Hombre. Antropología
La Antropología clásica define al h. como «animal
racional», puesto que, desde el punto de vista zoológico, el h. está en la
cúspide de la escala animal, pero a su vez tiene un entendimiento (v.), y una
voluntad (v.), cosa que no tienen los animales. El problema ulterior estribaría
en saber qué es lo más esencial del h. El biologismo y materialismo (v.) basan
la esencia del h. en la dimensión animal, figurando la inteligencia como un mero
epifenómeno, a veces perturbador; el espiritualismo (v.), en cambio, hace
consistir la esencia del h. en la racionalidad, cayendo los caracteres
zoológicos en el plano del «enfriamiento» del espíritu. Por lo que toca al
carácter mismo de esos elementos, el h. podrá ser considerado como una sustancia
estática -y esta afirmación sería sustancialismo- o como un puro devenir sin
consistencia -y ésta es la postura del historicismo (v.), del existencialismo
(v.) y del raciovitalismo como el de Ortega (v.)-. Ahora bien, es preciso
abrirse a un estilo de inteligibilidad del h., cuyo hilo conductor sea el
concepto de estructura (v.), en donde sus diversos planos no sean negados o
marginados, sino más bien sean vistos como integrados en un orden cualitativo
que les dé sentido. La Antropología se ve así obligada a admitir un puñado de
estructuras fundamentales en el h., las cuales dan lugar a un existencial del h.
«Materia y espíritu»: corporalidad. El h. con su espíritu está ligado a las
leyes espacio-temporales de la materia; esto representa la condición de
posibilidad de su realización prospectiva, de su conocimiento creciente, de la
continua determinación que experimenta desde fuera, sin que el h. pueda llegar a
la total autotransparencia. El h. está ligado también al contacto biológico con
el mundo de lo vivo y de lo no vivo; por tanto, a las leyes de vida y despliegue
de la naturaleza orgánica. Desde esta dimensión, tienen su parte de razón aunque
yerran en cuestiones fundamentales, los que caracterizan al h. según rasgos
naturales psicobiológicos o vitales, como Klages, Th. Lessing, Freud y Spengler;
o los que definen al h. como un sistema de comportamiento, como el behaviorismo
de Watson y de Ryle. Pero no basta definir al h. recurriendo a este existencia?.
«Persona y mundo»: mundanidad-finitud. En su acción, el h. está ya proyectado
(no es autorreferente, sino heterorreferente), está cabe-el-otro. Por eso,
previamente a su acción, en su constitución sustancial, necesita un principio
intrínseco, un fundamento interno de su heterodeterminación, el cual posibilite
también el poder ser determinado desde fuera. Este principio es la materia
mundana, a su vez fundamento que posibilita la individuación (v.) numérica. El
h. es así finito por cuanto que, como ser corpóreo-espiritual en medio de la
totalidad del ser, se encuentra atado al cuerpo (v.) propio y al mundo como
medio de expresión de sus realizaciones trascendentes (cognoscitivas, volitivas
y activas). Su libertad no pone creaduramente y de un modo absoluto aquello que
decide y realiza inmediatamente, sino que experimenta, como dadas, un sinfín de
posibles necesidades; es finito, porque la libertad del h. no se fundamenta a sí
misma, sino que está en principio fundamentada y proyectada hacia una necesidad
última y mediata: está constreñido a buscar su propio contenido esencial o su
configuración propia, a expresar su propia realidad. A este respecto, Ortega y
Gasset subraya que el h. es algo que va siendo constantemente, que se va
eligiendo incesantemente a sí mismo; en parecido sentido se expresan las formas
de existencialismo de Sartre, laspers o Unamuno. Pero definir al h. recurriendo
sólo a esto es desfigurarlo y mutilarlo.
«Necesidad y libertad»: libertad espiritual. Aunque ligado necesariamente a su
mundo y a otros seres, el h. es al mismo tiempo libertad (v.) capaz de
distanciarse de lo finito y trascenderlo vertical y horizontalmente
proyectándose hacia el valor infinito. Esa libertad, como participación activa
del valor infinito en lo finito humano, significa espiritualidad (v.) y, como
propia presencia en el valor infinito, significa personalidad (v.). Tal
trascendencia, por una parte, se muestra en la libertad humana del querer, del
conocer y del hacer; por otra, absuelve al hombre de la relatividad material y
biológica (no está atado sin más al perimundo), dejándolo disponible para que se
haga según su propia esencia. El h. va adquiriendo en la historia su propia
configuración, ligado a un mundo de seres. La dimensión espiritual-libre del h.
ha sido especialmente subrayada en tiempos recientes por Scheler, Sombart,
Hartmann y Aloys Müller; también en esta dirección Spranger ha insistido en el
papel desempeñado por la simbolización y el sentido, llegando E. Cassirer a
definir al h. como animal symbolicum. Pero no basta definir al hombre
recurriendo a esto.
«Individuo y comunidad»: sociabilidad. Por lo que respecta a la conquista de su
personalidad, el h. no es un solitario en medio del mundo de seres, sino que
tiene su esencia y su realidad en projimidad. Su ser personal es un ser
dialégico; y esto quiere decir que logra la plenificación de su esencia en medio
de la comunidad (v.). A su vez, esta comunidad es esencial y real en y por la
realización personal del h. individual. A través de la relación yo-tú le son
otorgadas al h. las reales posibilidades históricas de la cultura, en las que
logra su autorrealización. Por eso, tienen su razón E. Durkheim, L. LévyBruhl y
K. Mannheim al subrayar el papel importante de lo social en el h. Pero no basta
definir al h. recurriendo exclusivamente' a este existencial.
«Temporalidad y supra temporalidad»: historicidad. El h. es histórico por cuanto
que lo finito es el medio categorial, el soporte material o la posibilitación de
su realización trascendente, sirviendo a la vez de obstáculo e impedimento para
su plenificación. Además, la comunidad, que le abre las posibilidades reales de
su propia realización, a la vez le cierra u oculta otras. Finalmente, su
libertad (que como libertad es principio y fin) se halla expuesta en su mismo
comienzo (que hay que apropiárselo) hacia su fin apuntado; de modo que con este
comienzo real queda a la vez abierto y aplazado el término (fin) como lo de-finitivo
apuntado. El h. se experimenta en el mundo a la vez como algo hecho y como un
quehacer. Así, pues, todas estas tensiones están exigiendo que la acción humana
sea una acción de apropiación y que esta apropiación no se efectúe en un solo
acto (momento eterno), sino a través de la pluralidad de actividades humanas.
Dilthey caracterizó al h. por la sola dimensión de historicidad (v.
HISTORICISMO). Pero no basta definir al h. recurriendo a este existencial.
«Relativo y absoluto»: conciencia moral y religiosidad. Justamente en las
tensiones se muestra la amenaza que sufre el h. como h. (aparte de la
corruptibilidad y fragilidad de su cuerpo). No estriba esta amenaza sólo en el
carácter finito, sino en que precisamente, como histórico, no es definitivamente
finito, puesto que tiene que plenificarse en la apropiación de sí mismo; y
estriba esta amenaza también en que su ser no es ab-solutamente absoluto, ya que
esa absolutez es sólo apuntada desde sí mismo como plenificación de su ser. Pero
jamás puede ser lograda, aunque sí errada. No se logra de pleno porque su vida
se ab-suelve de-finitivamente de las condiciones relativas (en la muerte, v.),
se le niega la condición de su vida y, en virtud de esto, no le es posible de-finirse
como autointegración de todas las acciones «pasadas» en la unidad de una forma
permanente y real. Y puede ser errada, porque el h. se encuentra totalmente en
esta su situación histórica y mundana, previa a todas las acciones particulares
(situación que le abarca y que, por tanto, no es agotable por acciones ni por
conceptos), y desde esta situación fundamental se ve lanzado en relación
plenificante hacia sí mismo, hacia el mundo y hacia la comunidad; pero
justamente en tal situación se halla siempre referido a esa exposición de
llamada (conciencia moral y culpa, v.) a la que se abre en la aceptación total
de esa situación, de esa no-definición de su finitud, por el acto religioso (v.
RELIGIóN).
J. CRUZ CRUZ.
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Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991