JUANA DE ARCO, SANTA


Juana de Arco, cuya maravillosa intervención en Francia cambió el curso de la guerra de los Cien Años, es un personaje histórico muy conocido. Disponemos a este respecto de dos fuentes fundamentales, el proceso de condenación (1431) y el proceso de rehabilitación (1456): enormes expedientes, en los que se puede oír, de una parte, a Juana misma que resiste a sus jueces y, de otra, a una muchedumbre de testigos de su vida. Pero estos documentos fueron prácticamente inaccesibles, cuando no desconocidos, hasta su publicación in-extenso entre 1841 y 1849 por el erudito J. Quicherat. Antes de esta fecha, olvidada por las autoridades públicas, J. apenas fue un tema literario tratado sin ningún cuidado de fidelidad a los hechos; aun después de que su historia científica pudo ser escrita, el personaje de J. de A. no ha dejado de ser utilizado por las pasiones políticas del momento; hasta tal punto es verdad que esta figura, elevada a la altura de un mito (el milagro en el momento en que todo está perdido), encarna una de las tendencias del inconsciente colectivo francés.
      Recordemos brevemente la situación del reino de Francia en el momento en que aparece J. Debido a dos asesinatos paralelos (el de Luis de Orleáns en 1407 y el de Juan sin Miedo en 1419) estallaba la guerra civil entre la casa de Borgoña y la casa de Orleáns (ésta estaba representada por el Delfín, el futuro Carlos VII). Por otra parte, la guerra franco-inglesa estaba en su paroxismo. En virtud del tratado de Troyes (1420), el detentador legítimo de la corona francesa era ahora el rey de Inglaterra, mientras que el heredero de la dinastía francesa de los Valois, el Delfín Carlos, se había refugiado en Bourges, en la parte meridional del reino.
      J. de A. Había nacido en Domrémy en 1412. Este pueblo, situado en los confines de Champaña y de Lorena, pertenecía al país de Barrois, que había permanecido fiel al Delfín Carlos, mientras que toda la región, en particular Champaña, estaba de parte de los ingleses y de los borgoñeses. J. era piadosa e iletrada, como todas sus compañeras del pueblo. Fue durante los dos años en los que desempeñó un gran papel cuando aprendió a firmar. Pero durante su infancia conoció una aventura interior: oía una voz sobrenatural acompañada de un gran resplandor; tenía entonces 13 años. Pudo identificar estas voces sucesivas porque iban acompañadas de apariciones: S. Miguel, S. Catalina y S. Margarita. Estas voces le enseñaron a portarse bien, a frecuentar la iglesia, y finalmente le dieron la orden de partir «para Francia» y le revelaron que ella libraría a Orleáns, asediada desde octubre de 1428. Había hecho voto de virginidad y siempre se designará a sí misma con el nombre de «Juana la Doncella».
      En 1428, obedeciendo a sus voces, va a Vaucouleurs en busca del capitán real Roberto de Baudricourt para pedirle que la ayudara a cumplir su misión. Rechazada dos veces, obtiene finalmente un caballo y una escolta, y se viste de hombre. Esto sucedía en febrero de 1429; tenía 17 años.
      Llega a Chinon, en donde se había refugiado entonces el Delfín. Le reconoce sin dificultad en medio de los cortesanos, le expone el objeto de su misión y después, en el curso de una entrevista secreta, le da un signo. No se sabe de qué se trató; es verosímil que le asegurara en nombre de Dios que él era el hijo de Carlos VI y heredero legítimo del trono. Primero, el Delfín la hizo examinar en Poitiers por una comisión de clérigos y de doctores (es el primer proceso de J., cuyo texto se ha perdido) y después comenzó inmediatamente la epopeya militar. Penetra en la cercada Orleáns y obliga a los sitiadores a levantar el sitio: era el 8 de mayo de 1429, fecha que jamás han olvidado los habitantes de Orleáns. Después, sólo en algunas semanas, se realiza la limpieza del valle del Loira, se logra la victoria de Patay (18 de junio de 1429) y sobre todo tiene lugar la marcha sobre Reims a través de un país controlado por los ingleses. El 17 de julio de 1429 tiene lugar la consagración que hace del Delfín el elegido de Dios. Por primera vez, J. designa a Carlos con el título real.
      Después de este acontecimiento capital, sin embargo, Carlos deja de seguirla y cae en la inacción. Comienzan los fracasos: ataque infructuoso de París en donde es herida Juana (7 sept. 1429), operaciones estériles contra las plazas del Loira. Pasado el invierno, J. vuelve a tomar la iniciativa y, reviviendo la hazaña de Orleáns, va en ayuda de Compiégne, que estaba asediada. Allí fue capturada por los borgoñeses, que la vendieron a los ingleses por 10.000 escudos de oro (24 mayo 1430).
      El proceso que le hicieron no fue un proceso político, sino un proceso. de inquisición: se trataba, en efecto, de mostrar que sus «voces» eran diabólicas y así desacreditar al nuevo rey Carlos VII, juguete de un agente del diablo. Este proceso, que duró más de tres meses (febreromayo de 1431), fue inicuo en todo su desarrollo, de tal modo es evidente la voluntad de condenar a la acusada. Sin embargo, en este combate agotador, J. se defendió con un brío extraordinario. Sus respuestas dejaban maravillados a los escribanos, que anotaban al margen sus impresiones. Abundan en ellas «palabras históricas» de una plenitud y de una simplicidad admirables.
      Un misterioso episodio tuvo lugar al fin del proceso. El 24 de mayo de 1431, J. firmó en el cementerio de Sanct-Ouen, en Rouen, una fórmula de abjuración, cuyo texto es mal conocido, lo que la salvaba momentáneamente, pues de este modo sólo era condenada a cadena perpetua. De hecho, se trataba de una simulación destinada a precipitar el desenlace. Se la recluyó de nuevo no en prisión eclesiástica, como se le había prometido, sino en la prisión de los ingleses. Allí, para defenderse de los carceleros, volvió a vestirse de hombre, lo que hacía de ella una relapsa. Por otra parte, superada su debilidad, confirmó sus afirmaciones anteriores. Se la condenó entonces a la pena del fuego y fue ejecutada el 30 mayo 1431 en la plaza del Mercado Viejo de Rouen. Murió afirmando que sus «voces» no la habían engañado y pronunciando el nombre de Jesús. Tenía 19 años.
      La aventura de J. de A. no provocó el fin de la guerra franco-inglesa, que todavía continuó durante veinte años más, aunque con grandes dificultades debido al agotamiento de ambos adversarios. Pero se había dado un paso importante: la legitimidad de Carlos VII quedó en adelante bien establecida y la reputación de invencibilidad de los ingleses se disipó. En 1450 fue reconquistada Normandía y en 1453 tuvo lugar la gira de la Guyena (Aquitania).
      Recordemos, por fin, que J. de A. fue canonizada en 1920 por la Iglesia, y en este mismo año de 1920, Francia hizo de su fiesta (10 de julio) una fiesta nacional.
     
      V. t.: CIEN AÑOS, GUERRA DE LOS.
     
     

BIBL.: Fuentes: J. QUICHERAT, Procés de réhabilitation et de condamnation de Jeanne d'Are, 5 vol., París 1841; P. DONCOEUR, La minute Française des interrogatoires de Jeanne d'Are, París 1952; R. PERNOUD, Vie et mort de Jeanne d'Arc, les témoignages du procés de réhabilitation, París 1953.

 

HENRI PLATELLE.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991