ITALIA, HISTORIA DE LA IGLESIA: C. DE TRENTO AL RISORGIMENTO, ESTADOS CENTRO-SEPTENTRIONALES


1. Introducción. En la época comprendida entre la mitad del Quinientos y la primera formación de la unidad política italiana (1861), el cuadro de los Estados de la I. centroseptentrional, prescindiendo de los territorios sujetos a la autoridad temporal del Pontífice (V. ESTADOS PONTIFIcios), está constituido en relación con los acontecimientos de las grandes potencias europeas. Si se toma como punto inicial de referencia la paz de Cateau-Cambrésis (1559), el territorio del que nos ocupamos aparece políticamente organizado de la forma siguiente: principado de Piamonte (con Saboya), marquesado de Monferrato, marquesado de Saluzzo, ducado de Milán (bajo dominación española), ducado de Mantua (Gonzaga), república de Venecia, república de Génova (con Córcega), ducado de Parma (Farnesio), ducado de Módena (Este), república de Luca, ducado de Toscana (Médicis), Cerdeña (España), Estado de los Presidios (España).
      Tras las guerras de Sucesión, la paz de Aquisgrán (1748) vio estos mismos territorios organizados en los siguientes Estados: reino de Cerdeña (con Piamonte y Saboya), ducado de Milán (bajo dominación austriaca), república de Venecia, república de Génova, ducado de Parma (Borbones), ducado de Módena, república de Luca, ducado de Toscana (Habsburgo-Lorena). Desde 1796 las victorias de Napoleón (v.) conducen a la constitución de la república Transpadana y de la Cispadana, y por ello a la república Cisalpina, a la república Italiana, y, por último, a la formación del reino itálico con la correlativa desaparición de los Estados precedentes. La Restauración (desde 1815) llevó a la reconstitución de viejos Estados y a la creación de nuevos: reino de Cerdeña; reino LombardoVéneto (bajo Austria); ducado de Parma; ducado de Módena, gran ducado de Toscana.
      Dentro de cada uno de estos Estados, la vida de la Iglesia se desenvolvió de una forma diferente por varios motivos: por posturas personales de gobernantes o por la presencia de particulares personalidades religiosas, por la acción de grupos o círculos culturales o como efecto de circunstancias políticas locales. Tanto el consolidarse el principado absoluto como forma de gobierno, con la exageración del concepto de soberanía y la consiguiente extranjería de cada Estado respecto a los demás, como la disolución de la Cristiandad occidental provocada por la escisión religiosa consecuencia de la reforma protestante y el ocaso definitivo de la unidad imperial tuvieron repercusiones en la vida espiritual; bajo este aspecto la Edad Moderna está caracterizada respecto al Medievo por una disminuida unidad. Pero las diversas acentuaciones o debilitamientos de la vida religiosa local permiten, sin embargo, asegurar una clara y segura uniformidad de desarrollo, que se mantiene constante en el tiempo y que la Iglesia defiende tenazmente contra las tendencias particularistas que desde el interior atentan contra la unidad.
      Nos atendremos, por tanto, al criterio de considerar unitariamente la vida de la Iglesia en los Estados antes nombrados, señalando, según lo requieran las circunstancias, las particularidades locales. Pero convendría no olvidar que la atención de los historiadores se ha concentrado de modo desigual en los varios momentos históricos, en los diversos personajes, en las distintas comunidades eclesiásticas de los varios Estados,.por lo que dichas noticias nos han llegado a nosotros en diferentes grados de exactitud y profundidad. Y se podría añadir también que la vida de la Iglesia en esas sociedades, a las que dedicamos ahora nuestra atención, es generalmente poco conocida todavía.
      2. La política eclesiástica de los Estados. En la época comprendida entre la mitad del Quinientos y la primera formación de la unidad política italiana (1861), en los Estados de la 1. centro-septentrional se puso en ejecución un proyecto de reforma que había tomado su base del Conc. de Trento. No faltaron conflictos religiosos. En Piamonte, Manuel Filiberto, tras abierta lucha contra la comunidad valdense, le concedió (1561) una cierta libertad dentro de un territorio estrictamente delimitado; esto ocurrió con las llamadas Capitulaciones de Cavour a las que en general se atuvo la política religiosa de los sucesivos reinantes. En la Valtelina la dominación de las Ligas grisonas dio lugar a un conflicto político-religioso desde el momento en que los grisones se adhirieron al protestantismo y trataron de difundirlo en el valle. Una acentuada presión, que culminó con el asesinato del arcipreste de Sondrio, Nicola Rusca, provocó la reacción popular que explotó en una sangrienta revolución. En la lucha intervinieron los Habsburgo, Francia, España, Venecia; con la paz de 1626 se aseguró a los grisones la posesión de la Valtelina, debiendo éstos, en cambio, comprometerse a respetar la autonomía política y la libertad religiosa.
      En los territorios dominados por España (Milanesado) surgieron conflictos de jurisdicción con la Iglesia, que dieron lugar a ásperas controversias, especialmente con S. Carlos Borromeo (v.), arzobispo de Milán. Pero al mismo tiempo el patrimonio eclesiástico se acrecentó notablemente, y aumentó también el número de eclesiásticos y conventos. El protestantismo no encontró una acogida favorable, bien por su carácter nacionalista, hostil a la latinidad, bien por lo refractario del ambiente cultural y del espíritu público, o bien por las profundas raíces que el catolicismo había echado en I. Sobre la organización de los protestantes, divididos en varias corrientes doctrinales, no se tienen más que escasas noticias.
      Hubo exiliados. De Toscana partió el protestante Fausto Socino (1575; v.), conocido como el principal representante del socinianismo. En la República Véneta hubo frecuentes intervenciones contra la jurisdicción eclesiástica; la actividad de la Inquisición (v.) fue limitada y obstaculizada, así como el privilegio del foro, y la propiedad de los bienes inmobiliarios fue sometida a la autoridad pública. A continuación del conflicto jurisdiccional, en 1606, Paulo V sometió a interdicto la ciudad de Venecia y el territorio de Terraferma, provocando la reacción del servita Paolo Sarpi en defensa de los intereses de la República; ésta, por su parte, expulsó de los Estados venecianos a jesuitas, capuchinos y teatinos, que se habían mantenido fieles al Pontífice.
      En el Setecientos, los Estados, conforme a las dominantes ideas de la Ilustración (v.), intentaron limitar la jurisdicción eclesiástica a las cuestiones de fuero interno que se relacionasen con la religión y la moral. La Iglesia, defendiendo los intereses adquiridos, se encontró que defendía también principios y valores eternos contra el prevalecimiento del absolutismo estatal, amenazante hasta cuando se disfrazó, más tarde, de paternalismo. Las corrientes realistas o josefinistas (v. JOSEFINISMo) no concedían de hecho lá libertad al ciudadano, sino que tendían, por el contrario, a aumentar los poderes del soberano reivindicando para éste funciones ejercidas hasta el momento por la Iglesia. El Estado reivindicó deberes que le eran propios, como la instrucción, consolidó la tolerancia religiosa, puso límites al patrimonio (mano muerta) y al fuero eclesiástico, intervino en la sistematización del ordenamiento parroquial, introdujo el placet y el exequatur, asumió iniciativas hostiles a las órdenes religiosas, suspendió la Compañía de Jesús, valiente sostenedora de los derechos de la Santa Sede.
      Existieron intentos de acuerdo entre la Iglesia y los Estados, principalmente tras las conclusión de algunos concordatos, como los de Piamonte (1742) y el del ducado de Milán (1757). En este último, reinando María Teresa (1740-80; v.), e intentando elevar las condiciones de la cura de almas, la autoridad estatal puso en práctica una serie de reformas dictadas según el espíritu de la Ilustración: se limitó el número de conventos; se prohibió la admisión en ellos de quien no hubiese cumplido 24 años; se abolió la exención fiscal del clero; se prohibió la proclamación de decretos pontificios sin el placet estatal; se redujo el número de fiestas (a 24); se introdujo una censura estatal en los libros; se suspendió el derecho de asilo y se reformaron los estudios superiores eclesiásticos. Todas estas novedades se introdujeron, en general, sin demasiadas dificultades, y en la mayoría de los casos, con la aprobación, obtenida tras laboriosas negociaciones, de la Santa Sede.
      Con José II (1780-90), soberano autoritario impregnado de racionalismo ilustrado y decidido a conseguir el bienestar y la felicidad de los pueblos a través de la imposición de reformas, se rompió el difícil equilibrio; los derechos de la Iglesia fueron lesionados con una actividad unilateral y precipitada. Se extendió el placet hasta las ordenanzas episcopales; se suspendió el fuero privilegiado de los sacerdotes; se prohibió a los obispos comunicarse directamente con la Curia romana; se prohibieron las apelaciones a Roma; muchos monasterios (sobre todo contemplativos y mendicantes) fueron clausurados y sus comunidades disueltas. El episodio más grave fue el de la institución del Seminario general de Pavía desde el que Pietro Tamburini y Giuseppe Zola difundieron ideas regalistas (febronianas) y jansenistas (v. REGALISMO; FEBRONIO Y FEBRONIANISMO; JANSENIO Y JANSENISMO); el intento era separar la Iglesia lombarda de Roma, para subyugarla más fácilmente al poder público.
      Un caso parecido de celo era el que había demostrado el después emperador Leopoldo II de Austria, mientras fue gran duque de Toscana (1765-90). También aquí la situación de la Iglesia necesitaba reformas, pero Leopoldo procedió en modo arbitrario, lejos de cualquier entendimiento con Roma. En 1786 publicó un reglamento para el clero que contenía reformas radicales; éstas, sin embargo, no fueron ratificadas por el sínodo de Pistoia convocado por el obispo Scipione de Rice¡, jansenista y galicano, y fueron finalmente rechazadas por el sínodo general de Florencia (1787). Leopoldo continuó las reformas por su cuenta, mas cuando en 1790 dejó el gran ducado, fueron en gran parte revocadas.
      También en Venecia, donde la polémica de Sarpi había abierto el camino a las corrientes jurisdiccionalistas, la República intervino con leyes para impedir que la Iglesia recibiese herencias por testamento, para limitar los ofrecimientos por intenciones particulares en la celebración de las Misas, y desde 1768, con una serie de leyes contrarias a la libertad de la Iglesia justificando las intervenciones bajo el pretexto de que Roma no proveía. Se llegó así a la clausura de más de 300 conventos en el Estado véneto.
      Desde que el ejército francés entró en I. (1796), la vida de la Iglesia se vio dominada en los territorios ocupados por la personalidad de Napoleón (v.), convencido de que el cristianismo era el sostén moral de la civilización europea y decidido a servirse de él como un apoyo indispensable para el Estado. En 1803, al concluirse una época de abusos, Napoleón estableció un concordato con la Santa Sede para la República italiana, que fue violado frecuentemente y despreciado por las arbitrarias reglas de ejecución impuestas por el vicepresidente Francesco Melzi (1804). Revivía la concepción josefinista; por una parte, se reconocía la religión católica como la religión del Estado; por otra, se atribuía al presidente de la República italiana el derecho de nombrar a los obispos, quedando para el Papa la institución canónica, al tiempo que se limitaba la libertad de la Iglesia con una complicada disciplina en la otorgación del placet. Un nuevo concordato en 1813, con Pío VII, señalaba el fin del poder temporal, pero a la vez aseguraba ciertas garantías en el ejercicio del ministerio espiritual.
      La intolerancia religiosa, el espíritu masónico y jacobino, trajeron consigo, sobre todo en los primeros años, graves daños a la vida de la Iglesia, además de a su patrimonio, provocando el descontento popular que explotó con la vuelta de los austriacos (1799). Después el régimen concordatario estableció un modus vivendi más pacífico.
      A, la caída de Napoleón (1815), aunque el clero fuera poco numeroso, los recursos patrimoniales de la Iglesia se extinguieron; y aun cuando la práctica religiosa se viera debilitada, los valores religiosos volvieron a emerger. Los concordatos con los Estados de la restauración atestiguan, sin embargo, que ya ha terminado la época de los privilegios eclesiásticos; también al clero se le aplica el Derecho común. Por su parte, los Estados renuncian a hacer valer los principios de la Ilustración, del regalismo y del jurisdiccionalismo hostil a la Iglesia; pero surge el equívoco por el que se identifica la causa de la conservación con la de la Iglesia y la religión.
      El concordato con el reino de Cerdeña (1817) llevó a la reconstitución de las nueve diócesis suprimidas por Napoleón en 1805 y a la erección de la nueva de Cuneo; al rey se le reconoció el derecho de nombramiento en las sedes episcopales, además de indultos especiales acerca de los bienes de las comunidades religiosas disueltas.
      Pío VII (v.) dictó disposiciones modificando circunscripciones episcopales y normas para el patrimonio eclesiástico de Parma, Módena, Luca, Massa-Carrara, en 1815-16. En 1818-19 se acordó una revisión de las circunscripciones eclesiásticas del reino lombardo-véneto, para adaptarlas a la nueva situación política. Así se concluía un proceso de reorganización que había tenido principio en el siglo precedente; los acuerdos eran el fruto de algunas renuncias, pero al mismo tiempo reconocían derechos esenciales.
      No era éste, sin embargo, el camino por el que se podía resolver la crisis del antiguo régimen. Cuando Pío IX sube al trono (1846) están maduros problemas que atacan la existencia de un Estado de la Iglesia en I. (v. ESTADOS PONTIFICIOS II: la cuestión romana), el destino de los bienes del clero, los privilegios de jurisdicción de los eclesiásticos. Religión y política una vez más vuelven a entremezclarse en equívocas situaciones, por lo que se tiende a ver en el cristianismo únicamente un hecho civil, un elemento de orden público. Se organizaban mientras tanto sociedades secretas, de las que la más importante fue la Carbonería (v. CARBONARIOS), condenada por Pío VII (1821) por razones ético-religiosas (la absoluta entrega a fines preestablecidos por otros y para realizarlos, el recurrir a medios prescindiendo de cualquier juicio moral). Revolucionario y hostil a la Iglesia, no solamente por el intento de acabar con el poder temporal de los Papas, fue el partido radical La joven Italia, fundado por Giuseppe Mazzini (v.) en 1831 y difundido en toda I. La masonería (v.) intentó por varios medios excitar los ánimos contra la Iglesia, y como entre sus filas militaban hombres políticos que tenían altísimos cargos gubernativos, ejerció una profunda influencia en la vida pública; hubo una verdadera ofensiva antirreligiosa y una acción de descristianización, a la que una parte de los católicos opuso resistencia conforme a bases conservadoras, mientras que otros, los católicos liberales (v. CATOLICISMO LIBERAL; LAMENNAIS, FÉLICITÉ ROBERT DE), aceptaban algunas conquistas ya irremediables de la sociedad moderna.
      Por otra parte, el neogüelfismo, en el que se inspiró el patriotismo italiano alrededor de 1848, representa el intento de alcanzar una nueva armonía entre el ciudadano y el católico, ofreciendo una alternativa en el campo católico a la postura intransigente y conservadora que tenía su más clara expresión en los jesuitas de la «Civiltá Cattolica», firmemente contrarios al liberalismo. Era también la condena implícita de la revolución y la exaltación de la tradición reformadora italiana, a la que se adhirieron hombres como Alessandro Manzoni (v.), Antonio Rosmini (v.), Cesare Balbo, Massimo d'Azeglio. Fue animador del neogüelfismo Vincenzo Gioberti (v.) con la obra De la primacía civil y moral de los italianos (Bruselas 1843), en la que, reivindicada para I. la supremacía de la civilización europea, se proponía como solución del problema político italiano una federación de Estados italianos presidida por el Pontífice y defendida militarmente por el Piamonte. Pero los sucesos de 1848 privaron a este proyecto de toda posibilidad de éxito (v. v, 7).
      En el reino de Cerdeña se pusieron de manifiesto, en cuanto los jesuitas fueron expulsados de Génova y Turín (1848), unas orientaciones legislativas destinadas a caracterizar la actividad normativa inspirada en los principios liberales y laicos del futuro reino de I. En 1850 las Leyes Siccardi sancionaban la abolición del fuero y de la inmunidad eclesiástica, prohibían a las manos muertas laicas y religiosas la adquisición de bienes estables, ya por donación o por medio de testamentos sin la aprobación del soberano, y abolían las penas por la no observancia de algunas festividades. La acción secularizadora (v. LAIcismo) del Estado proseguía según las indicaciones regalistas y jurisdiccionalistas de tradición ilustrada. En 1855 la Ley Rattazzi suprime más de la mitad de las casas religiosas y se incauta de sus bienes; el procedimiento, no justificado por razones económicas, pero sí por un preciso plan político, provoca la rebelión de la conciencia religiosa, y como consecuencia, el que en las sucesivas elecciones prevalezca la Derecha. Fue en este ambiente donde se inició, en 1861, la unidad italiana.
      3. Pensamiento filosófico, teológico y eclesiológico. La Filosofía del Seiscientos y de los siglos sucesivos se desarrolla fuera de los ambientes eclesiásticos; la actividad católica está prácticamente ausente tanto en la renovación filosófica como en la científica. No existieron, sin embargo, encendidas manifestaciones de pensamiento contrarias a la Iglesia; incluso las corrientes ilustradas se limitaron principalmente a problemas de economía y derecho (Verri, Beccaria). Los ambientes católicos estaban divididos por la polémica jansenista y por la del probabilismo (v. sistemas morales, en MORAL III, 5); la batalla política y jurídica contra la Iglesia se mantenía encendida desde su interior, principalmente por jansenistas lombardos y toscanos. En el Ochocientos, el espiritualismo de Pasquale Galuppi, seguido por Antonio Rosmini y Vicenzo Gioberti, intentó superar el materialismo, el ateísmo y el criticismo. La obra de Vincenzo Buzetti (1777-1824) y Angelo Testa (1788-1873) señaló los orígenes del neoescolasticismo en I., entendido como vuelta al tomismo.
      Entre los teólogos, no figuran personalidades excepcionales; únicamente en el Setecientos, son dignos de particular mención el dominico Daniele Concina (1687-1756), polemista vivaz contra el probabilismo y el laxismo, y el agustino Enrico Noris (1631-1704), iniciador en la Univ. de Pisa de la enseñanza de historia eclesiástica, que continuó más tarde Gian Lorenzo Berti (1696-1766). En el Setecientos, florecieron esencialmente los estudios de Historia eclesiástica, dedicados a una apasionada búsqueda de la Tradición, dirigiendo principalmente su atención a los orígenes de la Iglesia. La personalidad más notable en este campo es Ludovico Antonio Muratori (1672-1750), de formación cultural benedictina, editor de fuentes medievales e historiador; más abierto a los problemas de su época; animado por espíritu reformador, se preocupó principalmente de la caridad cristiana, de la piedad y de la actuación de la justicia por medio del Derecho (De la caridad cristiana, 1723; De la devoción regulada de los cristianos, 1747; De los defectos de la jurisprudencia, 1742).
      La atención de los historiadores dirigida hacia la originaria comunidad cristiana es reveladora de los intereses eclesiológicos que terminaron por dar lugar a una áspera polémica entre los jansenistas Pietro Tamburini (1739-1827) y Giuseppe Zola (1739-1806), profesores de la Univ. de Pavía, y Scipione de Rice¡, obispo de Pistoia. Sus enseñanzas, sostenidas por Austria como instrumento para afirmar en I. los principios jurisdiccionalistas, no tuvieron éxito entre las masas, que se manifestaron hostiles a ellas. En el Ochocientos, los estudios eclesiológicos llevan a una progresiva acentuación del aspecto comunitario junto al institucional de la Iglesia; los problemas de las relaciones entre autoridad y libertad y entre jerarquía y laicado se imponen, pero la gran mayoría de católicos se mantiene en su posición conservadora, y por ello en la Iglesia prevalece la concepción que da mayor firmeza a los aspectos institucionales, al dogma, a la jerarquía, a la autoridad.
      4. La organización de la Iglesia. Tras el Conc. de Trento, la organización de la Iglesia está caracterizada por el refuerzo de los poderes de los obispos dentro de la propia diócesis, y, al mismo tiempo, por la tendencia a espiritualizar la institución con el abandono de trabajos y funciones que le eran extraños. También se reordena la parroquia de forma que su nueva estructura sea adecuada a las nuevas funciones espirituales y organizadoras. La obra de reforma y reordenamiento de las parroquias hecha en la propia provincia por S. Carlos Borromeo (v.) fue ejemplar y tuvo amplia repercusión en otras provincias. Fue una obra importante en una época que había puesto en duda el principio de la unidad, que es fundamental para el cristianismo; en efecto, a partir de entonces las instituciones fueron el tejido conexivo de la sociedad cristiana, casi su armadura. Por el ejemplo que dio S. Carlos Borromeo, se consolida la regla de que el obispo tenga que residir en la diócesis; se erigen seminarios conciliares para la formación de un clero digno y eficiente; se celebran sínodos diocesanos para restablecer la disciplina del clero y la dignidad del culto.
      5. Órdenes y congregaciones religiosas. Cofradías. Más que la vitalidad de las antiguas órdenes o el ímpetu de las instituciones surgidas poco antes del Conc. Tridentino (barnabitas, Milán 1530; somascos, Somasca 1528; ursulinas, Brescia 1535; angélicas, Milán 1535) son de subrayar las nuevas fuerzas. En Milán, en 1578, S. Carlos Borromeo funda los oblatos, mientras otras congregaciones, surgidas en otros puntos, se difundían en los Estados de la 1. centro-septentrional: camilos (v. CAMILO DE LELIS, SAN), escolapios (v.), sacerdotes de la doctrina cristiana, hermanos de las escuelas cristianas (v.), lazaristas, hijas de la Caridad, hermanas del Refugio, redentoristas (v.), pasionistas (v.), etc.
      Entre la mitad del Seiscientos y el final del Setecientos, el decaer general del espíritu eclesiástico repercute también sobre las órdenes religiosas; la situación interna de los monasterios es, en general, poco satisfactoria. La supresión de monasterios, dispuesta por José 11, provocó grandes daños a las órdenes de la Lombardía austriaca. También en otros sitios la Ilustración se mostró hostil a las órdenes religiosas, siendo sobre todas de destacar la opresión que se ejerció sobre los jesuitas (Parma 1768).
      Los daños causados por la invasión napoleónica fueron tremendos: suprimidas todas las escuelas, las cofradías, las hermandades de todo tipo y clausurados muchos conventos hasta 1810, año en que fueron disueltas casi todas las órdenes religiosas. Tras la restauración hubo una notable recuperación. En el Piamonte, Pio Brunone Lanteri fundó los Oblatos de María Virgen (1826), mientras S. José Benito Cottolengo (v.) había iniciado en 1818 la Pequeña Casa de la Divina Providencia con varias comunidades religiosas dedicadas a la misma tarea; en Ivrea, en 1817, surgieron las Hermanas de la Caridad de la Inmaculada Concepción; en Cuneo, en 1831, las Hermanas de S. José. En Lombardía Antonio Rosmini fundó el Inst. de la Caridad (1828), el venerable Ludovico Pavoni instituyó (1849) los hijos de María Inmaculada. Son también dignas de mención las Hijas del Sagrado Corazón (Bérgamo 1831), las marcelinas (Cernusco sul Naviglio 1831), las Hermanas de María Niña (Lovere 1832), las Doncellas de la Caridad (Brescia 1840). En el Véneto surgieron, por obra de los hermanos Cavanis, los Sacerdotes de las Escuelas de Caridad (1804), más tarde las canosianas (Verona 1808), los Frailes de los Estigmas de N.S.J.C. (Verona 1816), las Hermanas de la Sagrada Familia (1816), las Maestras de Santa Dorotea (Vicenza 1834), las Hermanas de la Providencia (Udine 1845). En Liguria recordamos las Hijas de María Santísima del Huerto (Chiavari 1829).
      Las comunidades, al menos hasta finales del Seiscientos, tuvieron gran desarrollo tanto en las ciudades como en el campo. S. Carlos Borromeo instituyó en Milán la Cofradía de la Cruz, para asistir a los encarcelados; la del Santísimo Sacramento sobrevivió a la legislación eclesiástica de José 11, conservándose asimismo en el reino de 1. napoleónico.
      6. Espiritualidad. En la espiritualidad predomina la concepción cristocéntrica ya apoyada por S. Cayetano de Thiene (v.), por S. jerónimo Emiliano (v.) y por S. Antonio María Zacaría (v.). El impulso dado en el Conc. de Trento a una vida sacramental más intensa provoca en S. Carlos Borromeo el interés por los temas de la teología eucarística. A finales del Seiscientos (al que no le han sido desconocidas corrientes quietistas: Achille Gagliardi, Angelo Elli, Giacomo Casolo), la espiritualidad tiende a hacerse más íntima y profunda: junto a la dirección espiritual (v.), que exalta los aspectos afectivos de la religión (S. Alfonso María de Ligorio; v.), se coloca, e incluso prevalece en las regiones septentrionales, la otra corriente, de influencia jansenista y que pone el acento sobre el rigor moral, sobre el juicio individual de la conciencia, sobre la racionalidad y sencillez del culto. Eh el Ochocientos, habiéndose hecho más evidente la relación entre vida espiritual y labor social, surgen numerosas instituciones masculinas y femeninas; la vocación de servir a la Iglesia se canaliza hacia la acción apostólica: predicación en ambientes rurales, apostolado entre obreros, educación de la juventud. En este último campo, la institución más eficiente es la de S. Juan Bosco (v.).
      Entre todas las clases sociales se difunde la espiritualidad de S. Alfonso María de Ligorio a través de sus libros, cada vez más populares durante todo el siglo. Se difunde la costumbre de una participación cada vez más frecuente en la Eucaristía (S. Juan Bosco), el apostolado de la oración, la devoción mariana, el culto a los santos, las procesiones, las peregrinaciones, etc.
      Florecen las misiones (v.) entre los pueblos infieles (Inst. de las Misiones en el extranjero, Milán 1850) mientras el apostolado interno se encamina principalmente a la juventud (estudiantes y obreros). El Inst. de la Caridad, fundado por Rosmini, pretende realizar la doble finalidad del amor: la unión con Dios, y el amor al prójimo, intentándolo principalmente en la educación de los jóvenes. También S. Juan Bosco se dedicó por entero a los jóvenes y a la Soc. Salesiana (v. SALESIANOS) creada en 1841, habiéndose él mismo educado en la escuela de S. José Cafasso (v.), el asistente de los presos turineses, y con el ejemplo de S. José Benito Cottolengo (v.), que había llevado a la práctica la caridad hacia Dios en la magnífica obra de asistencia que es la Casa de la Divina Providencia (1832).
      Se inicia también en este momento la participación de los laicos en la actividad apostólica de la Iglesia para hacer sentir la presencia de los católicos en una sociedad de inspiración oficial laicista. Esta participación se anuncia en las Amistades cristianas de Pío Brunone Lanteri en Turín (disueltas por el gobierno en 1828) y en las Conferencias de S. Vicente de Paúl (v. OZANAM, ANTOINE), otras tantas manifestaciones de acción caritativa y apostólica, dirigida la primera a los intelectuales y a la difusión de la buena prensa; la segunda, principalmente al proletariado. Son los primeros pasos del movimento que asumirá más tarde el nombre de catolicismo social y que se propondrá llevar la aportación de los católicos a la solución del problema social.
      7. Iniciativas benéfico-asistenciales. En la segunda mitad del Quinientos, junto a la Orden fundada por el portugués S. Juan de Dios (v.), que tuvo gran difusión en I. bajo el nombre de Fatebenefratelli y Fatebenesorelle, también la congregación de los ministros de los enfermos (v.) fundada por S. Camilo de Lelis (v.) se expandió notablemente en Florencia, Génova, Mantua, Milán, etc. En Milán la actividad caritativa de los cardenales S. Carlos y Federico Borromeo fueron muy intensas durante sus respectivos episcopados y principalmente durante las pestes de 1576 y 1630 respectivamente. En la primera mitad del Seiscientos, época caracterizada por guerras y horrores de todo género, la actividad benéfico-asistencial de la Iglesia se hizo más intensa. En varias ciudades surgieron institutos para la instrucción y educación de los jóvenes; en Florencia el Colegio Bandinelli (1617) y en Bérgamo el Colegio Cesaroli. En Pavía los nuevos colegios universitarios Borromeo y Ghislieri fueron a sumarse a otros menores ya existentes. En la segunda mital del Seiscientos, época de decadencia para la Iglesia, la actividad benéfico-asistencial sufrió un estancamiento. Pero una vuelta a ésta se verificó en el Setecientos, cuando se plantearon nuevos problemas para la asistencia y la beneficencia, por efecto de la transformación económica que se estaba llevando a cabo. Se notaba la necesidad de coordinar las múltiples iniciativas, hasta entonces de carácter individual, de buscar y curar las causas de los males de los hombres, como medio más eficaz para socorrer a los necesitados. Mientras tanto, la preponderancia de las ideas laicistas llevaba a la sustitución de la caridad cristiana por la filantropía, consolidando la asistencia y beneficencia como un deber social del Estado, y despojándolas de su valor religioso (v. LAICISMO). Pero los Estados absolutistas fallaron en este campo y el número de los miserables aumentó.
      L. A. Muratori (El cristianismo feliz en las misiones de los Padres de la Compañía de Jesús en Paraguay, 1743-49) señaló el egoísmo del rico como un obstáculo para la materialización del amor al prójimo; en 1720 instituyó la Compañía de la Caridad para realizar la caridad civil socorriendo y previniendo la desgracia.
      Con César Beccaria la compasión hacia el sufrimiento ajeno, el repudio de la violencia y de la crueldad, se transformaron de prácticas de virtud privada en normas instituidas en la vida pública. Mientras la legislación civil establecía la asistencia estatal y el Estado no disponía de fondos suficientes para llevar a cabo la beneficencia pública, la Iglesia se encontró muy limitada en su capacidad asistencial a causa de las expoliaciones sufridas por los Estados absolutos y por el napoleónico. Así le quedó a la caridad cristiana un vasto campo de acción en el que obraron antiguas y nuevas órdenes y congregaciones religiosas.
      8. El culto. Las reformas disciplinares y litúrgicas recomendadas por el Conc. Tridentino encontraron aplicación en la región del arzobispado de Milán mediante el concilio provincial de 1565, convocado por el arzobispo S. Carlos Borromeo, con una serie de decretos que sirvieron de modelo a la legislación de muchas otras provincias. Desapareció en esta época el rito patriarquino (diócesis de Aquileia y Como), mientras se confirmó el rito ambrosiano (v.). Se desarrolló el culto eucarístico con la práctica de la solemne exposición del Santísimo Sacramento; se intentó dar a los fieles un conocimiento exacto de la Santa Misa, dejándoles, sin embargo, libres para seguirla con la propia devoción. Hacia finales del Seiscientos, se introdujo la devoción del 'mes de mayo en honor de la Virgen María. Del arte al servicio del culto se había ocupado Federico Borromeo.
      Los más graves problemas en materia de culto que se presentan en el Setecientos son afrontados por L. A. Muratori (De la devoción reguladora de los cristianos) la reducción del número de las fiestas de precepto, la legitimidad de las ofertas de celebrar el Santo Sacrificio de la Misa por intenciones particulares, el derecho de los fieles a comulgar durante la Misa, la posibilidad de leer la Biblia en italiano para aquellos que no conocieran el latín. Fue en ese momento cuando se publicó la traducción italiana de la Biblia completa, obra de Antonio Martini (1769-88), arzobispo de Florencia. Asimismo en la elocuencia sacra, Muratori se pronunció a favor de una oratoria simple y accesible a todo tipo de auditorio.
      En materia de culto, intervinieron también con sus leyes los soberanos ilustrados: María Teresa y José II en Lombardía, Leopoldo II en Toscana, secundando por razones políticas la polémica eclesiológica de los jansenistas, que solicitaban reformas radicales: un único altar central en cada iglesia, la Misa celebrada enteramente en italiano, y la supresión de todas las devociones. No faltaban razones para reformas, principalmente en el campo de las devociones, pero la inspiración jansenista dada a la legislación en la materia y la ofensa hecha a la autoridad del Pontífice con la injerencia en el campo eclesiástico, dañaron al resultado de las reformas en Toscana; éstas en cambio tuvieron éxito en Lombardía, y, por reflejo, en I. septentrional. En Parma, Venecia y Milán, entre 1787 y 1791, se publicó el Ordinario de la Misa en italiano.
      Las armas de Napoleón sostuvieron a la exigua minoría jacobina, que impuso al pueblo italiano una total subversión de las tradiciones religiosas. Se redujo el culto a sus formas esenciales, fue prohibido todo el rito en el exterior de las iglesias y se impuso el calendario de la revolución con el intento de quitar todo carácter sagrado a las fiestas, incluido el domingo. Esto sucedió durante la República Cisalpina (1797-1802). Después, durante la República Italiana (desde 1802) y durante la monarquía (desde 1806), las hostilidades se atenuaron; la restauración del culto se manifestó entonces con procesiones triunfales, con la reanudación de los Capítulos (precedentemente suspendidos), con toda la solemnidad de la liturgia. Pero es un culto triunfalista, pobre de espiritualidad, que corresponde al triunfalismo del Imperio napoleónico.
      Por otra parte, Napoleón había introducido en I. el matrimonio civil obligatorio, había quitado eficacia a los registros de bautismo y matrimonio, había suprimido en Milán todas las órdenes regulares, excepción hecha de los Fatebenefratelli (V. HOSPITALARIOS DE S. JUAN DE DIOS), de las Hermanas de la Caridad y de las casas de educación femenina. En Venecia habían sobrevivido a las suspensiones sólo los mequitaristas (v.) armenios, los hospitalarios, las monjas basilianas (griégas) y las salesianas (francesas). La Restauración restableció sólo en parte la situación anterior a la Revolución. Pero se desarrolló notablemente el movimiento por una mayor participación del pueblo en la liturgia. No tuvo, sin embargo, éxito inmediato el escrito de Rosmini (Las cinco llagas de la Iglesia, 1848), donde la primera llaga es la división entre pueblo y clero en el culto público y donde se lamenta también de la poca instrucción del pueblo cristiano y del uso del latín, que le es incomprensible.
      El movimiento litúrgico, desarrollado en Lombardía y Venecia durante la primera mitad del Ochocientos, dio vida a una serie de publicaciones, muchas de ellas encaminadas a obtener una exacta y ordenada celebración de la Misa. Las exageraciones de algunos liturgistas no lograron imponerse a la auténtica doctrina, que confiesa la identidad entre el Santo Sacrificio de la Misa y la Pasión de Cristo. Esta devoción estaba muy arraigada en el pueblo gracias a los Oratorios festivos organizados en Lombardía por Federico Borromeo para la educación de la juventud y fue renovada por S. Juan Bosco, que la difundió por toda I. en 1841 con las obras salesianas.
     
     

BIBL.: Además de las conocidas obras de historia de la Iglesia publicadas por A. FLICHE-V. MARTIN, A. EHRHARD-W. NEUSS, B. LLORCA-R. GARCíA VILLOSLADA-F. J. MONTALBAN, K. BIHLMEYERH. TÜCHLE, J. LORTZ, L. J. ROGIER-R. AUBERT-M. D. KNOWLES, L. HERTLING, K. D. SCHMIDT-E. WOLF, P. BREZZI (esta última bajo el título: La Iglesia católica en la historia de la Humanidad), y además de los escritos y reseñas bibliográficas publicadas en la «Rivista di Storia della Chiesa in Italia» (desde 1947), son de particular interés las siguientes obras que nombramos según el orden alfabético de sus autoresE. BESTA, Le Valli dell'Adda e della Mera nel corso dei secoli, 11, II dominio grigione, Milán 1964; L. BULFERETTI, Rosmini nella Restaurazione, Florencia 1942; E. CATTANEO, Introduzione alla storia della liturgia occidentale, Roma 1969; G. Cozzl, 11 doge Nicoló Contarini, Venecia 1958; A. C. JEMOLO, Chiesa e Stato in Italia negli ultimi cento anni, Turín 1955; íD, Scratti vari di storia religiosa e civile, Milán 1965; D. MORANDO, Antonio Rosmini, Brescia 1958; P. G. NONIS, Introduzione a L. A. MURATORI, 11 trattato della caritá cristiana, Roma 1961; P. PASCHINI, Venezia e 1'Inquisizione romana da Giulio III a Pio IV, Padua 1959 (Italia sacra 1); íD, Eresia e riforma cattolica al confine orientale d'Italia, Roma 1951; P. PRODI, Ricerche sulla teorica dele arti figurative nella Riforma cattolica, Roma 1962; íD, San Carlo Borromeo e le trattative tra Gregorio XIII e Filippo 11 sulla giurisdizione ecclesiastica, «Rivista di storia della Chiesa in Italia» (1957); L. PROSDOCIMI, Il diritto ecclesiastico dello Stato di Milano dall'inizio della Signoria viscontea al periodo tridentino (sec. XIII-XVI), Milán 1941; N. RAPONI, Politica e amministrazione in Lombardia agli esordi dell'unitá, Milán 1967; F. RUFFINI, Studi sul giansenismo, Florencia 1943; íD, I giansenisti piemontesi e la conversione della madre di Cavour, Turín 1929; A. STELLA, Chiesa e Stato nelle relazioni dei nunzi pontifica a Venezia. Ricerche sul giurisdizionalismo veneziano dal XVI al XVIII sec., Ciudad del Vaticano 1964; P. STELLA, Crisi religiose nel primo Ottocento piemontese, Turín 1959; íD, 11 giansenismo in Italia, Zurich 1966; F. TRANIELLO, Societá religiosa e societá civile in Rosmini, Bolonia 1966; G. VERUCCI, 1 cattolica e il liberalismo dalle «Amicizie cristiane» al modernismo, Padua 1968; E. VIORA, Storia delle leggi su¡ Valdesi di Vittorio Amedeo 11, Bolonia 1930; A. WANDRUSZKA, Leopold II. Erzherzog von Osterreich Grossherzog von Toskana Kónig von Ungarn und Bóhmen Rómischer Kaiser, Viena-Munich 1963.

 

GIULIO VISMARA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991