MAQUIAVELO Y MAQUIAVELISMO


Datos biográficos: Escritos. Niccoló Machiavelli n. en Florencia el 3 mayo 1469, en una antigua familia burguesa de origen agrario y de patrimonio más bien escaso. A los siete años comenzó sus estudios, adquiriendo pronto el dominio del latín. Contaba 25 cuando, muerto Carlos VIII, los Médicis fueron obligados a abandonar la ciudad (v. MEDICI, FAMILIA); Savonarola (v.) dominaba en ella, y una Florencia austera y penitente sustituía al ambiente creado por Lorenzo el Magnífico (v. FLORENCIA I). En 1498 M. entró al servicio de la República como secretario de la segunda cancillería. El primer fruto intelectual de su actividad fue el Discorso falto al Magistrato dei Dieci sopra le cose de Pisa, que deja entrever el estilo y el contenido de escritos posteriores.
      Para su desarrollo intelectual fue decisiva su primera salida al extranjero: permaneció seis meses en la corte de Francia. Observó las instituciones y la estructura política y social de la monarquía absoluta francesa, tan distinta, por su origen histórico y por su constitución, de los Estados italianos (v. ITALIA IV y V). Su misión de defender los intereses de su patria no le impidió reconocer las razones de los franceses. Vuelto a Florencia, contrajo matrimonio. En 1502 acompañó a Soderini en su negociación con Cesar Borgia, que amenazaba a la República.
      De sus gestiones con el duque Valentino y de sus observaciones queda constancia en tres documentos de 1503: Descrizzione del mondo tenuto dal duca Valentino nello ammazzare Vitellozzo Vitelli, Oliveratto de Fermo, il signor Pagolo e il duca di Gravina Orsini (el duque es propuesto como ejemplo de acción política coherente y eficaz); Parole da dirle sopra la provisione del denaio (teoriza los temas y motivos de su experiencia de cinco años); y Del modo di trattare i popoli della Val di Chiana ribellati (crítica de la debilidad e irresolución florentina, comparándola con análogos episodios de la historia romana).
      Muerto el papa Alejandro VI (v.), M. estuvo en Roma durante la elección de Julio II (v.), cuya fuerza de ánimo admiraba. Nuevo viaje a Francia y nuevas misiones diplomáticas en Italia, mientras escribe su primera obra impresa, el Decenale primo (1506): la decadencia de Italia es, sobre todo, militar. Asciende en su carrera y escribe los discursos Dell'ordinare lo Stato di Firenze alle armi y Sopra Pordinanza e milizia fiorentina, que anticipan el conocido Arte della guerra (1519-20). En 1507 viaja a Alemania (Suiza y Tirol); escribe un Rapporto delle cose d'Alemagna (1512), así como Ritratto delle cose della Magna (muy influido por Tácito). Participa en otras misiones, en la liga de Cambrai (v.) contra Venecia, y el resultado es un Descenale secondo. Nuevo viaje a Francia: sus cartas recogen sus profundas observaciones. Ruptura entre Francia y el Papa; aquélla convoca un concilio en Pisa; el Papa no se deja amilanar por el conciliabolo y convoca otro (v. PISA, CONCIALTÁBULO DE). Maquiavelo entra en actividad febril; va a Francia y a Pisa, se absorbe en las preocupaciones de su cargo, de vital importancia militar.
      La victoria española en Rávena hace peligrar la República: las tropas en que M. confiaba se desbandan en Prato. En septiembre de 1512 los Médicis se hacen dueños de Florencia y desaparece la República. M. es depuesto del cargo y confinado durante un año; en 1513 fue incluso encarcelado y torturado, pues era sospechoso de haber participado en una conjura. La elevación al papado del card. de Médici le abre las puertas de la prisión. Se retira a su casa de campo, desde donde conserva sus relaciones mediante una abundante correspondencia, en la que brilla tanto su inteligencia como su pasión. Ahora, en ese ocio forzado, pero que no le conmueve hasta perturbar su visión de las cosas, van a aparecer sus más famosas obras. II Principe en 1513 (ed. bilingüe castellana, Puerto Rico 1955), a la vez que inicia los Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio, concluida antes de 1519. De esta fecha debe ser también la Mandragola, y de 1520 la Vita di Castruccio. Aparecen poi entonces la novela Belfagor, el Dialogo intorno alla nostra lingua, y los versos -mediocres- del Asino. En 1520 escribe, por encargo oficial, el Discorso sulle cose liorentina dopo la morte di Lorenzo, o Discorso sopra il riformare lo Stato di Firenze, excluyendo la posibilidad del principado en una ciudad donde regía el principio de la igualdad, incompatible con un sistema jerárquico del tipo de la monarquía francesa; sólo quedaba la solución republicana. Inició entonces la Storia fiorentina. En 1525 se presentó su obra Cligia. Poco después de la restauración de la República de Florencia, m. en esta ciudad el 25 jun. 1527.
      Pensamiento político: Toda la obra de M. tiene una finalidad política. Era M. -un italiano que lamentaba profundamente la desunión de su país, ya que éste era el campo de batalla y objeto de disputa entre las otras potencias europeas: el Imperio, Francia, España. Le desazonaba no percibir una fuerza capaz de llevar a cabo la unificación de la Península. Su idea clave era, pues, la de la unidad italiana conforme al sistema estatal. De ahí su exaltación de la figura del príncipe; no ciertamente de la monarquía, pues sus ideales eran republicanos, sino de alguien que fuera capaz de unificar su patria. El príncipe es un ser de excepción -cuyo modelo empírico pudo ser, tal vez, César Borgia (v. BORGIA, FAMILIA) o, tal vez, Fernando el Católico (v.)-, protegido por la fortuna y dotado de una virtud (no moral, sino tomada en el sentido de capacidad, valor y energía) no común, apta para realizar, según él, fines objetivos superiores, los fines políticos, teniendo en cuenta la situación real, la necesidad, concepto que implica la idea, decisiva para la historia del Estado moderno, de que éste tiene unas finalidades «autónomas», no morales, propias; la misión del príncipe es servirlas. De ahí la idea de la razón de Estado (v.). El príncipe tiene que hacer, en este sentido, lo que debe ser hecho de acuerdo con lo posible. Está, por lo mismo, según M., por encima de la moralidad corriente, de la moral religiosa, pues su moral -como príncipe, no como hombre- consiste en servir por todos los medios a los fines del Estado.
      N. Maquiavelo, que se despreocupa de las realidades económicas y sociales, no ve en la política sino un juego de voluntades, de pasiones, de individuos, como fuerzas que chocan entre sí. De ahí deriva la mentalidad mecanicista que le lleva a concebir el Estado como una gran máquina cuyo director es el príncipe. Éste debe recurrir incluso al crimen si es preciso, pues «vale más ser temido que amado», y por eso, para M., la hipocresía es otra de sus armas: conviene a su prestigio y lo exige la razón de Estado. Debe contar con la opinión pública y, en lo posible, conducirse de acuerdo con las ideas de ésta, aunque puede fingir que lo hace así para no perturbarla.
      Admirador de la república romana, reduce a dos las tres formas clásicas de gobierno: la república y la monarquía (V. GOBIERNO III). Él es, desde luego, partidario de la libertad y de la igualdad, y hubiera preferido un régimen siempre moderado -de ahí sus inclinaciones republicanas-, pero se atiene a los hechos y a la necesidad, lo cual le convierte en el fundador teórico de muchas de las concepciones modernas del Estado (v.); por otra parte, su análisis frío, desapasionado, inaugura el tratamiento científico de los asuntos políticos. Sin embargo, por debajo de todo su pensamiento late una falsa concepción moral y una idea pesimista de la naturaleza humana. Los hombres son malos, egoístas y necesitan de un poder fuerte que les contenga y organice: «¿Qué es un gobierno sino el medio de contener a los súbditos?».
      Esa es una de las razones de su exaltación del Estado. Éste es, según él, el medio natural para organizar la vida social, poseedor por ello de esos fines propios cuya trama es lo que constituye su razón. Como organismo natural, piensa M. desarrollando tesis del averroísmo (v. AVERRONTAS LATINOS), de Marsilio de Padua (v.) y de Ockham (v.), es tan independiente y autónomo como la Iglesia, cuyos fines son distintos de los de aquél. El Estado tiene que ocuparse de las realidades terrenales y su razón, según M., sería independiente de la moralidad evangélica. Posee su propia moral, que deriva de sus fines, y de ahí la justificación de los medios que emplee, con tal de que sean adecuados para conseguir aquéllos; la moralidad del gobernante es, según M., la moral del éxito; el éxito o el fracaso prueban su virtud o su falta de ella. Con M. se afirma la tendencia a la independencia de la política respecto a la religión y a la moral y, viceversa, se inicia la tendencia a someter la religión a los fines estatales, cuando éstos así lo exigen. En esa equívoca línea, la religión es vista como un arma que el gobernante usa para dominar mejor a los súbditos. Se quiebra la fértil polaridad medieval entre poder espiritual y poder temporal. Inaugura, así, M. el proceso de secularización (v.) en lo político, cuyas últimas consecuencias llegan hasta el s. XX, siendo su mayor manifestación política el totalitarismo (v.) estatal, en el cual hasta la cuestión de la salvación deja de ser un asunto privado, como todavía concedía M.; es el gobernante quien decide también en este aspecto.
      El maquiavelismo: Maquiavelo no es un pensador aislado. No sólo por su influencia, inmensa, sino porque a él se vincula esta fuerte corriente que, si bien responde a formas de conducta habituales en todas las épocas, sin embargo, desde la Edad Moderna parece recibir una justificación racional y hasta científica. Quizá es injusto atribuir al gran italiano la paternidad de esa corriente, pues no era directamente enemigo ni de la moral ni del cristianismo, aunque sí bastante escéptico acerca de la religiosidad privada y pública de su época, y de hecho acaba propugnando un pragmatismo amoral como condición indispensable para el éxito político. Fueron sin duda su sinceridad, al poner al descubierto ciertas formas habituales del ejercicio del poder, junto a su escepticismo que parecía justificar esas actuaciones, y, sobre todo, la ruptura que, como hemos dicho, establece entre moral y política las causas de la controversia que suscitaron sus escritos. Aparecieron muchos maquiavelistas y antimaquiavelistas (entre los que cabe mencionar al español Ribadeneira, v.) que en los s. XVI y XVII constituyeron una verdadera legión. En el s. XVIII, Federico el Grande (v.) de Prusia, cuya política se inspiraba por completo en las máximas del italiano, escribió, quizá por disimulo, un famoso Antimaquiavelo. En un principio, la Iglesia no fue hostil, quizá porque vio en las obras del florentino la mera exposición de unos hechos. Pero la actitud cambió después y en 1559 fue incluido en el índice de Paulo IV, condena confirmada en el índice tridentino de 1566 (su nombre no aparece, sin embargo, en la edición del índice hecha por mandato de Pío XII en 1948). Fue también muy atacado por autores protestantes como el hugonote Gentillet, cuyo Antimaquiavelo (1576) sirvió de pauta a otras obras posteriores. En el s. XVIII, el alemán Herder intentó la reivindicación del pensador italiano, separándolo del maquiavelismo, como interpretación interesada, deducida de su obra, para justificar las prácticas políticas, pero ese intento no fue eficaz: los ecos de los escritos de M. se han identificado indestructiblemente con su propia figura.
     
     

BIBL.: Fuentes: Obras completas (la ed. más famosa es de 1813; hay otra en Florencia de 1929; una ed. francesa, París 1952). En castellano, Obras históricas y Obras políticas, Madrid 1892-95, 4 vol.; más reciente, Obras políticas, Buenos Aires 1957

 

D. NEGRO PAVÓN

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991