MACABEOS, SIETE HERMANOS Y LIBRO DE LOS
Desde los tiempos de Esdras y Nehemías hasta los de Seleuco IV, rey de
Siria (185-175), Israel (v. JUDÁ, REINO DE) estuvo gobernada por un Senado
presidido por el sumo sacerdote, y vivía esencialmente en régimen de paz:
primero, bajo el gobierno persa, y más tarde, bajo el dominio de Alejandro Magno
(v.). A la muerte de éste, se dividió el Imperio macedonio entre sus generales y
se organizaron los reinos de los Seléucidas en Siria y el de los Ptolomeos en
Egipto. Palestina hubo de sufrir las consecuencias de las rivalidades entre
ambos reinos y, especialmente, las persecuciones religiosas por parte de algunos
reyes seléucidas, que pretendían sustituir las instituciones mosaicas por las
helénicas. En estas circunstancias surge el piadoso sacerdote Matatías que,
juntamente con sus cinco hijos, se opuso a la paganización y desvirtuación de la
religión revelada. Judas, segundo hijo de Matatías, apellidado el Macabeo
(nombre que parece significar martillo, o, tal vez, designación de Yahwéh), fue
el principal promotor de la revuelta antiseléucida. Por esta razón el nombre de
Macabeo pasó a designar a los dos escritos sagrados que relátan los hechos
relacionados con la lucha de Matatías y sus hijos por defender la fe del pueblo
de Israel.
l. Los libros. Ambos libros forman parte de los llamados deutero-canónicos
por faltar en el canon de los reconocidos como sagrados por los hebreos. El
primero abarca un periodo de 40 años (175-135) y, tras un bosquejo histórico,
desarrolla de modo continuo la historia de Israel desde la persecución religiosa
de Antíoco IV Epífanes hasta Juan Hircano, hijo de Simón, hijo de Matatías,
iniciador de una dinastía levítica: la de los asmoneos (v.). El segundo
contempla sólo unos rasgos de aquella historia y cubre un periodo de apenas
cinco años.
a) Libro primero. 1) Introducción. (1 Mach 1,1-66). Poco antes de morir
Alejandro Magno dividió su enorme imperio entre sus generales. De este modo
surgieron, entre otras, las dinastías de los Lágidas en Egipto y de los
Seléucidas (v.) en Siria.
Inicialmente Palestina estuvo bajo la dominación egipcia hasta que Antíoco
III el Grande (224-187; v.) logró imponer su poder. Su hijo y sucesor Seleuco IV
(187-176) siguió, en líneas generales, la misma actitud benevolente de su padre
hacia los judíos. En este tiempo tuvo lugar la singular conversión de Heliodoro
(cfr. 2 Mach 3,23-40). Pero a la muerte de Seleuco IV le sucedió Antíoco IV
Epífanes (176-163), usurpador del trono de Seleuco V, que comenzó una dura
persecución religiosa contra el pueblo hebreo.
Una vez consolidado en el reino, Antíoco IV concibió el propósito de
adueñarse de Egipto. Logrado su empeño se dirigió contra Israel y despojó al
Templo de sus tesoros. Dos años más tarde volvió sobre Jerusalén, a la que dejó
convertida en una ciudadela, saqueándola e incendiando sus casas y sus muros.
Llevado por su afán de poder, publicó un decreto en todo su reino para que todos
formasen un solo pueblo, dejando cada uno sus peculiares leyes y acatando la
religión y costumbres griegas. Mandó órdenes escritas para que se cumpliesen sus
disposiciones. En su odio hacia la religión judía ordenó que se suprimiesen el
santuario y los holocaustos, y se estableciera toda clase de impurezas y
abominaciones para que los judíos diesen en olvido la Ley. Llegó incluso a
prohibir la observación de la Ley de Dios bajo pena de muerte. Para que esto se
llevase a término instituyó inspectores en toda Israel. El a. 167 mandó colocar
sobre el altar de Yahwéh el ídolo de Júpiter Olimpo (Zeus) y dedicar a su culto
el Templo del Señor. Mandó edificar altares idolátricos en las ciudades de Judá.
Se ofrecieron inciensos en las puertas de las casas y en las calles y los libros
de la Ley que se hallaban eran rasgados y echados al fuego.
2) Sublevación de Matatías (1 Mach 2,1-69). Ante la impiedad en que se
veía envuelta Israel se alzó, lleno de temor de Dios, un recio y piadoso
sacerdote que habitaba en la tierra de Dan, en la ciudad de Modín: Matatías.
Tenía cinco hijos: Simón, judas, Juan, Eleazar y Jonatán. Fiel a las
prescripciones de la Ley, se negó a obedecer el decreto de Antíoco Epífanes y se
refugió en las montañas, donde se le unieron un grupo de asideos (v.), adictos a
la Ley. Llegó a formar un ejército con el cual recorría las ciudades destruyendo
los altares idolátricos y haciendo cumplir la Ley de Dios.
Antes de morir, Matatías reunió a sus hijos y les exhortó a que fueran
siempre fieles a la fe de Abraham, Finés (cfr. Num 25), David, etc.: «Recorred
de este modo todas las generaciones y veréis cómo ninguno que confía en Dios es
confundido» (1 Mach 2,61). Designó a judas como capitán del ejército, y nombró a
Simón, hombre prudente, como consejero.
3) Judas Macabeo (1 Mach 3,1-9,22). A sus hazañas se dedica la mayor parte
del libro. Su figura se hizo épica en la tradición posterior y la Biblia canta
de él que «fue semejante al león en sus gestas y como el cachorro que ruge tras
la presa» (1 Mach 3,4).
Su primera victoria la obtuvo contra Apolonio. Más tarde, con una
confianza plena en Dios, derrotó enteramente a Serán, jefe del ejército de
Siria. El rey Antíoco dio entonces orden de juntar un ejército poderosísimo.
Para cubrir los gastos decidió ir a Persia a cobrar los tributos de las regiones
que estaban bajo su dominio. Dejó regente en Antioquía a Lisias, que envió
40.000 hombres al mando de Nicanor, ayudado por Georgias. Judas les infligió una
grave derrota en los alrededores de Emaús. Enterado Lisias de lo acaecido
preparó, al año siguiente, un nuevo ejército de 60.000 hombres, el cual fue
destrozado en Bétsúr. Lisias se retiró a Antioquía, donde empezó a reclutar
mercenarios para acrecentar su ejército con el propósito de volver contra judas.
Tras estas victorias pudo judas entrar libremente en Jerusalén. Su primera
preocupación fue purificar el Templo y restablecer el culto. Para esto se
eligieron a sacerdotes irreprochables, amantes de la Ley, los cuales purificaron
el Templo y echaron las piedras del altar idolátrico en un lugar inmundo. Del
altar de los holocaustos que había sido profanado «les pareció buen consejo
destruirlo y depositar las piedras en el monte del Templo hasta que viniese un
profeta que diese oráculo sobre ellas» (1 Mach 4,45-46). Hicieron nuevos vasos
sagrados e introdujeron el candelabro, el altar de los perfumes y la mesa del
Templo, y dieron fin a la obra de la restauración. La dedicación del Templo
purificado se celebró el 25 dic. 164 a. C., tres años después de la profanación,
en la misma hora y en la misma fecha. Durante ocho días se celebró la renovación
del altar, y se ofrecieron los holocaustos y los sacrificios en acción de
gracias y de alabanzas.
Desde entonces se ordenó conmemorar anualmente esta fiesta de la
dedicación del altar (v. FIESTA II). Además se fortificaron Jerusalén y Bétsúr.
Cuando los pueblos vecinos se enteraron de lo acaecido, decidieron matar a
todos los israelitas que viviesen entre ellos. Por lo cual Judas se vio obligado
a hacerles la guerra. Una a una fueron cayendo las ciudades ante la valentía y
la fe de judas y de Simón, que no dejaban de recurrir a Dios antes de cada
combate. Una vez alcanzados todos los objetivos, juntaron a todos sus hermanos
israelitas y los trajeron a Judá para que morasen en paz.
Mientras tanto, moría Antíoco IV apesadumbrado por tantas derrotas. Dejó a
Filipo como regente de todo el reino hasta que su hijo tuviese edad de poder
gobernar. Una vez en el trono, Antíoco V Eupator, instigado por algunos
israelitas rebeldes, emprendió una campaña contra Judas. El ejército era de
100.000 hombres, con elefantes y caballos entrenados para la guerra. Las tropas
de judas se retiraron a Jerusalén. En estas circunstancias se enteró Lisias que
Filipo había vuelto de Persia y pretendía apoderarse del reino, por lo cual
resolvió convencer a Antíoco que lo mejor era pactar con los judíos y regresar a
Siria para atender las cosas del reino. Antíoco regresó a Antioquía y desalojó a
Filipo, el usurpador.
Por entonces regresó de Roma Demetrio I, legítimo heredero del trono, hijo
de Seleuco V, con lo que se inició una guerra civil en Siria, que duró muchos
años. Las tropas de Demetrio asesinaron a Antíoco y a Lisias. Instigado por
Alcimo, que pretendía el sumo sacerdocio, Demetrio envió primero a Báquides y
luego a Nicanor contra Judá. Judas después de invocar a Dios recordándole cómo
había enviado a su ángel en defensa de Ezequías contra Senaquerib, salió al
encuentro de Nicanor, al que derrotó. En agradecimiento al favor divino se
instituyó una fiesta anual el 13 del mes 'Ádár (febrero-marzo), día anterior a
la fiesta de Mardoqueo.
Deseando buscar la paz y conociendo el poderío y las virtudes del Imperio
romano, mandó judas a Eupolemo para pactar con Roma y librarse del yugo griego.
La embajada fue bien recibida por el Senado romano, el cual pactó con los judíos
una mutua alianza de defensa que, grabada en láminas de bronce, los legados de
Judas llevaron a Jerusalén.
Habiendo conocido Demetrio la derrota de Nicanor y su ejército, antes de
ser advertido por el Senado romano, envió por segunda vez a Báquides con Alcimo
a Judá para vengar la pasada derrota. En la encarnizada pelea tenida en las
cercanías de Jerusalén murió Judas. Jonatán y Simón tomaron el cuerpo de su
hermano y le dieron sepultura en Modín, junto al sepulcro de sus padres (160 a.
C.).
4) Jonatán, sucesor de Judas (1 Mach 9,23-12,54). La persecución de
Báquides se hizo sentir por todo Judá: «Fue ésta una gran tribulación en Israel,
cual no se vio desde el tiempo en que no había entre ellos profetas» (1 Mach
9,27). Los fieles israelitas eligieron como jefe a Jonatán, que hubo de
refugiarse en el desierto y enviar a su hermano Juan a pedir ayuda a los
nabateos (v.), pero en el camino, Juan fue asesinado en una emboscada. Las
guerras entre ambos ejércitos se fueron sucediendo. Al fin, Báquides, cuyas
fuerzas se habían ido debilitando, aceptó la propuesta de paz que le hacía
Jonatán, que de este modo quedó, aunque vasallo de Siria, dueño del país, con
excepción de Jerusalén y la fortaleza de Sión. Jonatán puso su residencia en
Majmas.
En Siria, por su parte, se hacían interminables las guerras civiles, todo
lo cual era favorable a Jonatán y su causa. En el trono de Siria se suceden
Demetrio I, Alejandro Balas, Demetrio II y Antíoco VI. Cuando éste llegó al
poder, escribió a Jonatán para confirmar las amistades y le honró casi como a
rey independiente.
Viendo Jonatán que las circunstancias le eran favorables, renovó la
alianza de amistad con los romanos y también con los espartanos. Al mismo tiempo
aprovechó para fortalecer Jerusalén y otras ciudades de Judá.
La traición de Trifón, que simuló su amistad, hizo que Jonatán acudiera
confiado a una entrevista en Baskama. Allí fue asesinado con los que le
acompañaban. Todo Israel hizo un gran duelo, y sus restos fueron enterrados en
Modín.
5) Simón, sumo sacerdote y príncipe del pueblo judío (1 Mach 13-16).
Muerto Jonatán, todo el pueblo eligió a Simón por caudillo: «Sé nuestro caudillo
en lugar de Judas y de Jonatán, tu hermano. Combate nuestras batallas; cuanto
nos digas lo haremos» (1 Mach 13,8-9).
El año 142 a. C. Simón obtuvo de Demetrio II, que había vuelto a tomar el
poder, el reconocimiento de la independencia de Israel y para sí la dignidad de
sumo sacerdote y príncipe de los judíos. Los documentos empezaron a encabezarse
con la siguiente inscripción: «El año primero de Simón, gran pontífice, general
y caudillo de los judíos» (1 Mach 13,42). Simón logró dominar definitivamente la
fortaleza de Sión y habitó allí con los suyos. Puso a su hijo Juan jefe de todas
las tropas con residencia en Gazer.
El gobierno de Simón fue de una gran prosperidad y paz, la Biblia lo
sintetiza diciendo: «Disfrutó de paz la tierra de Judá toda la vida de Simón,
que procuró la prosperidad de su pueblo; a todos fue grato su gobierno y gozó de
fama todos los días de su vida» (1 Mach 14,4). Y desde un punto de vista
religioso «dio seguridad a los humildes de su pueblo, tuvo celo por la Ley y
desterró a todos los impíos y malvados. Restauró la gloria del santuario y
aumentó los vasos sagrados» (1 Mach 14,14-15). Roma y Esparta renovaron la
alianza hecha con Jonatán, enviando la carta en placas de bronce. A su vez, el
pueblo, lleno de gozo por todo lo acaecido, grabó en placas de bronce y colgó en
columnas en el monte Sión una larga inscripción de reconocimiento a todo lo
realizado por Matatías y sus hijos en pro del pueblo. En ella se decía que los
judíos y sacerdotes resolvieron instituir a Simón por príncipe y sumo sacerdote
por siempre, mientras no apareciera un profeta digno de fe (cfr. 1 Mach 14,41).
Traicionado por Ptolomeo, hijo de Abubos, comandante del campo de Jericó,
murió Simón en una emboscada. De este modo quedó como sucesor Juan Hircano (v.
ASMONEOS).
6) Datos complementarios. 1 Mach fue escrito según unos cánones que
corresponden al concepto moderno de la historiografía. Da una información
bastante completa de la historia del periodo que narra. Inserta en sus páginas
diversos documentos oficiales, transcribiéndolos fielmente (cfr. 5,10-13;
8,23-32; 10,18-20; 10,25-45; 11,30-37; 12,623; 13,36-40; 14,27-45;
15,2-9.16-21). Refiere con gran abundancia los datos cronológicos y
topográficos.
El autor nos es desconocido. De los datos aportados por la crítica interna
parece que fue un judío palestinense contemporáneo a los hechos, de profunda fe
religiosa, y gran reverencia por el nombre de Dios, al que nunca nombra
expresamente, valiéndose de pericia gramatical para hacerle presente en todo
momento del relato.
Posiblemente fue escrito entre los años 135 al 63 a. C., es'decir, entre
el comienzo del reinado de Juan Hircano (último personaje nombrado en el libro)
y la ocupación de Jerusalén y la profanación del Templo por Pompeyo Magno (en 1
Mach se nota una actitud de estima por los romanos, difícil de concebir después
de la dominación romana). Por otros indicios parece que el término ante quem
debe colocarse antes del año 100 a. C.
Según datos de la tradición, el libro debió de escribirse originalmente en
hebreo o al menos en lengua semita. Sólo se ha conservado la versión griega y
las traducciones que de ella tienen su origen.
b) Libro segundo. El autor, inspirado por Dios, expone en un breve
prefacio el motivo por el que se decidió a escribir este libro: «La historia de
Judas el Macabeo y de sus dos hermanos, la purificación del gran Templo y la
dedicación del altar... fue narrada por Jasón de Cirene en cinco libros, que
nosotros nos proponemos compendiar en un solo volumen. Porque, considerando el
número excesivo de los libros y la dificultad que hallan, por la muchedumbre de
las cosas, los que quieren aplicarse a conocer la historia, hemos pensado
proporcionar solaz del alma a los aficionados a leer y dar a los estudiosos la
facilidad para aprender las cosas de memoria; en una palabra, alguna utilidad a
todos aquellos que tomen este libro en sus manos» (2 Mach 2,20-26). Los estudios
realizados hasta ahora no han logrado dar información segura sobre la figura del
citado Jasón y su voluminosa obra en cinco tomos.
Se narran una serie de episodios de la época de la lucha de los M. que se
pueden dividir en dos grandes partes. En la primera (cc. 3,1-10,9) están
contenidos los sucesos anteriores a la purificación del Templo por Judas
Macabeo: la misión de Heliodoro, enviado de Seleuco, para apoderarse de las
riquezas del Templo de Jerusalén, su castigo y conversión al Dios de Israel
(3,1-3,40); las intrigas de los sumos sacerdotes de Jerusalén contra Onías, su
deposición y asesinato (4,1-50); la persecución de Antíoco IV, y la profanación
del Templo (5,1-6,17); la historia de Eleazar y de los siete hermanos m. que,
con su madre, fueron martirizados por su fidelidad a la fe (6,187,42); la
derrota de Nicanor y la muerte de Antíoco IV
(8,1-9,29); la purificación del Templo y la restauración del culto
(10,1-8). En la segunda parte se relatan las hazañas de- Judas, sus victorias
contra los pueblos vecinos y su triunfo en la batalla librada contra Nicanor.
Termina con un breve epílogo.
Escrito originariamente en griego literario, el autor se deleita en las
peculiaridades estilísticas y pone especial énfasis en resaltar la protección
divina en favor del Templo y la heroicidad de la fe de los judíos piadosos en
medio de las persecuciones. Esto no quiere decir que descuide la narración
histórica, al contrario, aporta valiosos datos que armonizan, iluminan y
completan los referidos en el libro primero.
Tiene además una importancia singular desde el punto de vista del dogma:
enseña explícitamente muchas de las verdades de fe: la creación de la nada
(7,28); la resurrección de los cuerpos (7,11 s.; 14,46); la eficacia de la
oración de los santos en el cielo y su poder de intercesión por los vivos
(15,12-16); la eficacia de los sufragios por los difuntos (12,43-46), etc. Como
fecha más probable de composición parece fijarse el año 160 a. C., o poco
después.
2. Los, siete hermanos Macabeos (cfr. 2 Mach 7). Entre los judíos piadosos
que prefirieron conservar su fe y ser martirizados, antes que someterse a la
helenización impía pretendida por el rey Antíoco, la Biblia narra la historia de
siete hermanos que, con su madre, sufrieron martirio por su religión. La
tradición los ha designado con el nombre de Macabeos, por extensión del
sobrenombre de Judas.
Es una historia llena de fortaleza sobrenatural. El autor sagrado recoge
las breves palabras pronunciadas por cada uno de los hermanos antes de morir
asados en sartenes y calderos de bronce. Son verdaderas profesiones de fe
inconmovible, confianza y abandono en Dios. De modo particular se hace mención
de la madre, la cual viendo a cada uno de sus hijos morir entre los más crueles
tormentos exclama: «Yo no se cómo habéis aparecido en mi seno; no os he dado yo
el aliento de vida ni compuse vuestros miembros. El creador del universo, autor
del nacimiento del hombre y hacedor de las cosas todas, ése misericordiosamente
os devolverá la vida, si ahora por amor a sus santas leyes la despreciáis» (2
Mach 7,22-23). Al ver morir al más pequeño de sus hijos, la madre lo animaba
haciéndole notar que Dios ha hecho todo de la nada y, por tanto, es necesario
temer antes a Dios que a los hombres: «Ruégote, hijo, que mires al cielo y a la
tierra y veas cuanto hay en ellos y entiendas que de la nada lo hizo todo Dios y
todo el linaje humano ha venido de igual modo» (2 Mach 7,27-28).
V. t.: CRONOLOGÍA II; ASMONEOS.
BIBL.: l. SCHUSTER, l. B. HOLZAMMER, Historia bíblica, Antiguo Testamento, I, Barcelona 1946; A. PENNA, Macabeos (I y II libros de los), en F. SPADAFORA, Diccionario bíblico, Barcelona 1959, 369-371; íD, 1 e II Maccabei, Turín 1952; F. M. ABEL, Les livres des Maccabées, París 1949; G. RICCIOTTI, Historia de Israel, Barcelona 1949; P. LEMAIRE, D. BALDi, Atlante Storico della Biblia, Turín 1954; B. GIRBAU, Macabeos, en Enc. Bibl. IV,1132-1136; P. BELLET, Macabeos, Libros de los, en Enc. Bibl. IV,1137-1142.
M. A. TÁBET BALADY.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991