LÁZARO
Hermano de Marta y María, amigo de Jesucristo, que fue resucitado por pl; en su
casa de Betania se hospedó algunas veces el Señor.
La persona. El nombre Lázaro aparece dos veces en los Evangelios: una
designando al mendigo en la parábola del rico epulón (cfr. Le 16,20 ss.); el
otro personaje, éste real, con el nombre de Lázaro lo encontramos en el
Evangelio de S. Juan, caps. 11 y 12. Se trata del hermano de Marta y María, dos
nombres ya conocidos por el Evangelio de S. Lucas (Le 10,38 ss.) como hermanas
que reciben a Jesús durante su itinerario a Jerusalén en una
aldea cuyo nombre no da. En el relato de S. Juan se indica que los tres
hermanos vivían en Betania (v.) de Judea, así llamada por el evangelista para
distinguirla de Betania de Perea (cfr. lo 1,28). María es identificada como la
que ungió los pies del Señor (v. MARÍA MAGDALENA, SANTA; MARÍAS, LAS). Otros
evangelistas aluden también a las veces que Jesús se hospedó allí (Mt 21,17; Me
11,11).
Según cuenta el Evangelio de S. Juan, que lo narra con muchos
particulares, Jesús realizó con L. el más resonante de los prodigios de su vida
pública, resucitándolo al cuarto día, es decir, cuando el cadáver estaba ya en
descomposición («ya huele», le dice Marta a Jesús, lo 11,39). El prodigio,
además, es presentado por S. Juan como una de las causas que colmaron la
determinación de los dirigentes judíos de dar muerte a Jesús y uno de los
acontecimientos que motivaron, como sucesos más recientes, el entusiasmo de las
turbas en su entrada solemne en Jerusalén.
Una tradición legendaria, que data del s. XI-XII, supone que L., con sus
dos hermanas, habría evangelizado la Provenza y llegado a ser obispo de
Marsella. En el Martirologio romano se recuerda su nombre el 17 de diciembre.
Historicidad del milagro. El gran tema del cuarto evangelio, anunciado ya
en el Prólogo (1,4), es el tema de Jesús: Luz y Vida. S. Juan ha descubierto en
la actividad de Jesús una serie de signos que revelan y realizan lo que Éste es.
La curación del ciego de nacimiento (cap. 9) es una ilustración del tema de
Jesús-Luz, y el milagro de la resurrección de L. pone de relieve a Jesús-Vida.
Es la puesta en práctica del poder de vivificar que había vindicado Jesús:
«llega la hora en que los muertos oirán la voz del hijo de Dios y los que la
oigan vivirán» (5,25) y «todos los que estén en los sepulcros, oirán su voz»
(5,28). El milagro es un signo de Jesús: Resurrección y Vida (11,25). Se trata,
pues, de una señal que anticipa la Resurrección de Jesús, tema fundamental de la
predicación cristiana.
Algunos exegetas se han planteado la historicidad del relato joánico, no
por apriorismos sobre la posibilidad o imposibilidad del milagro (v.), sino por
problemas de crítica histórico-literaria. Éstos serían principalmente los
siguientes: En primer lugar el silencio de los Evangeliossinópticos; habiendo
sido éste uno de los milagros cumbres de Jesús, no se ve, dicen, cómo los
sinópticos lo han podido callar. Por otra parte, Marcos expresamente pone como
una de las causas inmediatas de la eliminación de Jesús la purificación del
Templo (cfr. Mc 11,15 ss.), que Juan narra al comienzo de su Evangelio
(2,12-21). Además, en el pasaje de Lucas que habla de Marta y María, nada se
dice de L., cosa difícil de explicar si en la familia había ocurrido un suceso
de tal trascendencia. Por todo esto se cuestionan esos exegetas la historicidad
precisa de la figura de Lázaro. Algunos críticos no católicos van mucho más
allá, proponiendo la hipótesis inadmisible de una creación del evangelista, que
habría combinado nombres de la tradición de Lucas (el pobre L. y las dos
hermanas), y compuesto una narración típica, ilustración del tema de Jesús-Vida;
a base de transformaciones en el material de la tradición evangélica, se habría
llegado así de una gran parábola a un milagro tan espectacular.
Se ha propuesto con un criterio inaceptable, según luego diremos, que no
sería dificultad para la fe del creyente el que Juan, si así se probara en
nuestro caso, usando de la libertad propia del peculiar género literario que se
le atribuye, se hubiera atrevido a presentar como ilustración del tema de
Jesús-Vida un milagro de los muchos que hizo Jesús (cfr. Lc 7,22),
personificándolo de un modo dramático, asociándolo para hacerlo más intuitivo a
personas conocidas por la tradición y presentándolo finalmente como una causa
determinante de la muerte de Jesús. Así habría concretado y explicitado el
movimiento de oposición a Jesús (Brown).
Pero esta hipótesis cuenta con dificultades casi insuperables. En primer
lugar el género literario del mismo Evangelio de S. Juan (v.): simbolismo y
realismo se mezclan inseparablemente en su genial Evangelio, de cuya
historicidad no puede dudarse. De los siete milagros de Jesús en Juan cuatro
corresponden a la tradición sinóptica; aunque los haya impregnado de simbolismo,
p. ej., la multiplicación de los panes, Juan ha querido contar verdaderos
milagros. Si hubiera entrado en sus planes ilustrar el tema de la resurrección,
no se ve por qué acudir a una ficción y no más bien a una de las historias de
resurrección en la tradición sinóptica. Además, la abundancia de detalles
particulares y de descripciones pormenorizadas (de las reacciones y diálogos de
los personajes, de los sitios donde tienen lugar, de la tumba, etc.) son señales
claras de la historicidad del relato (algunos particulares serían incluso
contrarios para la finalidad de la hipotética ficción, p. ej., el llanto de
Jesús).
Más concretamente, y descendiendo a otros detalles, el hecho de que la
motivación última de la muerte de Jesús sea en Marcos la purificación del Templo
no puede aducirse como argumento. Aparte de que las motivaciones de Marcos no
siempre están cronológicamente bien situadas (cfr. Mc 3,6), la motivación de la
muerte de Cristo fue ciertamente mucho más compleja para que no haya podido ser
contemplada desde distintas perspectivas (cfr. Van der Bussche; o. c. en bibl.).
En cuanto al silencio de los sinópticos, éste tiene un valor relativo. Si
Lucas no lo hubiera contado, nada habríamos sabido de la resurrección del hijo
de la viuda de Naím. Por otra parte, la alusión de Lucas a Marta y María
probablemente está influenciada en su actual redacción por el esquema del
evangelista, en el que no entraba ocuparse del itinerario de Jesús cerca de
Jerusalén. En general, el silencio de los sinópticos en relación con el
ministerio en Judea está justificado por su plan narrativo, y no constituye
razón alguna contra la historicidad de los relatos de S. Juan no contenidos en
los tres primeros evangelios.
La situación vital de la tradición en Cristo, en la Iglesia y en S. Juan,
y además en un tema de tanta trascendencia como la resurrección, inclinan
decididamente a excluir el carácter puramente simbólico de la narración. Por
ello tras un examen detenido de la cuestión termina diciendo Hunter (o. c. en
bibl., 103) que «dada la vivacidad de los detalles del relato y las pruebas
abundantes del acceso que tenía Juan a (...) Jesús, no se debe descartar esta
célebre historia como si fuese una pura ficción joánica».
Conclusión. La narración de la resurrección de L. contiene el testimonio,
cuya veracidad histórica no puede ponerse en duda, acerca de un gran milagro de
Jesús. El episodio ha sido seleccionado por el evangelista para poner de relieve
el sentido de la venida de Jesús y el efecto que su actuación ha tenido: dar la
Vida.
BIBL.: l. LEAL, Evangelio de San Lucas, en La Sagrada Escritura, Nuevo Testamento, vol. I, Madrid 1964, 959-970; M. BALAGUÉ, La resurrección de Lázaro, «Cultura Bíblica» 19 (1962) 1629; l. LEAL, De amore lesu erga amicum Lazarum, «Verbum Domini» 21 (1941) 59-64; M. BALAGUÉ, Jesucristo, Vida y Luz, Estudio de los doce primeros caps. del Evang. de S. Juan, Madrid 1963; A. M. HUNTER, St. Jean, témoin de Jésus de 1'histoire, París 1970, 98-103; P. RENARD, Lazare, en DB IV,139-141; M. l. LAGRANGE, St. Jean, 6 ed. París 1947, 295-317; H. VAN DER BUSSCHE, lean, Brujas 1967; R. E. BROWN, The Gospel according to John 1-XII, Nueva York 1966, 419-437.
D. MUÑOZ LEÓN.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991