LAS CASAS, BARTOLOMÉ DE


Sacerdote sevillano, después religioso dominico, defensor de la libertad de los indios americanos, propugnador con las Leyes Nuevas de Indias de la institucionalización de un régimen político cristiano y de la predicación pacífica del Evangelio; obispo de Chiapas, polemista y tratadista.
      l. Vida. Primeros años. En 1474 y en Sevilla, probablemente en agosto, n. L. C., hijo de Pedro de Las Casas, natural de Tarifa, de linaje de conversos, segoviano el paterno y sevillano el materno, y de Isabel de Sosa, sevillana de cristianos viejos avecindados en la calle de la Fruta y dueños de una tahona. En 1485, ingresa en la escuela catedralicia de los seises, dirigida por su tío paterno el canónigo Luis de Peñalosa, donde estudia primeras letras para ser cantor en el coro. En abril de 1493 presencia el regreso de Colón de su primer viaje; en julio y agosto, asiste a los preparativos del segundo viaje y al solemne juramento de obediencia de los expedicionarios, entre los que se hallan su padre y los hermanos de éste: Francisco, Diego y Gabriel de Peñalosa. Queda L. C. en Sevilla, donde un año después frecuenta la academia latina catedralicia que dirigía Antonio de Nebrija.
      En 1497, incorporado a las milicias concejiles sevillanas, marcha a Granada. En 1498, su padre, de regreso de las Indias, le regala un joven indio, donado por Colón como esclavo, que le acompaña como paje poco más de un año, hasta ser devuelto a las Indias por Francisco de Bobadilla, en cumplimiento de la Real Cédula de 20 jun. 1500. En 1501, para poder aspirar a una plaza de doctrinero de indios, recibe en Sevilla la primera tonsura y tal vez órdenes menores, y embarca con su padre, arruinado, en la expedición de Nicolás de Ovando. El 13 feb. 1502 sale de Sanlúcar, y llega a Santo Domingo de La Española el 15 de abril, sorprendiéndole el contento de los colonos por haberse encontrado una gruesa pepita de oro, y estar los indios alzados, lo que facilitaba su esclavización. Hasta 1505, L. C. actúa como soldado en las campañas de Ovando en Bainua e Higüey, cuyas incidencias relata, y al final de las cuales Pedro de Las Casas y Gabriel de Peñalosa obtienen un repartimiento de indios en Higüey que conservaron hasta 1515.
      En octubre de 1506, L. C. embarca para Sevilla, y pasan después a Roma. Recibe, más tarde, las órdenes mayores y regresa a Indias en 1508, obteniendo a la llegada del nuevo virrey Diego Colón un repartimiento de indios en Cibao, donde tiene plantaciones de cazabe y logra sacar oro. En 1512, predicaba y evangelizaba a los indios de La Concepción, corte virreinal, y allí escucha el sermón de fray Pedro de Córdoba. En 1513, celebra su primera Misa, y, poco después, pasa como capellán castrense a Cuba con Pánfilo de Narváez, ayudando a pacificar a los indios hasta que se separa de aquél después de la matanza de Caonao. Obtiene luego del gobernador Diego Velázquez un repartimiento cerca de Xagua, a orillas del Arimao, que con su consocio Pedro de Rentería hace prosperar, consiguiendo pingües ganancias hasta que, en junio de 1514, después de meditar el texto del Eclesiastés sobre la limpieza de las ofrendas al Señor, renuncia ante Diego Velázquez a aquél; predica en Sancti-Spiritus y, en compañía de cuatro misioneros dominicos, marcha a La Española, visitando a fray Pedro de Córdoba en junio de 1515 y recibiendo de éste ánimo y consejos para marchar a la corte a defender ante el rey Fernando el Católico los derechos de los indios, a cuyo efecto le da cartas de recomendación para fray Diego de Deza, arzobispo de Sevilla.
      Gestiones en las cortes de Fernando el Católico y Carlos I. En 1515 desembarca en Sevilla con fray Ambrosio de Montesinos, visita a Deza, quien le envía a fray Tomás de Matienzo, confesor del rey, y en Plasencia es recibido por éste, que, muy enfermo, aplaza su contestación hasta llegar a Sevilla. En ésta, le reciben el obispo Fonseca, encargado por el rey de los asuntos de Indias, que le despide abruptamente tratándole de necio, y el secretario Lope Conchillos, que intenta hacerle desistir de su campaña en favor de los indios, ofreciéndole mercedes (23 a 29 de diciembre). En febrero de 1516, se entera en Sevilla, donde esperaba al rey, de la muerte de éste y, decidido a visitar en Flandes a su heredero el príncipe Carlos, marcha a Madrid, donde encuentra a los dos gobernadores del reino, el card. Cisneros, arzobispo de Toledo, y Adriano de Utrecht, maestro y embajador de Carlos; presenta a este último su primer Memorial latino hoy perdido y, ante su buena acogida, tres Memoriales en castellano dirigidos a ambos sobre los agravios (marzo) que sufrían los indios,los remedios (abril) para evitarlos y las denuncias (mayo) de los funcionarios reales en Castilla e Indias.
      Desde junio a septiembre, colabora activamente en la preparación del plan para la reforma de las Indias, formando parte de la comisión encargada de ello por Cisneros, redactando la ponencia, interviniendo en su discusión (julio), gestionando el nombramiento de los comisarios jerónimos (agosto), y recibiendo, por los regentes, el nombramiento de procurador y protector de los indios (Real Cédula de 17 sept. 1516). Tras perder dos meses en Sevilla por la mala voluntad de los oficiales de la casa de Contratación Juan de Recalde y Sancho de Matienzo, cómplices de los encomenderos que le indispusieron con los comisarios Figueroa, Manzanedo y Santo Domingo y le impidieron embarcar con ellos en la San Juan, zarpó en la Trinidad desde Sanlúcar (11 de noviembre) no llegando a Santo Domingo (2 en. 1517), sino nueve días después de aquéllos, cuando estaban ya de acuerdo con los funcionarios prevaricadores.
      En 1517, durante los, primeros cinco meses, L. C. eficazmente ayudado por el juez de residencia Alonso de Zuazo, los dominicos y los franciscanos reformados picardos, luchó denodadamente para evitar las maniobras de los jerónimos tendentes a que continuara aquel estado de cosas, ya que los explotadores de los indios siguieron impunes; para ello los jerónimos redactaron el Interrogatorio jeronimita (abril), donde algunos colonos testificaron la imposibilidad de favorecer a los indios. Al fracasar L. C. en su empeño salió el 28 de mayo para reclamar el auxilio de Cisneros y, si preciso fuera, el del rey. Pero al llegar a Aranda de Duero (julio) encontró a aquél muy enfermo. Desprovisto del favor real, se trasladó a Valladolid, en cuyo Colegio dominico de S. Gregorio se dedicó al estudio de los problemas jurídicos planteados por la triste situación de los indios, lo que le permitió una vez llegado el rey, que su colaborador fray Reginaldo Montesinos presentara y leyera, en la sesión real del pleno solemne del Consejo de las Indias y como procurador de los indios, un Memorial (13 de diciembre) que, acogido excelentemente por el canciller flamenco lean Le Sauvage y sus amigos humanistas, le abrió el acceso a la corte y le permitió replicar victoriosamente a los tendenciosos informes del contador Recalde, del obispo Fonseca y de los indianos encabezados por Gil González Dávila (enero de 1518).
      Sauvagz (20 de marzo) le encargó que redactara un proyecto de reforma de la legislación vigente que, por haber caído enfermo en Aranda, no pudo presentar al canciller sino en Calatayud (mayo), siguiendo con la corte a Zaragoza, donde nuevamente se frustraron sus esperanzas por la muerte del canciller. Tras su muerte (7 de junio) recuperaron el poder, cohechando a Xebres, Fonseca y sus amigos, y L. C. pasó el resto del año de 1518 en Zaragoza, instando en vano diversos proyectos de reforma, obteniendo al fin (septiembre) que le autorizaran la recluta de campesinos castellanos para emigrar a Indias donde se asociarían con los indios; pero iniciada la recluta con éxito fracasó por la traición del auxiliar Luis de Berrio, hechura de Cobos, y la oposición radical de algunos nobles castellanos como el condestable Velasco, que no querían verse privados de explotar a sus vasallos labriegos (diciembre).
      Nuevas gestiones. Apoyo de Gattinara. En 1519, L. C. fue a Barcelona con la corte, y logró el apoyo de los predicadores reales (Salamanca, La Fuente, los hermanos Coronel, Garcés, Vázquez) para sus proyectos en favor de los indígenas americanos, a lo que se opusieron Fonseca y Cobos, pero que favoreció el nuevo canciller Gattinara. Una primera propuesta (junio), en colaboración con los hermanos Diego y Hernando Colón, fracasó por las ambiciones políticas de éste, que reclamaba en feudo toda la costa de Tierra Firme; pero otro, limitada a la costa de Venezuela y Colombia, logró, en ausencia de Fonseca (octubre), y gracias a Gattinara, la aprobación de García de Padilla, sustituto de aquél (noviembre), aunque no llegó a formularse por el viaje de la corte hacia Castilla.
      En 1520, L. C. se unió a la corte en Valladolid, donde (marzo) contempló los tesoros enviados por Cortés y presenció el motín que hizo huir al rey hacia Simancas; siguió a éste hasta Santiago de Compostela, en cuya población asistió a las Cortes (abril), y después a La Coruña, donde eficazmente apoyado por Adriano y Gattinara obtuvo, en vísperas de partir el rey para Flandes (20 de mayo), el asiento y capitulación para la población pacífica de la costa de Cumaná, cuyos decretos instrumentales fueron firmados por el gobernador-regente Adriano en Valladolid (agosto). Se trasladó seguidamente a Sevilla, agitada por la sublevación de Juan de Figueroa (19 de septiembre), lo que le impidió encontrar los 50 socios, pacíficos pobladores, que esperaba reunir. Por ello, quienes embarcaron con él eran rebeldes fugitivos, que desertaron en Sanlúcar (noviembre) antes de zarpar (diciembre).
      En 1521, al llegar a Puerto Rico, desertó el resto de los fugitivos que habían embarcado para las Indias; L. C., combatido por las autoridades americanas (marzo), se vio obligado a concluir, en Santo Domingo, un acuerdo (junio) que implicaba la captura y esclavización de los indios rebelados en Cumaná. Marchó luego a esta última población donde fue muy bien recibido por los misioneros franciscanos, pero sañudamente combatido por los soldados dé Ocampo y los perleros de Cubagua (noviembre). Por ello tuvo que embarcar para Santo Domingo, y entonces su segundo, Francisco de Soto, se dedicó a la captura de esclavos, indisponiéndose con los indios. En 1522, L. C., perdido en el camino entre Yáquimo y Santo Domingo (marzo), supo que su expedición en Cumaná había sido atacada y destruida por los caribes con muerte de cuatro de sus componentes; desengañado y arrepentido, y animado por los dominicos Betanzos y Berlanga, decidió entrar en el convento de Santo Domingo (diciembre), donde tras un año de noviciado y restituir los fondos que le quedaban, profesó. De 1524 a 1527, estudió teología y cánones en la casa matriz dominicana en La Española, hasta que sus instancias en contra de las armadas para capturar indios movieron a las autoridades a imponer a los superiores que le enviaran a Puerto de Plata.
      La Historia de las Indias. De 1527 a 1530 fundó el convento de Puerto de Plata, predicó a indios y cristianos y se dedicó a escribir su Historia de las Indias, donde relata el descubrimiento, describe la isla Española y narra los acontecimientos que presenciara desde 1502 en adelante, aun cuando no la terminó como hoy la conocemos.
      En 1530, la Audiencia, a uno de cuyos oidores había privado de su herencia presunta por la conversión de un tío suyo, le hizo prender recluyéndole en el convento de Santo Domingo desde donde dirigió una carta al Consejo de Indias en 1531, censurando los abusos de aquélla. En 1532, marchó con Berlanga a México, siendo apresado por los dominicos de este convento, y debiendo volver a Santo Domingo, donde logró en marzo de 1534 traer en paz al sublevado cacique Enriquillo, lo que, aplaudido por todos, relató en carta al Consejo (30 de abril). En septiembre salió para Panamá como acompañante de su nuevo obispo fray Tomás de Berlanga, encargado de mediar entre Pizarro y Almagro. Pero la nao en que L. C. partió para Perú fue empujada por una tempestad, tras larga calma, a la costa de Nicaragua, trasladándose L. C. a su capital Granada desde donde escribió al consejero Bernal Díaz de
      Luco (15 oct. 1535), denunciando los horrores que había presenciado. En 1536, entró en conflicto con el gobernador Rodrigo de Contreras, que quería organizar la conquista del Desaguadero, y con el obispo Diego Alvarez Ossorio, quienes formularon informaciones contra 61 (julio), por lo que con sus compañeros Ladrada y Angulo abandonó Nicaragua, dirigiéndose a Guatemala; pero llamado por el obispo de Tlascala Garcés pasó a Oaxaca donde redactó su De unico vocationes modo, base doctrinal con la que fray Bernardino de Minaya, con cartas de la Emperatriz (5 de octubre) logradas por Díaz de Luco, obtuvo en Roma del papa Paulo III la bula Sublimis Deus (2 jun. 1537).
      En 1537, L. C. fue bien acogido en Guatemala por el obispo Marroquín, que le nombró su vicario, y por el juez de residencia Alonso Maldonado con él que firmó un convenio (2 de mayo) para la reducción pacífica de los indios de Tuzulutlan, aprobado por el virrey de México (6 feb. 1539) y por el Consejo de Indias (14 nov. 1540). Los tratos con los indios se iniciaron desde Sacapulas, tratos que prosiguieron Cáncer y Angulo, mientras L. C. y Ladradas marchaban a España con cartas comendaticias de Marroquín (22 nov. 1539), Maldonado (16 de octubre), Alvarado (18 de noviembre) y fray Juan de Zumárraga, obispo de México (17 abr. 1540), para reclutar nuevos misioneros a los cuales envió, desde Sevilla, en enero de 1541, regresando a Madrid donde esperó la contestación del Emperador a la carta que le enviara con fray Jacobo de Testera (15 dic. 1540).
      En 1542, llegado Carlos V, L. C. le informó detenidamente de los abusos contra los indios y de los cohechos de los consejeros de Indias y jerarcas en ellas, logrando que tras la visita inspectora de aquél, se prendiera al Dr. Beltrán, se destituyera al obispo de Lugo Carvajal y se apartara al presidente card. Loaysa, nombrándose nuevos visitadores para Indias encargados de hacer cumplir las Nuevas Leyes dictadas en Barcelona (20 de noviembre), complementadas, por sugestión de L. C., con las de Valladolid (4 jun. 1543).
      Obispo de Chiapas. Actuación en México. En 1544, L. C., que había rechazado el riquísimo obispado de Cuzco ofrecido por Cobos, aceptó el de Chiapas para favorecer la evangelización de Tuzulutlan; y después de ser consagrado en Sevilla (30 de marzo), marchó con 44 jóvenes misioneros dominicos a Indias; a causa de atribuírsele las Nuevas Leyes, fue muy mal recibido en Santo Domingo, donde en diciembre embarcó para Honduras, camino de Chiapas. En 1545, tras una agitada estancia en Yucatán y un accidentado viaje por Tabasco, llegó a Chiapas, donde el 20 de marzo publicó una pastoral ordenando la restitución de los bienes extorsionados a los indios, disposición que sublevó a sus diocesanos, por lo que L. C. hubo de refugiarse en las misiones dominicas de Verapaz (junio), marchando a la Audiencia de los Confines en Gracias a Dios para pedir auxilio contra los revoltosos, sin conseguirlo (octubre), por lo que tuvo que transigir dulcificando su pastoral. Ante la adversa actitud del oidor Rogel y del visitador Tello de Sandoval (noviembre), salió hacia México.
      En 1546, partido en marzo de Chiapas y mal recibido en Oaxaca (abril), llegó a México (junio), donde logró la reunión de los obispos de Nueva España que se aceptaran unas conclusiones en favor de los indios, con gran indignación del cabildo de México y de los burócratas; decidido a renunciar a su sede, vista la imposibilidad de aplicar su doctrina en ella, delegó sus poderes episcopales en el vicario Juan de Parera (noviembre) y marchó a Veracruz (diciembre) con los dominicos Ladrada, Cáncer y Ferrer.
      En 1547, habiendo salido de Indias en enero, se quedó en las Azores y de allí pasó a Lisboa hasta conocer la disposición del príncipe Felipe hacia él (abril) y, al saberla favorable, entró por Salamanca dirigiéndose a la corte, a la sazón en Aranda de Duero, prosiguiendo en ella sus gestiones en pro de los indígenas americanos.
      Desde 1549, influyó notablemente en la política del Consejo de Indias, logrando se proveyesen con personas partidarias de sus ideas muchas sedes indianas (Pedro de Angulo, Juan del Valle, Tomás de S. Martín, etc.) y, finalmente, la de Chiapas (fray Tomás Casillas), una vez aceptada por el Papa la renuncia presentada el año anterior. En 1550, se inició la gran controversia con Juan Ginés de Sepúlveda, defensor subvencionado de los encomenderos mexicanos y autor del Democrates secundas, con una primera sesión (julio a septiembre), donde L. C. refutó en su extensa Apología las tesis contrarias, nombrando relator la comisión a Domingo de Soto, quien resumió el debate; presentada la ponencia en una segunda reunión (abril de 1551), se dio la razón a L. C., ateniéndose a sus tesis las sucesivas medidas legislativas del Consejo de Indias (octubre). En mayo, obtuvo L. C. del Capítulo General dominico reunido en Salamanca la erección de la nueva provincia de San Vicente de Chiapas para aplicar sus tesis.
      En 1552, ayudado por fray Vicente de Las Casas, reclutó muchos misioneros para las Indias, y fue a Sevilla (febrero) para preparar su despacho, aprovechando su estancia en el convento dominico de S. Pablo, donde estaba depositada la biblioteca de Hernando Colón, para completar su Historia, y para imprimir sus ocho tratados, llevando en septiembre a Sanlúcar ejemplares de los seis primeros (Brevissima, Controversia, 30 Proposiciones, Esclavitud, Encomiendas, Confesonario) para repartirlos entre los misioneros, muchos de los cuales desertaron por el retraso, desorden y abusos en la organización de la Armada. En 1553, regresó a Sevilla e hizo imprimir (enero) el Tratado comprobatorio y los Principia quaedam, resumen de su doctrina política. En 1555, envió una larga CartaTratado para ayudar al arzobispo Carranza en su lucha contra la perpetuidad de las encomiendas. Entre 1556 y 1563, siguió defendiendo a los indios; redactó sus últimos tratados sobre los Tesoros del Perú y, en 1564, su testamento, dejando sus libros y papeles al Colegio de S. Gregorio. En 1564 envió su memorial a Pío V (marzo), y m. en la mañana del 18 de julio, protestando de su buena fe en la defensa de los indios.
      2. Doctrina y significación. En las obras de L. C. antes citadas no existe cuerpo sistemático de doctrina, sino que ésta la formula en distintas ocasiones, está retocada no pocas veces y es de carácter predominantemente monográfico. Pero espigando en ellas se puede afirmar que su base la constituían las siguientes afirmaciones cuya fecha mencionamos: valor supremo de la ley divina (1539); autoridad interpretativa de S. Pablo (1539); universalidad de la Iglesia (1529); primado de lo espiritual (1553); finalidad del poder espiritual (1553); racionalidad, libertad y sociabilidad del hombre (1553); perfectibilidad del género humano (1530); igualdad de todos los pueblos (1530); intangibilidad y tutela debida a los derechos personales (1552); origen de la jurisdicción y su fundamentación en el bien común (1553), en la justicia y en la paz (1552); título del poder político, despotismo y tiranía (1564); función activa de la caridad (1531); deberes misioneros de los castellanos en Indias (1532) y requisitos precisos en los evangelizadores (1529); obligación de restituir lo extorsionado por los encomenderos, conquistadores (1517) y gobernantes, incluidos los consejeros de Indias (1531) y los eclesiásticos enriquecidos, mientras los indios permanecen en la pobreza (1566).
      Los últimos estudios críticos y las nuevas aportaciones documentales han fallado a favor de L. C. la polémica provocada por mal entendidos triunfalismos y nacionalismos, favorecidos por el difícil enfoque del periodo histórico entre el Renacimiento y la Contrarreforma en que le tocó vivir, cuyas implicaciones le valieron opuestas calificaciones desde la de teócrata medieval a revolucionario modernista. Hoy todos (Hanke, Bataillon, Chaunun, Friede, O'Gorman, Comas, Salas y Madariaga) coinciden en que L. C. no fue sólo creyente como sus contemporáneos, sino también practicante de la doctrina cristiana, aplicó la formulación aristotélico-tomista, con criterio renacentista, a los hechos y problemas nuevos planteados por el descubrimiento e institucionalización de la sociedad hispanoindiana, abrazó la causa justa de los colonizados y dio un ejemplo inmarcesible de cuál debe de ser la actitud del intelectual sinceramente cristiano abrumado por circunstancias históricas adversas a la realización de su ideal sobre la justa convivencia social con sus prójimos de toda índole.
     
     

BIBL.: Fuentes: L. HANKE y M. GIMÉNEZ FERNÁNDEZ, Bartolomé de Las Casas (1474-1566). Bibliografía crítica, Santiago de Chile 1954.-Biografías: J. A. LLORENTE, Barthélemy de las Casas, París 1822; M. J. QUINTANA, Fray Bartolomé de las Casas, Madrid 1833; C. GUTIÉRREz, Fray Bartolomé de las Casas, Madrid 1878; M. M. MARTÍNEZ, Bartolomé de las Casas, Madrid 1958; M. GiMÉNEZ FERNÁNDEZ, Bartolomé de las Casas, Sevilla 1953-60; M. MAHN LOT, Barthélemy de las Casas: L'Évangile et la forte, París 1964.-Ensayos varios de ambientación: L. HANKE, La lucha por la justicia en la conquista de América, Buenos Aires 1949; íD, El prejuicio racial en el Nuevo Mundo, Santiago de Chile 1958; M. BATAILLON, Études sur Bartolomé de Las Casas, París 1966; R. MENÉNDEZ PIDAL, El Padre Las Casas. Su doble personalidad, Madrid 1963; M. GIMÉNEz FERNÁNDEZ, Sobre Bartolomé de las Casas, Sevilla 1965; íD, Breve biografía de Las Casas, Sevilla 1960.-Ediciones críticas de las obras de B. de Las Casas: en Nueva Bibl. de Autores Españoles de Rivadeneira, t. XLV, XLVI, CV, CVI y CX, ed. dir. por J. PÉREZ DE TUDELA, con est. prel. y biografía, Madrid 1957-58; Colección de tratados, con est. prel. de L. HANKE y M. GIMÉNEz FERNÁNDEZ, MCXICO 1966; Los Tesoros del Perú, ed. A. LOSADA, Madrid 1959; De unico vocationis modo, trad. A. MILLARES LARLO y pról. L. HANKE, McXiCO 1966; Códices Casas, ed. M. GIMÉNEz FERNÁNDEZ, Caracas 1962.

 

M. GIMÉNEZ FERNÁNDEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991