JERUSALÉN, SAGRADA ESCRITURA


Nomenclatura. La mención más antigua de J. se halla en uno de los textos execratorios egipcios: awsamm, transcripción al egipcio jeroglífico de rusalimum, en lugar del urusalimum, que sería de esperar. El texto en cuestión es de principio del II milenio a. C. Siglos más tarde en el archivo de El.oAmarnah (Egipto) aparece en forma acádica urusalim. En los anales asirios, ya se halla la forma ursalimmu.
      En la Biblia hebrea aparece y Yrwslm vocalizado yeri siilaim. Pero en Gen 14,18 Melquisedec se presenta como rey de Salem, y no de Salaim. Tanto la traducción griega de los Setenta como la siriaca, pesitta', mantienen la e final y con ello se indica que la palabra J. era teofórica YRH, que sugiere fundar y Salem, el conocido dios semita. Antes de ser conquistada por David, J. es llamada Yebus, o Jebus, nombre que indica los pobladores de la ciudad: los jebuseos. En los Anales de Nabucodonosor se la llama ciudad de Judá, en el sentido de capital del Reino. En la Biblia aparece con frecuencia la denominación «ciudad de David» referida a todo J. o a parte de la ciudad, como homenaje al gran rey y conquistador de fortaleza tan bien defendida.
      Sión (en hebreo Syyon) indica parte o la totalidad de la ciudad. Su sentido es fundamentalmente sacro y se refiere a la ubicación del Templo emplazado sobre la colina de dicho nombre. Ofel (en hebreo ‘Ofel) designa una protuberancia de la colina sobre la que se elevaba la ciudad, y más tarde toda la colina. Entre los nombres de barrios o aledaños de J. se hallan también Maktes: le Soph 1,11; Misneh: 2 Reg 22,14; Siloé, etc.
     
      Sentido religioso. A propósito de J. sigue Israel su hábito de reflexionar teológicamente sobre la Historia. a: Jerusalén conquistada por David (v. 111) y consagrada la con el traslado del Arca, primero, y con la construcción del Templo, después, son los puntos de partida de esta reflexión. Resulta difícil distinguir las dos líneas dado que no son estrictamente paralelas, ni sucesivas, sino IC- entretejidas, dado que la fortaleza, o realeza, por una In- parte, y la sacralidad, por otra, se funden en el Templo- J. Santuario real y en el Monarca teocrático. Tampoco hay el que olvidar que con J. se deben considerar sus equivalentes: Sión, Ciudad de David, o Ciudad de Dios, etc.
     
      a) En el Antiguo Testamento. La Jerusalén terrestre. Descrita con énfasis, incluso, la historia y vida de J. des- de la conquista por David, los profetas anuncian su ruina y los historiadores posteriores la describen con pormenores y emoción (Ier 13,27; 15,5; 26,18; Mich 3,12; Is 29,1-8; Lam todo el libro; Ez 9; 21,6 ss.). Pero vaticinar la destrucción no es suficiente. Los profetas que así la anuncian como castigo divino indican las causas: el pecado, iniquidad o infidelidad a Yahwéh su Dios (Is 5,3; Lam 1,8 y 4,22; Bar 4,8; Ez 16,2). Dios, en su misericordia, no sólo anunció el castigo, sino que pretendió evitarlo con las exhortaciones de los profetas a la penitencia (1s 4,2; ler 3,12 ss.; Ez 33,11).
      Dios restaura la ciudad, mejor «su ciudad», no por los méritos o actuación de sus moradores, sino por a «la Gloria de su Nombre» (Is 51,7; 52,1-9; 60,1; Bar 5,1; Zach 14,8; Dan 9,25). Con la reconstrucción vendrán a J. las bendiciones de Dios, materiales (Ioel 2,21 ss.), y los dones del Espíritu de Dios (Ioel 2,28-32; 3,1-3). Al igual que antes acudían los israelitas en peregrinación, volverán las peregrinaciones, pero en grado superlativo (Is 60,4-9; Tob 13,13.17 s.; Ez 36,11 ss.; Dan 6,11; Ps 122). Jerusalén se convierte en el centro de la vida de la nueva comunidad, que hay que defender a toda costa, aunque será el propio Dios quien lo haga, si preciso fuera, con instrumentos débiles, como Judit (Idt 15,9 s.). Jerusalén es símbolo del pueblo y lugar de la presencia de Dios ante el que se postra en oración (Dan 9,16; Idt 16,22; Ps 5,8; 137,2).
      El nombre de Dios mora en ., en su Templo, lugar elegido por Él para su habitación (2 Par 6,6; Esd 1,3; Is 2,3; 6,1 ss.; Ps 9,12; 46,5-6; 48,2.9; 68,17 ss.; 74, 2-5; 135,21). Esta presencia de Dios convierte a J. en fuente de vida y de salvación (Ps 13,7; 20,3; 68,30); en centro de Israel y de todas las naciones (Ps 48,2 s.; 68,30; 87,7; 121,5); es la amada de Dios (Ps 48,2; 65,2; 87,2; 137,6; 147,12) y por ello debe ser amada por sus habitantes, que no deben olvidarla nunca (Ps 48.14; 102,15; 137,1 y 5). Desde J. Dios habla, bendice a su pueblo (Ps 147,13; Is 2,3; Mich 4,2; loel 3,16; Ps 128,5) y gobierna (Ps 110,2). Desde J. emanara la Salvación y en ella brillará la Gloria de Dios (Is 46,13). Esta identificación de Dios con J., en la que mora, hará que la piedra de toque de todos los pueblos sea su conducta con J. (Ps 129,5).
      Jerusalén es una ciudad singularmente fuerte, con sólidos muros (Is 26,1). Fundada sobre santos montes, sus puertas son objeto del amor de Dios (Ps 87 ,1 s.). Pero la fortaleza de J. no depende tanto de la solidez de sus muros y arrojo de sus defensores, cuanto de Yahwéh, que es su verdadero defensor (Ps 127,1). Sus habitantes pueden estar tranquilos y alegrarse con la seguridad que la defensa divina les brinda (Is 40,9; 51,11; Ps 137,3), mensaje equivalente al de los cánticos de Sión, algunos de los cuales se conservan en el Salterio.
      La Jerusalén celeste. Los anuncios de los profetas no se realizaron en toda su integridad, lo que daría pie a que surgiera una idealización escatológica de J., que ya aparece en los grandes profetas, especialmente en Ezequiel, que la describe minuciosamente. En ocasiones aparece J. como celeste sin referencia al Mesías, otras es la capital del Reino mesiánico. En la nueva ciudad, una vez purificada (Is 4,4), morará Dios (Ier 3,16-17). De esta presencia de Dios fluirán toda clase de bienes. A ella acudirán gentes sin número de todas las regiones de la tierra (ls 49,19-23; 54). Serán sus habitantes como reyes de la tierra, incluso habrá reyes que gustosamente les servirán (Is 49,19-23). Traerán de todas partes riquezas (Is 60,17). Sus muros, cimientos y puertas serán de piedras preciosos (Is 54,11 ss.). Estará construida regularmente en forma cuadrada con sus puertas simétrica- mente distribuidas y dedicadas a cada una de las 12 tribus de Israel (Ez 48,30-35). En ella ya no habrá destrucción (Is 54,15), porque Yahwéh es su fundamento (Is 26,1-5). Sus habitantes gozarán de alegría (Ier 31,6-14), porque serán tratados por Dios como verdaderos hijos (Is 66,10-14), que vivirán la justicia (Is 54,14; 60,21) y gozarán de la paz (Is 60-61; 66,12; 26,3).
      La luz de J. será la luz de Yahwéh, sin necesitar sol o luna que la ilumine (Is 60,19 s.). Jerusalén será la esposa de Dios (Is 54,5), que no la abandonará jamás. Con el matrimonio recibirá un nuevo nombre, «paz de justicia y gloria de piedad» (Bar 5,4), «Yahwéh en ella» (Ez 48,35).
      Como es lógico, en la ciudad de Dios habrá un templo, pero será nuevo y con una concepción nueva (Ez 40-43), del que brotará toda la vida de la ciudad. Incluso el reseco torrente Cedrón se convertirá en caudaloso río de fecundantes aguas que llegarán a sanear las muertas aguas del mar de la Sal (Ez 47). La unión de la luz y las aguas tienen un significado claramente vital en la Biblia que nos remonta a la vida extraordinaria anterior al pecado de Adán en el Paraíso (Gen 2,10 ss.).
      b) En los escritos intertestamentarios. Prescindiendo de aquellos libros que pudieran haber sido influidos por el pensamiento cristiano, como algunos de los Testamentos de los Patriarcas, y también de las reconstrucciones, o repeticiones de la historia de J., ya conocidas por los libros canónicos, la reflexión teológica sigue la misma línea de los libros del A. T. de los que son una prolongación (v. APÓCRIFOS BÍBLICOS I). El Libro de los Jubileos nos explica que J. es el centro de la Tierra y uno de los tres (Edén, Sinaí, J .) lugares santos de la misma (cap. 8); no en vano, pues en J. ha querido Dios que se le construyera su Santuario, en el cual habita (1,18), y desde el monte de Sión reina por toda la eternidad (1,28). El Libro de Henoc considera a J. como Santa montaña rodeada de valles (26,1); ciudad de los justos, en la que será destruida la impiedad (56,7); porque en ella se halla la Casa de Dios, que llenarán los fieles al final de los tiempos (90,28 ss.). Los Salmos de Salom6n también hablan de J., que fue castigada para su purificación, pero debe alegrarse por las buenas noticias de parte de Dios (cap. 2 y 11); J. es santa y meta de la conquista por su santidad (cap. 8).
      En Qumran apareció una obra, Descripción de la Jerusalén Nueva, que por los fragmentos conocidos parece estar inspirada en Ezequiel.
      c) En el Nuevo Testamento. Frecuentemente sus autores citan las profecías del A. T. o proporcionan con sus descripciones el ambiente que permite pasar de la J. celeste del A. T. a la J. de la Parusía.
      Los Evangelios, en general, dan una importancia excepcional al ministerio de Cristo en J. Incluso en ocasiones destacan pormenores de sus viajes a J. o su presencia en el Templo. Es S. Lucas el que hace girar toda la vida de Cristo alrededor del Templo y de J .: desde el anuncio del nacimiento del Bautista a su padre mientras oficiaba en el Templo (Lc 1,8 ss.), hasta la rotura del velo del santísimo (Lc 23,45). Tal vez a partir de dicho momento para S. Lucas el Templo carece ya de su valor y al describir la Ascensión habla de J. y no del Templo (Lc 24,50 ss.). Aunque en el mismo pasaje, y también en el principio de los Hechos de los Apóstoles, relata cómo los Apóstoles acudían al Templo para bendecir a Dios (Lc 24,53; Act 3,1; 5,42).
      Para los Apóstoles y los Evangelistas la entrada solemne de Jesús en J. no es sólo el cumplimiento de la profecía, sino la toma de posesión de la ciudad que, como heredero de David, le pertenece y de la que, como Hijo de Dios, es su Señor (Mc 11,1-11; Mt 21,1-11; Lc 19,20-49; lo 12,12-19). El dominio del Hijo de Dios aparece bien claro en otro pasaje también subrayado por los Evangelistas: la purificación del Templo (Mc 11,15; Mt 21,12-13; Lc 19,45-48). Así se explica que, ante el conocimiento de los sufrimientos que poco después de su muerte habrían de sobrevenir a J., Cristo llore sobre ella (Lc 19,41 ss.; cfr. Lc 13,34 s.; Mt 23,37 ss.). Llanto y aviso muy distinto de los que pronunciara contra las ciudades galileas de los alrededores del lago Tiberiades (Mt 11,21; Lc 10,13). También Lc 23,27 ss. nos narra la conversación de Cristo camino del Calvario con las hijas de J., nombre que con frecuencia es usado en la Biblia para señalar a todos los habitantes de la ciudad, e incluso todos los israelitas, invitándoles a llorar no por ÉI, sino por ellas y sus hijos.
      Los Apóstoles, por orden de Jesús, permanecen en I. hasta la venida del Espíritu Santo (Lc 24,52; y Act 2,1 ss.). La teofanía de Pentecostés es trascendental para la Iglesia, Nueva Alianza. Fácilmente se comprende que, para los que fueron sus testigos, J. sea lo que el monte Sinaí fue para la Antigua Alianza. En ese momento se cumplen las profecías que hablaban de Sión como segundo Sinaí, que supera al primero. Se ha iniciado ya en la tierra la Nueva Jerusalén. La Iglesia de J. presidida por los Apóstoles hasta la primera persecución es consciente del valor de J.; incluso después de la dispersión y misiones, los apóstoles se reúnen en J. (Act 15.6 ss.). A la ciudad santa acude en peregrinación S. Pablo en varias ocasiones, especialmente cuando sabe que ello significa sufrir por Cristo, como sufrió el martirio el apóstol Santiago el Mayor (Act 21,10 ss.; 12,2). La reflexión inspirada de los hagiógrafos del N. T ., a partir de estos hechos (cfr. Gal 4,25 ss., cuando S. Pablo compara las dos J .). pasa a la descripción de la Nueva Jerusalén cristiana especialmente en Heb y Apc. Tanto en una obra como en otra laten las profecías del A. T . La Nueva Jerusalén es la Jerusalén celeste (Apc 21,1 ss.); la esposa del Cordero, a quien pertenece no sólo por ser Dios, sino en cuanto hombre por su origen davídico; la Nueva o celeste Jerusalén es realización de las profecías de Emmanuel (Is 7 ss.); la unión de Dios con sus habitantes será su más íntima y mayor fuente de alegría (Apc 21,3-4 ) ; su luminosidad, gloria y fortaleza aparece descrita en términos tomados de las profecías del A. T. (Apc 21,10 ss.); pero hay algo distinto: no hay templo en ella (Apc 21,22), porque' el Cordero es su Santuario (lo 2.19-21); los reyes de la tierra ya no serán servidores de los habitantes, sino habitantes de pleno derecho (Apc 21,24); la luz y la vida que proviene del agua tienen un relieve especial en el ambiente teológico de S. Juan.
      La identificación de la Jerusalén celeste con la esposa del Cordero revela su identificación con la Iglesia, esposa de Cristo (Gal 21-30). Las cualidades que con su lenguaje figurado se atribuyen a aquélla corresponden a las notas de la Iglesia: su firmeza, su belleza; su fecundidad. su luz, su unión con Dios quedan destacadas en los textos del Apocalipsis y de Heb 11 y 12 y las demás epístolas apostólicas.

BIBL. : B. MAZAR y A. PIMENTEL, Jerusalén, en Enc. Bibl. IV, 357-428; L. H. VINCENT, Jérusalem, en DB (Suppl.) IV ,897-966 ; L. H. VINCENT y A. M. STEVE, Jérusalem de I.Ancien Testament, 2 vol., París 1954-56; L. H. VINCENT y F. M. ABEL, Jérusalenl Nouvelle, 2 vol.. París 1912-26; L. DESNOYERS, Histoire du Peuple Hébreu, II. París 1930; P. GRELOT, Sens chrétien de l'Ancien Testament, Tournai 1962; A. PARROT, El Templo de Jerusalén, Barcelona 1962.

 

V. VILAR HUESO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991