LENIN Y LENINISMO
Biografía. Vladimir Ilitch Ulianov (llamado Lenin); revolucionario, teórico
marxista y estadista; n. el 10 abr. 1870 en Simbirsk (hoy Ulianovsk). Era hijo
de un inspector de enseñanza y de madre alemana de la pequeña nobleza rural,
educándose en un ambiente liberal. Tuvo cinco hermanos, el mayor de los cuales,
Alejandro, fue ejecutado en 1887 por haber participado en el atentado contra el
zar Alejandro, suceso que habría de influir en las ideas de Lenin. Acabada la
segunda enseñanza ese mismo año, se matriculó en la Facultad de Derecho de la
Univ. de Kazan, donde se inicia en el marxismo. Como consecuencia de un
movimiento estudiantil, fue expulsado por razones de «higiene política».
Posteriormente, a la vez que se dedica al deporte y al estudio de El Capital, se
adhiere a un círculo clandestino. Más tarde, en Samara, prepara sus exámenes de
Derecho, sin abandonar la lectura de Marx y Engels ni sus actividades
revolucionarias, puesto que creó un círculo marxista en Samara. Abogado en 1891
por la Facultad de Derecho de Petersburgo, a cuya ciudad vuelve tras breve
estancia en Samara, donde se había matriculado como abogado. En 1892 se adhiere
en Petersburgo a la Unión combatiente para la liberación de la clase obrera.
Siguen sus actividades revolucionarias y en 1895 visita en Suiza a Plejanov
(v.), que fue uno de los fundadores del partido socialdemócrata ruso. Publica
una revista ilegal («La causa de los trabajadores»); es detenido y empieza en la
prisión su obra sobre Desarrollo del capitalismo en Rusia.
En 1897 es deportado a Siberia; retorna en 1900 y parte para el
extranjero. En 1902 se encuentra con Trotsky (v.), que había escapado de Siberia.
Sus ideas sobre estrategia y táctica de la revolución van tomando cuerpo en sus
obras de entonces: ¿Qué hacer? (1902), Un paso hacia adelante, dos hacia atrás
(1904). En el Congreso del Partido celebrado en Londres en 1903 dirige el ala
extremista, que obtiene la mayoría (bolcheviques), frente a la minoría
(mencheviques), más próxima al reformismo. Al estallar la revolución rusa de
1905 regresa a su país, teniendo que emigrar otra vez a Occidente al fracasar el
movimiento. Se dedica a la Filosofía y en 1909 aparece su obra Materialismo y
empirio-criticismo, donde afirma que este último es una nueva forma de idealismo
(v.). Le vemos luego en Praga y Suiza, publicando en 1916, entre otros trabajos,
El imperialismo, estado supremo del capitalismo, donde denuncia las nuevas
formas de monopolio y colonialismo y la corrupción que sufre la aristocracia
obrera. Antes se había declarado contra la guerra imperialista, que, dice, debe
convertirse en guerra civil.
Con la caída del zarismo (febrero de 1917; v. REVOLUCIÓN RUSA) vuelve a
Rusia, dejándole pasar los alemanes en un vagón precintado. Al llegar a
Petrogrado el 3 de abril se pronuncia contra la revolución democrática y el
Gobierno de Kerenski, pidiendo una revolución socialista al grito de «todo el
poder a los soviets» (que eran consejos de obreros y soldados creados en 1905
por los mencheviques). Tiene que volver a la clandestinidad, escribiendo El
Estado y la Revolución, donde se perfila claramente su pensamiento: el Estado,
de acuerdo con Marx y Engels, no es más que una máquina de opresión de una clase
sobre otra; al derribarlo se establecerá la dictadura del proletariado, que
desaparecerá en la sociedad comunista sin clases. Derribado Kerenski el 25 de
octubre (7 de noviembre, según el calendario gregoriano), pasa pronto a dirigir
el Consejo de Comisarios del Pueblo, iniciando la colectivización del país. Es
de notar que en los primeros Congresos panrusos de los soviets los bolcheviques
aparecieron en franca minoría, siendo la habilidad maniobrera de L. la que los
llevó a su situación preeminente y luego a la eliminación de todos los demás
partidos. En 1920 aparece su obra La enfermedad infantil del comunismo, el
izquierdismo, donde quiere refutar la crítica de los espartaquistas alemanes (v.
LUXEMBURG, ROSA) que veían en la revolución una dictadura del partido y no del
proletariado. La situación del país al acabar la guerra civil le impulsó a un
cambio importante, estableciendo la Nueva Política Económica (NEP).
Muy quebrantado de salud, al parecer como consecuencia del atentado que
sufrió en 1918 de manos de una estudiante socialista, se fue retirando de la
vida activa. M. el 21 en. 1924. Su cadáver embalsamado se conserva en el
mausoleo de la Plaza Roja de Moscú, convertido en lugar de peregrinación para
los comunistas.
El revolucionario. No es fácil separar rigurosamente la significación de
L. como revolucionario y estadista, por una parte, y como teórico, por otra. No
obstante, intentaremos analizar su personalidad en esa triple dimensión. Como
revolucionario, destaca por dos cualidades: la capacidad de decisión (energía) y
el oportunismo (aunque lo negara). Siempre abogó por dos métodos: la fuerza y la
persuasión, aunque primó aquél. Rechaza todo comunismo sentimental de manera
absolutamente intransigente (el partido no es un internado de señoritas, dijo).
Probablemente por influjo de la muerte de su hermano Alejandro, rechazó el
terrorismo individual, que no conduce a nada, buscando instrumentos más eficaces
y firmes. Paralelamente, se manifestó siempre en contra de cualquier forma de
revisionismo: de Bernstein (v.), de Kautsky (v.), al que llamó «renegado»,
incluso el de Rosa Luxemburg (v.), todos los cuales -decía- privaban al
comunismo de su «sustancia revolucionaria». Mas a pesar de esa actitud netamente
activista, siempre concedió gran valor a la teoría: sin teoría revolucionaria
-afirma- no hay movimiento revolucionario. De otra parte, para él (como ya dijo
Engels) el marxismo no es un dogma, sino una guía para la acción.
Quizá lo más interesante en su disposición y en su conducta
teórico-revolucionarias son dos afirmaciones: a) Entregados los obreros a sí
mismos sólo adquieren conciencia «tradeunionista» y sindical, buscando mejoras
inmediatas mediante la presión sobre los patronos y los Gobiernos, pero sin
buscar la subversión total del sistema: la conciencia revolucionaria ha de venir
de fuera, de los intelectuales, que son los auténticos «fermentos
revolucionarios» dentro de la masa obrera. b) Aunque el proletariado sigue
siendo la base de la revolución, ésta ha de ser dirigida y encauzada por la
organización, por el Partido, vanguardia de las clases obreras. Ambos
pensamientos: acción decisiva de los intelectuales y del partido, fueron, sin
duda, decisivos desde el punto de vista del triunfo revolucionario, aunque se
apartan del marxismo clásico. Acabaremos diciendo que, para él, el lema de todo
movimiento revolucionario debe ser el de Danton: «audacia, audacia y siempre
audacia». Con esas características, su enorme capacidad maniobrera, su
combinación de rigidez y flexibilidad y su demagógico poder de captación de
masas, no puede extrañar que el revolucionario L. triunfara sobre el vacilante
Kerenski y los indecisos mencheviques.
El estadista. El revolucionario L. se hizo cargo del poder en 1917 y en
cierto modo el gobernante fue una continuación del agitador. Lo malo era que ni
sus ideas revolucionarias ni su teoría marxista podían suministrarle criterios
de detalle sobre la conveniente actuación gubernamental. Y es ahora cuando se va
a poner más de relieve su genio.
Según la interpretación que dio al marxismo (muy discutida por sus
adversarios), éste le suministraba cinco ideas clave: a) Persistencia del
Estado. Aunque en la doctrina marxista se combate la institución estatal y se
postula utópícamente su liquidación, L., al ocupar el poder, no vaciló en
mantenerlo e incluso en reforzarlo. Ya en el Estado y la Revolución había dicho:
«dentro del comunismo no solamente se conserva durante cierto tiempo el Derecho
burgués, sino incluso el Estado burgués; pero... sin burgueses». Y en la misma
obra concreta: «Destruir la burocracia inmediatamente, por doquier y por
completo: ésa no es la cuestión. Eso es una utopía. Pero romperla para, una vez
destruida la vieja máquina burocrática, iniciar en seguida la construcción de
una nueva... eso no es una utopía... eso es la tarea directa y necesaria del
proletariado revolucionario». En estos pensamientos se basó la creación del
Estado totalitario y burocrático, que Stalin (v.) consolidó y que constituye hoy
una característica esencial del modelo soviético, en oposición a otras formas de
socialismo. b) Dictadura del proletariado. «Únicamente es marxista aquel que
admite no sólo la lucha de clases, sino además la dictadura del proletariado»,
escribió. La verdad es que Marx en muy pocas ocasiones y vagamente aludió a esa
dictadura; pero L. hizo de ella un principio absoluto... sólo en el papel, ya
que con él empezó, como señala J. A. Schumpeter, no una dictadura del
proletariado, sino sobre el proletariado. Tras grandes discusiones en los
Congresos IX y X del Partido, se aprobaron oficialmente las tesis básicas de que
los obreros pueden tener la propiedad, pero no la administración, para la que no
son capaces (Lenin) y de que era necesaria una disciplina de trabajo basada en
la «militarización del proletariado» (Trotsky). Sin embargo, el slogan de la
dictadura obrera ha venido a ser para el régimen leninista una magnífica arma de
propaganda interna y externa. c) Dictadura del partido único. La anterior
dictadura fue sustituida por la del partido. En el XI Congreso del mismo, L.
hizo aprobar la proposición de que «una dictadura de la clase trabajadora no
puede asegurarse salvo en la forma de una dictadura de su vanguardia
progresista, o sea, el partido comunista». d) Centralización. Pero la actuación
de L. como estadista tampoco consistió en practicar la dictadura del partido, en
general; impuso una fortísima centralización, que dejaba todo el poder, no en
los soviets ni en el conjunto de los comunistas, sino en los dirigentes máximos
del partido y, en último término, en él mismo. Como diría más tarde Trotsky, L.
sustituyó la clase obrera por la organización del partido, suplantó al partido
por su Comité Central y a éste por el dictador. e) Colectivización. En realidad,
L. no implantó el comunismo (entendiendo por tal una situación de realización de
sus ideas o fines), sino el colectivismo, es decir, el pase de la dirección de
la economía al Estado (como medio presunto para esos fines).
Los cinco rasgos de la política leniniana que hemos subrayado han quedado
como piezas fundamentales del régimen soviético. Su fidelidad al pensamiento de
Marx y a la idea de la revolución obrera son de hecho discutibles. Y, aparte de
otras críticas más de fondo, así lo han hecho notar los movimientos socialistas
de tipo reformista, los anarquistas, etc., que le acusan de haber traicionado el
espíritu revolucionario auténtico, que -dicen- niega la dictadura del partido,
la centralización burocrática y la colectivización estatal, ya que lo propio de
ese espíritu hubiera sido la autogestión descentralizada, que es lo que
significaba el grito de «todo el poder a los soviets», es decir, a cada uno de
los soviets. L. tuvo que reprimir bastantes movimientos de protesta en ese
sentido, siendo el último el de los famosos marinos de Cronstadt,
implacablemente reprimido por Trotsky. Desde una perspectiva meramente fáctica
cabe observar que, si un prurito revolucionario podía llevar a esa solución
descentralizadora, el pragmatismo político (aparte la personal ambición de poder
de L.) aconsejaba la centralización estatal. En realidad una crítica a fondo de
la política leninista sólo puede hacerse desde una perspectiva filosófica y
humana completas, mostrando de esa forma tomó una dictadura de tipo totalitario
no es, en el comunismo soviético, un mero accidente histórico, sino algo que
deriva necesariamente de los mismos presupuestos filosóficos marxistas.
El teórico. Marxismo-leninismo. Buena parte de la teoría de L., unida casi
siempre a su praxis, queda expuesta en lo precedente; ahora destacaremos su
vinculación con las ideas de Carlos Marx. Según L., «las ideas de Marx son
omnipotentes porque son verdaderas» (como repetiría luego Jrushchov); y recoge
de él sustancialmente la ideología atea del materialismo dialéctico, el
principio de la lucha de clases, la función histórica del proletariado y la
necesidad del análisis económico (v. MARX Y MARXISMO). Sobre este último
particular, L. trató de actualizar la crítica del capitalismo, puntualizando que
en su tiempo se había pasado a una nueva etapa: la del imperialismo monopolista;
actualización que ha que dado ya atrasada porque la evolución del sistema
capitalista ha superado esa fase (que L. creía que sería la última), entrando en
la que los escritores soviéticos llaman del capitalismo monopolista de Estado
(que corresponde al llamado en Occidente neocapitalismo o capitalismo social).
La fidelidad de L. al maestro ha sido muy discutida por algunos marxistas; para
Milovan Djilas, p. ej., «las ideas revolucionarias de Marx, que eran
condicionales y no universalmente aplicables, fueron convertidas por L. en
principios absolutos y universales».
Sea como fuere, lo cierto es que aquellas ideas, apenas renovadas por el
revolucionario ruso, han venido a constituir la doctrina del llamado
marxismo-leninismo, verdadero dogma que se acepta tanto en Rusia, como en China
y cualquier país o partido comunista. Tal doctrina, desde el punto de vista
científico neutral, va quedando cada vez más sin valor. Los límites que la minan
derivan por lo demás de su misma raíz: los fundamentos del sistema de Marx que
L. acepta plenamente, y que intenta desarrollar, concretamente el materialismo y
el ateísmo, con todas las consecuencias que de ahí nacen con respecto a la
incomprensión de la verdadera naturaleza del hombre, de la moral, de la
religión, etc. Para un análisis crítico-filosófico de esos postulados
filosóficos de que depende L., .v. MARX Y MARXISMO; MATERIALISMO.
V. t.: UNIÓN SOVIÉTICA V; COMUNISMO.
BIBL.: Obras completas, 31 vol., Buenos Aires 1960; Obras escogidas, 6 vol., Buenos Aires 1960; L. FISCHER, Lenin, Barcelona 1966; R. PAYNE, Vida y muerte de Lenin, Barcelona 1965; MAx EATSMAN, Marx, Lenin and the Science of Revolution, Londres 1926; N. GONZÁLEz Ruiz, Dos revolucionarios: Robespierre, Lenin, Barcelona 1956; G. WETTER, El materialismo dialéctico, su historia y su sistema en la Unión Soviética, Madrid 1963; I. M. BOCHENSKi, El materialismo dialéctico, 3 ed. Madrid 1966; H. CHAMBRE, De Carlos Marx a Mao-Tsé-Tung, Introducción crítica al marxismo leninismo, Madrid 1966; íD, Le marxisme en Union Soviétique, París 1955; J. OUSSET, Marxismo leninismo, Madrid 1967; v. t. la bibl. citada en COMUNISMO y en MARX Y MARXISMO.
A. PERPIÑÁ RODRÍGUEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991