IGNACIO DE ANTIOQUÍA, SAN


Personalidad y escritos. Según Eusebio (v.) de Cesarea fue el tercer obispo de Antioquía después del apóstol Pedro y de Evodio. Durante el imperio de Trajano (98-117) fue condenado a las fieras y deportado a Roma para padecer el martirio. Según un documento del s. iv/v (Martirio de S. Ignacio) fue discípulo del apóstol Juan.
     
      Durante su viaje a Roma, ca. el 110, escribió siete cartas, de una importancia inapreciable para la historia del dogma. De ellas la más importante es la dirigida a la Iglesia de Roma; las otras tienen como destinatarias las comunidades cristianas de Éfeso, Magnesia, Tralia, Filadelfia y Esmirna cuyos delegados había saludado a su paso. Otra está dirigida al obispo S. Policarpo de Esmirna. Con una cordialidad fraterna que dice mucho sobre el sentido colegial del episcopado (v. COLEGIALIDAD EPISCOPAL), 1. agradece a esas comunidades su caridad para con él, les inculca la sumisión a los obispos locales y no deja de incluir algún consejo, incluso alguna ligera reprensión, y les precave contra las doctrinas heréticas. La única carta en la que todo son alabanzas sin mezcla de amonestaciones es la que mandó a la Iglesia romana.
     
      En estas cartas se descubre el alma ardiente, heroica y mística de 1. Tiene sed de martirio y un amor encendido a Cristo, a quien quiere imitar. Pide a los romanos que no den ningún paso para ahorrarle ese deseo: «Temo justamente vuestra caridad, no sea ella la que me perjudique. El hecho es que yo no tendré jamás ocasión semejante de alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios y por los dientes de las fieras he de ser molido, a fin de ser presentado como limpio pan de Cristo» (Rom 1,2; 2,1; 4,1). «Bello es que el sol de mi vida, saliendo del mundo, trasponga en Dios, para amanecer en Él» (Rom 2,2). A Policarpo le anima así: «Mantente firme, como un yunque golpeado por el martillo. De grande atleta es ser desollado y, sin embargo, vencer» (Pol. 3,1). El estilo de las cartas es fogoso, cordial, dechado de teología pastoral. A veces alcanza vértices sublimes dignos de un mártir y de un enamorado de Jesucristo.
     
      Ya desde el s. iv las cartas sufrieron una manipulación que amplió el texto primitivo y añadió seis cartas más, ciertamente espurias. Hasta 1646, sólo se conocía este Corpus adulterado. Entonces se halló la primitiva redacción griega, más breve y sencilla que los eruditos reconocieron como la recensión genuina; se halla en el Codex Mediceus Laurentianus 57,7. Cureton descubrió en 1845 una recensión en traducción siriaca aún más breve; pero los especialistas la han considerado no como la primitiva, sino como un resumen de la misma.
     
      Doctrina teológica. Eclesiología. Es importante su enseñanza en este punto, muy estudiado recientemente, por tratarse de la generación episcopal subsiguiente a la de los apóstoles. I. tiene ante sí una constelación de Iglesias locales cuyo centro y vértice es el obispo que gobierna la comunidad de sus fieles, rodeado de sus presbíteros y diáconos (v.). Son como los «ángeles» de las Iglesias de que habla S. Juan en Apc 2-3. La «Iglesia católica» -I. es el primero que la apellida así- está parcelada en Iglesias locales presididas por un obispo: «Dondequiera que aparezca el obispo, dice, allí está la multitud, al modo que dondequiera que estuviere Jesucristo, allí está la Iglesia universal» (Smyr. 8,2). Recomienda sumo respeto al obispo local y en él «al Padre de Jesucristo que es el obispo de todos» (Magn. 3,1). Por la carta que escribe a la Iglesia de Roma manifiesta que le merece mayor respeto que las otras y que está sobre ellas. Llama la atención que toda ella esté llena de frases de grande estima sin asomo de críticas o consejos, como en las otras. Es la Iglesia que «preside en el lugar de la región de los Romanos». No dice «sobre el lugar» y en cambio afirma que «preside» (prokathetai), término que Pearson, Lightfoot y Zahn prefieren traducir por «descuella» y Harnack por «protege», pero que siempre en griego significa «presidencia», sentido que reproduce la antigua versión siriaca. Esta presidencia la ejerce sobre la «agapé», palabra que tiene diversos sentidos en las cartas de la I. Un sentido frecuente es el de «Iglesia», tomada naturalmente en su aspecto más bien interno de comunidad de amor (cfr. Trall. 13,1; 12,1) y ése parece el más apropiado para nuestro texto, según el cual la Iglesia de Roma tiene la presidencia de la comunidad de amor que es la Iglesia universal. Restringir el sentido a las obras de caridad, como si en ellas hubiera descollado la Iglesia de Roma no tiene fundamento en el uso del vocablo por parte de 1. ni encaja bien en el contexto de toda la carta. En ella escribe «Nunca habéis envidiado nada a nadie: habéis enseñado a los demás. Yo por mi parte quiero que se confirme lo que habéis prescrito con vuestra enseñanza» (3,1). Luego se trata de un magisterio autoritativo aceptado por el obispo antioqueno. «Yo no os doy mandatos como Pedro y Pablo: ellos eran apóstoles, yo un condenado; ellos libres, yo hasta ahora siervo» (4,3). Encomienda la Iglesia de Antioquía a las oraciones y cuidados de los romanos: «Acordaos en vuestra súplica de la Iglesia de Siria que en mi lugar tiene a Dios por pastor. Sólo Jesucristo y vuestra caridad (Iglesia) velará sobre ella» (9,1). De estos textos se desprende que, según l., la Iglesia de Roma es la primera en toda la Iglesia, que su magisterio es autoritativo, que sólo ella con Cristo se cuida de la huérfana Iglesia de Antioquía. Con todo, de estas frases no se deduce el modo como se ejercita esa presidencia, a no ser en el punto del magisterio preceptiVO (V. IGLESIA II, 2, 3, A; PRIMADO DE S. PEDRO II, 3, A, a).
     
      Espiritualidad. Su espíritu cristocéntrico se revela en la insistencia con que inculca la imitación del Señor, si queremos vivir animados por su Espíritu. «Los carnales no pueden practicar las obras espirituales, ni los espirituales las carnales, al modo que la fe no tolera las obras de la infidelidad ni la infidelidad las de la fe. Sin embargo, aun lo que hacéis conforme a la carne se os convierte en espiritual, pues todo lo hacéis en Jesucristo» (Eph 8,2). Esta imitación de Jesucristo tiene que extenderse a la participación en su Pasión por medio del martirio, que es, para 1. la cumbre en la imitación del Redentor, y por ello hay que estar siempre dispuestos a él: «Perdonadme, yo sé lo que me conviene. Ahora empiezo a ser discípulo. Que ninguna cosa visible o invisible se me oponga por envidia a que alcance a Jesucristo. Fuego y cruz y manadas de fieras, quebrantamiento de mis huesos, descoyuntamiento de miembros, trituraciones de todo mi cuerpo, tormentos atroces del diablo, vengan sobre mí, a condición sólo de que alcance a Jesucristo. De nada me aprovecharán los confines del mundo ni los reinos todos de este siglo. Para mí mejor es morir en Jesucristo que ser rey de los términos de la tierra. A Aquel amo que murió por nosotros. A Aquel amo que resucitó por nosotros» (Rom. 5,3-6,1). Mientras llega la hora de contemplar a Cristo hemos de hacer que Él more en nosotros y que seamos sus templos.
     
      Cristología. Sostiene claramente tanto la divinidad del Señor como la realidad, y no sólo la apariencia, de su cuerpo humano, esto último contra el docetismo (v.). Él mismo es «hijo de María e hijo de Dios, primero pasible y luego impasible, Jesucristo nuestro Señor. Él es con toda verdad del linaje de David según la carne, hijo de Dios según la voluntad y poder de Dios, nacido verdaderamente de una virgen, bautizado por Juan, para que fuera cumplida por él toda justicia» (Smyr. 1,1). Cristo como Dios está fuera del tiempo (achronos) y es invisible; pero se hizo por nosotros visible y pasible para sufrir por todos nosotros (cfr. Pol. 3,2; V. ENCARNACIÓN DEL VERBO 11, 6).
     
      Escribiendo contra los docetas afirma que Cristo tuvo verdadera carne. Por eso «apártanse también de la Eucaristía y de la oración, porque no confiesan que la Eucaristía es la carne de nuestro Salvador Jesucristo, la misma que padeció por nuestros pecados, la misma que, por su bondad, resucitó el Padre» (Smyr. 7). La Eucaristía es el banquete de la unidad. Poned, pues, todo ahínco en usar de una sola Eucaristía; porque una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo y un solo caliz para unirnos con su sangre; un solo altar, así como no hay más que un solo obispo» (Phil. 4). La Eucaristía es medicina de inmortalidad (v. EUCARISTÍA II, A, 2).
     
      1. se hace eco de la predicación apostólica y expone antes que nadie un ciclo cristológico que poco a poco cristalizará, con diversas formas, en los Símbolos de la fe (v. FE II). Se refiere «a Jesucristo, el que nació verdaderamente del linaje de David, el que nació de María, el que comió y bebió, el que realmente padeció persecución bajo Poncio Pilato, el que realmente fue crucificado y murió a la vista de los seres celestiales, terrestres y subterráneos; quien resucitó también verdaderamente de entre los muertos, resucitándole su Padre» (Tral. 9). Otro texto dice así: «creyendo en nuestro Señor verdaderamente oriundo de David según la carne, Hijo de Dios según la voluntad y poder de Dios, nacido realmente de la Virgen, bautizado por Juan, para que se cumpliera en él toda justicia, realmente crucificado por nosotros con clavos en la carne bajo Poncio Pilato y Herodes Tetrarca... para levantar por su resurrección para siempre la bandera en favor de sus santos y fieles» (Smyr. 1). No obstante, la fluidez de estas expresiones, se reconocen en ellas los siguientes elementos: «nacido de la Virgen y de David», «padeció y fue crucificado bajo Poncio Pilato», «resucitó de entre los muertos».
     
     

BIBL.: Fuentes. Además de las ed. generales de los Padres Apostólicos (v. bibl. de PADRES DE LA IGLESIA, 2), TH. CAMELOT, Ignace d'Antioche, Lettres, en Sources Chrétiennes 10, 2 ed. París 1951. Trad. esp., H. YABEN, S. Ignacio de Antioquía, Epístolas, Madrid 1942; D. Ruiz BUENO, Padres Apostólicos, Madrid 1950. Trad. catalana: M. ESTRADE, Les cartes de Sant Ignasi d'Antioquia, Barcelona 1966.

 

I. ORTIZ DE URBINA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991