LAPSOS, CONTROVERSIAS DE LOS


Orígenes del problema. De manera general se aplica el término de lapsos a los cristianos de los primeros siglos que claudicaban en su fe religiosa ante la furia de la persecución, e incluso a veces también, a los pecadores de homicidio o adulterio (v. PENITENCIA II). Estrictamente se 'denomina así a los cristianos que, en diverso grado y de uno u otro modo, apostataron de su fe durante la persecución de Decio. La fórmula «controversia de los lapsos» se refiere a las disputas sobre la disciplina penitencial y sus fundamentos dogmáticos con ocasión de aquel conflicto, en que los apóstatas, pasado el furor persecutorio, pedían su reintegración a la comunidad cristiana.
      En agosto 249 Decio se proclama Emperador. Durante todo el a. 250 la Iglesia sufre nueva persecución: por medio de un edicto se obliga a todos los habitantes del Imperio a poner un acto de culto oficial (v. PERSECUCIONES A LOS CRISTIANOS). Con un certificado o libelo expedido por la Comisión organizada al efecto, los súbditos imperiales que no habían acudido a sacrificar el día señalado («die praefinita pro fide exploranda») por impedimento de salud, viaje, etc., acreditaban haber obedecido al edicto (se han encontrado, por cierto, unos 50 libelos en Egipto, uno perteneciente a un sacerdote pagano, fechados del 12 al 26 jun. 250). Aunque hubo en general muchos mártires y lapsos, éstos debidos tanto al miedo ante el nuevo método persecutorio como a la laxitud de muchos cristianos, según dice, quizá con cierta exageración, S. Cipriano (De lapsis, 5.6), los propósitos imperiales fracasaron, porque casi todos los l., algunos incluso durante la misma persecución, pidieron ser admitidos nuevamente en la Iglesia.
      La controversia en Cartago. Fue quizá en Cartago donde la persecución alcanzó mayor dureza y el número de I. fue más numeroso, S. Cipriano (v.) describe con viveza en su De lapsis las defecciones de los cristianos y alude concretamente a quienes adquirían el libelo para toda la familia; al que afirmaba ser cristiano, pero a la vez estaba dispuesto a dar dinero con tal de no sacrificar, a los clérigos apóstatas y a los mártires existentes. Precisamente en Cartago tuvo, en buena parte, su origen la c. sobre los l., debido a las circunstancias de aquella sede: el obispo había desaparecido durante los primeros días de la persecución, y los confesores, incluso aquellos de dudosa conducta (Cipriano, Epist. 13), daban libelli pacis a los I. («communicet ille cum suis»), abusando así del privilegio antiguo. Cipriano, en situación delicada por haber huido ante la creciente actitud adversa de los paganos, escribe desde el destierro desaprobando el proceder de los confesores y las innovaciones de algunos presbíteros, que, haciendo causa común con ellos, absolvían precipitadamente a los I. en contra de la vigente disciplina penitencial. Algunos presbíteros y confesores reciben desairadamente las órdenes de su obispo, separándose de él en torno a un tal Felicísimo; entre todos ellos destacaba Novato, con cuyo nombre se denomina también este cisma. Se decide entonces, como urgente medida de emergencia, no adoptar soluciones generales hasta celebrar un concilio (Epist. 40,3). Cuando regresa Cipriano, a pesar de la oposición de algunos presbíteros a quienes excomulgó, se celebra un sínodo en Cartago (abril 251) en el que se establece recibir en la comunión eclesiástica, sin previa penitencia pública («interim admitti»), a los libellatici o I. que fingieron haber sacrificado adquiriendo fraudulentamente el correspondiente libelo, sin atreverse a confesar su fe; los sacrificad, fieles que habían sacrificado a los ídolos, y los thurificati, que habían quemado incienso, debían hacer «diu paenitentia publica», sin que pudieran ser admitidos a la comunión eclesiástica a no ser en peligro de muerte («nisi in exitu»). En mayo 252 otro nuevo concilio determinaría conceder la reconciliación a todos los I. que hubieran hecho penitencia pública, por temor a una nueva persecución, la del emperador Treboniano Galo (Epist. 54, donde puede leerse la Carta sinodal).
      La Controversia en Roma y sus efectos. En Roma la evolución de los hechos es muy semejante. La mutua relación de las dos sedes queda bien patente en las tres cartas con que el Presbiterio romano pretende poner al corriente a Cartago de la práctica adoptada durante la vacancia de la sede romana (Epist. 2; 30; 31). Se pone también de manifiesto la doble vertiente disciplinar del problema, pues, mientras la primera carta influiría por su benignidad en el ánimo de Cipriano, más propenso al rigorismo en las circunstancias de su sede, la segunda, que escribió Novaciano (v.), presbítero romano docto y de prestigio, en nombre del Presbiterio, y lo mismo la tercera, insisten sobre la disciplina antigua. La elección del nuevo Papa tendría que ventilar esta cuestión, pues sólo él podía decidir las medidas a tomar.
      Antes de provocar el cisma de Cartago, ya había ido Novato a Roma y había sembrado allí la discordia, al seducir a Novaciano y, con él, a muchos confesores que pretendían elegir un obispo confesor en Rama, cuya sede dejó vacante el papa Fabián, al ser martirizado el 20 en. 250. En marzo 251 es elegido nuevo papa Cornelio, al que se opone cismáticamente Novaciano bajo presión de Novato. Las ambiciones frustradas del prestigioso clérigo le empujaron hacia el cisma, llegándose así al punto culminante en la controversia; parecían triunfar los intereses personales, si bien todavía dentro de la ortodoxia doctrinal, que no tardaría en resentirse. Todos estaban de acuerdo en que los l. debían hacer penitencia en las circunstancias en que el propio Obispo determinara y en que los thurificati y sacri f icati recibirían la absolución solamente al fin de la vida. El nuevo papa, Cornelio, reúne un concilio de obispos italianos; así se confirmaría la doctrina recta sobre la penitencia de los l. y todos adoptarían seguros la misma praxis que amenazaba entonces dividirlos en rigoristas extremos y mitigados. El concilio determina lo mismo que el sínodo de Cartago del a. 251: absolver a los libellatici, imponer penitencia a los demás l. y solamente absolverlos en peligro de muerte. Es entonces cuando Novaciano, frustradas sus ambiciones y constituido ya en jefe de la iglesia cismática, niega indiscriminadamente la absolución a todos los l. sin excepción, adoptando con ello la extrema actitud rigorista. El que había sido elegido como obispo de los confesores, cuya apertura en materia de disciplina penitencial ya conocemos, se convierte automáticamente en paladín del rigorismo más extremo, apoyando en la doctrina su oposición personal a Cornelio. El cisma había cuajado plenamente, y al carácter personal de la contienda se añadía ahora el doctrinal. Aunque Novaciano escribe sin éxito a varios obispos para que le reconozcan como obispo de Roma, el cisma, convertido también en una nueva secta doctrinal, el novacianismo, va ganando adeptos y se propaga gracias a la repugnancia de los fieles en recibir al gran número de los que habían sacrificado a los ídolos durante la persecución; según ellos el sínodo de Cartago del a. 252 admitía con demasiada facilidad a los sacrificati, no obstante la nueva persecución inminente. Lo cierto es que los novacianos nunca apelan a la praxis antigua, como si hubiera sido cambiada, en defensa propia, y el mismo Novato, representante del cisma africano de tendencias laxistas, no tiene dificultad en aliarse con el hombre que representa en Roma el rigorismo más intransigente. Un sínodo romano excomulgaría a Novaciano y reafirmaría la doctrina católica, quedando limitado el problema nuevamente a la cuestión de personas.
     
      V. t.: APOSTASÍA 1; NOVACIANO Y NOVACIANISMO; y PENITENCIA (para las implicaciones más doctrinales de la controversia).
     
     

BIBL.: S. CIPRIANO, De lapsis: PL 4,477-510; íD, Epístolas 5 y 56: PL 4,236 ss. y 359 ss.; A. D'ALEs, L'Édit de Calliste, París 1914, 297-349; P. GALTIER, L'Église et la rémission des péches aux premiers siécles, París 1932, 29-60; íD, De Paenitentia, Roma 1950, 209-220; K. RAHNER, en «Zeitschrif für katholische Theologiae» 74 (1952) 257-276, 381-438.

 

J. SALINERO PORTERO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991