IDEOLOGÍAS


A. Concepto. 1. Definición. Suele llamarse ideología a todo sistema de opiniones y creencias fundado en un orden de valores subyacente, más o menos consciente, encaminado a encauzar las aptitudes y comportamientos de los miembros de un grupo social, clase o sociedad dados.
     
      Esta definición abstracta de i. recoge sus aspectos más generales y reúne en sí las características comunes a las variadas i. concretas, integradas por sistemas de opiniones y creencias encaminados a orientar la vida colectiva. Las i. tienen siempre un carácter adjetivado por razón de su contenido. Así, podemos hablar de i. políticas, económicas, morales, etc.
     
      2. Diferenciación con términos afines. El alcance de la significación de la palabra i. no está siempre bien deslindado, en especial, con términos afines como Weltanschauung y mentalidad. A propósito del primero, W. Weidle (en la introducción al n° 3 de «Res Publica» -1960dedicado a Les idéologies et leurs applications au XXe. siécle) apuntaba que mientras la i. se distinguía por su carácter necesariamente colectivo, la voz Weltanschauung o «concepción del mundo» abarcaba también el orden individual. Por otro lado, algunos autores, como T. Geiger, a la vez que señalan las afinidades entre los términos i. y mentalidad, distinguen agudamente sus diferencias; así ve el sociólogo alemán la distinción: «Se entiende por ideología las interpretaciones de la vida y el mundo o sistemas de pensamiento, relacionados con ámbitos objetivos estrictamente delimitados, como, p. ej., la economía o determinados hechos económicos. La característica común de estas ideologías -tan amplias como objetivamente limitadas- es la de aparecer en forma de doctrinas o teorías. Son, pues, comunicables; objetos que pueden enseñarse y que pueden comunicarse y extenderse. En cambio, la mentalidad es una disposición esp•ritual y anímica, un sello impreso directamente en el hombre por su ambiente social y por las experiencias vitales que sobre él actúan y que de él irradian» (La estratificación social del pueblo alemán, Madrid 1971).
     
      Conviene también apuntar las relaciones que la i. mantiene con la teoría y la doctrina. Ambas son aportaciones singulares de un autor o autores que pueden cooperar a la formación de una i. en mayor o menor grado y más o menos mezcladas con otras. Mientras la teoría se funda en un sistema de proposiciones científicas, la doctrina está formada por proposiciones axiológicas. Desde esta perspectiva, podemos establecer una distinción entre i. científicas e i. doctrinarias por razón de las influencias que hayan recibido en su formulación.
     
      En la realidad y prácticamente, las i. no presentan uno u otro extremo de la dicotomía apuntada como casos puros, sino que ambos componentes, el teórico y el doctrinal, aparecen mezclados en mayor o menor medida; aspecto que constituye precisamente uno de los caracteres más peculiares de las i., aunque conviene distinguir siempre este problema de otro similar que responde al tipo de valores subyacentes a cada i. y su carácter real y efectivo o enmascarado e inoperante y, por otro lado, la distinción entre funciones y fines de las mismas, pues mientras aquéllas tienden a imponerse y expandirse en un ámbito social, éstos pueden limitarse a defender los intereses privados o, en el mejor de los casos, la defensa de los intereses generales.
     
      3. Elementos de las ideologías. a) Sistemas de opiniones y creencias: El hecho de ser un sistema implica su expresión ordenada y formal, lo que no excluye que al estar destinado a la difusión no se emplee un lenguaje persuasivo y emocional, simplificando los contenidos por medio de recursos propagandísticos (símbolos, slogans, etc.). Este sistema está integrado por una serie de opiniones e incluso creencias como ha apuntado T. Parsons (El sistema social, Madrid 1966) que en mayor o menor grado constituyen aquel sector del discurso que suele considerarse como materia «opinable» o «discutible» y que la i. nos presenta, no obstante, como algo taxativo. Esto implica que las i. estén en mayor o menor medida sustentadas, no sólo por proposiciones afirmativas verdaderas, sino, esencialmente, por proposiciones evaluativas y normativas, basadas en las creencias aceptadas. Podemos decir que en las i. existe un «factor subjetivo», expresión de una conexión profunda: la del sistema de opiniones y creencias con el orden de valores subyacente.
     
      b) Fundamentado más o menos conscientemente en un orden de valores subyacente: Este orden está constituido por un conjunto de principios u objetivos considerados como beneficiosos. Estos principios se nos muestran con claridad al análisis, pero dependen de factores no conscientes de carácter: 1) histórico (las tradiciones); 2) social (los intereses no sentidos como tales); 3) teórico (las influencias de las teorías y las doctrinas no concienciadas) y 4) psicológico (los miedos y represiones inconscientes) que expresan la mentalidad de un sector más o menos amplio de hombres de una época y lugar dados.
     
      A su vez, la existencia de este orden implica: 1) una elección; 2) un elector o grupo de electores y 3) unas motivaciones o razones de la elección.
     
      El primer punto -el de la elección-, obviamente, establece una determinada disposición de los elementos integradores de los valores subyacentes que puede ser más o menos consciente y que está condicionada por las influencias anteriormente apuntadas, dando lugar a una jerarquía o disposición en la ordenación de valores de acuerdo con la intensidad de las influencias no conscientes.
     
      El segundo (el elector) supone la existencia de una clase, grupo o individuo que realizan la operación de elegir estos valores y que, además, tienen los medios adecuados para expresarlos a través de la i. y difundir ésta por medios de convicción o persuasión. La elección estará sujeta, pues, a los designios del elector, grupo o clase y a las presiones que graviten sobre ellos directa o indirectamente.
      El tercero hace referencia a los motivos explícitos o razones que operan sobre el elector o electores -los implícitos ya los hemos apuntado- en sus decisiones, variables en cada caso y que en muchas ocasiones son meras «racionalizaciones» de los factores implícitos.
     
      c) Encaminado a encauzar las actitudes y comportamientos de los miembros de un grupo, clase o sociedad dados: La i. tiene unas funciones que cumplir dentro de un ámbito que tiende a cubrir y que puede ser el de grupo, clase o sociedad, aunque este último sea el más usual en razón a los fines de la mayoría de las i. y a la tendencia de éstas a desarrollar al máximo sus funciones.
     
      Las funciones que algunos autores (L. Dion, Political ideology as a tool of functionnal analysis in social-political dynamics: an hypothesis en el «Canadian Journal of Economics and Political Science», febrero 1959) consideran como fundamentales de las i. son: 1) desarrollar o mantener un sistema de aptitudes y, consecuentemente, una conducta adaptada a los fines del centro de poder que las promueve o impone; 2) favorecer la cohesión de los miembros pertenecientes al ámbito sujeto a la influencia de una determinada i., estableciendo una armonía que permita una óptima consecución tanto de los fines como de las metas y programas marcados por los órganos decisorios de los centros de poder.
     
      4. Análisis de las ideologías. a) Ideología y valores subyacentes: 1) Al hablar de los valores subyacentes que fundamentan las i. hemos apuntado que éstos pueden estar reflejados en ellas conscientemente (explícitos) o inconscientemente (implícitos). Para determinar sus relaciones de coherencia es preciso que previamente se analicen las relaciones entre los valores explícitos e implícitos para determinar si aquéllos son «racionalizaciones» de éstos, o si se forma una dualidad que puede ser, a su vez, integrada o desintegrada por razón de su compatibilidad. Verificado el análisis de coherencia interna entre los valores que integran la mentalidad, la observación se planteará en el' plano externo para determinar la adaptación de la i. -lo dicho- con el espíritu que la informa. Así, las i. podrán ser coherentes o incoherentes con las mentalidades subyacentes.
     
      2) Valoración axiológica: la valoración de una i. debe hacerse a la luz de su sistema de valores subyacente mediante la contrastación con otro sistema de valores. De ahí los conflictos que siempre presenta la valoración de las i. y que plantean una de las cuestiones difíciles de la ética.
     
      En definitiva, esta valoración fuerza a aceptar un sistema desde el que tener una óptica de opinión o de juicio. Ésta puede ser más o menos fundada en valores históricamente experimentados, o en los principios de una Filosofía o Metafísica científicas (v. D), o bien desde perspectivas aceptadas de antemano como las religiosasmorales. En este terreno cabe destacar la función fundamentadora de los principios morales de la Iglesia que facilitan las bases constructivas sobre las que edificar una escala de valores, o bien, a contrario sensu, la función crítica frente a los sistemas de valores ajenos. Este papel ha sido desempeñado en concreto varias veces por la jerarquía eclesiástica a propósito, p. ej., de i. políticas (recuérdense las enc. Mit Brennender Sorge y Divini Redemptoris, de 14 y 19 mar. 1937, respectivamente).
     
      b) Ideologías y actitudes: En tanto que las i. están encaminadas a promover actitudes dentro de los ámbitos en los que ejercen sus influencias, podemos establecer una tipología en relación a los individuos que forman el ámbito en cuestión que varía, dentro de la polaridad actitudes-antagónicas / actitudes-solidarias, según los rasgos específicos de las disposiciones a las que induzcan.
      En segundo lugar, atendiendo a las instituciones y al medio social en el que hayan de desenvolverse, podremos distinguir: actitudes reaccionarias (V. REACCIONARISMO), conservadoras (v. CONSERVADURISMO) y revolucionarias (v. REVOLUCIÓN), según las tendencias manifestadas frente a la marcha y desarrollo de las instituciones sociales (retroceso a situaciones pasadas, desarrollo progresivo hacia el futuro a partir del presente, o cambio radical hacia una concepción distinta, sea viable, sea utópica).
     
      c) Ideología y conducta: Por razón de la conducta, las i. podrán ser pasivas (cuando imponen un «no hacer» o una tolerancia respecto del poder constituido) y activas (si exigen la participación en acciones que podrán ser realizadas con un tempo que variará desde la inmediatez en la acción hasta la meta a largo plazo, dependiendo del carácter revolucionario o evolucionista de las i.).
     
      d) Ideologías y funciones: En este sentido, las i. pueden realizar funciones estabilizadoras encaminadas al mantenimiento de las actitudes y conductas dentro de unos marcos prefijados, o bien funciones escaladoras cuando pretenden desplazar a otras que operan con carácter dominante. Por otro lado, pueden presentar una disfunción muy usual: la de deformar la realidad en oposición a las apreciaciones más exactas de las teorías científicas en el orden físico o en el metafísico.
     
      e) Ideologías y fines: Las i. están ligadas a los fines que les designan los grupos y clases que las sostienen, de tal forma que podemos decir que una i. siempre representa una realidad humana que la respalda y que por razón de sus intereses y por las presiones directas e indirectas que la determinan establece unos fines que pueden ser: 1) privados de un grupo o clase; 2) aparentemente generales y 3) colectivos.
     
      En este sentido podemos decir que las i. dominantes reflejan los fines de los grupos o clases más potentes dentro de cada estructura social. De tal forma que podemos establecer un paralelismo histórico entre las i. y la configuración de la estructura social, aunque a veces se produzcan desajustes o decalajes que pueden ser de anticipación o retardo, pues, en definitiva, como señala Cuvillier «las ideologías no constituyen nunca sistemas cerrados que hubieran podido nacer en el espíritu de sus autores fuera de cualquier condicionamiento del medio social y de la historia; siempre están, por el contrario, en relación con el lugar, la época, la estructura social» (Las ideologías a la luz de la sociología del conocimiento, México 1955).
     
      B. Evolución histórica del concepto. La palabra ideología es usada por Antoine Destutt de Tracy, en su obra Élements d'idéologie (1801), para nombrar una disciplina filosófica -la science des idées- cuyos orígenes, según el propio filósofo francés, habría que buscar en Condillac (v.), seguidor de las ideas de Locke (v.). Esta ciencia investigaba cómo se originaban y formaban las ideas (v.). Pero estas ideas eran entendidas sólo como representaciones que los hombres se forman sobre la base de las sensaciones que el mundo exterior y sus estímulos dejan en ellos. Sólo la constante reducción de las ideas a las sensaciones que las condicionaban, según estos autores, podía garantizar la certeza de las ciencias de la naturaleza y del hombre. En este sentido, la i. se presentaba también como un método, como un camino para evitar las ideas falsas contra las que con anterioridad había prevenido el mismo Bacon. De ahí su desdén por la Metafísica (v.), «arte de la imaginación... destinada no a instruirnos, sino a satisfacernos».
     
      Esta actitud crítica no surge únicamente de una postura teórica, sino de un marco histórico que, con sus tensiones reales, configura un movimiento intelectual de amplia repercusión: la Ilustración (v.), que pondrá en juego los valores de una época hasta derrumbar todo un orden establecido con el advenimiento de la Revolución francesa (1789). Los ideólogos, como se ha llamado a los intelectuales que prepararon el clima de ideas que favoreció la revolución burguesa (hay un espléndido estudio clásico sobre su papel histórico, realizado por F. Picavet, Les idéologues, essai sur l'histoire des idées et des théories scientifiques, philosophiques, réligieuses en France depuis 1789, París 1891; cfr. también la clásica obra de Groethuyssen, La formación de la conciencia burguesa en Francia en el siglo XVIII), no sólo se dedicaron a abrir una brecha teórica frente al pasado, sino que entrevieron la dimensión de futuro que todo pensamiento positivo debe traducir a la realidad. Por ello no descuidaron la dimensión práctica de su actividad teórica, pues, por un lado, la i. como ciencia general pretendía fundamentar todos los órdenes del conocimiento (la naturaleza, el hombre, y la sociedad) y, por otro, lógicamente, abarcaba la fundamentación de la vida política y económica de la nueva sociedad para establecer y mantener un Estado justo y racional. De ahí su preocupación por la educación, por el futuro del nuevo Estado y sus influencias sobre las reformas educativas del incipiente régimen (v., a propósito, Ch. Hunter, The contribution of the ideologues to French Revolutíonary tought, Baltimore 1935).
     
      Pero los ideólogos, que habían puesto al servicio de la Revolución la razón que quería liberarse del «lastre» del pasado, no habían intuido las ataduras que el pensamiento tiene con los hombres de su época y las formas como organizan su vida social, es decir, y en una palabra, con su presente. De ahí que Napoleón, defensor otrora de la libertad de pensamiento, se mostrara después su infatigable perseguidor, atacando a los ideólogos porque «enmascaraban la realidad», pues la i. era una visión que no concordaba con la realidad político-social vigente. «Sin embargo, si la ideología estuviera no más que en las nubes, alejada y divorciada de la realidad, difícilmente existiría una razón plausible para el odio con que Bonaparte la persiguió, pero guardaba una relación precisa con la práctica política concreta» (Hans Barth, o. c.).
     
      Con ello, el término cobraba una significación despectiva, de la que no se libraría ya más. Así, en Marx (v.) y Engels (v.) el término hereda este sentido peyorativo de «falsa realidad». Desde este punto de vista la i. se opone al pensamiento científico y su utilización en estos autores (v. La ideología alemana, Barcelona 1970) está determinada por el carácter crítico que su pensamiento adopta frente a la filosofía especulativa, especialmente la alemana de Hegel y sus seguidores, B. Bauer, M. Stirner, etc., e incluso el propio L. Feuerbach. Desde esta perspectiva el punto capital de su crítica se refiere a la «falsa conciencia» que subyace a todos estos autores, pues la «conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente y el ser de los hombres es su proceso de vida real» (o. c.). En segundo lugar, su enfrentamiento crítico va más allá, rompe con una problemática, pues no «sólo sus respuestas [las del sistema hegeliano], sino también los problemas mismos, llevan consigo un engaño» (ib.). De ahí la constitución de su «método científico» en oposición a los procedimientos ideológicos: «Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Es decir,-no se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan ni tampoco del hombre predicado, pensado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso» (ib.). Por otra parte, su hipótesis de que «tal y como los individuos manifiestan su vida, así son» les lleva a señalar que «lo que son coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con lo que producen, como con el modo cómo producen. Lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales de su producción». De ahí que la organización de las fuerzas productivas determina, según ellos, las diversas formas políticas y de organización social; por esto, «la observación empírica tiene necesariamente que poner de relieve en cada caso concreto, empíricamente y sin ninguna clase de falsificación, la trabazón existente entre la organización social y política y la producción» (ib.).
     
      Así brota de su análisis un nuevo significado de i. entendida como un producto, una superestructura, cuyas razones últimas están en la historia, en el periodo social económicamente dado y en las últimas instancias que los mueven (las formas de producción y las clases sociales), pues «también las formaciones nebulosas que se condensan en el cerebro de los hombres son sublimaciones necesarias de su proceso material de vida, proceso empíricamente registrable y sujeto a condiciones materiales: la moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de la conciencia que a ellas corresponden pierden, así, la apariencia de su propia sustantividad. No tienen su propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción material y su intercambio material cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento». Con ello no sólo nos presentara la i. como un fruto de un falso método, sino también como producto de unas relaciones que repercuten en la configuración total de la vida social. De ahí que su ataque a la filosofía, a la que consideran simple i., y su preocupación por la transformación radical de las formas de producción y la organización social que sustentan estén vinculados a la crítica de la i., pues se trata de «mantenerse siempre sobre el terreno histórico real, de no explicar la práctica partiendo de la idea, de explicar las formaciones ideológicas sobre la base de la práctica material, por donde se llega consecuentemente a la conclusión de que todas las formas y todos los productos de la conciencia no brotan por obra de la crítica espiritual, mediante la reducción a la autoconciencia o la transformación en fantasmas, espectros, visiones, etc., sino que sólo pueden disolverse por el derrocamiento práctico de las relaciones sociales reales, de que emanan esas quimeras idealistas; de que la fuerza propulsora de la historia, incluso la de la religión, la filosofía, y toda otra teoría no es la crítica, sino la revolución». Con ello, la i. quedaba como producto intelectual dependiente del carácter de las relaciones de producción de las cuales era su expresión, expresión que enmascaraba el carácter real de las cosas.
     
      Otro de los autores que más ampliamente ha utilizado el concepto de i. ha sido Mannheim (Ideología y utopía, Madrid 1966), quien desdobla el término en dos significaciones que contienen aspectos diversos de una misma causa. Distingue una concepción «particula-» de la i. y otra «total». La primera se refiere a las concepciones individuales que expresan una «psicología de intereses» concretos y se manifiestan como «deformaciones, más o menos conscientes, de la naturaleza real de una situación cuyo reconocimiento verdadero no estaría de acuerdo con sus intereses». La segunda entiende la i. como concepción global perteneciente a una época histórica, que incluye tanto los aspectos teóricos como noológicos predominantes en una sociedad concreta y «presupone simplemente que existe una correspondencia entre una situación social dada y una determinada perspectiva, punto de vista, o percepción de conjunto» (ib.). Frente a ambas se produce una actitud de desconfianza por la que «las opiniones, afirmaciones, proposiciones y sistemas de ideas no son tomados en su valor aparente, sino que son interpretados a la luz de la situación vital de quien los expresa» (ib.). Por ello, en el análisis de esta dicotomía no debemos olvidar que, si bien ambos niveles -psicológico y noológico- se refieren a aspectos diversos de un mismo problema, no pueden ser completamente separados, pues «las mismas fuerzas históricas que producen transformaciones históricas en uno están operando también en el otro» (ib.). Es precisamente esta actitud de desconfianza latente frente a las ideas manifestadas que sacudió a la Europa de entreguerras la que daría lugar al nacimiento de la «sociología del conocimiento» (v.), que el mismo Manheim y Max Scheler (Die Wissensformen und die Gesellschaft, Leipzig 1926) desarrollarían y cuya finalidad ha sido la de «intentar comprender el pensamiento en la posición concreta de una situación históricosocial, de la cual el pensamiento es una serie infinita de respuestas a ciertas situaciones típicas que caracterizan su posición» (Mannheim, o. c.). Toda esta aportación sociológica intentó proveer nuevas bases conceptuales y metodológicas para superar la crisis política en la que se encontraba el marco histórico de estos autores y que el propio Mannheim apunta con estas palabras: «de ninguna manera es un accidente que haya surgido en nuestra generación el problema de las raíces sociales y activas del pensar, ni tampoco es accidental que lo inconsciente, que hasta ahora ha motivado nuestro pensamiento y actividad, haya sido elevado de modo gradual hasta el nivel de lo consciente y, por tanto, se haya hecho accesible al control. Sería erróneo reconocer su importancia para nuestra propia perplejidad y no ver que es una situación social específica la que nos ha impelido a reflejar las raíces sociales de nuestros conocimientos» (en Kurt Lenk, Ideologié, Ideologiekritik und Wessenssoziologie, 4 ed. Berlín 1970, puede verse una síntesis amplia del concepto en otros autores).
     
      C. Política e ideología. 1. La ideología como sustrato de la acción. La vida política, organizada sobre la base de agrupaciones e instituciones, específicamente encaminadas a la participación en la administración y control del poder, necesita de programas de acción con los que fijar las metas concretas e inmediatas objeto de su actividad, y puede buscar fundamentarlos en i. sustentadas. Estas son entonces los soportes teóricos de los programas de acción de los grupos y clases organizadas en estructuras aptas para la participación en la vida pública (los partidos políticos, p. ej., etc.).
     
      Cuando los partidos políticos u otras instituciones que operan sobre la vida colectiva llegan a ocupar los centros del poder y del gobierno, la i. sobre la que sustentan sus programas de acción se transforma en i. dominante y puede, por razón de sus características, ser: a) i. con gran capacidad de asimilar conflictos debido a la generalidad y universalidad de los valores subyacentes que hacen posible la integración con otros órdenes de los mismos, o al menos su coexistencia (i. liberales); b) i. con poca capacidad de asimilar conflictos debido a la particularidad y singularidad de sus valores en contraste con el resto de las i. operantes en un ámbito social (i. totalitarias). Desde el punto de vista funcional, las i. políticas operan dentro de los sistemas culturales correspondientes a la sociedad global. Tienen, en tanto sirven de justificación y amparo teórico a las decisiones tomadas por los centros de poder vigentes, respecto de la consecución de sus metas concretas (planes económicos, reformas sociales, organizaciones políticas, etc.), una vocación práctica que las caracteriza. Las i. están enfocadas siempre hacia cierto tipo de praxis. De ahí su especial uso del lenguaje emocional que despierta actitudes volitivas más que racionales. Las i. pretenden convencer antes que demostrar y su comprensión suele ser facilitada por técnicas de comunicación y conducción de masas.
     
      El hecho de esta vocación práctica de las i. y, en concreto, de las políticas, nos pone de manifiesto la importancia de su función en las sociedades. Esta varía según tengan o no carácter dominante. En el primer caso, las i. sirven como medio de precipitar el consenso general o aceptación popular de las metas y medidas adoptadas por los órganos decisorios del gobierno. En segundo lugar, favorecen las líneas ejecutivas de la acción política, al unificar las ideas y los valores conocidos y sentidos en un ámbito social dado. Finalmente, obran como factor de cohesión social, enfocado al mantenimiento de la armonía social entendida como neutralización de conflictos.
     
      En las i. no dominantes, las funciones desempeñadas son, en primer lugar, mantener una crítica de control o bien radical, según el carácter de la i. y la situación social en que opere, de las actividades del gobierno. En segundo lugar, establecer, entre los miembros de un ámbito social, vinculaciones suficientemente fuertes que permitan el desarrollo de los centros de poder que las sustentan hacia la preponderancia respecto de un ámbito social dado. Por otra parte, en la medida en que las i. son los vehículos a través de los cuales se infunden determinados valores y silencian otros, sirven para identificar los intereses y fines de las organizaciones con poder difusor que las sostienen. Son, en este sentido, un reflejo de los grupos que las difunden y de los valores, intereses y fines que éstos amparan y que pueden ser: de alcance privado, de aparente alcance general o de alcance colectivo.
     
      2. El fin de las ideologías. Bajo este título se recogen una serie de opiniones sostenidas especialmente por autores americanos (Bell, Shils, Lipset, etc.) y que hacen referencia a la despolitización de la vida social, que responde, a nuestro juicio, a dos fenómenos; uno, desplazamiento del problema de los valores subyacentes a las i. (valoraciones) hacia la eficacia de las mismas, entendidas como medios de amparar la consecución de metas concretas; dos, superación del conflicto ideológico por convergencia de las metas perseguidas por los grupos sustentadores de las diversas i. En realidad, como sostiene 1. Meynaud (Problemas ideológicos del siglo XX, Barcelona 1964), este fenómeno es, más que el fin de las i. su apaciguamiento. Ello viene facilitado por la conjunción de fines entre los grupos sostenedores de las i. y por la extraordinaria movilidad del cambio social que impide la fijación o estabilidad en estamentos de los individuos. Los medios a través de los cuales se logra esta convergencia operan a dos niveles: uno, teórico, mediante la utilización de un lenguaje que pierde todo carácter radical, eliminando las contradicciones por medio del uso lingüístico de términos generales y ambiguos enfocados a hacer desaparecer la fuerza oposicional del lenguaje ideológico. Otro, práctico, mediante la desviación de los problemas políticos a problemas técnicos que sólo abordan las cuestiones referentes a la consecución de metas posibles ya prefijadas en las que están interesados y motivados individualmente los miembros de una sociedad en tanto sujetos particulares de la misma. Poco a poco las funciones desempeñadas por las i. son suplantadas, por medio del desarrollo técnico, por otras formas que operan científicamente mediante su intervención en los canales de comunicación humana y que son asimilados por los receptores de la información en los planos más profundos de la estructura de la personalidad. En definitiva, este apaciguamiento de las i. o incluso su fin, no expresa más que un cambio en el planteamiento de los enfrentamientos ideológicos que va del abandono del problema de los «principios» (los órdenes de valores subyacentes) de las i., a la acentuación de los «fines» que sostienen (el apoyo a la consecución de las metas deseadas y marcadas por los programas políticos), debilitándose con ello sus funciones en la organización social, que son desempeñadas ahora por otros medios más efectivos. Pero esto no significa, a nuestro entender, la desaparición de las i. que se enfrenten a este fenómeno críticamente (es decir, la desaparición de las i. que no están dirigidas a sostener una «política de fines» sino a plantear las soluciones al filo de los problemas básicos). A este respecto, es curioso señalar que la función teórica de desenmascarar falsos problemas y plantear las cuestiones radicales en sus términos prístinos a la luz de las nuevas necesidades de la sociedad moderna se ha desarrollado extraordinariamente en estos últimos años.
      D. Análisis filosófico. El concepto de i. ha sido acuñado fundamentalmente por la sociología política (v. supra), dándole un significado predominantemente negativo, como aparece en la siguiente descripción, debida a Iaspers: «la ideología es un conjunto de pensamientos y representaciones que se presenta como verdad absoluta al sujeto pensan. te a fin de interpretar el mundo y su situación en él; pero de tal manera que con ella se engaña a sí mismo para justificarse, ocultarse o evadirse. Definir a un pensamiento como ideológico es, pues, manifestar el error y denunciar el mal» (Die geistige Situation der Zeit, Berlín 1953). Ideología sería, pues, sinónimo de «mala conciencia», advertida o no, pero, en cualquier caso, enajenante y causante de un estado de injusticia social.
     
      El término puede ser usado atribuyéndole un valor meramente limitado, es decir, significando que en ocasiones -o con frecuencia- personas y grupos se sirven de sistemas de ideas como copertura de intereses privados o egoístas. Empleado así el vocablo no tiene mayor importancia, ya que no hace más que tipificar una entre las muchas posibilidades que el hombre tiene de ser inauténtico. Es obvio, sin embargo, que su uso en la sociología política actual va mucho más allá, puesto que, con frecuencia, se le atribuye un valor teorético pleno y se lo asume como un criterio orientador de todo análisis sociológico. Es precisamente este uso del término el que es merecedor de un análisis y de una crítica filosófica directa.
     
      Yendo a la raíz del problema, puede afirmarse claramente que la utilización del concepto de i. como un término de valor teorético universal implica la afirmación no ya de que hay algunos pensamientos que son ideológicos (es decir, hipócritas o inauténticos en el sentido indicado), sino que todo pensamiento es ideológico, es decir, que el hombre no alcanza con su conocer la realidad (v.), sino que se encuentra encerrado en la cárcel de sus estados de conciencia. Una vez afirmado esto, resulta imposible toda superación del problema, y la búsqueda de una «conciencia auténtica» se convierte en un criticismo (v.) angustioso que no tiene más salidas que el escepticismo (v.) y el nihilismo (v.).
     
      Como ha escrito claramente W. Brugger (Diccionario de Filosofía, 6 ed. Barcelona 1969, 254), si la palabra i. «designa (en obras antiguas), una veces, la ciencia de las ideas o conceptos, y otras, algo así como un sistema abstracto de ideas sin correspondencia con la realidad, el vocablo ideología toma un significado más determinado en el materialismo dialéctico. Este llama ideología a todo sistema, p. ej., filosófico, religioso, pero, especialmente, ético y de teoría del Estado, el cual, aunque se diga espiritual (idea), es en realidad mera función de un proceso o estado puramente material (sobre todo económico). Tal concepto de ideología no es más que un subterfugio del materialismo ante la realidad innegable de lo espiritual. Su aparente justificación reside en la circunstancia de que el espíritu humano en sus actuaciones está ligado de múltiples formas a lo material (y también a lo económico)». Es decir, el marxismo (v.) -y también el positivismo (v.)- considera como i. no sólo a ciertas teorías o actitudes sociopolíticas, sino a la filosofía en cuanto tal. Es precisamente esa consideración de todo el pensamiento filosófico como ideológico, lo que ha provocado la difusión del vocablo i., ya que lo ha convertido en un término de uso amplio y universal. Pero es a la vez lo que obliga a realizar, antes de utilizarlo, una adecuada crítica teorética, a fin de no desembocar en la negación de la filosofía implicada en el planteamiento marxista. No toda filosofía es en efecto ideológica, ya que el conocimiento humano alcanza a la realidad (v.) y al ser (v.) en cuanto tales.
     
      En otras palabras, sobre el término i. gravita uno de los problemas fundamentales de nuestra coyuntura cultural: el problema del conocimiento (v. GNOSEOLOGíA). Por lo demás, los mismos orígenes históricos del vocablo lo manifiestan claramente; sus dos fuentes principales (el sensismo, v., de los ideólogos de fines del s. XVIII y el hegelianismo de Marx, v.) coinciden en un punto: se trata en ambos casos de sistemas no realistas. Los límites de este artículo no permiten hacer una crítica del conocimiento (v.) y fundamentar el realismo (v.), ni intentar precisar a partir de ahí las condiciones psicológicas y sociales del ejercicio de la facultad cognoscitiva. Baste lo dicho para advertir la precaución con que debe usarse el término i., y para señalar los problemas en torno a los que debería girar una reflexión encaminada a perfilarlo. La sociología (v.) del conocimiento, de la que el concepto de i. forma parte, tiene abierto ante sí un porvenir prometedor, pero a condición de que se libere de las rémoras idealistas (v. IDEALISMO I) con que ha nacido; de no ser así expone a la filosofía política a una fuerte crisis.
     
     

BIBL.: VARIOS, en Atti XXI Convegno centro di studi filosofici di Gallarate, Brescia 1967 (trabajos sobre Ideología e filosofía de L. PAREYSON, A. DEL NOCE, L. BAGOLINI, G. BORTOLASo, G. MORRA, V. PELLEGRINO); L. PAGELLO, Ideología, en Enc. Fil. 3,731-735; R. LAUTH, Ideología y ciencia, «Atlántida» III (1965) 371-394.

 

J. L. ILLANES MAESTRE.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991