LITURGIA I. ESTUDIO GENERAL.


l. Uso de la palabra y evolución de su concepto. Liturgia es palabra griega, compuesta del adjetivo leitos (formado del sustantivo laos=pueblo) y de la raíz erg que aparece como sustantivo (ergon) y como verbo (erdo, erxa), y significa obra, servicio, acción. Etimológicamente, significa, pues, acción pública, servicio público, obra pública.
     
      a) En la cultura helenística, se usa generalmente esta palabra para significar las obras que se relacionan con el pueblo en cuanto que se hacen para su utilidad o en su servicio. De modo más preciso podemos distinguir diversos aspectos:
     
      (a) Aspecto técnico-político: l. no es un servicio cualquiera hecho al pueblo, sino el que se realiza por determinado orden o categoría de personas. Este servicio se hace en virtud de una ley especial, por una elección particular, por amor a la república o por la ambición. En Atenas se conocían dos clases de liturgias: liturgias cíclicas, realizadas por determinadas personas que se turnaban en tal servicio, p. ej., la preparación o mantenimiento de los juegos públicos, preparación de las legaciones solemnes, etc.; liturgias extraordinarias, como la preparación de una nave para la guerra, los trabajos especiales en orden a la misma por los que no eran aptos para ella, etc. Según Aristóteles, la l. pertenece a las notas esenciales de la democracia; los ciudadanos no deben procurar sólo el bien privado, sino también el bien común, y esto no sólo con los tributos, sino también con su actividad personal. La l. se refiere, por lo mismo, a la actividad personal y a su realización material (cfr. Politica, 5,8).
     
      (b) Extensión del aspecto político-técnico: cuando se debilita el sentido democrático en la Grecia antigua, se comienza a designar como l. obras que, sin perder enteramente el carácter de servicio común, tienen un sentido más restrictivo y sumamente diverso, p. ej., el servicio militar, la agricultura, la misión de los siervos, etc.; hasta algunos ejercicios físicos son llamados liturgia.
     
      (c) Aspecto cultual: la palabra l. aparece entre los griegos con mucha frecuencia para designar el culto a los dioses, lo cual no es extraño, pues éste se consideraba como un oficio realizado en nombre del pueblo y por el pueblo. Existen no pocas inscripciones anteriores a Cristo que lo muestran: p. ej., la de Delfos (s. II a. C.; V.): «liturgias de los dioses»; se encuentra también en obras de autores profanos, como en Diódoro, que habla muchas veces «del culto y de la liturgia de los dioses».
     
      Así, pues, l. en la cultura griega helenista significa «un servicio en cierto modo oneroso» o «servicio con obligación»; sin embargo, cuando con ella se designa el culto religioso adquiere un nuevo sentido. Con el mismo significado entró esta palabra en Egipto después de su helenización.
     
      b) Liturgia en la versión alejandrina del A. T. Unas 143 veces aparece la palabra l. en diversas formas, pero sin el significado técnico que tenía para los griegos, prácticamente desconocido por los judíos; pocas veces aparece usada esta palabra para significar cualquier servicio en general. El sentido casi específico con que aparece la palabra l. en la versión griega del A. T. es cultual y sagrado: el altar, el templo, el tabernáculo, Dios, el nombre de Dios, etc., y esto en un sentido enteramente bíblico. Con la palabra l. no se designa cualquier clase de culto, sino el culto especial llamado «levítico», determinado por cierta ley, que se hacía en nombre del pueblo, por personas elegidas por el mismo Dios y consideradas nobilísimas en todo Israel. Por eso aparece principalmente en los libros y lugares que tratan del culto levítico, p. ej., Ex 28,35. Pero también aparece con la significación de un culto espiritual, como en Is 61,6; Eccl 4,14; 24,10; Sap 18,2l. En este sentido aparece también con bastante frecuencia en la literatura rabínica.
     
      Sintetizando, podemos decir que en el A. T. cuando se usa la palabra griega liturgia, para traducir las palabras hebreas seret y `ábad, significa casi exclusivamente el culto ritual del templo y los ritos que se realizan en él. Posteriormente, bajo el influjo de la predicación profética, se extiende también al culto espiritual (oración, lectura de la Palabra de Dios).
     
      c) Liturgia en el N. T. Pocas veces aparece la palabra l. en el N. T., sobre todo si lo comparamos con el A. T., pues sólo se encuentra unas 15 veces (Rom 13,6; 15,27; 2 Cor 9,12 Philp 2,17.25.30; Hebr 1,7.14; 8,2.6. 9,21; 10,11; Lc 1,23; Act 13,2). Generalmente aparece esta palabra en sus diferentes formas con un triple sentido: profano, ritual según el A. T., y culto espiritual según los libros posteriores del A. T. y la literatura rabínica. Podemos agruparlos así: 1) para indicar el culto ritual del A. T.: Lc 1,23; Hebr 9,21; 10,11; 2) para indicar un servicio oneroso según la significación corriente en el helenismo: Rom 15,27; 2 Cor 9,12; Philp 2,25.30; 3) para indicar un servicio general debido a personas de una categoría superior: Rom 13,6; Hebr 1,7.14; 4) para indicar el nuevo culto de los cristianos en general, sin una determinación clara en orden al culto sacramental: Act 13,2; 5) para indicar el culto espiritual de los cristianos en oposición a los sacrificios cruentos del A. T., aunque el término tiene aquí un cierto sentido sacrificial y sacerdotal: Rom 15,16; Philp 2,17; Hebr 8,2.6.
     
      d) En los primeros escritores cristianos. Igual que en el N. T., el término l., en sus diferentes formas, no aparece con mucha frecuencia en los escritores cristianos de los primeros tiempos. El significado con que aparece es muy diverso: La Didaqué (15,1) la refiere a la Eucaristía; S. Clemente Romano designa con ella un servicio en general (1 Cor 20,10), el servicio de los ángeles a Dios al cantar el trisagio (ib. 34,5,6), el servicio con el que los santos honraron a Dios con su vida (ib. 9,2.4), el oficio y misión de los apóstoles en la grey de Cristo, donde es posible ver también un sentido cultual (ib. 44,2-6), servicio cultual del N. T. (ib. 40,2), el servicio cultual en general (ib. 41,l.2), el servicio cultual del obispo (ib. 40,5).
     
      En otros autores antiguos se utiliza la palabra l. o sus equivalentes, según las formas diversas que se emplea, para significar: 1) Un servicio sagrado (cfr. Const. Apost. 11,25,5.6.7.14; 26,l.5; 63,1; VIII,4,5; 5,6; 18,3; 46,5; 47,15.28.36); indiferentemente se emplea la palabra l. para indicar cualquier acción cultual en la Iglesia, ya sea realizada por el obispo, por el presbítero o cualquier otro orden clerical; de modo especial se llama l. a los oficios divinos (cfr. Teodoreto, Hist. Eccl. 11,24,8.10: PG 82,1060). 2) Una misión de la Jerarquía (Teodoreto, o. c., 1,3,3: PG 82,886; Eusebio de Cesarea, Hist. Eccl. 3,13.34).
     
      e) Resumiendo, podemos decir que el sentido técnico original griego de la palabra l. no aparece generalmente en la S. E. El uso cristiano de esta palabra indica un sentido estrictamente cultual, tal vez por influjo de la versión alejandrina del A. T.; sin embargo, en los primeros tiempos del cristianismo ese uso no indica tanto el aspecto ritual externo, como en el A. T., cuanto el interno y espiritual, o mejor, el culto en general. En los escritores antiguos extrabíblicos l. significa diversos ritos cristianos como el Bautismo, la Eucaristía, la salmodia, y también otros ministerios sagrados que realizan las personas de la Jerarquía eclesiástica. La primera raíz etimológica de la palabra l. ha tenido poco influjo, o ninguno, en la determinación del sentido y del uso de esa palabra en la S. E. y en los antiguos escritores cristianos.
     
      2. Definición y sentido de la Liturgia cristiana. La palabra l. que significó un ministerio, acción u oficio en favor del pueblo, actos cúlticos paganos, el culto religioso del pueblo hebreo, las acciones cultuales de los cristianos, ha llegado hasta nosotros para designar hoy en general al culto oficial de la Iglesia Católica. Antes del s. XVI para designar lo que conocemos con el nombre de Liturgia se utilizaban los términos: divinos oficios, divinos misterios, divinos servicios, etc. El autor más antiguo conocido hasta la fecha que usó el adjetivo liturgicus es Cassander en su obra Liturgica de ritu et ordine coenae quam celebrationem Graeci liturgíam, Latín¡ missam appellarunt, 1558; en 1571 lo repite Pamelius (Jacques de Joigny) Liturgica latinorum, publicada en Colonia. Se latiniza definivamente este vocablo en el s. XVII, como lo muestra alguna obra de Dom Mabillon (p. ej., De liturgia gallicana libri tres, París 1685), y unos años antes el card. Bona en su obra Rerum liturgicarum libri duo, 1671; pero en esas obras tiene un sentido restringido para significar sólo la Misa. Hasta el s. XVIII no se generaliza para englobar con esa palabra los actos oficiales del culto católico. En el s. XIX aparece varias veces en documentos pontificios y en los Decretos de la Sagr. Congr. de Ritos (cfr. enc. Inter gravissimas de Gregorio XVI, 3 feb. 1832; la Carta Apost. Studium pio, del mismo Papa, a mons. Gousset, arz. de Reims, el 6 ag. 1842; Carta Apost. Non mediocri de Pío IX al arz. de Lyon, el 17 mar. 1864; enc. Omnem sollicitudinem del mismo Sumo Pontífice, el 13 mayo 1874; los Decretos de la S. C. de Ritos n° 2692 de 1832, n° 3948 de 1897, n° 3999 de 1898). Oficialmente aparece la palabra L. para designar todo el conjunto de los actos oficiales del culto de la Iglesia Católica en el Código de Derecho Canónico, promulgado en 1917. Pío XI, en la Const. Divini cultus, del 20 dic. 1928, dice que Liturgia «es una voz peculiar apta para indicar este ministerio augusto y público».
     
      Más importante que todo esto es determinar los constitutivos esenciales de la naturaleza de la L., cosa que no era fácil, por la escasez de medios con que contaban los liturgistas y teólogos, antes de S. Pío X y, sobre todo, antes de la aparición de la enc. Mediator Dei de Pío XII en 1947. El P. Schmidt, profesor de la Gregoriana, en su Introductio in Liturgíam occidentalem, señala 30 nociones de L. dadas por otros tantos autores de importancia. En ellas se oscila desde el concepto puramente rubricístico e histórico hasta el teológico, más profundo y exacto, sin olvidar su proyección pastoral y ecuménica ni su ordenación y referencia a la vida espiritual. Otros liturgistas, como Dom Capelle (v.) prefieren no tratar de definiciones, sino de expresar las notas esenciales de la L., como ellos la conciben, ya que, no siempre, por ser liturgista, se tiene la formación filosófica adecuada para encerrar toda la realidad de la L. en una definición auténtica de la misma, como exigen las reglas de la Lógica. Con todo, para evitar confusiones y vivir plenamente la L. de la Iglesia, se requiere más que la fórmula definitoria en sí, expresar en toda su realidad su propia naturaleza.
     
      a) Concepto de la Liturgia según diversos autores. No damos una lista exhaustiva; tampoco es necesario, pues con pocas diferencias se pueden agrupar todas las demás en las siguientes, de las que excluimos las que tienen un aspecto meramente rubricista (v. RÚBRICA), abiertamente censuradas por Pío XII en la Mediator Dei.
     
      (a) Dom Guéranger (v.): «La Liturgia, considerada en general, es el conjunto de símbolos, de cantos y de acciones por cuyo medio la Iglesia expresa y manifiesta su religión hacia Dios... La Liturgia es la expresión más alta y más santa del pensamiento y de la inteligencia de la Iglesia, ya que es realizada por la Iglesia misma en comunicación directa con Dios en la confessio, en la oración y en la alabanza» (Institutions liturgiques, 2a ed. París 1883, 1,1 y 2).
     
      (b) Dom L. Beauduin (v.): «El culto de la Iglesia» (Essai de manuel fondamental de liturgie, «Questions liturgiques et paroissiales», 1912, 56-58). Con esta noción coinciden también la de Dom Caronti: «el culto que la Iglesia rinda a Dios» (Pour une définition de la liturgie, «Quest. Lit. et Par.» 1921, 224); la de Dom Cabrol (v.): «La Liturgia en su acepción actual, que no es muy antigua, se puede definir por el culto público y oficial que la Iglesia cristiana rinde a Dios» (DTC X,787); la de Righetti: «Liturgia es el culto público y oficial que la Iglesia rinde a Dios» (Historia de la Liturgia, I, Madrid 1955, 9 ss.); y las de otros.
     
      (c) Dom Oppenheim: «La Liturgia sagrada es la continuación del sacerdocio de Cristo en cuanto que por el culto común, y social de la Iglesia, por las formas externas del culto, especialmente en el Sacrificio de la Misa y en los Sacramentos, no sólo se recuerda la memoria de la obra redentora de Cristo, sino que actualmente se representa y se realiza, se aplica a cada uno; y en esto se da, de hecho, a Dios sumo honor por Cristo y su Iglesia, se distribuye a los fieles que se unen a Cristo y a la Iglesia la gracia de la Redención de un modo abundante... Liturgia es el culto público de la Iglesia, ordenado por la competente, es decir, suprema autoridad en la Iglesia; consta de actos externos e internos, y se realiza por los ministros deputados, juntamente con el pueblo de los fieles que participan» (Notiones liturgiae fundamentales, Turín 1941, 20-21 y 40).
     
      (d) R. Guardini (v.): «Liturgia es el culto público y oficial de la Iglesia, ejercido y regulado por los ministros por ella seleccionados para ese fin, es decir, por los sacerdotes» (El espíritu de la Liturgia, 2 ed. Barcelona 1945).
     
      (e) Dom O. Casel (v.): «Liturgia es el misterio cultual de Cristo y de la Iglesia», o «Liturgia es la acción ritual de la obra de la salvación hecha por Cristo en la Iglesia y por la Iglesia, esto es, la presencia de la obra divina de la redención bajo el velo de símbolos» (Mysteriengegenwart: «Jahrbuch für Liturgiwissenschaft», 8, 1928, 212 y 145).
     
      (f) H. Schmidt: «Liturgia es la obra de glorificación de Dios y la santificación del hombre que la comunidad eclesiástica celebra, para reconocer la excelencia divina y la sumisión de sí misma a Dios Padre, por el ministerio sacerdotal de Cristo y con el piadoso aliento del Espíritu Santo» (o. c. 64).
     
      (g) Dom C. Vagaggini (v.): Partiendo de los elementos que pertenecen a la L. en toda su integridad concreta y de la noción rigurosa de definición según la Lógica, define la L. de esta manera: «La Liturgia es el conjunto de signos sensibles de cosas sagradas, espirituales, invisibles, instituidos por Cristo o por la Iglesia, eficaces, cada uno a su modo, de aquello que significan y por los cuales Dios (el Padre por apropiación), por medio de Cristo, cabeza de la Iglesia y sacerdote, en la presencia del Espíritu Santo, santifica a la Iglesia, y la Iglesia, en la presencia del Espíritu Santo, uniéndose a Cristo, su cabeza y sacerdote, por su medio rinde como cuerpo culto a Dios (al Padre por apropiación)». O, en una forma más reducida: «Liturgia es el conjunto de signos sensibles, eficaces, de la santificación y del culto de la Iglesia» (El sentido teólógico de la Liturgia, 2 ed. Madrid 1965, 30 y 32).
     
      b) Concepto de la Liturgia en los documentos pontificios. No hablamos de definiciones, pues no se conocen en tales documentos, aunque todos ellos dan elementos preciosos que muestran la naturaleza propia de la Liturgia.
     
      (a) San Pío X (v.): No encontramos en sus documentos una exposición sistemática de la naturaleza propia de la L.; no pretendió hacerlo. Mas en el primer documento de su Pontificado aparecen unas frases sobre la naturaleza de la L. que podemos decir han marcado época y han llevado los estudios y el apostolado litúrgico a su verdadero camino. Afirma claramente que «los misterios sacrosantos y la oración pública y solemne de la Iglesia» constituyen «fuente primera e indispensable» del verdadero espíritu cristiano (Motu Proprio Tra le sollecitudini, del 22 nov. 1903).
     
      (b) Pío XI (v.): considera a la L., en la Const. Divini cultus, «la acción sagrada por excelencia» y «la Iglesia en oración».
     
      (c) La encíclica Mediator Dei de Pío XII: En muchos documentos, y sobre todo en esta encíclica, dio Pío XII (v.) un claro y genuino concepto de la L., de tal forma que a él se debe sobre todo su revalorización en la vida de la Iglesia. Refiriéndose a la Mediator Dei ha dicho un gran liturgista: «jamás, creo, se ha definido la Liturgia con tal plenitud de doctrina y de virtualidades» (L. Beauduin, La liturgie: définitivn-hiérarchie-tradition, «Quest. Lit. et Par.» 29, 1948, 125). Con esta encíclica quiso Pío XII promover rectamente la reforma litúrgica (v.); fue considerada desde el momento de su aparición como Carta magna de la L., de forma que promovió con gran vigor y entusiasmo el llamado «movimiento litúrgico» (v.) allí donde aún no había entrado y purificó de errores y exageraciones donde había sobrepasado su recto cauce.
     
      Referiremos en primer lugar algunas frases de la Mediator Dei: «No tienen, pues, noción exacta de la Liturgia los que la consideran como una parte sólo externa y sensible del culto divino o un ceremonial decorativo; ni se equivocan menos los que la consideran como un mero conjunto de leyes y preceptos con que la Jerarquía eclesiástica ordena el cumplimiento de los ritos» (Mediator Dei, AAS 39, 1947, 530). «El sacerdocio de Jesucristo se mantiene siempre activo en la sucesión de los tiempos, ya que la Liturgia no es sino el ejercicio de este sacerdocio» (ib. 529). «La sagrada Liturgia es el culto público que nuestro Redentor tributa como Cabeza de la Iglesia, y el que la sociedad de los fieles tributa a su Fundador y, por medio de El, al Eterno Padre; es, diciéndolo brevemente, el completo culto público del Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, de la Cabeza y de sus miembros» (ib. 528-529). «Tal es la esencia y razón de ser de la sagrada Liturgia; ella se refiere al sacrificio, a los sacramentos y a las alabanzas de Dios, e igualmente a la unión de nuestras almas con Cristo y a su santificación por medio del divino Redentor, para que sea honrado Cristo, y en El y por El toda la Santísima Trinidad» (ib. 583).
     
      La encíclica consta de una introducción y de cuatro partes. En la introducción, después de exponer los fundamentos generales de la L. de la Iglesia, se da el motivo de la encíclica: promover la formación y participación litúrgica del pueblo y cuidar que se eviten los extremos por defecto y por exceso en ello. En la primera parte habla de la L. como culto integral del Cuerpo Místico (v.), y como un ejercicio del sacerdocio de Jesucristo; no sólo se ha de cuidar del culto externo en la celebración litúrgica, sino también del interno que es más principal, y por lo mismo no hay oposición entre celebración litúrgica y ejercicios piadosos, o entre piedad litúrgica u objetiva y piedad extralitúrgica o subjetiva; inmediatamente expone el carácter jerárquico de la L., para deducir cómo ha de estar siempre regulada por la competente Jerarquía de la Iglesia, a la cual incumbe todo progreso y desarrollo de la L., ya que ésta, además de su elemento divino, tiene un elemento humano que está sujeto a sucesivas modificaciones en el transcurso del tiempo (v.
     
      DERECHO LITÚRGICO; RÚBRICAS). En la parte segunda da una síntesis de la doctrina y disciplina de la Iglesia sobre la Eucaristía (v.): naturaleza del sacrificio eucarístico, participación de los fieles en el sacrificio eucarístico, la comunión eucarística, y la adoración de la Eucaristía. La parte tercera trata del oficio divino (v.) y del año litúrgico (v.). La parte cuarta da unas directivas pastorales: recomendación de otras formas de piedad, espíritu y apostolado litúrgicos (texto oficial: AAS 39, 1947, 521-595).
     
      Es admirable el equilibrio de toda la encíclica: se corrigen defectos y errores que destruyen la verdadera vida litúrgica de la Iglesia, se da alientos a los promotores de la renovación litúrgica y se invita a todos a entrar en ella, pues, como el mismo Pío XII dijo en otra ocasión, es «como un paso del Espíritu Santo por su Iglesia». No es de extrañar, por eso, que se haya utilizado tanto esta encíclica en la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la L. del Vaticano II. Se pueden contar unas 20 citas de esta encíclica en el esquema primero de la referida Constitución y aparecen también en los fascículos con las enmiendas propuestas por los Padres conciliares; aunque no aparezcan todas las citas en el texto definitivo, se conservaron los conceptos a que tales citas hacían referencia.
     
      (d) Dentro del Pontificado de Pío XII podemos citar también dos Decretos de la Sagr. Congr. de Ritos que hacen referencia a la naturaleza de la L.: «Se instruye a los fieles sobre el sumo valor de la Sagrada Liturgia, que, por su naturaleza, supera ampliamente a las otras especies y costumbres de devoción aunque sean óptimas» (De ordine hebdomadae sanctae rite peragendo, del 16 nov. 1955: AAS 47, 1955, 847, n. 23); «La Liturgia sagrada es el culto público integral del Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, de la cabeza y de sus miembros. De ahí que son acciones litúrgicas aquellos actos sagrados que, por institución de Jesucristo o de la Iglesia y en su nombre, son realizados por personas legítimamente designadas para este fin, en conformidad con los libros aprobados por la Santa Sede, para dar a Dios, a los santos y a los beatos el culto que les es debido (can. 1256); las demás acciones sagradas que se realizan en una iglesia o fuera de ellas, con o sin sacerdote que las dirija o presencie, se llaman ejercicios piadosos» (cfr. Instrucción De musica sacra et sacra liturgia del 3 sept. 1958: AAS 50, 1958, 632).
     
      c) Concepto de la Liturgia en el Vaticano II. Era relativamente fácil al Conc. Vaticano II dar un concepto adecuado de la naturaleza de la L.; la cuestión había sido ya muy tratada, como ha podido verse.
     
      La Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la Sagrada Liturgia, del Vaticano II no da una definición estrictamente dicha y perfecta de la L., sino sólo una descripción por medio de notas características que todos los teólogos reconocen estar presentes en ella. Esta descripción es la siguiente: «Con razón, entonces, se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los signos , sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre; y así, el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro» (no 7). A este concepto de L. llega la Constitución después de hacer un breve resumen de la historia de la salvación, donde encuadra la obra de la Redención por Cristo y la institución y propagación de la Iglesia, para lo cual no sólo fueron enviados los Apóstoles a predicar, sino también a «realizar eso mismo que predicaban mediante el sacrificio redentor de Cristo y los sacramentos, en los cuales consiste la Liturgia». Para realizar esto, Cristo está presente siempre en su Iglesia, principalmente en las acciones litúrgicas (cfr. n° 5 y 6).
     
      Como dice Vagaggini, uno de los que más han contribuido a la elaboración del primer capítulo de la Sacrosanctum Concilium, los elementos de esa descripción de la L. están tomados casi todos de la Mediator Dei, lo mismo puede decirse de los párrafos anteriores y siguientes. Con todo, no se puede silenciar que el Vaticano II subraya vigorosamente la importancia que en la L. tiene el signo, tanto que su estructuración en un régimen de signos sensibles aparece allí como un dato central; y de que estos signos sensibles se ordenan no sólo al culto (v.), sino también a la santificación de las almas; cosa que, como hemos visto, no olvida la Mediator Dei, e incluso aluden a ello varios siglos antes autores sin gran formación teológica, como L. Muratori: «Liturgia est cultus Ecclesiae tum ad Dei honorem testandum, tum ad Ipsius in homines beneficia derivanda» (cfr. Liturgia Romana Vetus, Venecia 1748, vol. 1, comienzo).
     
      De los textos pontificios anteriores y de los del Conc. Vaticano II es fácil deducir la importancia de la L. en la vida de la Iglesia, tanto que el mismo Concilio, en la referida Constitución, dice que «en consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción en la Iglesia» (art. 7). Con todo, la L. no agota toda la actividad de la Iglesia, pero «ella es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza» (ib. 9 y 10). La referencia a los sacramentos (v.), y sobre todo a la Eucaristía (v.), es aquí evidente.
     
      3. Notas y características de la Liturgia. a) La Liturgia es cristiana o, mejor, «crística»: Está apoyada esencialmente en Cristo glorioso. Para determinar la naturaleza de la L. el Vaticano II toma su punto de partida, muy justamente, no sólo del mismo Cristo y de la Iglesia como continuadora de su obra, sino más precisamente de la especialísima presencia de Cristo, ahora glorioso junto al Padre, en la Iglesia y, de modo particular, en las acciones litúrgicas. La parte de Cristo es de tal modo real, viva, presente y preponderante, que en el fondo no existe en el mundo sino un solo liturgo, Cristo, y una sola L., la de Cristo. El redescubrimiento de la naturaleza de la L. ha hecho profundizar y ver una vez más que la presencia de Cristo no está únicamente en el campo de la pura psicología del conocimiento y de los afectos, sino de un modo más real y ontológico. A través de la L. de los sacramentos, Cristo, en el tiempo presente que media entre Pentecostés (v.) y la Parusía (v.), comunica la plenitud de su vida a cada una de las almas, reproduce en ellas su misterio y las atrae hacia Él mismo (V. JESUCRISTO IV y V).
      En la L. se halla admirablemente expresado el misterio, desarrollado por S. Pablo y S. Ireneo, de la recapitulación de todas las cosas en Cristo. La L. llama a la unión a todos los seres, terrestres y celestes, animados e inanimados, para disponerlos en bello orden alrededor de Cristo y, por medio de El, en unión con el Espíritu Santo, en torno al Padre. La L. evoca todo lo pasado con su historia y el presente con sus realidades, humanas y divinas, visibles e invisibles. Es una síntesis maravillosa en cuyo centro está Cristo, cabeza del pueblo redimido y ofrecido al Padre por El; de esta manera podemos contemplar el mundo recapitulado en Él, contenido a la vez en su ser, en su ordenación y desenvolvimiento por la fuerza creadora de El y santificado por su gracia. Posiblemente, este eminente concepto de Cristo, alma de la celebración litúrgica, fue el que sugirió a los antiguos el colocar la imagen soberana y majestuosa del Pantocrátor sobre el arco triunfal en los ábsides de las iglesias; de todas formas, es una viva expresión de lo que Cristo es en la celebración litúrgica.
     
      b) La Liturgia és de toda la Iglesia: Las acciones litúrgicas, dice el Vaticano II, «no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es `sacramento de unidad', es decir, pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan; pero cada uno de los miembros de este cuerpo recibe un influjo diverso, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual» (Sacrosanctum Concilium, 26). En la realidad litúrgica es siempre la Iglesia como tal quien obra, y los individuos sólo en cuanto son sus ministros y miembros, o sólo miembros, es decir, en cuanto están insertados en la realidad eclesial como Iglesia (v.), como familia, o Pueblo de Dios (v.). Por esto, la eficacia divina de la acción litúrgica sobrepasa inmensamente el poder propio inherente personalmente a los individuos que la realizan o la reciben.
      La perfecta comunidad litúrgica consiste en la participación de un mismo espíritu, palabras y pensamientos; en que los corazones, los sentidos y todo nuestro ser siga concorde la misma trayectoria hacia idéntico fin: la gloria de Dios y la santificación de las almas, en la unión afectiva de los miembros en la misma fe; en el ofrecimiento uno y múltiple de los mismos sacrificios y holocaustos; en la comunión del mismo Pan divino; todo dentro de la misma atmósfera de esa soberana y grandiosa unidad que es Dios, dueño y señor de cuerpos y almas. En esta comunidad los individuos no son meros agregados a un tronco común. El individuo se ordena a la comunidad y se somete a su disciplina, no para anularse anónimamente o perder su responsabilidad, sino para recibir de ella energía personal y entrar en el torrente de vida divina que circula por el Cuerpo Místico (v.) hasta llevarle a la santificación personal, que es identificación personal con Cristo (v. JESUCRISTO V).
     
      c) La Liturgia es jerárquica: El sentido de jerarquía (V. JERARQUÍA ECLESIÁSTICA) es fundamental en la vida litúrgica. Así lo ha sentido la Iglesia desde su origen. Bastaría citar la Epístola de S. Pablo a los Corintios y los muchos textos que sobre este tema aparecen en los primeros escritos cristianos. S. Clemente Romano dice que todo se haga según el orden establecido (cfr. Carta a los Corintios, cap. 34,36-40.42-44.47.57, en Padres Apostólicos, ed. D. Ruiz Bueno, Madrid 1950, 21-25, 101-138). Pero especialmente el autor más expresivo del carácter jerárquico de la celebración litúrgica es S. Ignacio de Antioquía: «esforzaos, dice, por usar de una sola Eucaristía; pues una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo, y uno solo es el cáliz para unirnos con su sangre, un solo altar, como un solo obispo, junto con el presbiterio con los diáconos, consiervos míos» (Carta a los de Filadelfia, ib. 483). «Sólo aquella Eucaristía ha de tenerse por válida que se celebra bajo el obispo o aquel a quien se lo encargare... No es lícito sin el obispo, ni bautizar ni celebrar ágapes» (Carta a los de Esmirna, ib. 492). Por eso, el Vaticano II ha determinado que «la reglamentación de la sagrada Liturgia es de la competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica; ésta reside en la Sede Apostólica y, en la medida que determina la ley, en el obispo. En virtud del poder concedido por el Derecho, la reglamentación de las cuestiones litúrgicas corresponde también, dentro de los límites establecidos, a las competentes asambleas territoriales de obispos de distintas clases, legítimamente constituidos. Por lo mismo, que nadie aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia de la Liturgia» (Sacrosanctum Concilium, 22). Ésta es la disciplina y doctrina de la Iglesia en todos los tiempos (V. DERECHO LITÚRGICO; RÚBRICA).
     
      d) La Liturgia es sacramental: Es éste uno de los aspectos más olvidados de la L. hasta los tiempos de la Mediator Dei y del Vaticano II. La «sacramentalidad» no se aplica exclusivamente a los siete ritos mayores que conocemos precisamente con el nombre de sacramentos, como para decir sacramentos por excelencia; sino que de algún modo afecta a toda la L., aunque no en lo que es propio de esos siete ritos (es decir, su institución divina y su particular eficacia ex opere operato, v. SACRAMENTOS). De esta forma, puede entreverse que toda la L. no es otra cosa sino el punto en el que la corriente sacramental de la vida divina llega a nosotros por Cristo en la Iglesia. Y se llega a ver por esto mismo que en ella está el mismo corazón de la Iglesia, su expresión más perfecta, su epifanía por excelencia. Para corroborar esto, no sólo respecto de la L., sino de la misma Iglesia, podrían indicarse varios documentos del Vaticano II. Recuérdese que el concepto que dicho concilio ha dado de L. la presenta como una realidad de orden sobrenatural a través de unos signos sensibles y eficaces. De esta forma reaparece el nombre y el concepto antiguo de sacramentum, en el cual insertaban todo el mundo de la L., y que al ser más amplio no se corresponde exactamente con el de los sacramentos en sentido estricto.
     
      4. La Liturgia como ciencia. La ciencia litúrgica tiene por objeto adquirir un conocimiento más profundo y orgánico de la Liturgia. Mas tratándose de una ciencia sagrada que es al mismo tiempo una acción, no podemos alcanzarla sino por la fe y por la participación en ella, igual que ocurre con la Teología (v.); puesto que la L. antes de ser objeto de estudio es vida, una ciencia litúrgica que no se fundara en esa vida no lograría su objeto. La L. sólo es inteligible para quien participa efectivamente en ella y en la medida misma de esa participación.
     
      El objeto de las ciencias litúrgicas. Supuesta esa base inicial de gran importancia, la ciencia litúrgica abarca un campo amplio y complejo que podemos resumir así:
     
      a) La Liturgia sistemática fundamental que trata del culto (v.) en general, de su valor sobrenatural (v. GRACIA), de sus relaciones con el dogma, y del derecho que tiene la Iglesia de fijar las formas de la L. y de imponer su obligación. En este sentido, la L. como ciencia toca diversos sectores de la Filosofía de la religión, de la Teología dogmática, pastoral y espiritual, del Derecho canónico, y, de un modo especialísimo, la S. E. donde se encuentran las diversas etapas de la Historia de la salvación.
     
      b) El estudio histórico de los ritos, su origen, su autenticidad, su conexión recíproca, sus derivaciones o afinidades con ritos de otras liturgias, analizar su contenido y aclarar su significado primitivo y posterior (v. RITO; GESTOS Y ACTITUDES LITÚRGICAS; SIGNO IV; etc.). Para esto tiene que relacionarse el liturgista con las fuentes de la Historia de la Iglesia y sus ciencias auxiliares.
     
      c) El inventario y la edición de los antiguos libros y fórmulas litúrgicas (V. LIBROS LITÚRGICOS; CALENDARIO LITÚRGICO; MARTIROLOGIOS; etc.). Tarea delicada y compleja en la que se necesitan verdaderos especialistas. No pocas de las dificultades que ha encontrado el movimiento litúrgico han provenido de la falta de verdaderos estudiosos en este aspecto, que han desorientado la opinión general con sus explicaciones arbitrarias, superficiales y falsas, al no atenerse a los datos de la Revelación contenidos en la S. E. y en la rica Tradición viva de la Iglesia avalada por el Magisterio eclesiástico. Para esto se necesitan conocimientos de arqueología, paleografía, historia, filología, lingüística comparada, además de los señalados en los párrafos anteriores.
     
      División de la Liturgia como ciencia. No hay gran uniformidad en esto, debido, en parte, a que la L. como ciencia se está elaborando. De ordinario suele dividirse en dos partes principales: Liturgia general y Liturgia especial. En la L. general suele incluirse la noción de L., su evolución histórica, fuentes y ambientes de la L., legislación litúrgica y aspectos teológicos y pastorales de la L. en general. No todos los autores siguen este orden ni esta terminología. Otros en la parte general de la L. tratan de la Eucología o Lex Orandi, de la estilística sacral o de los ritos y ceremonias en general, de la tipología sacral o de las familias del culto y de la Semasiología sacral o del carácter sacramental de la L. en general.
     
      En la parte especial hay una mayor uniformidad y se suele tratar de la Misa (v.), que algunos llaman tratado de la Iglesia sacrificante, de cada uno de los Sacramentos en particular, de algunos Sacramentales (v.), del Oficio Divino (v.) o Liturgia epaenética, del Año litúrgico (v.) o Heortología (v. FIESTAS Iri), de la Iglesia que santifica el espacio y las cosas o de la hierotopología y paraméntica.
     
      Metodología litúrgica. Dentro de la gran variedad que reina, creemos que hay que emplear en ella dos clases de método, según se trate de la investigación litúrgica o de la exposición de la Liturgia. En el primer caso hay que emplear el método comparativo-sintético, ya que la ciencia litúrgica tiene por objeto fórmulas, ceremonias y leyes litúrgicas. Para comprender el sentido de las fórmulas no basta, la mayor parte de las veces, atender a su significación literal o figurada; si no se trata de una composición litúrgica original, hay que acudir a la fuente de donde procede (S. E. o Tradición) en sus múltiples manifestaciones, y comparar el texto en el contexto y verlo a la luz de las circunstancias de tiempo y lugar que formaron el ambiente en que nacieron; hay que investigar también el sentido que le atribuye la L. antigua y actual; hay que ver también si el mismo o parecido texto se encuentra en otro lugar de la L. y cuál es el sentido que tiene en esos lugares. Para comprender la razón y el sentido de las ceremonias -elementos materiales y gestos- es necesario indagar la naturaleza de esos elementos y acciones, su uso en la vida profana y religiosa de los pueblos; hay que compararlos con el rito del que forman parte, con la fórmula que acompaña y con idénticas ceremonias de otros ritos de la Liturgia. En cuanto a las leyes y prescripciones litúrgicas se ha de investigar sucesivamente la autoridad que las da y su sentido.
      El método que se ha de seguir en la exposición de la L. es el analítico, tanto en la L. general como en la especial con todos sus apartados y divisiones. En cada una de estas divisiones y subdivisiones hay que distinguir la fórmula y las ceremonias, y una y otra estudiarlas en los aspectos siguientes: a) Histórico: Las fórmulas y ceremonias son incomprensibles, cuando se las arranca del cuadro histórico para el que fueron hechas o cuando se las separa de las razones de la necesidad o simbolismo que las motivaron; por eso es necesario exponer con toda precisión el origen histórico de los ritos, fórmulas y ceremonias. b) Aspecto teológico: Toda fórmula o ceremonia en la L. ha de estar fundada en alguno de los principios teológicos fundamentales, puesto que existen unas estrechas relaciones entre la L. y el dogma cristiano; incumbe al liturgista poner de relieve en su exposición esa relación y deducir de ella las consecuencias prácticas en orden a una vida eminentemente cristiana (sobre este aspecto es de gran utilidad la obra de M. Ponti, S. L, O valor teologico da liturgia, Braga 1952, y la obra ya citada de C. Vagaggini, El sentido teológico de la liturgia, especialmente, 473-605). c) Aspecto jurídico: Hay que aplicar la legislación auténtica de la Iglesia, pues se trata del culto oficial de la Iglesia y necesita ser ordenado por la Jerarquía competente de la misma, para que pueda ser considerado como tal y realizado en su nombre; el Derecho litúrgico (v.) es la condición misma de la existencia y de la autenticidad de la L.; su inobservancia compromete esa autenticidad.
     
      V. t.: CULTO; SACRAMENTOS; RITO.
     
     

BIBL.: Además de las obras citadas en el artículo (especialmente Righetti, Oppenheim, Schmidt, Vagaggini): F. CABROL, Introduction aux études liturgiques, Bloud 1907; O. CASEL, Leitourgiamunus, «Oriens Christianus» III, 7 (1932) 289-302; H. FRANCIO, Zu Leitourgia-munus, «Jahrbuch Lit.» 13 (1933) 181-185; A. RomEo, Il termine Leitourgia nella grecitá bíblica (Settanta e Nuovo Testamento), en Miscellanea liturgica in honorem L. Cuniberti Mohlberg, Roma 1949, 467-519; l. H. DALMAIs, La liturgie, acte de PÉglise, «La Maison Dieu» 19 (1949) 7-25; L. BOUYER, La vie de la liturgie, París 1956; J. H. MILLER, The nature and definition of 1he liturgy, «Theological studies» 18 (1957) 325-356; L. EISENHOFER, Compendio de liturgia católica, 5 ed. Barcelona 1962; G. MERCIER, Cristo y la liturgia, Madrid 1963; T. FILTHAUT, La formación litúrgica, 2 ed. Barcelona 1965; L. BouYER, Liturgia renovada, Estella 1967; VARIOS, Anámnesis: Introduzione storicoteologica alta liturgia, 5 vols., Turín 1983; A. G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, 3 ed. Barcelona 1987; J. LÓPEZ, «En el Espíritu y la Verdad»: Introducción a la Liturgia, Salamanca 1987; J. A. ABAD, M. GARRIDO, Iniciación a la liturgia de la Iglesia, Madrid 1988. V. t. comentarios a la Const. sobre Liturgia del Vaticano II, p. ej. el publicado en la BAO, 2 ed. Madrid 1965. Finalmente: E. CATTANEO, Arte e liturgia (dalle origini al Vaticano II), Milán 1982.

 

M. GARRIDO BONANO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991