LYON, MÁRTIRES DE


48 cristianos que sufrieron martirio en Lyon en el a. 177 durante la persecución de Marco Aurelio. Lyon era una colonia romana fundada ca. 50 a. C. que, gracias a su privilegiada posición geográfica, se había convertido en centro de una provincia de considerable extensión. En el transcurso de la segunda mitad del s. II se habían establecido en Lyon -lo mismo que en Vienne- comunidades cristianas y aún en la actualidad nos preguntamos si las comunidades de ambas ciudades no serían la misma. El cristianismo llegó a esta parte de la Galia desde el Oriente. En una carta del a. 177, dirigida a las iglesias de Frigia y Asia, los cristianos de la comunidad de L. cuentan la racha de persecuciones que sufrían durante el reinado de Marco Aurelio. Eusebio (Historia eclesiástica, V,1-4) ha conservado, casi íntegra, está carta, que constituye el documento más antiguo y precioso sobre la historia del cristianismo en la Galia. Tal documento atestigua hasta qué punto eran estrechas las relaciones existentes entre las comunidades cristianas del valle del Ródano y la iglesia de Asia, confirmadas por el origen oriental de algunos de los 48 m. de L.: el obispo Potino, el presbítero Ireneo, Vecio Epagato, Alejandro de Frigia, Atalo de Pérgamo, Alcibíades, Pontico, Biblis. Otros nombres son latinos: Sanctus, Maturus, Blandinus.
      Probablemente esta comunidad tuvo como centro el barrio comercial de Ainay, ubicado en aquella época en las islas que se encuentran en la confluencia del Ródano y el Saona. En general, la opinión pública de los lioneses era contraria al cristianismo. Hacia el final del reinado de Marco Aurelio, los odios se exasperaron al conjuro de una serie de calamidades públicas cuya responsabilidad se atribuyó injustamente a los cristianos. Los rumores malévolos acabaron por tomar fuerza suficiente para hacer que las autoridades interviniesen. Se arrestó a un cierto número de cristianos y los condujeron al foro, que ocupaba el actual emplazamiento de Fourviére. Fueron interrogados junto con sus esclavos, algunos de los cuales eran paganos, y cerca de una decena de ellos apostataron. Pero lo particularmente grave fue que los esclavos paganos atestiguaron falsamente los crímenes que se imputaban a sus amos: matanzas de niños y actos de perversión. La ausencia del legado imperial hizo que de tales procesos no resultase sentencia alguna. Medio muertos como consecuencia del interrogatorio y de las torturas, los mártires fueron conducidos a calabozos muy duros, donde algunos murieron, como Potino, primer obispo de L. Los apóstatas, que no habían sido separados de los otros, conmovidos por el amor que les testimoniaron los confesores y reconfortados por el ejemplo que de ellos recibían, reconocieron su debilidad y volvieron a profesar su fe.
      Llegó más tarde un legado imperial y se pronunciaron varias sentencias. Sanctus, que era sin duda jefe de un grupo cristiano de Vienne, Maturus, Atalo de Pérgamo y Blandinus fueron condenados a las fieras y enviados al circo, donde algunos perecieron; se libraron Blandinus, al que no atacaron las fieras, y Atalo, que resultó ser ciudadano romano. Antes de proceder a nuevas ejecuciones, el legado consultó al Emperador, respondiendo Marco Aurelio que era necesario decapitar a quienes se declarasen cristianos y absolver a quienes lo negasen.
      Tales instrucciones se cumplieron con creces. El 1 de agosto, fecha en que las fiestas de Roma y de Augusto atraían a L. una multitud de extranjeros, los juegos circenses formaron parte de las celebraciones oficiales. Y, si bien es cierto que se decapitó a los cristianos que tenían el título de ciudadanos romanos, aún quedaron suficientes para luchar con las fieras, incluidos Atalo de Pérgamo y el médico Alejandro. Los últimos fueron un adolescente, Ponticus, y el extraordinario Blandinus, que tan gran impresión debió de causar, al decir de Eusebio, entre los mismos paganos. Las víctimas sufrieron persecución incluso más allá de la muerte. Se quemaron sus cuerpos y se arrojaron sus cenizas al Ródano. De creer a una tradición que corría durante el s. VI, las cenizas de los mártires pudieron ser salvadas y, bien que en simulacro, los fieles pudieron amortajarlas (Gregorio de Tours, De gloria martyrum, 48-49).
      El culto. Este aserto de S. Gregorio de Tours (v.) debe ser considerado con reservas. Según el contexto, el simulacro habría tenido lugar algún tiempo después de la pasión de los mártires. Sin embargo, en la carta de la comunidad de L. a las iglesias de Asia no se hace alusión alguna al hecho. S. Agustín, que volvió sobre el tema, afirmó que la sepultura carece de importancia y explica que las cenizas de los mártires fueron arrojadas al Ródano sin más. En consecuencia, el culto a los m. de L. se localizó, según algunos autores, en la Iglesia de los Apóstoles y los 48 mártires, que luego tomó el nombre de S. Nizier y que fue catedral de L. hasta el s. V. Otros creen que hay que localizar el culto más antiguo a estos mártires en S. Martín de Ainay. Gregorio de Tours cuenta, en efecto, que sufrieron el martirio en Ainay, y que por ello se les llama los mártires de Ainay. Es poco probable y, por lo demás, la identificación está controvertida. No obstante, S. Martin de Ainay fue, durante la Edad Media, centro de peregrinaciones en honor de los m. de L.
      El martirio de S. Potino y de sus compañeros fue conocido pronto por la Iglesia universal, gracias a la narración de Eusebio, muy leída en Oriente, y en Occidente a través de la traducción de Rufino. El Martirologio (v.) jeronimiano indica en el 2 de junio la fiesta de los 48 mártires y enumera sus nombres. S. Beda el Venerable (v.) compuso una reseña sobre el relato de Eusebio. Los m. de L., en fin, recibieron un tratamiento notable en el martirologio de un autor anónimo cuyo ejemplar se encuentra en la Biblioteca Nacional de París bajo la reseña: latin 3879. Su oficio no se ha celebrado nunca por la Iglesia universal, sino solamente por la iglesia de Lyon y algunas diócesis vecinas.
     
     

BIBL.: PG 5,1409; art. Lyon, en DACL X,72-121 y 399; C. JULLIAN, Histoire de la Gaule, IV (1914) 436-492; VI (1920) 515; H. DELEHAYE, Origines du culte des martyrs, 2 ed. Bruselas 1933, 12,86,352; H. QUENTIN, Martyrologes historiques du moyen áge, París 1908, 98,149,314,384,609 y 672; íD, La liste des martyrs de Lyon, en «Anallecta Bollandiana» 39 (1921) 113-118; E. GRIFFE, La Gaule chrétienne, t. I, París 1947; BENEDICTINOS DE PARÍS, Vies des Saints, VI, París 1948, 26-40; A. CHAGNY, Les martyrs de Lyon de 177, Lyon 1936.

 

HUBERT CLAUDE.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991