ISRAEL, TRIBUS DE


Origen nómada de la organización tribal. La tradición bíblica nos presenta al pueblo de Israel articulado en doce tribus, que hace derivar de los doce hijos del patriarca Jacob (v.). La estructuración del pueblo en tribus, clanes y familias (los 7,16-18) es una supervivencia del nomadismo (v.) primitivo que, posteriormente, en virtud de la idealización profética de la estancia de I. en el desierto («el ideal del desierto»; v.) recibe una proyección escatológica. El I. escatológico se presenta desmembrado en doce tribus (cfr. Ez 48,1 ss.; Apc 7,4 ss.).
      Para explicar el origen nómada de la agrupación del pueblo israelita en tribus y su organización se puede recurrir a otros pueblos nómadas mejor conocidos. Sin embargo, se impone hacer las pertinentes distinciones, puesto que los textos históricos más primitivos nos presentan un Israel que ha superado ya el estado estricto del nomadismo. En efecto, en contraposición al nómada puro, el auténtico beduino (v.) trashumante y criador de camellos, los antepasados de I. son criadores de ganado menor y están en proceso de sedentarización. Con todo, el desierto es el ambiente más adecuado para explicar la agrupación tribal y ciertas constantes sociológicas en la vida de las tribus. La unidad social que el desierto exige debe ser lo suficientemente restringida que permita su movilidad y lo bastante fuerte que asegure su seguridad, tal es la tribu.
      Las tradiciones sobre las tribus. Las diferentes noticias históricas en torno a las doce tribus de I. contienen variantes notables, que reflejan diversos estadios o situaciones históricas. La diferencia más importante consiste en la inclusión o exclusión de Leví en la lista de aquéllas. Dado que la tribu de Leví desaparece como tribu profana en un momento dado de la historia de I. en razón de su función cúltica (cfr. Num 1,49 ss.; 3,6 ss.), hay que reconocer mayor antigüedad a la tradición que incluía a Leví en el esquema de las doce tribus (v. LEVITAS).
      El testimonio literario más antiguo con la inclusión de Leví en la lista tribal es la bendición de Jacob (Gen 49,127), cuya última redacción puede ser de los tiempos de David o Salomón. El orden en la enumeración de las tribus es el siguiente: Rubén, el primogénito, Simeón, Leví, Judá, Zabulón, Isacar, Dan, Gad, Aser, Neftalí, José y Benjamín. Otras listas ordenan las tribus en relación a las esposas de Jacob y sus siervas. Así tenemos: hijos de Lía: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Zabulón, e ¡sacar; hijos de Bala (sierva de Raquel): Dan y Neftalí; hijos de Zelfa (sierva de Lía): Gad y Aser; hijos de Raquel, )osé y Benjamín (cfr. Gen 29,31-30,24; 35,22 ss.; 46,8 ss.). A este mismo grupo de tradición más primitiva pertenecen Di 27,12; Ex 1,2-4; 1 Par 2,1; 12,25-38; 27,16-22.
      Existe, como hemos dicho, otro grupo de textos que excluyen a Leví de la lista de las tribus (Num 26,5-51; 1,5-15; 1,20-43; 2,3-31; 13,4-15; los 13-19). El testimonio literario más antiguo de esta tradición, redactado en el periodo de los jueces (v.), es Num 26,5-51, donde se ofrece el censo de los hombres aptos para la guerra. Esta tradición más reciente que excluye a Leví salva no obstante el número doce, mediante el seccionamiento de la tribu de José en otras dos encabezadas por sus hijos, Efraím y Manasés. La legitimidad de esta partición se hace remontar a Jacob, quien los puso a la misma altura jurídica que sus propios hijos; dijo a José: «Los dos hijos que antes de mi venida a ti, a la tierra de Egipto, te nacieron en ella, serán hijos míos, Efraím y Manasés, serán hijos míos, como lo son Rubén y Simeón; pero los que tú has engendrado después de ellos serán tuyos y bajo el nombre de sus hermanos serán llamados a la herencia» (Gen 48,5-7).
      Un dato de interés es que el puesto ocupado por Leví en el orden de las tribus es rellenado en las nuevas listas por Gad. Quiere esto decir que la ausencia de Leví era notada como un vacío y que, por otra parte, el hijo de los grupos de Lía formaba ya un bloque cerrado, estable y compacto en relación a la inestabilidad de los hijos de las esclavas, y que era preciso mantener inalterado. Los textos «sin Leví» abundan en las listas de las tribus hechas con criterio geográfico; la razón de ser de esta coincidencia es obvia. Cotejando las diversas tradiciones puede descubrirse un esquema fundamental. En primer lugar viene el grupo de las seis tribus, el de los hijos de Lía, le siguen las tribus de Raquel y, por último, las tribus del norte, Dan, Aser y Neftalí.
      Aunque la tradición bíblica remonta las doce tribus de I. a otros tantos hijos de Jacob, algunos críticos ven motivos fundados para pensar que los supuestos hijos de Jacob no son más que héroes epónimos de cada tribu. La descripción que se hace de cada uno de ellos es vaga e impersonal, en fuerte contraste con las prescripciones vivas de los patriarcas, cargadas de rasgos individuales. A través de las tribus beduinas del desierto sabemos que se dan otros medios de constitución de una tribu, aparte de los estrictamente genealógicos, tales como comunidad de vida en un mismo lugar, incorporación, adopción, etc. Pero aun en estos casos los nuevos adeptos consideran al antepasado de la tribu como si fuera su propio antepasado en la sangre. También puede ocurrir que la tribu adopte el nombre de un caudillo importante o incluso de una divinidad.
      Las mismas tribus de I. no han sido ajenas a estas vicisitudes y en diversas ocasiones han absorbido grupos de origen diferente. Sabemos, p. ej., que la de Judá ha recogido en sí los restos de la tribu de Simeón y ha incorporado otros grupos extraños, como los calebitas, los yerahmelitas. El proceso de incorporación de los primeros está suficientemente documentado en la Biblia. Caleb, hijo de Jefoné, el quenecita, era un grupo extraño a la confederación israelita (Num 32,12; los 14,6,14), entró en relación con I. durante la estancia en Cades, donde Caleb es designado representante de la tribu de Judá para la exploración de Canaán (Num 13,6); se constata su integración en la tribu de Judá en los 15,13; el enraizamiento genealógico a Judá se registra en 1 Par 2,9,18: Caleb, hijo de Jefoné, se convierte en hijo de Esrón, hijo de Fares, hijo de Judá. Estos procesos de fusión que han debido ser frecuentes, sobre todo al principio, pueden dar razón de la sistematización de las 12 tribus en torno a un antepasado común.
      Número y naturaleza de las tribus de Israel. De los diversos censos o listas de las tribus sólo hay dos que coincidan plenamente (Num 2,3-31; 10,14-29). Todos los demás aportan variaciones, ya sea en el orden y número de las tribus, ya en sus mismos nombres. La bendición de Moisés (Dt 33) menciona once; en la recensión de los jefes de las tribus (1 Par 27,16-22) aparecen diez; el eántico de Débora sólo conoce ocho (Idc 5). No faltan intentos de explicar estas variaciones por motivos literarios. Pero bien se puede admitir que las divergencias en el número son huellas del camino seguido por la tradición al compás de la evolución histórica, hasta su estabilización en el grupo cerrado de las doce tribus. Este número concreto puede constatarse por el testimonio convergente de la mayoría de los textos, como por el desequilibrio que produce en el sistema la desaparición de la tribu de Leví, y que se recupera desgajando la tribu de José en dos, Efraím y Manasés. La misma repartición de la tierra prometida tiene como base el sistema de los doce. La acción singular del levita que parte en doce trozos el cadáver de su mujer asesinada por los hombres de Gueba, es un signo trágico del sistema de los doce.
      ¿Por qué precisamente doce? La pregunta cobra más sentido si se tiene en cuenta que en pueblos circunvecinos existen sistemas análogos. Según Gen 22,20-24, Najor tiene 12 hijos, epónimos de las tribus arameas (ocho hijos de esposa y cuatro de concubina). Los 12 hijos de Ismael son jefes de otras tantas tribus (Gen 25,12-16). En Transjordania se contaban asimismo igual número tribal de la descendencia de Esaú (Gen 36,10-14). ¿Tiene el número 12 un valor simbólico, o es algo histórico puramente casual o, por el contrario, está en función de la naturaleza de las tribus? La teoría del protestante M. Noth que interpreta la naturaleza del sistema de las 12 tribus como una anfictionía da una explicación funcional al número. Según Noth, la organización de las tribus en tales grupos está en función de la obligación constante de mantener el culto en el santuario central, distribuida según los meses del año. Otro ejemplo bíblico de división en 12 tiene valor funcional; Salomón dividió el reino en otras tantas zonas con la finalidad de que cada una de ellas proveyera a la casa real durante un mes al año (1 Reg 4,7).
      La interpretación de Noth se basa en la analogía de las anfictionías griegas, ligas sacras de tribus o ciudades en torno a un santuario central (am f i-ktyono, vivir alrededor), y cuya obligación primordial era la manutención del culto en el mismo, con fiestas periódicas y sobre todo con la fiesta anual en que se reunían y deliberaban los representantes de cada tribu. Un dato digno de tenerse en cuenta es la curiosa coincidencia del número 12 o seis de los miembros componentes de las anfictionías griegas. Sistemas similares son también conocidos entre los etruscos. Tito Livio (1,8,3) habla de una federación de duodecim populi, con un santuario central dedicado a la diosa Voltumna. Según Noth, las tribus de 1. se constituirían en anfictionía en el pacto de Siquem (v) (los 24). El punto central de la estipulación sería la aceptación de Yahwéh como Dios de la anfictionía. En el fondo, lo realizado en Siquem no sería más que una ampliación de una anfictionía más primitiva formada por el grupo de los hijos de Lía y centrada en torno al culto de unos dioses distintos de Yahwéh (de ahí vendría el carácter unitario de los hijos de Lía). Responsable del cambio radical operado en la anfictionía sería la «casa de losé», emigrada de Egipto y portadora principal de la revelación del Sinaí. Esto supondría que el grupo de las tribus de Lía y probablemente las restantes estarían ya asentadas en Canaán, cuando penetra la casa de José y ocupa la parte central de tierra prometida. «Israel» sería el nombre propio de la anfictionía. Pero toáo esto son sólo reconstrucciones muy hipotéticas.
      La interpretación anfictiónica del sistema israelí de las 12 tribus encuentra ciertas dificultades. Por una parte, la coordinación que supone toda anfictionía se compágina difícilmente con el estado anárquico prevalente en el periodo de los jueces, periodo, por otra parte, el más adecuado para el estudio de las tribus de I. No disponían de ningún organismo permanente, como es el caso de las anfictionías; sólo en raras ocasiones las tribus se unen para enfrentarse a un peligro común. Además, en ningún momento puede mostrarse la existencia de un santuario central, pieza clave en toda anfictionía; ni en el Sinaí (v.) ni en Siquem (v.) aparece estipulación alguna sobre el santuario, lo cual significa que era algo secundario. Las tribus encuentran su unidad y su ligazón en la conciencia de una historia salvífica común. El proceso de unificación lo resume lrwin del siguiente modo: «Las tribus que habían participado en el Sinaí penetran en Canaán por la fuerza. Los éxitos iniciales logrados en sus campañas militares convencieron a las tribus establecidas anteriormente en el país del valor de la religión yahwista, que aquéllas importaban consigo. El resultado fue una convención en Guilgal (v.). Guilgal se convirtió para estas tribus en un centro de vida litúrgica en torno a la fiesta de la Pascua. En un estadio posterior, cuando las tribus habían ya penetrado la zona montañosa central, se estipula una nueva alianza en Siquem con las tribus todavía no integradas en la liga. Ha sido probablemente en Siquem donde se constituyó la liga de las 12 tribus y sin duda que se habrá instituido una fiesta para conmemorar el evento que bien pudiera ser la fiesta de los Tabernáculos».
      Organización y gobierno de las tribus. Las tribus árabes conocen una triple articulación: familia, clan y tribu. Similar es la organización de las tribus de Israel. La casa paterna (en hebreo bét'ab) corresponde a la familia, que comprende no sólo padres e hijos, sino incluso 'las familias de los hijos. Un grupo de familias forman el clan (mispahah); el clan habita regularmente el mismo lugar; en cualquier caso se reúne con motivo de la celebración de fiestas religiosas comunes (1 Sam 20,6, 29). El clan adquiere de modo especial la obligación de la venganza (v.) de la sangre; suministra en tiempo de guerra un contingente evaluado en mil hombres, al mando de un jefe; dirigen el clan los jefes de familia, los ancianos. El agrupamiento de los clanes constituye la tribu, en hebreo sebet o matteh, palabras que designan prima. riamente el bastón demando o cetro real, lo que hace originariamente de la tribu una unidad social agrupada en torno a un jefe común.
      Entre los árabes el jefe supremo de la tribu es el sheikh que actúa siempre en unión de los principales jefes de familia. No se sabe exactamente cuál sería el correspondiente israelí del sheikh. Se propone al Nasi', nombre con que se designan los jefes de las tribus durante su estancia en el desierto (Num 7,2); pero el mismo título se usa para jefes menores. La triple jerarquización de la tribu aparece claramente en los 7,16-18.
      Desaparición de las tribus. Algunas tribus, en lugar de crecer, se fueron debilitando progresivamente hasta desaparecer. Tal es el caso de la tribu de Simeón, cuyos restos fueron absorbidos por la tribu de Judá: «Tuvieron su heredad en medio de la heredad de los hijos de Judá» (los 19,1-9). Las bendiciones de Moisés dejan de nombrarle (Dt 33). La tribu profana de Leví también desaparece (Gen 49,5-7) para dar paso a una tribu sacerdotal dispersada por todo Israel (Gen 49,7), sin lugar o zona geográfica propia.
      Los documentos bíblicos no nos presentan en ningún momento la vida de las tribus en estado puro. En el periodo de los jueces se ve el actuar de las tribus, unas veces aisladamente, otras 'en corporación; pero ya en esos momentos las tribus carecen de jefes individuales; la autoridad es ejercida por los ancianos. Esto quiere decir que el clan va adquiriendo cada vez mayor importancia, y que se tiende a la disolución de las tribus. La tribu se va convirtiendo en una unidad territorial; este proceso puede observarse por la toma de nombres de los lugares habitados. La tribu de Galaad (Idc 5,17) lleva el nombre del lugar; algunos autores proponen incluso que los nombres de las otras tribus tienen valor geográfico.
      La monarquía, a partir de Saúl (v.) y David (v.), sin borrar el recuerdo de la afiliación a la propia tribu, va a dar un golpe definitivo a la vida de éstas. La unidad social que prevalecerá será el clan, representado, en un régimen de vida sedentaria, por la ciudad. Sin embargo, en la conciencia del pueblo judío quedará grabada por muchos siglos, constatarle en el N. T., la idea de la permanencia a una tribu concreta, como símbolo de la conciencia histórica de la salvación divina en el tiempo.
      Las tribus perdidas. En la tradición judía han surgido innumerables leyendas en relación a las tribus. Las leyendas más importantes hacen referencia a las 10 tribus perdidas. Según esta tradición, de las 12 tribus deportadas a Babilonia (con motivo primero de la destrucción del reino de Israel en el 721 a. C. y luego, de la destrucción del reino de Judá en el 586 a. C.), solamente dos, las tribus de Judá y Benjamín, tornaron de la cautividad. Sobre la suerte de las otras 10 surgieron cantidad de especulaciones, afirmando comúnmente su existencia. Esta leyenda extendida desde la Antigüedad ha dado lugar a diferentes identificaciones históricas.
      No se sabe el momento en que surge la leyenda, pero ya los apócrifos (v.) judíos dan testimonio de la existencia de la tradición (cfr. Tobit, Testamento de los doce Patriarcas, Cuarto Libro de Esdras). Flavio Josefo (Ant. Iud. 11,5,2) afirma que «hay actualmente dos tribus en Asia y Europa sujetas a los romanos, mientras que ha habido hasta ahora 10 tribus más allá del Éufrates, millares incontables, cuyo número no puede precisarse». En cambio, Rabbí Aquiba, que había puesto sus esperanzas mesiánicas en Bar Kojba, consideraba infundadas tales tradiciones: «Las 10 tribus, decía, no volverán nunca más, puesto que está escrito: `los arrojó a otra tierra, como está hoy' (cfr. Dt 29,27): del mismo modo que el día se va y no vuelve más, así se fueron y nunca más volverán» (Talm. Bab. Sam 110b). A lo cual argüía R. Eliezer: «Como el día se oscurece, pero de nuevo se aclara, del mismo modo a las 10 tribus, sobre las que ha oscurecido, habrá un momento en que se les haga claro» (ib.).
      En la Edad Media dieron pábulo a la leyenda los relatos del viajero judío Eldad Hadaní, que describe la posición geográfica de cada tribu. El geógrafo Abraham Farissol propuso el desierto de Arabia como lugar de residencia de las tribus perdidas e identificó a los «Bené Israel» de la India con los descendientes de las tribus perdidas. Reavivó la leyenda un tal David Reubení que afirmó ser hermano del rey de Jaibar y emisario de las 10 tribus y que proponía una alianza militar con las naciones cristianas para luchar contra los turcos; fue recibido por Clemente VII y recomendado al rey de Portugal.
      La leyenda gozaba de tal prestigio de veracidad que fueron muchos los judíos que emprendieron largos viajes en su búsqueda. Las tribus perdidas fueron identificadas con los falasha, pueblo etíope de religión judía (v. ETIOPíA vi) y con los indios de América que conservaban ciertas prácticas aparentemente judaicas, como el rasgarse las vestiduras. Se han dado las identificaciones más peregrinas, desde los bosquimanos de África hasta los esquimales, desde los indios americanos hasta los tártaros y japoneses. Los caraitas de Rusia sacaron provecho a la leyenda para liberarse de las cargas y restricciones impuestas a los judíos. Afirmaban ser descendientes de las 10 tribus y, por consiguiente, ajenos por completo a la crucifixión de Jesucristo. El gobierno zarista aceptó sus argumentos y los liberó de ciertas obligaciones onerosas.
     
      V. t.: HEBREOS I; JUECES DE ISRAEL Y LIBRO DE LOS; INSTITUCIONES BÍBLICAS III, 1; GÉNESIS, LIBRO DEL.
     
     

BIBL.: Organización tribal entre los árabes: A. JAUSSEN, COUtumes arabes au pays de Moab, París 1908, reed. 1948; T. ASHKENAZi, Tribus semi-nomades de la Palestine du Nord, París 1938; H. CHARLES, Tribus moutonniéres du Moyen-Euphrate, Damás 1939; F. GABRIELI, L'antica societá beduina, Roma 1959; R. MONTAGNE, La civilisation du désert, París 1947.-Nomadismo: J. R. KuPPER, Les nomades en Mésopotamie au temps des rois de Mari, París 1957.

 

C. DEL VALLE RODRÍGUEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991