Se designa con este nombre el rito litúrgico cristiano usado en España
hasta fines del s. XI, época en que fue abolido y sustituido por el
romano. Generalmente, aunque con poca propiedad, es llamado también rito
mozárabe, ya porque los cristianos que lo practicaban estaban en su
mayoría sometidos al dominio árabe, ya también porque los manuscritos
donde se contienen los textos litúrgicos pertenecen a la época mozárabe.
Quizá menos impropiamente se podría llamar rito visigótico, puesto que
visigodos fueron la mayor parte de los autores de sus piezas litúrgicas y
estuvo en auge durante la época visigótica (v. VISIGODOS).
Se trata, por tanto, de una liturgia o rito (v.) latino occidental,
de tronco predominantemente romano (v. ROMANO, RITO), aunque con
influencias de otros ritos ajenos al primitivo romano, tales como
africanos (v. ALEJANDRÍA VIII), milanés (v. AMBROSIANO, RITO), galicano (v
.) y bizantinos (v. CONSTANTINOPLA IV).
Orígenes y evolución histórica. Aunque todavía hoy nada se pueda
afirmar definitivamente sobre los orígenes del r. h., sí parece que en su
desarrollo se pueden distinguir como tres niveles cronológicos: a) desde
los comienzos hasta la conversión de los visigodos al catolicismo (a.
589); b) durante la monarquía visigoda católica (589-633); c) desde el
Conc. IV de Toledo (a. 633) y todo el s. VII.
a) Partiendo del hecho de que la evangelización y la liturgia siguen
líneas paralelas, los primeros misioneros de Hispania aportaron juntamente
con la fe cristiana predicada los usos litúrgicos vigentes en el lugar de
su procedencia, que se supone fue predominantemente Roma. Pasada la época
de la repentización litúrgica se instalan en la península los primeros
documentos litúrgicos escritos, que suponemos debieron ser los utilizados
en Roma. A partir de la llegada de los pueblos bárbaros invasores y la
convivencia de éstos con los hipanorromanos, a medida que se trabaja en la
conversión de aquéllos por misioneros hispanos, se debió producir alguna
adaptación pastoral del culto, todavía informe, a la nueva mentalidad y
preferencias culturales. Piénsese que los bárbaros invasores llegaron a la
península profesando la religión arriana, periodo que duró un siglo (v.
ARRIO y ARRIANISMO, 5).
b) Con la dominación de los pueblos invasores en Hispania y su
convivencia con los nativos hispanorromanos, afloran una serie de tanteos,
de experiencias y de soluciones litúrgicas inconsistentes. En los años
finales del s. VI, tras la conversión de los godos al catolicismo y
expulsados los bizantinos, se organiza la iglesia hispano-visigótica y se
tiene noticia de las primeras composiciones litúrgicas. Entre los autores
se puede mencionar a Pedro de Lérida, que compone para diversas
solemnidades oraciones y misas «eleganti sensu et aperto sermone». Algunos
años después S. Leandro de Sevilla (m. 599; v.) dejó también noticia de su
actividad litúrgica, en la que trabajó con insistencia; compuso oraciones
para los salmos y realizó una aportación a las melodías «dulci sono».
c) Pero fue, sobre todo a raíz del Conc. IV de Toledo (a. 633)
cuando la actividad de los escritores litúrgicos hispanos se desarrolla
principalmente. Sobresalen los nombres de los metropolitanos de Toledo, S.
Eugenio (v.), S. Ildefonso (v.) y S. Julián (v.), ya revisando los oficios
antiguos, ya corrigiéndolos y acrecentándolos con nuevas composiciones y
melodías. Sabemos que además de los toledanos trabajaron en esta empresa
Juan y S. Braulio (v.) de Zaragoza, Conancio de Palencia y S. Isidoro de
Sevilla (v.). Esta edad de oro de la antigua liturgia hispana perduró
hasta el 711, fecha de la terminación de la soberanía visigoda.
Los frecuentes concilios, celebrados durante el s. VII (V. TOLEDO,
CONCILIOS DE), presentan en sus cánones prescripciones litúrgicas, sobre
todo, a partir del IV de Toledo, en las que se adivina el deseo de lograr
una unidad litúrgica, primero en los actos del culto. Se acuerda en el
canon segundo del citado concilio: «Unus igitur ordo orandi atque
psallendi a nobis per totam Hispaniam atque Galliam conservetur, unus
modus in Missarum sollemnitatibus, unus in vespertinis matutinisque
officiis, nec diversa si ultra a nobis ecclesiastica consuetudo qui una
fide continemur et regno» .Esta pretendida unidad de esquema, aunque quizá
con variantes de fórmulas y expresiones, es urgida posteriormente (Conc.
XI, can. 3) buscando una plena identidad, aun verbal, entre la sede
metropolitana y los obispados sufragáneos, pues la metrópoli, que es la
fuente de la consagración, debe ser también la del magisterio. La
mencionada actividad litúrgica del s. VII no fue del todo autónoma y
original.
Recientemente el prof. J. Janini ha colacionado la obra hispana con
la de los Sacramentarios romanos y escribe: «los obispos de la España
visigoda libaban constantemente en un códice que contenía las
sacramentorum prefationes del papa Gelasio (492-496); por otro lado,
debieron conocer en el s. VII un ejemplar del primitivo sacramentario
gregoriano. El tránsito de la fase de «libelli missae» al libro para el
servicio directo del altar, metódicamente organizado, sirvió de modelo a
San Julián de Toledo (680- 690) para ordenar y componer los arquetipos del
Liber orationum y del Liber Missarum para todo el círculo del año, así
como para organizar la colección de «Ordines» eclesiásticos y misas
votivas ( Liber Ordinum) ». Lo que demuestra con repetidos ejemplos.
Epoca mozárabe. Extinción y restauración del rito. Con la invasión y
conquista de Hispania por los árabes la pujante iglesia visigoda sufrió un
rudo golpe. Desorganizada la Jerarquía, disminuido notablemente el número
de concilios, se pudo continuar con muchas trabas el uso y la práctica de
la religión cristiana por los hispanos, que en los casos de tolerancia y
protección de los árabes comenzaron a ser llamados mozárabes (y.). No es
necesario resaltar que la producción litúrgica del periodo anterior
disminuyó notablemente. A mediados de este s. VIII se produjo un hecho que
había de tener gran importancia para el r. h.; un arzobispo de Toledo, de
nombre Elipando, quizá por razones pastorales en su trato con los
mahometanos, propagó la herejía del adopcionismo (y .) cristológico, que
encontró dentro y fuera de España enconados adversarios, dando lugar a una
violenta polémica en la que intervinieron los teólogos de Carlomagno. Para
dar fuerza a su heterodoxia, en una carta dirigida a los obispos de las
Galias, después de pretender defender su doctrina con textos de la Sagrada
Escritura y de los Padres, recurrió también a los testimonios de los
Padres hispanos, diciendo que en la liturgia hispana los Padres españoles
defendieron su misma opinión y cita varios textos litúrgicos bajo la
intitulación: Item precessores nostri Hildefonsus, Eugelius, Julianus,
toletane sedis antistites in suis dogmatibus ita dixerunt aduciendo a
continuación unos fragmentos tomados de la liturgia hispana, en los que se
lee la palabra adoptio o adoptivus, pero que en su conjunto se advierte en
seguida que no tienen el sentido heterodoxo que Elipando pretende darles.
Los teólogos carolinos, que no tenían a la vista los libros litúrgicos
hispanos, dieron por buena la alegación de Elipando y dijeron que si los
Padres españoles habían afirmado lo que el adversario defendía, ellos
daban más autoridad a los Padres de la Iglesia romana, que enseñaban lo
contrario, y con esta tacha de heterodoxia quedó la liturgia española.
Según una noticia conservada en el códice emilianense (Escorial d. I. I,
fol. 395) en el año 924 por encargo del papa Juan X, un legado pontificio
hizo una revisión de los libros litúrgicos usados en España, que fueron
aprobados y alabados. Un siglo después, en tiempo de Alejandro II, en 1064
los obispos españoles mandaron a Roma sus libros litúrgicos, donde fueron
nuevamente examinados y alabados.
Poco tiempo después, revisando el Registro de S. Gregorio VII
(1073-85; v.) se advierte que uno de los asuntos que más le preocupan en
España es la existencia de unas prácticas litúrgicas que no son las de
Roma, puesto que de la Iglesia Romana es de donde debían recibir los
españoles el oficio y el rito. En ocho cartas de su Epistolario el Papa
insiste con tenacidad en la abolición del r. h. hasta que por fin, no sin
oposición del clero y pueblo, se logró el 8 mayo 1080, siendo sustituido
el antiguo r. h. por el rito romano (v.).
Sin embargo, tras la reconquista de Toledo a los árabes, en 1085 se
permitió que en siete parroquias de Toledo, cuyos feligreses debían ser
mozárabes, se siguiera utilizando el viejo rito hispano. A mediados del s.
XII, la inmigración de malagueños llegados a Castilla desde Andalucía
suscita de nuevo el deseo de continuar con sus tradiciones litúrgicas,
pero Urbano II no accede sino que urge que se continúe con la liturgia de
Roma: romanum officium in terra vestra susceptum ne decidat, sed
auxiliante Domino conavalescat (Jaffe, n. 5.424). Así también en tiempos
de Eugenio III.
Pasaron más de tres siglos, cuando el arzobispo card. Francisco
Ximénez de Cisneros (v.), acuciado tal vez por ansias renacentistas, pensó
en la restauración del antiguo rito hispano. En enero del 1500 se editaba
el Misale mixtum secundum regulam beati Isidori dictum mozarabe y en
octubre de 1502 apareció la impresión del Breviario. En toda esta ingente
labor de montar el nuevo rito le prestó grandes servicios el canónigo
Ortiz, cuyo método de trabajo y manuscritos utilizados todavía continúan
desconocidos. El 20 sept. 1508, Julio II confirmaba con su autoridad
pontificia la restauración del antiguo r. h., que se celebraría
diariamente en la Capilla de la Catedral de Toledo, llamada Capilla
Mozárabe o del Corpus Christi. León X y Pío IV permitieron la extensión
del rito a otras iglesias y en determinadas fechas. Los libros litúrgicos
editados bajo los auspicios del card. Cisneros introdujeron en los textos,
para rellenar lagunas, ciertas preces y oraciones tomadas de la liturgia
romana vigente. En el s. XVIII el card. Lorenzana reimprimió tanto el
Misal como el Breviario y alguna otra publicación sobre el canto mozárabe,
bastante desacertada.
En los últimos años, a título de excepción se ha permitido en
algunas ocasiones la celebración de la Misa del r. h. con motivo de
antiguas conmemoraciones históricas; también se celebró solemnemente la
Santa Misa en este rito en el aula del Conc. Vaticano II el 15 oct. 1963.
Libros litúrgicos del antiguo rito hispano. El investigador P.
Pinell O. S. B., después de haber descrito y catalogado más de 250
códices, en los que se contienen los textos litúrgicos hispanos, ha
clasificado estos textos en dieciséis libros distintos, cuya nomenclatura
es la siguiente: 1. Commicus. 2. Psalterium. 3. Liber Canticorum. 4. Liber
Hymnorum. 5. Psalmographus. 6. Manuale. 7. Libellus antiphonarum. 8.
Antiphonarium. 9. Liber orationum. 10. Liber sermonum. 11. Misticus
(0fficia et Missae). 12. Passionarium. 13. Lectiones officii. 14. Liber
horarum. 15. Liber precum. 16. Liber Ordinum.
Esta multiplicidad de títulos indica la riqueza documental con la
que la antigua liturgia hispana ha llegado hasta nuestros tiempos. De
ellos daremos algunas breves indicaciones en lo que sigue.
La Santa Misa. Hasta la formación de lo que después se llamó Misal
plenario eran necesarios los siguientes libros. El Commicus o leccionario,
el Manuale (con las oraciones sacerdotales) y el Antiphonarium (Los
cantos), usándose la recitación de una homilía tomada del Liber sermonum.
A veces estos libros se reunían en el Misticus.
Lo más característico de la Santa Misa es que cada una posee un
formulario propio, sobre todo en la parte sacrifical, a partir de la
preparación de la oblata. Este formulario consta de nueve piezas, cuyo
contenido explica S. Isidoro: la primera es una admonición, exhortando a
los fieles para que devotamente asistan a la celebración; sigue otra
oración dirigida a Dios para que se digne admitir el sacrificio. La
tercera - post nomina - se recita por los oferentes, tanto vivos como
difuntos, solicitando el perdón de sus pecados; la cuarta - post pacem -
prepara a los fieles para recibir la paz y el sacramento.
La más amplia y redactada más primorosamente es la quinta oración
-llamada illatio - que corresponde al prefacio; esta oración es
seguramente la más importante de cada formulario por la longitud de su
exposición y por la riqueza de su contenido. La fórmula de la consagración
originariamente se dice que fue el texto paulino, y así continúa en las
veces que aparece en los textos conservados; separándose algo en este
punto de las liturgias occidentales, que se sirven de un texto tal vez de
tradición preevangélica. Viene a continuación la oración post sanctus, que
es la sexta y en séptimo lugar la post pridie. La octava oración es la
previa al Padre Nuestro, que se recita alternando con los fieles, quienes
a cada petición de la oración dominical contestan con el Amén. La Hostia
se divide en nueve partes, para recordar los misterios de la vida
histórica y gloriosa de Cristo: encarnación, nacimiento, circuncisión,
epifanía, pasión, muerte, resurrección, glorificación y reino, que viene a
ser una anámnesis (v.) vital del misterio cristiano. Antes de la comunión
se recita el Credo o símbolo niceno. La última parte de la Misa es la
llamada completuria, recitada después de la benedictio, que generalmente
abarca varios miembros.
El Oficio divino. Para la recitación del Oficio (v.) , el libro
fundamental era el Psalterio y el Liber horarum. Conviene notar la
distinción entre el oficio basilical y el monástico. El basilical tenía
dos variantes: oficio ferial o cotidiano y oficio festivo, utilizándose
para aquél el Libellus antiphonarum y el Psalmographus, así como también
el Liber canticorum y el Liber hymnorum; y para el festivo se servían del
Antiphonarium y el Liber orationum, además de los otros utilizados en el
cotidiano, aparte de algunas lecciones tomadas del Commicus o leccionario
bíblico y del Passionnarium.
El oficio monástico además de contar con los libros imprescindibles
del Psalterium y del Liber horarum, utilizaba el Liber canticorum, el
Liber hymnorum y el Liber precum.
Sacramentos y sacramentales. Parte esencial de la administración de
los Sacramentos y sacramentales son los textos que para ello tienen las
liturgias cristianas ( v. LIBROS LITÚRGICOS) así como las rúbricas (v.)
con que deben realizarse. El Liber Ordinum, que fue editado por M. Ferotin
O. S. B. (París 1904) es el libro donde se contienen las preces y rúbricas
de los sacramentos y bendiciones, éstas muy copiosas y abundantes. El
citado P. Pinell insinúa que debería distinguirse entre el Liber ordinum
episcopal y el presbiteral, aunque tanto uno como otro no formen más que
un solo libro litúrgico. De este libro en estado completo o fragmentario
tenemos noticia en doce manuscritos del r. h. No es necesario aquí
pormenorizar las peculiaridades de cada sacramento, frecuentemente
señaladas por los investigadores.
Año litúrgico y Calendarios. El Año litúrgico del r. h. se inicia
con el Adviento, que constaba de cinco semanas. La Natividad cuenta con
una sola Misa. A partir de la Epifanía se contaban nueve semanas hasta el
comienzo de la Cuaresma, espacio que podía acortarse según fuera la fecha
de la Pascua. Se desconocen los tiempos de septuagésima y el miércoles de
ceniza. La Semana Santa llamada hebdomada maior, a partir del Domingo de
Ramos incluye la preparación al Bautismo inmediato, con la redditio
symboli; el Viernes Santo era un día de luto, litúrgicamente vacío, que
luego se rellenó con la lectura de la Pasión y la ceremonia de la
reconciliación de los pecadores. La Vigilia de la Resurrección estaba
subrayada con la bendición de la luz. La Misa de Resurrección es una de
las completas, con sus redundancias y piezas de recambio. Existen
veinticinco semanas de Pentecostés a Adviento, incluida la denominada ante
Adventum.
Los Calendarios reeditados en los últimos años por J. Vivés y A.
Fábrega (1949) han revisado la anterior edición de Ferotin y muestran el
orden y número de las fiestas fijas de la antigua iglesia hispana. Otra de
las fuentes de la antigua liturgia hispana es la de las inscripciones, que
facilitan detalles sobre puntos callados en otras fuentes.
A lo largo de todo lo dicho se ha podido apreciar cómo la liturgia
hispana se fue formando a través de varios siglos, con una perfección y
una documentación abundante como difícilmente se encuentra en otros ritos
tanto orientales como occidentales. Habría que resaltar la latinidad de la
literatura litúrgica hispana, que viene a ser uno de los monumentos más
apreciables de la iglesia primitiva española.
BIBL.: Desde hace 50 años
aproximadamente el antiguo r. h. ha sido objeto de múltiples estudios e
investigaciones que sería prolijo enumerar; parece preferible remitir a
las diversas recensiones donde se clasifican y recogen dichos estudios: F.
CABROL, amplia exposición en DACL 12 (1936), 390-491; DOM BROU, Bulletin
de liturgie mozarabe, «Hispania Sacra» II (!949) 459-484; I. M. PINELL,
Boletín de liturgia hispano-visigótica, «Hispania Sacra» IX {1956)
405-428. Estos boletines han sido recogidos en la publicación Estudios
sobre la liturgia mozárabe, Toledo 1965. incluyendo una Bibliografía
general. Ediciones de textos, trabajos y repertorios, p. 165-187 de esta
última publicación.
J. F. RIVERA RECIO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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