JERUSALÉN, PATRIARCADO


La historia de la iglesia de J. hasta la dispersión de los Apóstoles está contenida en los Hechos. Esta Iglesia, en la época apostólica, se consideraba como Madre de todas las demás, por haber sido J. el lugar de la Pasión y Resurrección de Jesucristo, además de escenario de una gran parte de su vida pública. Allí residieron también durante un tiempo la Madre de Dios y los Apóstoles. Sin embargo, después de la salida de Pedro para Antioquía y Roma, y de la destrucción de la ciudad el año 70, bajó su importancia, y nunca la recuperó después, estando de hecho por debajo no sólo de Roma sino de otros grandes Patriarcados, especialmente Alejandría (v.), Antioquía (v.) y Constantinopla (v.). El can. 7 del IV Conc. de Nicea (a. 325) reconoció un lugar de especial honor a la Iglesia de J. por su importancia religiosa, y después del Conc. de calcedonia (a. 451) se enumera a J. con Roma, Constantinopla, Alejandría y Antioquía como Iglesia Patriarcal; su rango, sin embargo, no fue definitivamente fijado hasta después del II Conc. de Constantinopla (a. 553), en que se concedió al de J. el último lugar entre los grandes Patriarcados.
      La historia de esta comunidad cristiana es la siguiente. Aunque después de la insurrección judía de Bar Cochba, años después de la destrucción del Templo (71 ), se prohibió a los judíos y cristianos residir en la colonia militar pagana, Aelia Capitalina ( 132-135), levantada sobre las cenizas de la Ciudad Santa, parece ser que los cristianos se instalaron en ella y poco a poco organizaron su iglesia, que no gozaba de prestigio especial durante los S. II y III. Fue probablemente durante el s. III cuando comenzaron las peregrinaciones a los Santos Lugares.
      Después de la paz de la Iglesia, Constantino levantó un templo sobre el lugar de la Crucifixión, casi al mismo tiempo que la emperatriz Elena descubría las reliquias de la Santa Cruz. Todos estos acontecimientos tuvieron gran importancia para la iglesia de J. y aumentaron su prestigio. Grandes colonias de monjes y de ascetas se instalaron por entonces en la Ciudad Santa y en sus cercanías. Sin embargo, durante todo este periodo J. continuaba siendo una simple sede sufragánea de Cesarea. El obispo Juvenal (419-458), incansable en hacer valer la dignidad y las prerrogativas de J., consiguió que fuese elevada a sede patriarcal con jurisdicción en toda Palestina (Conc. de Calcedonia). En los años siguientes a este concilio, J. conoció la violencia de las luchas cristológicas. Cuando el patriarca Juvenal regresó del concilio, encontró su sede ocupada por un usurpador y hasta el a. 454 no pudo implantar la doctrina de Calcedonia. A partir de entonces J. toma como modelo las actitudes de Constantinopla en materias dogmáticas. Otras graves luchas, también ocasionadas por los monjes, sobre las teorías de Orígenes (v.) sacudieron el Patriarcado y no cesaron hasta que subió al trono imperial Justino II (565-578). Cosroes, rey de Persia, invadió y saqueó la Ciudad Santa en el a. 614; hizo prisionero al patriarca Zacarías, se llevó las reliquias de la Santa Cruz. El emperador Heraclio le venció posteriormente y estas reliquias fueron repuestas con gran pompa en J. (a. 626). Poco después el Patriarca Sofronio (v .) se había opuesto resueltamente a la naciente herejía del monotelismo (v .).
      En el a. 637 las fuerzas del Islam, capitaneadas por el Califa Omar, entraron en J. Durante los primeros años de la conquista árabe, reinaba el desorden en el Patriarcado. En ausencia de un Patriarca, la iglesia fue administrada, aunque de manera casi esporádica, por una serie de obispos y sacerdotes. J. mantuvo la doctrina ortodoxa frente a las persecuciones iconoclastas (v.) desencadenadas en Constantinopla: por los Emperadores isáuricos, durante las que S. Juan Damasceno (v.), formado precisamente en la escuela teológica que florecía en el vecino monasterio de San Sabas, cercano a J., desempeñó un importante papel como defensor de la ortodoxia.
      Bajo el gobierno, a veces muy liberal, de la dinastía de los Omeyas (v.) de Damasco y luego de los Abbasíes (v.) de Bagdad, la iglesia de J. encontró paz y hasta relativa prosperidad. Posteriormente los pactos entre los califas fatimíes y los emperadores de Constantinopla, Constantino VIII (1025-28) y Miguel IV (1034-41), autorizaron la reconstrucción de la Basílica del Santo Sepulcro, y permitieron a los cristianos, que habían sido considerados forzosamente como convertidos al islamismo, practicar su religión. Durante el reinado del emperador Constantino IX (1042-54) se completó la restauración de todos los monumentos cristianos de J: Así vemos que la influencia bizantina, amortiguada por la invasión islámica, se había restablecido a principios del s. XI.
      Desde el cisma de Oriente (v. CISMA 11), el patriarcado de J. se separó de Roma.
      Un siniestro acontecimiento, que tuvo la mayor importancia para el Patriarcado de J., fue la invasión de la Ciudad Santa por los turcos selyucíes (v.) en 1078. Más fanáticos que los árabes, los turcos molestaban a los cristianos hasta el punto de impedir las peregrinaciones a los Santos Lugares. Éste fue uno de los mayores motivos de la primera Cruzada (v. CRUZADAS, LAS). El 15 jul. 1099, los soldados cristianos ocuparon J. y fundaron el Reino Franco o Latino de J. El patriarca Simeón, que se había refugiado en Chipre, acababa de morir y los francos eligieron como sucesor al prelado latino Arnould de Rohez. Tales son los comienzos del Patriarcado Latino de Jerusalén (extinguido en el s. XIII y restaurado por Pío IX en 1847). En 1142, merced a un tratado concluido entre el emperador Manuel Comneno y el rey de Jerusalén, los griegos nombraron un sucesor a Simeón. Sin embargo, el patriarca nombrado y sus inmediatos sucesores residían en Constantinopla, hasta que en 1187, cuando los musulmanes reconquistaron la ciudad, el Patriarca de J. ocupó de nuevo su sede.
      La posición del Patriarca no fue siempre cómoda. Después de la caída de Constantinopla necesitaba la venia del sultán para ejercer sus funciones. A veces, éste favorecía a las otras comunidades orientales, especialmente a los jacobitas (v.), mientras perseguía a los ortodoxos, llegando a encarcelar al Patriarca Lázaro, quien recibió en 1367 una carta del papa Urbano V, alabando sus esfuerzos en favor de la unión. En el Conc. de Florencia (1438) Marcos de Éfeso representó al Patriarca Joaquín de J. Después del concilio, el Patriarca, junto con los de Alejandría y Antioquía, repudió la unión concluida. Algunos de los Patriarcas de finales del s. xv, por ej., Abraham, Jaime III y Marcos III, se destacaron por su labor unionista, pero generalmente el Patriarcado de J. se solidarizaba en este aspecto con los demás Patriarcados ortodoxos. El famoso patriarca Dositeo ( 1669-1707; v.) se asoció a la lucha contra el protestantismo, restauró varios monasterios y fundó la tipografía del Patriarcado.
      En la actualidad, además del Patriarcado greco-ortodoxo, cuya historia hemos resumido, existen otros dos Patriarcados de J.: el greco-católico o melquita y el latino. Para datos estadísticos v. ISRAEL IV; JORDANIA v; SIRIA VI.

BIBL. : M. LE QUIEN, en Oriens Christianus, 111, Graz 1958, 101-528; I. SILBERNAGEL, Verfassung und gegenwiirtiger Zustand siinltlicher Kirchen des Orients, 2 ed. Ratisbona 1904; T. DOWLING, The Orthodoxe Greek patriarchate of Jerusalem, Londres 1913 ; G. DE VRIES, Gerusalen1me, en Enciclopedia cattolica, VI, Ciudad del Vaticano 1951, 201-205.

 

JOSÉ MITCHELL.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991