JUAN CRISÓSTOMO, SAN
Uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia de Oriente. Predicador de
elocuencia difícilmente igualable, se le atribuye, a partir del s. vi, el
sobrenombre de «Boca de oro». Declarado Doctor de la Iglesia por S. Pío V en
1568. Se celebra su fiesta el 13 septiembre (hasta 1969, el 27 enero).
Vida. N. en Antioquía entre el 344 y el 354; m. en Comana, en el Ponto, el
14 sept. 407. Para el estudio de su vida contamos, además de con las fuentes
históricas del s. v y sus mismos escritos, con el Dialogus Historicus (PG
47,5-82) de Paladio, obispo de Helenópolis, escrita en el 417 en forma de
diálogo.
Hijo de familia cristiana, su padre, Secundo, quizá de origen latino, era
general de la armada de Siria, y su madre, Antusa, de pura ascendencia griega.
Siendo J. muy niño muere su padre cuando Antusa contaba sólo 20 años; de ella
recibió una formación profundamente cristiana; estudió filosofía en la escuela
del filósofo Andragathius y luego retórica con el sofista Libanios. Amigos de J.
eran a la sazón: Teodoro, futuro obispo de Mopsuestia; Máximo, más tarde también
obispo de Seleucia en Isauria y, sobre todo, un tal Basilio. A los 18 años fue
ganado por el amor de la doctrina sagrada. Dirigía entonces la Iglesia
antioquena el confesor Melecio (v.), natural de Armenia, quien, previendo el
feliz ingenio de J., le permitió acompañarle continuamente. Después de tres años
de convivencia con Melecio, recibió de sus manos el Bautismo y fue promovido al
grado de lector. Pero no contento con los trabajos de la ciudad, movido por su
ardor juvenil, se retira a los montes vecinos. Allí coincide con un anciano de
Siria, e imita la dureza de su vida durante cuatro años. J. da todavía un paso
más y se retira solitario a una cueva, en donde pasa dos años, apenas sin
dormir, con la sola dedicación de aprender el testamento de Cristo. Pero, al
resentirse fuertemente su salud por tal género de vida, volvió de nuevo a
Antioquía.
Una vez allí y después de haber servido al altar durante cinco años,
Melecio lo ordena diácono (a. 381), y a principios del 386, Flaviano, sucesor de
Melecio, lo ordena sacerdote. Durante 12 años, la vida de J. ilustra la Iglesia
antioquena, ofreciendo al clero una norma exacta de conducta, y alimentando e
iluminando a todos con su sabiduría y doctrina.
Nectario, obispo de Constantinopla, m. el 27 sept. 397. Y sin olvidar que,
desde el 381, Constantinopla (v.) era la «Nueva Roma», opositaron a la nueva
Sede muchos candidatos. A instancias del pueblo, que optaba por un hombre perito
en el sacerdocio, Europio, ministro del emperador Arcadio, obtiene la elección,
quien, sin apetencia alguna por su parte, tuvo que ser llevado por la fuerza a
la metrópoli en donde era consagrado obispo por Teófilo, Patriarca de
Alejandría, el 26 feb. 398.
No faltaba campo de trabajo al nuevo obispo. Comenzó por la reforma del
clero; depuso a algunos clérigos y a sus diáconos notoriamente escandalosos y se
esforzó en hacer desaparecer la lujuria, la avaricia y la intemperancia, muy
arraigadas en bastantes de sus colaboradores. Al examinar los asuntos
económicos, encuentra en la relación del ecónomo muchos dispendios inútiles de
la Iglesia; considera excesivos los bienes del obispo y manda construir con
ellos un hospital; más tarde, imperando la necesidad, edificará nuevos
hospitales a los que también dio un régimen concreto de internado. Llama también
la atención sobre el «orden de las viudas», aconsejándolas vivir según su estado
o casarse de nuevo. Reprende luego a los ricos, enseñándoles a vivir
humildemente y a tratar a los otros con modestia. El cambio operado por la tan
intensa pastoral de J. lo describe Paladio (Dial. Hist. 5: PG 47,21) diciendo:
«que los partidarios de toda clase de espectáculos, abandonados los atrios del
diablo, iban a las estancias del Salvador atraídos por la dulzaina del pastor
que amaba a las ovejas».
Aunque J. había aceptado el episcopado con la sola intención de dedicarse
a lo estrictamente diocesano, su situación lo pone en el riesgo de intervenir en
los más variados negocios. A petición de Arcadio, tiene que intervenir en la
rebelión de un general y de sus tropas. En el 400 se vio obligado a juzgar del
debate entre Eusebio de Valentinópolis y su metropólita Antonino de Éfeso.
Soluciona el asunto con un sínodo en Éfeso (enero 401), pero sus contrarios le
reprocharon el haber intervenido fuera de los límites de su jurisdicción;
durante su ausencia surgen serias desavenencias entre el archidiácono Serapión,
de la administración de la diócesis y el obispo Severiano de Gábala, a cuyo
cargo había encomendado la predicación, que intentaba separar al pueblo de su
obispo.
Ante la panorámica de la actuación de J., la tristeza y la envidia ocupaba
las mentes de los pastores mercenarios, quienes, como no fuesen capaces de
superarlo y ya que no invocaban al Señor destructor de la envidia, empezaron a
levantar calumnias contra J. (Paladio, o. c. 6: PG 47,21). En este periodo
conviene tener en cuenta: a) los colegas episcopales del Crisóstomo: Acacio de
Berea, Antíoco de Ptolemaida, Isaac Sirisco y Severiano de Gábala; b) Arcadio y
Eudoxia; c) el intrigante Teófilq de Alejandría.
Con la caída del eunuco Eutropio, la emperatriz Eudoxia toma en sus manos
las riendas del gobierno y es ahora cuando comienzan los conflictos entre el
Patriarca y la corte. Sin olvidar las continuas intrigas de los obispos
palaciegos ante la emperatriz y en contra de J., Eudoxia se sintió herida en
varias ocasiones por el Patriarca, sobre todo cuando el día de S. Juan Bautista
comenzó su sermón: «Se enfurece de nuevo Herodías, desatina de rabia, de nuevo
danza y quiere en un plato la cabeza de Juan» (cfr. Sócrates, Hist. Eccl. 6,18;
Sozomeno, Hist. Eccl. 8,20). Todos creyeron que iban dirigidas contra el lujo y
las modas de las mujeres en el que la emperatriz se sintió personificada.
Con todo, el hombre terrible fue Teófilo de Alejandría. Después de no
haber sido elegido para la sede de Constantinopla y de haber tenido que
consagrar a J., su cólera aumentó cuando tuvo que comparecer en la capital (a.
402) ante un sínodo presidido por J. para responder a las acusaciones que
hicieran contra él los «Altos Hermanos», cuatro monjes del desierto de Nitria,
acusados de herejía y de intento de asesinato contra su persona. J. los admitió
a la asistencia a los oficios, pero no a la comunión. Teófilo, aunque no podía
entrar en rebelión contra el Emperador, pudo maniobrar. Reunido con 36 obispos
(todos enemigos de J. y casi todos de Egipto), en el sínodo de la Encina (a.
403) levantó una larga serie de acusaciones contra J., quien después de ser
convocado por cuarta vez y, como no compareciese, fue depuesto (agosto 403).
Arcadio firmó el decreto de deposición y lo desterró a Bitinia. Cundiendo el
tumulto del pueblo y como a la noche siguiente fuese sacudida la ciudad imperial
por un terremoto fortísimo, Eudoxia misma consiguió del Emperador el regreso de
J. ]Éste, conocedor de los cánones 4 y 12 del Conc. de Antioquía (a. 341),
retardó su entrada en la capital y el ejercicio de su ministerio. Una vez en
Constantinopla, todo marchó bien durante unos dos meses, pero con el sermón del
día de S. Juan Bautista, J. dio pie a sus enemigos para que le acusaran de nuevo
ante Eudoxia, pidiendo su deportación, ya que había asumido ¡legalmente la
dirección de una Iglesia de la que había sido canónicamente depuesto. El
Emperador le requiere que suspenda sus funciones eclesiásticas. La noche de la
Pascua, en la que los sacerdotes fieles a J. debían administrar el bautismo a
más de 3.000 catecúmenos, fue impedida la ceremonia con las armas, al mismo
tiempo que se intentaba asesinar al Patriarca. Fallado ese plan, y después de un
nuevo intento de deponerlo por medio de un sínodo, por fin es desterrado a
Cúcuso, en Armenia (a. 404). En la sede de Constantinopla le sucede Arsacio,
hermano del patriarca Nectario. No pudiendo soportar los enemigos de J. que la
Iglesia de Antioquía peregrinase hasta Armenia y que desde allí repercutiese de
nuevo sobre los antioquenos la dulce sabiduría del Crisóstomo, decidieron pronto
cortar su vida (Paladio, o. c. 11: PG 47, 37). J. es desterrado a Pitio y m. en
Comana, en camino hacia su destino con esta frase en los labios: «Gloria a Dios
por Todo» (Paladio, o. c. 11: PG 47,38). El 27 en. 438 fue llevado su cuerpo a
Constantinopla y enterrado en la iglesia de los Apóstoles.
Aunque J. había apelado a Roma y Teófilo de Alejandría había comunicado la
deposición del Patriarca, el papa Inocencio I y todo el Occidente habían roto su
comunión con Constantinopla, Alejandría y Antioquía, dado que no se había
cumplido la orden del Papa de examinar en un sínodo integrado por occidentales
la causa de J. Y sólo con la condición de que el nombre de J. se pusiese en los
dípticos fueron admitidos a la comunión de Roma. Tuvo lugar siendo obispo Ático,
sucesor de Arsacio (m. 405).
Escritos. El Crisóstomo aventaja en producción literaria a cualquier otro
escritor griego, siendo la mayor parte de sus obras exposición de la S. E. en
forma de homilías. Casi en su totalidad fueron pronunciadas en Antioquía entre
el 386 y 397. Homilías exegéticas: Homiliae noven in Genesim (PG 54,581-630);
excepto la última, las otras tratan de los tres primeros capítulos del Génesis.
Homiliae 67 in Genesim (PG 53,23-386; y 54,385-580); éstas, en cambio, tratan el
texto entero del Génesis. Las Homiliae quinque de Anna (PG 54,631-76)
pronunciadas en 387, son, así como las De Davide et Saule (PG 54,675-708),
comentario a algunos capítulos de los libros de los Reyes. Homiliae in Psalmos
(PG 55); explica los salmos 4-12, 43,49, 108-117, 119-150; en ellas no se limita
al texto de los LXX, sino que echa mano de otras versiones; sin duda, son sus
mejores homilías sobre el A. T. De prophetiarum obscuritate (PG 56,163-92), dos
homilías en las que J. trata de los libros proféticos en general (a. 386). In
Isaiae c. 1-8,10 (PG 56-11-94) que no es sino un comentario seguido del texto y,
por supuesto, despojado de toda forma oratoria. No está probada suficientemente
la autenticidad de muchos de los fragmentos de las Catenae sobre Job,
Proverbios, Jeremías y Daniel.
Abren su exposición al N. T.: las Homiliae 90 in Matthaeum (PG 57,13-472),
pronunciadas en Antioquía (390). Homiliae 88 in Ioamnem (PG 59,23-482), ca. 391,
y quizá, por comentar los textos que los arrianos usaban para probar su
doctrina, aparecen con carácter más polémico. Homiliae 55 in Acta apostolorum
(PG 60,13-384) que datan del 400 y son el único comentario completo que poseemos
sobre los Hechos en los diez primeros siglos. Homiliae 32 in epist. ad Romanos
(PG 60,391-682), escritas o pronunciadas en Antioquía, siendo J. diácono o
presbítero; comentario patrístico más importante a dicha carta y la obra más
acabada del Crisóstomo. Las 44 Homiliae in I ad Corinthios (PG 61,11-382) y las
30 in II ad Corint. (PG 61,381-610); en ellas es donde mejor aparece su doctrina
y pensamiento. Tiene además tres homilías a I Cor. 7,1 (PG 51,207-242) y tres a
II Cor. 4,13 (PG 51, 271-302). Le pertenecen también: el Comentarius in Epist.
ad Galatas (PG 61,611-682); las 24 Homiliae in Epist. ad Ephesios (PG 62,9-176),
de interés por la doctrina que expone sobre el matrimonio; las 15 in Epistulam
ad Philippenses (PG 62,177-298) en las que sobre todo en la 7, defiende la recta
doctrina de la Encarnación contra marcionitas, Pablo de Samosata y arrianos.
Ilustró además la epist. a los Colosenses en 12 homílías (PG 62,299-392), la
primera a los Tesalonicenses en 11 (PG 62,391-468) y en cinco la segunda (PG
62,467-500); la primera a Timoteo en 18 (PG 62,501-600) y la segunda en 10 (PG
62,599662); la dirigida a Tito en seis (PG 62,663-700), en tres la a Filemón (PG
62,701-720) y la escrita a los Hebreos en 34 homilías (PG 63,13-236).
Otras homilías. Tiene además como un centenar de sermones que no tienen
como objeto la explicación de la S. E. En ellos aborda la temática más variada.
Unas son de carácter dogmático-polémico, como las Homiliae 8 adv. Judaeos (PG
48,843-942); las Contra anomeos de incomprehensibili (PG 48,701-812); de éstas,
las cinco primeras, predicadas en Antioquía, van dirigidas contra los anomeos
(386-7), las restantes, en cambio, que pronunció en Constantinopla (397), no van
dirigidas contra ellos. Las dos Catecheses ad illuminandos (PG 49,223-240)
predicadas en la cuaresma (388). Con ellas debemos enumerar las catequesis
bautismales recientemente descubiertas (cfr. A. Wenger, Huit catécheses
bautismales inédites, París 1957).
Hay que subrayar sus discursos morales en los que de manera más directa
ataca la superstición y el vicio. Las Homiliae novem de poenitentia (PG
49,277-350) de las que hay que negar la autenticidad a la séptima para
atribuirla a Severiano de Gábala; los In Kalendas (PG 48,953-62); el Contra
circenses ludos et theatra (PG 56, 263-70), ocasionado por haber encontrado su
iglesia casi vacía puesto que se habían marchado al teatro. Merecen especial
mención el De eleemosyna (PG 51,261-72) y el De futurorum deliciis et
praesentium vilitate (PG 51347-54).
No faltan entre sus escritos panegíricos en honor de santos del A. T. y de
otros cuya devoción arraigó más en Antioquía, p. ej., Romano, Julián, Barlaám,
Pelagia y otros. Sin duda, sobrepasaron a todos las Homiliae septem de laudibus
S. Pauli (PG 50,473-14). De entre los sermones para las fiestas litúrgicas hay
que resaltar el In diem natalem D. N. Jesu Christi (PG 49,351-62) del a. 386;
las dos homilías De proditione Judae (PG 49,373-92), homilías del jueves Santo;
y las dos De cruce et latrone (PG 49,393-418), sermones del Viernes Santo. Y por
último el sermón de Pascua titulado Contra ebriosos et de resurrectione (PG
50,433-42).
Conviene nombrar los discursos de circunstancias, que son los sermones que
más aplausos le merecieron. Entre ellos: las Homiliae 21 de Status ad populum
Antiochenum (PG 49,15-222) pronunciadas al principio de su presbiterado; las dos
homilías In Eutro pium (PG 52,391-414) y sus sermones Antequam iret in exsilium
(PG 52,427-30) pronunciado la víspera de su primer destierro y el Post reditum
ab exilio (PG 52,443-8) tenido al día siguiente de su regreso; y, por último, su
primer sermón Cum presbyter fuit ordinatus homilía (PG 48,693-700), pronunciado
el mismo día de su ordenación sacerdotal.
Tratados. Dos de éstos son apologéticos tanto en el objeto como en la
forma; el uno De S. Babyla contra Julianum et gentiles (PG 50,533-72), escrito
ca. 382; y el Contra Judaeos et Gentiles quod Christus sit Deus (PG 48,813-38).
La fecha de composición la ponen los autores entre el 381 y 387. Los demás
tratados son obras ascéticomorales y que ocupan casi el tiempo de su vida
anacorética. Así, las Paraeneses ad Theodorum lapsum (PG 47, 277-316), dirigidas
a su amigo el Mopsuestemo; los tres libros Adv. oppugnatores vitae monasticae
(PG 47,319-86) en los que trata de convencer a los padres cristianos que manden
sus hijos a los monjes para su formación moral; data de entre el 378 y 385.
Tiene dos libros De Compunctione (PG 47,393-422), uno dirigido al monje Demetrio
y el otro al monje Stelequio; De sacerdotio libri sex (PG 47,62)-92), obra
escrita en forma de diálogo y la más conocida por la posteridad; escrita en
Antioquía entre el 381 y 386; el Ad viduam juniorem (PG 48,399410) breve tratado
escrito, ca. 380, a una viuda joven por la pérdida de su esposo; Liber de
virginitate (PG 48,53396) en el que interpreta las palabras de S. Pablo (cfr. 1
Cor 7,38) de que el matrimonio es bueno, pero mejor la virginidad; dos
pastorales, de apenas estrenado su episcopado y con fondo muy parecido son: la
Adv. eos qui apud se habent virgines subintroductas (PG 47,495-514) y Quod
regulares f eminae viris cohabitare non debeant (PG 47,513-532) escritos que
exasperaron el ánimo de los interesados; tres libros Ad Itagirium a daemone
vexatum (PG 47,423-94) con cuyo motivo da la teología del sufrimiento a la vez
que hace historia del mismo desde Adán hasta S. Pablo. Los tratados de su
segundo destierro son: Quod nemo laeditur nisi a se ipso (PG 52,259-480) y el Ad
eos qui scandalizati sunt ob adversitates (PG 52,479528). Sobre la educación
escribió el De inani gloria et de educandis liberis (no se encuentra en PG dado
que Migne lo rechazó como espúreo, editado en Munich 1914).
Cartas. Se conservan unas 236 (PG 52) escritas en su totalidad durante su
segundo destierro. Las más son consolatorias; otras, puros noticiarios de lós
trances acaecidos al autor. Resaltamos por largas y afectuosas las 17 dirigidas
a Olimpíade, viuda y diaconisa (PG 52,549-623).
El Crisóstomo ha sido el P. de la Iglesia griega a quien se le ha
atribuido erróneamente mayor número de escritos; homilías y sermones que tenían
que abrirse camino merced al renombre del mismo. Entre las impresas y las 600 de
los manuscritos suman unos 900 escritos espúreos.
Doctrina. J. no es presentador sistemático de ningún problema teológico;
fue, más bien, un pastor de almas lo cual no supone desconocimiento de las
cuestiones teológicas de su época y, sobre todo, un gran predicador. Padre del
s. iv, época de grandes controversias dogmáticas cuando intervino en ellas fue
para ofrecer a sus fieles la doctrina recta. De la escuela de Antioquía (v.) y
amigo de Teodoro de Mopsuestia.
Cristología. En líneas generales es idéntica que la de su escuela;
confiesa claramente dos naturalezas distintas en Cristo prestando más atención a
las dos naturalezas que a la unión sustancial en la persona. En J. ousias o
physis significan naturaleza; hypóstasis o prosopon dicen persona. Las dos
naturalezas de Cristo son íntegras y verdaderas; era de la misma naturaleza del
Padre y tenía carne humana igual a la nuestra, pero no pecadora. De esta
dualidad de naturalezas íntegras no resulta una mezcla o confusión sino una
unión, un solo Cristo. ¿Cómo se realiza la unión de ambas naturalezas? Dice que
no puede solucionar ese problema dado que solamente Cristo lo sabe. Su posición,
claramente ortodoxa, evita las expresiones equívocas de su contemporáneo Teodoro
de Mopsuestia (v.), pero no desarrolla una exposición teológica completa.
Mariología. No usa, como ninguno de su escuela, la voz Theotokos referida
a la Virgen; tampoco las de Christotokos y Anthropotokos; todo lo cual significa
una serie de reservas a la hora de sacar conclusiones de su cristología y una
prudencia de lenguaje -mayor que en otras ocasiones- con la que se salvaba de la
inmersión en la discusión comenzada el 380 (v. MARÍA 11, 2). En sus escritos
encontramos afirmada la perpetua virginidad de María. Presenta el paralelismo
«tierra virgen»-«María virgen» con el cual quiere acentuar la integridad
físico-espiritual de María en un aspecto estático (cfr. De mutat. nominum 2,3:
PG 51,129). «La Virgen es como una especie de segunda creación, la nueva tierra
bendita de la cual crea Dios, en un plano superior, la humanidad caída». La
virginidad ha vuelto a resplandecer en María después de haber sido perdida por
Eva, incluso somáticamente, fuera del paraíso terrestre (cfr. In Gen. hom. 18,4:
PG 53,153).
Pecado original. Afirma que los efectos con carácter de castigo de aquel
primer pecado no queda en nuestros primeros padres sino que pasan a todos los
descendientes; pero no habla de que el pecado se trasmita e infliccione la
naturaleza; para él, «pecadores» por el pecado original significa sometidos a
castigo y condenados a muerte (Hom. 10 in Rom. 1,2,4: PG 60,475-6,479-80). Ante
esta manera de expresarse, el pelagiano Julián de Eclana infirió el pelagianismo
del Crisóstomo y la defensa de la ortodoxia del mismo corrió a cargo de S.
Agustín, que defiende claramente no sólo la trasmisión del castigo sino también
la del pecado (v. PECADO III); hay que reconocer, a pesar de todo, que algunas
de las expresiones del Crisóstomó no son del todo claras. No hay que olvidar que
también en este tema sufrió la influencia de su amigo Teodoro de Mopsuestia.
Eucaristía. Enseña la presencia real de Cristo en las especies
sacramentales, el carácter sacrificial de la misma, la identidad de Cristo éon
el sacerdote y, por último, que la consagración se realiza no por la epíclesis
(v.) sino precisamente en el momento en que se pronuncian las palabras de la
institución (v. EUCARISTIA II, A, 4).
BIBL.: Fuentes: PG 47-64; A. M. MALINGREY, Lettres á Olympias, «Sources Chrétiennes» 13 (=SC), París 1944; R. FLACIERE, F. CAVALLERA y S. DANIÉLOU, Sur I'incompréhensibilité de Dieu, SC 28, París 1951; A. M. MALINGREY, Sur la providente de Dieu, SC 79, París 1961; íD, Lettres d'exil, SC 103, París 1964; J. DuMORTIER, Á Théodore, SC 117, París 1966; D. Ruiz BUENO, Los seis libros sobre el sacerdocio, en Tratados ascéticos, BAC, Madrid 1958; íD, Homilías sobre S. Mateo (bilingüe), BAC, Madrid 1955-56.
J. IBÁÑEZ IBÁÑEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991