JOSÉ, CULTO Y FIESTAS DE SAN
Todas las virtudes y excelencias que los teólogos atribuyen al gran Patriarca:
su eminente dignidad, su virginidad e incluso, según algunos, su resurrección y
su glorificación anticipadas, que lo hacen acreedor al culto especial llamado
protodulía, tienen fundamento en su providencial misión que, según los
evangelistas, puede resumirse en el triple título de: 1) esposo de María; 2)
padre putativo de Cristo; 3) cooperador en el Misterio de la Encarnación: en
efecto, se le revela el misterio de la concepción virginal, así como la misión
divina de Cristo, expresada en el nombre que impone al Salvador.
«Nadie puede dignamente alabar a S. José», exclama S. Efrén (s. iv). En
efecto, los SS. Padres recuerdan y colman de alabanzas al «varón justo», cuya
discreción, silencio y humildad se complacen poner de relieve al comentar el
misterio de la encarnación; pero hay que llegar al s. xv para encontrar las
primeras homilías consagradas exclusivamente a su persona. Con todo es muy
probable que ya desde el s. iv se tributara a S. José un culto, o por lo menos
un recuerdo anual, siquiera en ciertas regiones. Prescindiendo del
Protoevangelio de Santiago (s. ii), del PseudoTomás (s. iii), y de otros
apócrifos que narran la vida de S. José, la Historia de S. José, el carpintero
(s. iv), tiene por objeto fomentar el culto de S. José e introducir -¡por
mandato del mismo Cristo!, como afirma expresamente la «historia»- «el día de su
conmemoración». Aunque la menguada autoridad de que gozaban los apócrifos (v.)
no bastaba para que tal conmemoración se introdujera de un modo general, es muy
probable, sin embargo, que fuera aceptada en ambientes determinados. La fiesta,
como tal, aparece en los calendarios copoos de los s. viii-ix el 20 de julio. El
Menologio de Basilio 11 (s. x) asocia la memoria de S. José a la de los Magos,
el 25 de diciembre. Otros sinaxarios o calendarios la fijan el 26 de diciembre,
o en un domingo próximo a Navidad. En Occidente diversos martirologios del s. ix,
así también el de Fulda del s. x, anotan su fiesta el 19 de marzo, que es el de
la fecha que ha prevalecido hasta la actualidad.
Quizá por la influencia de los cruzados, que construyeron una Iglesia
dedicada a S. José en Nazaret, donde vivió y se cree que murió, a partir del s.
xii encontramos diversas Iglesias en Occidente dedicadas al santo Patriarca. El
primer oficio data del s. xiii. Pero la veneración pública y general en
Occidente no empieza hasta los s. xiv-xv y va unida a los nombres de los santos
de la época que la propagaron: S. Brígida de Suecia, S. Vicente Ferrer, Gerson,
S. Bernardino de Siena, etc. Es conocido el impulso que dio a esta devoción S.
Teresa de Ávila.
Sixto IV (1471-84) introdujo la fiesta de S. José en el Breviario romano.
Inocencio VIII la elevó a rito doble. Gregorio XV (1621) declaró de precepto la
fiesta del 19 de marzo. El actual oficio fue redactado en tiempos de Clemente XI
(1714). Los tres himnos: The Ioseph, Caelitum Ioseph, Iste quem caeli, fueron
compuestos por el carmelita español Juan Escalar.
Pío IX extendió la fiesta del Patrocinio -más tarde Solemnidad- a toda la
Iglesia, y en 1870 proclamó a S. José Patrono de la Iglesia universal. Pío XII
(1955) sustituyó esta nueva fiesta -celebrada en un principio el tercer domingo
de Pascua y luego el miércoles siguiente- por la de S. José Obrero el 1 de mayo.
Juan XXIII introdujo el nombre de S. José en el Canon de la Misa.
La devoción y culto a S. José ha nacido y crecido espontáneamente en el
corazón del pueblo cristiano, el cual por una intuición del Espíritu ha sabido
descubrir en la figura del carpintero de Nazaret el modelo de humildad y
fidelidad en el cumplimiento de la voluntad divina. El voto del pueblo ha
precedido a la decisión de la jerarquía: Pío IX y León XIII lo reconocen
explícitamente. Incontables son los templos a él dedicados, como ilimitada es la
confianza que hacia ese «pobre de Yahwéh», sienten la gran mayoría de los
cristianos. Cosa curiosa: el conocido teólogo protestante Karl Barth afirmaba
que él tiene un gran amor a S. José: «siempre en segundo plano, es el lugar que
corresponde a la Iglesia -dice- en un servicio humilde y discreto» (Service
oecuménique de presse et d'information, 22 feb. 1963, 8-9). Según el citado
apócrifo del s. iv, Cristo habría prometido una especial bendición a los que
impusieran el nombre de José a sus hijos. De hecho es uno de los nombres más
comunes en la cristiandad, y no hay duda que su devoción ha sido causa de
bendición para los hombres en su vida y en el momento de la muerte.
BIBL.: B. LLAMERA, Teología de S. José, Madrid 1953 (copiosa bibl.); A. DE SANTOS, Los Evangelios apócrifos, Madrid 1956, 358386; F. JANTSCH, José de Nazaret, Madrid 1954; CARD. VIVES TUTó, Summa Josephina, Roma 1907; M. RIGHETTI, Historia de la Liturgia, I, Madrid 1956, 950-953.
ADALBERTO Mª FRANQUESA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991