INOCENCIO III, PAPA
1. Vida. De nombre Lotario, nació en Gavignano (Segni) en 1160 ó 1161. Su padre,
Trasmondo, pertenecía a la nobleza local, y su madre formaba parte de una noble
familia romana. Comenzó su educación en Roma, para estudiar después Teología en
París y Derecho Canónico en Bolonia, donde tendría por maestro al gran
decretalista Hugucio. Vuelto a Roma, es promovido al cardenalato por Clemente
111 y desarrolla una importante actividad en la curia hasta la muerte de
Celestino III y su consiguiente elección al pontificado el 8 en. 1198. M. en
Perugia el 16 jul. 1216. Con anterioridad a su elección había escrito dos obras
importantes: De contemptu mundi sive de miseriis humanae conditionis (Del
desprecio del mundo o de las miserias de la condición humana) y De sacro altaris
mysterio (Sobre el sagrado misterio del altar). Se trata de un comentario
ascético sobre la limitación humana, y de un estudio teológico sobre la Santa
Misa, que ejercieron un influjo doctrinal importante hasta el s. xvi. Ya siendo
Papa, su actividad literaria se manifiesta en opúsculos, sermones y, sobre todo,
en sus numerosas cartas, que tratan de múltiples cuestiones de Teología y
Derecho. Recopiladas las más importantes en 1210, formaron la primera colección
oficial de Decretales.
2. Objetivos de su pontificado. Ya en los primeros actos de su pontificado
se propuso como primer objetivo de su gobierno el logro de una pureza doctrinal
y de costumbres que permitiera a la Iglesia (y más concretamente a los clérigos)
preparar la instauración del reino de Dios. A este fin intenta en primer lugar,
inspirándose en la doctrina de S. Bernardo (v.), la reforma de la Curia Romana,
denunciando el lujo de los cardenales y las apetencias de los funcionarios
inferiores. Ante la fuerte centralización existente en la Iglesia desde la
segunda mitad del s. xii (que induce a los obispos a diriáirse a Roma para
resolver las cuestiones administrativas y disciplinares de la menor
importancia), I. reglamenta las apelaciones a la Santa Sede como «remedio para
los oprimidos»; pero, al mismo tiempo, trata de evitar los abusos dimanantes de
retardar demasiado la ejecución de las sentencias. A diferencia de sus
predecesores, que solían encomendar a sus legados permanentes la solución de
muchos problemas, I. tiende a encomendarlos, siempre que es posible, a los
poderes locales. Promovió también la reforma de los monasterios y favoreció las
nuevas fundaciones religiosas más adaptadas a las necesidades de la época: así
aprobó la Orden del Espíritu Santo, dedicada a la asistencia de los enfermos y
pobres, la de los Trinitarios, Canónigos Regulares, etc. Pero, sobre todo,
merece destacarse en este punto su apoyo a las fundaciones de S. Domingo (v.), y
S. Francisco (v.): al primero sugiriéndole la idea de la Orden de los
Predicadores contra los herejes de Francia; al segundo dándole facultad de
predicar y una aprobación oral de su modo de vida. El Conc. IV de Letrán
sancionó la reforma de la Iglesia operada por I., promulgando una vasta
legislación de importancia capital con anterioridad al Concilio de Trento.
3. Las guerras contra infieles y herejes. Desde el principio de su
pontificado, trató de unir las voluntades de los príncipes cristianos, de la
nobleza y del pueblo para organizar la cruzada (v.) que permitiera liberar
Tierra Santa, después de la caída de Jerusalén en 1187 y el fracaso de la
tercera cruzada. La tenacidad del Papa logró reunir en 1202 un ejército
importante, que fue empleado dolosamente por los venecianos para dirigirse
contra Zara y más tarde contra el Imperio de Constantinopla (v. LATINO,
IMPERIO). I. deploró vivamente los excesos de los cruzados, pero consintió en la
instauración del Imperio latino, creyendo que facilitaría la conquista de
Jerusalén, a la que el Papa impulsaba con admirable constancia; mas nunca pudo
ver hecho realidad este proyecto, que continuó acariciando hasta la hora de su
muerte. Mejores resultados obtuvo el proyecto de cruzada en tierras castellanas:
en 1210 Fernando -primogénito de Alfonso VIII- toma la iniciativa de escribir al
Papa para comunicarle su intención de expulsar a los infieles del reino paterno,
al tiempo que demanda la intervención de la Santa Sede para obtener ayuda en la
empresa. I. acogió el proyecto con entusiasmo y, gracias a la eficacia de sus
gestiones, Pedro II el Católico de Aragón, Sancho VII el Fuerte de Navarra, y
tropas de Portugal y Francia se unieron al ejército de Castilla. El 16 jul.
1212, en la batalla de las Navas de Tolosa (v.), las armas cristianas obtuvieron
un triunfo que era preludio de la definitiva liberación de la Península Ibérica.
En la Francia meridional, la herejía cátara y valdense (v. CÁTAROS;
ALBICENSES; VALDENSES), que desde mediados del s. xii se mostraba especialmente
arraigada y peligrosa, indujo a I. a combatir las causas que la favorecían,
promoviendo la reforma del clero y la guarda de la pobreza especialmente a
través de la predicación de S. Domingo y sus frailes. Lo escaso de los
resultados y el asesinato del legado papal Pedro de Castelnau inclinó al
Pontífice a demandar en 1208 el apoyo del brazo secular, para reprimir el
peligro que amenazaba a la unidad de la Iglesia. Los barones del Norte de
Francia, dirigidos por Simón de Monfort, se enrolaron en la cruzada, deseosos de
apoderarse de los dominios de Raimundo VI, conde de Tolosa. La cruzada se
transformó así en una guerra sangrienta, que el Papa no pudo evitar.
Debe de ser destacado también el empeño con que el Papa trató de obtener
la conversión de los pueblos paganos: en el Norte de Europa, en las regiones de
Finlandia, Prusia y Livonia, los misioneros enviados por 1. organizaron las
iglesias. También se dirigió a Rusia para obtener la unión con Roma, aunque sin
resultados prácticos; sin embargo, por breve tiempo, fue restablecida la unidad
con Bulgaria, cuyo soberano ofreció al Papa su corona como vasallo de la Santa
Sede.
4. Relaciones con los príncipes cristianos. En relación con los monarcas
europeos, I. desarrolló una acción intensa, tendente al logro de la paz
cristiana y de la unidad en las campañas de la cruzada. Después de la muerte de
Enrique VI (1197), dos pretendientes se disputaban la corona imperial: Otón de
Brunswich y Felipe de Suabia. El Papa, tras una deliberación larga y prudente,
reconoció en 1201 a Otón, para coronarlo Emperador en 1209. Pero pronto hubo de
enfrentarse con él, porque había invadido los territorios de la Iglesia y
pretendía conquistar para sí toda Italia. Es entonces cuando el Papa opta por
favorecer al joven Federico II (v.), rey de Sicilia, quien al recibir la corona
imperial promete que su antiguo reino continuará separado del Imperio. Con
Francia las relaciones fueron buenas; sólo se hicieron tensas cuando el Papa, a
fin de inducir al rey Felipe II Augusto (v.) a recibir a su legítima esposa,
puso a su reino en entredicho Más tarde, al iniciarse la guerra entre Francia e
Inglaterra (1203), I. interviene autoritariamente obligando a los dos soberanos
a establecer la paz, y precisando que la iniciativa obedecía a una razón
espiritual y no política.
Con el rey inglés, Juan Sin Tierra, una cuestión planteada con motivo del
nombramiento del arzobispo de Canterbury, y la hostilidad del monarca hacia la
Iglesia, dieron lugar a que el Papa en 1208 pusiera al reino en entredicho y el
monarca fuera depuesto. Amenazado con la invasión por parte de Felipe lI
Augusto, Juan Sin Tierra pide la absolución del Papa y le ofrece su reino en
vasallaje. Otros soberanos, como Pedro II de Aragón (considerado por el Papa
como el monarca más fiel en la defensa de la fe), se declararon también vasallos
de la Sede Apostólica, para tener la protección de su autoridad espiritual. La
amplitud de su autoridad (que se extendió sobre casi-toda Europa) ha hecho
pensar a algunos historiadores que I. fue un Papa que ambicionó una teocracia
universal; pero esa idea no se sostiene, a la luz de los documentos que
manifiestan los móviles del Pontífice. En realidad fue un hombre de Dios animado
de una fe profunda y, por ello, consciente de las múltiples responsabilidades
que con el pontificado asumió. Pronto fijó los objetivos principales de su
gobierno y los persiguió con tenacidad en su empeño y fortaleza ante las
dificultades.
BIBL.: A. FLICHE, La chrétienté romaine, en Fliche-Martin, X, 11-215; F. HURTER, Geschichte Papst Innozenz III, und seiner Zeitgenossen, 4 vol., 3 ed. Hamburgo 1841-43; A. LUCHAIRE, Innocent III, 6 vol., París 1904-08; D. MANSILLA, La documentación pontificia hasta Inocencio III, en Documenta Hispaniae Vaticana, Roma 1955; M. MACCARRONE, Chiesa e Stato nella dottrina di Papa Innocenzo 111, «Lateranumv 6 (1940).
E. TEJERO TEJERO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991