LYON, CONCILIOS DE
Se denominan así los dos Conc. ecuménicos celebrados en la ciudad de L. en los
años 1245 y 1274, XIII y XIV del total de los ecuménicos.
2. El segundo Concilio de Lyon. La originalidad de este Concilio
ecuménico, el 14 en la lista general, reside en el hecho de haber sido el primer
Concilio de unión entre griegos y latinos, desde el cisma de 1053. Pero las
condiciones en las que se llevaron a cabo las negociaciones no le permitieron
establecer un acercamiento serio y duradero.
Después de la muerte de Clemente IV, la Santa Sede estuvo vacante durante
casi tres años. Los cardenales eligieron, por fin, el 1 sept. 1271, a Teobaldo
Visconti, que se encontraba entonces en San Juan de Acre, en Tierra Santa, quien
tomó el nombre de Gregorio X. El nuevo Sumo Pontífice estaba muy preocupado por
el problema de las relaciones entre los cristianos de Oriente y de Occidente.
También, poco después de su elección, el 27 mar. 1272, convocó para el 1 mayo
1274 un Concilio general. El 24 oct. 1272 había invitado al Concilio al
Emperador bizantino Miguel Paleólogo y al Patriarca de Constantinopla. También
fueron invitados a las deliberaciones del rey y el katholikos de Armenia, el kan
de los tártaros, del que el Papa había oído decir que era benévolo para con el
cristianismo, y algunos grandes teólogos, como S. Tomás de Aquino y S.
Buenaventura. Pero S. Tomás no llegó nunca al Concilio, porque después de
haberse puesto en camino desde Nápoles hacia L., murió en el viaje, en el
monasterio de Fossa Nova, el 7 mar. 1274.
El Concilio se abrió en la catedral de S. Juan con una alocución de
Gregorio X el 7 mayo 1274. El Papa trazaba el programa de acción de la asamblea:
la puesta en marcha de la reconquista de Tierra Santa, la unión con los griegos
y la reforma de la Iglesia. La participación era numerosa, aunque no fuera tan
elevada como en el gran Concilio de Letrán de 1215. Se puede dar por segura la
presencia efectiva de casi 200 prelados, siendo los italianos los que
constituían el grupo más numeroso. El Sacro Imperio estaba representado por unos
40 obispos, Francia por unos 30, Inglaterra y España por 20 aproximadamente. La
cristiandad latina de Oriente había delegado a los Patriarcas de Constantinopla
y de Antioquía. El Emperador Miguel Paleólogo había enviado una limitada
delegación que llegó el 24 de junio. En ella estaban Germán II, anciano
patriarca griego de Constantinopla, Teófanes, metropolitano de Nicea, y muchos
funcionarios entre los cuales estaba el logotetos imperial. El Concilio celebró
sus sesiones el 18 de mayo, el 7 de junio, el 6 de julio, el 16 y el 17 de julio
de 1274. Fue en la sesión del 6 de julio cuando se realizó la unión con los
griegos. El Emperador Miguel Paleólogo había dado instrucciones muy precisas a
su delegación con el fin de restablecer la comunión entre las dos iglesias. Los
motivos que él tenía no sólo eran religiosos sino que también había razones
políticas. De hecho, lo contencioso no fue estudiado a fondo, y los delegados
del Basileus aprobaron sin discusión real la profesión de fe que se les había
presentado y que contenía el reconocimiento del primado del Papa, el principio
de la apelación a Roma como recurso supremo en materia eclesiástica, la mención
del nombre del Sumo Pontífice en la liturgia. Aceptaron la fórmula de los
latinos sobre la procesión del Espíritu Santo, es decir, la adición en el Credo
del Filioque. En este mismo día, el 6 de julio, cantaron en la misa solemne el
Credo en griego y en latín con esta fórmula. Sin embargo, consiguieron, después
de haber indicado que consideraban esta fórmula perfectamente legítima, mantener
la formulación anterior de su Credo. El único elemento positivo, del que en el
siglo siguiente el card. Bessarion (v.) sacará el argumento definitivo en favor
de la unión, fue que en el can. I se recordaba que los padres griegos y latinos
habían enseñado la misma doctrina sobre la procesión de la tercera Persona de la
Trinidad. Sin embargo, este decreto de unión no iba a ser duradero, pues el
episcopado bizantino, muy reticente desde el principio, no lo aceptó, pensando
que la delegación enviada por el Basileus había sido poco representativa, y poco
serias las discusiones que habían tenido lugar sobre lo contencioso que separaba
a los griegos y a los latinos. Además, el Papa no prestó al Basileus el apoyo
suficiente que éste esperaba y el Concilio de Unión no tuvo ningún efecto en la
realidad.
Si el aspecto principal del Concilio fue la unión de los griegos con la
Iglesia católica, hubo otros aspectos que, aunque fueron menos espectaculares,
no por eso fueron menos importantes. El 1 nov. 1274, tres meses después de la
clausura del Concilio, Gregorio X promulgó la colección de los 31 cánones que la
asamblea había adoptado. El can. 2 revestía una gravedad particular, porque
determinaba los detalles de la elección pontificia y acentuaba la rigidez de la
clausura de los cónclaves. Excepto algunas modificaciones de detalle, este canon
permanece todavía en vigor. Preveía que diez días después de la muerte del Sumo
Pontífice, los cardenales se reunirían para elegir al sucesor en un lugar
totalmente separado del mundo exterior. Para evitar que la sede estuviera
vacante durante demasiado tiempo, se había prescrito que si no habían hecho la
elección al cabo de tres días, no recibirían nada más que un plato a mediodía y
por la tarde. Cinco días más tarde, el plato único sería reemplazado por pan,
vino y agua. Además, estaba previsto que durante la duración del cónclave no
percibirían las rentas que sacaban de la Sede durante la vacancia. De este modo
se tomaron todas las disposiciones materiales para acelerar la elección, pues
Gregorio X se acordaba del interregno de tres años que había precedido a su
propia elección. Los cánones 3 y 11 reglamentaban las diversas elecciones
eclesiásticas y los can. 13 y 18 las modalidades de la concesión de los
beneficios. El can. 23 confirmaba los derechos que los dominicos y los
franciscanos habían obtenido de los predecesores del Sumo Pontífice y que
continuaban siendo discutidos por los sacerdotes seculares. De nuevo, Gregorio X
les concedió el poder de predicar y de confesar en las parroquias. A pesar de
esto, el asunto no quedó solucionado y las tensiones entre el clero parroquial y
las órdenes mendicantes continuaron hasta el Conc. de Trento. Como conclusión de
sus trabajos, el Concilio puso fin a la vacancia del trono imperial. Había dos
candidatos: Alfonso de Castilla y Rodolfo de Habsburgo. Después de haber
escuchado las promesas de Rodolfo, el Papa apoyó su candidatura y fue elegido el
1 oct. 1273. A lo largo del Concilio también se solucionaron algunos problemas
políticos de menor importancia: el rey de Francia restituyó al Papa el condado
de Venecia, y el rey Jaime de Aragón prestó homenaje al Sumo Pontífice, antes de
recibir su corona. Se vio a la misma delegación del kan de los tártaros negociar
con el Papa para lograr su apoyo en contra de Egipto; en contrapartida, el Sumo
Pontífice intentó obtener facilidades para la difusión del cristianismo en
Extremo Oriente.-
Por su amplitud, que recordaba a la del gran Concilio de Letrán de 1215,
este segundo Concilio ecuménico de L. mostraba el grado de poder a que había
llegado el Papado. Es el primer Concilio medieval que por la procedencia
geográfica de los asistentes sobrepasó los límites de la cristiandad occidental.
Pero los esfuerzos para unir a los griegos con la Iglesia católica no había sido
lo suficientemente profundos para que pudieran ser duraderos. Será necesario
esperar al concilio de Florencia (v.) para que el diálogo pueda ser reanudado de
manera positiva.
JEAN CHÉLINI.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991