doble enseñanza: desvela ante
los ojos del lector la sensibilidadreligiosa de M. en respuesta agradecida a su
elección, y subraya el alcance salvífico de su concepción y maternidad divinas.
De igual manera el episodio siguiente del nacimiento y circuncisión de Juan con
el cántico de Zacarías subraya la especial intervención salvífica de Dios en la
misión precursora del Bautista.
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S. MUÑOZ IGLESIAS
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991