En la versión latina de la Vulgata Henoch, en castellano Henok o Enoc
(hebreo: Hanók=dedicación, de hának=dedicar; cananeo: hanaku=compañero),
es el nombre del primogénito de Caín y de una ciudad edificada por éste
(Gen 4,17-18), así como de un hijo de Midyan (Madián), hijo de Abraham y
Queturah (Gen 25,4; 1 Par 1,33); del primogénito de Rubén (Gen 46,9; 1 Par
5,3), jefe de la familia de los hanokitas (Ex 6,14; Num 26,5); y,
finalmente, de uno de los patriarcas más célebres, del1 que trataremos
aquí, en torno al cual la tradición bíblican y la imaginación popular han
creado una aureola misteriosa, que ni la investigación exegética ni la
crítica literaria e histórica han logrado todavía aclarar del todo. Bajo
su nombre existe también un libro apócrifo.
1. El personaje. El texto fundamental, del que depende toda la
tradición bíblica, es Gen 5,21-24: «Vivió Henoc sesenta y cinco años, y
engendró a Matusalén. Caminó Henoc con Dios, después que engendró a
Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas. Fueron todos los
días de Henoc trescientos sesenta y cinco años. Caminó después Henoc con
Dios, y desapareció, porque le tomó Dios». Siglos más tarde, el
Eclesiástico dice de él: «Henoc agradó al Señor y fue trasladado, ejemplo
de conversión para las generaciones» (Eccli 44,16), o según el texto
hebreo: «signo de ciencia para las generaciones sucesivas», y en otro
pasaje (Eccli 49,14): «Nadie fue creado sobre la tierra cual Henoc; porque
él fue asumido de la tierra». La Epístola a los Hebreos en el N. T. lo
propone como modelo de fe: «Por la fe, Henoc fue trasladado de modo que no
viese la muerte, y no se le encontró, porque Dios le había trasladado. En
efecto, antes de su traslado recibió testimonio de haber agradado a Dios»
(Heb 11,5). Finalmente, S. Judas lo presenta profetizando contra los
impíos: «De éstos profetizó también Henoc, el séptimo después de Adán,
diciendo...» (lds 14-15).
Tres problemas plantean al investigador estos textos:
histórico-literario, exegético y teológico. Algunos sostienen que el
relato del Génesis, atribuido a la tradición sacerdotal del Pentateuco
(v.), que lo redactaría hacia el s. v durante el destierro babilónico,
depende de la tradición sumero-babilónica relativa al séptimo rey de los
monarcas mesopotámicos: En-men-dur-Anea, llamado también Enme-dur-an-ki,
rey de Sippar, y de la relativa al héroe del diluvio mesopotámico
Utnapishtim-Ziusuthros: «Todo pasa como si la tradición judía hubiera
acumulado sobre el personaje de Henok dos clases de noticias sacadas de la
leyenda mesopotámica: el papel de Emmeduranki como iniciador de la
civilización, y el de Xisutros como trasmisor de la sabiduría
antediluviana, mediante sus libros, los únicos que habían sobrevivido a
la-catástrofe» (P. Grelot, o. c. en bibl., 17). Aunque en la tradición
judía extra-canónica no faltan indicios en favor de la influencia de las
leyendas babilónicas sobre la figura bíblica de H., carece de sólido
fundamento la identificación de ambos personajes, limitándose la
coincidencia a ocupar el séptimo lugar en las listas, y faltando en el
relato sobrio del Génesis el ambiente astrológico, que se le ha querido
dar arbitrariamente, al coincidir el total de los años de H., 365, con el
de los días del año solar. No se trata, pues, de un personaje mítico o de
una creación literaria a base de leyendas sumero-babilónicas, sino de una
persona real como Noé, del que leemos un elogio semejante (Gen 6,9), y
como Elías, desaparecido de entre los vivos también de una manera
misteriosa.
Bajo el aspecto exegético, dos afirmaciones perfilan su figura en la
prehistoria de la salvación: que vivió en íntima comunicación con Dios,
agradándole en todo a lo largo de su vida, y que Dios le «tomó» consigo,
sin hacerle experimentar el horror de la muerte (Heb 11,5), de manera
parecida a como «espera el justo que Dios le tome (=lágah), librándole del
seol y recibiéndole en su gloria (Ps 49,16; 73,24)» (F. Asensio, Génesis,
1967, 75). «El autor sagrado alude a la desaparición misteriosa del justo
Henoc, como lo dirá más tarde del profeta Elías. En realidad no sabemos el
sentido exacto de esa desaparición, que dio origen a la creencia de que
ambos habían de volver antes de la manifestación mesiánica y al fin del
mundo. Pero Jesús salió al paso del caso de Elías al decir que ya había
venido en la persona delBautista, todo lo cual da a entender que no se ha
de creer en la supervivencia de Elías hasta el fin de los tiempos. Tanto
en el caso de Enoc como en el Elías, parece que el autor sagrado refleja
una opinión popular sobre la misteriosa desaparición de un tan señalado
justo y un tan excepcional profeta» (A. Colunga-M. García Cordero,
Pentateuco, en Biblia comentada, 1, Madrid 1960, 121).
Sea de esta conjetura lo que se quiera, el sentido obvio de Heb 11,5
es que de hecho H. no murió como los demás hombres, aunque esta afirmación
pudiera no ser sino un simple reflejo, a través de la versión griega de
los Setenta, de la referencia primitiva de Gen 5,24. Dada la índole
literaria del relato del Génesis sobre H. y lo enigmático de su
desaparición, los rasgos firmes de su fisonomía teológica se reducen a
haber sido, entre Adán y Noé, el justo grato a Dios, que recibió de Él un
destino del todo diferente de la muerte a la que todos los demás hombres
están condenados. Enlaza además a Cristo con Adán (Le 3,37-38).
2. El libro. Es una compilación, que consta de cinco partes más la
introducción y un apéndice. Era conocido por una versión completa en
lengua etíope y por fragmentos de versiones griegas parciales, conservadas
en citas de escritores antiguos y en algunos papiros egipcios. últimamente
se han encontrado en la gruta 4 de Qumrán hasta una docena de manuscritos
fragmentarios en arameo, relacionados con este libro (v. AFóCRIFOS
aíat.ICOS 1, 3).
a. Contenido y fecha de composición. La Introducción (cap. 1-5) se
debe, sin duda, al compilador definitivo del libro, que muchos colocan a
mediados del s. t a. C. y otros en el s. i d. C. La primera parte (cap.
6-36), que trata de la caída de los ángeles y de la asunción de H., debió
ser compuesta en tiempo de Antíoco Epifanes (175164 a. C.). El libro de
las parábolas (cap. 37-71) es la parte más hermosa e importante, por la
semblanza que hace del Mesías, en la que algunos descubren interpolaciones
cristianas. Parece referirse a la persecución de Antíoco Epifanes,
pudiendo colocarse su composición entre la muerte de este perseguidor (164
a. C.) y la toma de Jerusalén por Pompeyo (64 a. C.). El Libro astronómico
(cap. 72-82), escrito hacia la segunda mitad del s. ii a.C., ofrece el
interés de ser de algún modo un precursor literario de los viajes
espaciales para descubrir los secretos del universo. En El libro de los
sueños (cap. 83-90) H. anuncia a su hijo Matusalén el castigo del diluvio,
y cuenta después la historia del mundo desde la caída de los ángeles hasta
el juicio final, representando simbólicamente a los hombres en figura de
animales. Se compuso probablemente antes de la muerte de Judas Macabeo
(161 a. C.), si como parece lo más verosímil es este héroe el que se
presenta bajo el símbolo de «un gran cuerno», nacido a una de las ovejas
perseguidas, que representan a los israelitas fieles. Otros refieren el
símbolo del «cuerno» a Juan Hircano (135-104 a. C.) antes de su ruptura
con los fariseos. El Libro de la exhortación y de la maldición (cap.
91-105) es la parte más antigua (el Apocalipsis de las 10 Semanas: cap.
93; 91,12-17); sería anterior al alzamiento de los Macabeos (167 a. C.), y
el resto, con sus palabras de consuelo y aliento para los justos y anuncio
de desgracia para los pecadores en la perspectiva del juicio, pertenecería
al tiempo de la persecución de Antíoco Epifanes, según unos, o a los
reinados de Juan Hircano (135-04 a. C.) o Alejandro Janneo (104-78 a. C.)
o aun de Herodes (37-4 a. C.), como quieren otros, que identifican a los
«justos» perseguidos con los fariseos, y a los «pecadores» con los
saduceos. El Apéndice contiene un extracto del Libro de Noé con las
maravillas obradas en el nacimiento de este patriarca (cap. 106-107) y una
última exhortación (cap. 108), y sería anterior al a. 161 a. C.,
descontando las interpolaciones cristianas.
b. Texto. «El texto base arameo de las partes primera y cuarta,
además del de los cap. 106 ss., existía globalmente en una composición
aparte atestiguada por cinco manuscritos de la gruta 4Q; es la sección que
las antiguas versiones han traducido con más fidelidad. La tercera parte,
la de los cálculos astronómicos, está igualmente representada por cuatro
manuscritos arameos de 4Q; su texto nos da una redención más
particularizada e inteligente que la del Henoc etíope. Un manuscrito de 4Q
contiene tan sólo el principio de la quinta parte, que probablemente
circulaba también en edición separada, según puede deducirse de un
manuscrito griego fragmentario del periodo bizantino, hallado entre los
papiros Chester Beatty-Michigan y que al fin lleva el título: Carta de
Henoc. No se ha encontrado ningún fragmento de la segunda parte, es decir,
de las parábolas, y no parece se deba simplemente a una casualidad; pues
quizá no sea arriesgado suponer que esta parte sea obra de un judío o
judío-cristiano del s. i o 11 d. C., quien, para conciliar mayor
aceptación a su obra, echó mano de los antiguos escritos henóquicos y
compuso un Pentateuco de Enoc, inspirándose en el Pentateuco mosaico y en
el Salterio, Pentateuco davídico» (J. T. Milik, o. c. en bibl., Diez
años..., 43).
c. Importancia. En su conjunto el libro de H. viene a representar un
puente ideológico entre el judaísmo y el cristianismo (cfr. G. Beer, o. c.
en bibl.). Enlaza también la humanidad antediluviana con la de los últimos
tiempos, pudiendo considerarse el destino de H. como el destinotipo a
través del cual se deja adivinar el que Dios reserva a los justos en
general y especialmente a los justos de los «últimos tiempos».
V. t.: APóCRIFOS BíBLICOS 1, 3.
BIBL.: DB 1[1,1,593-594; DB (Suppl.)
1, 357-371; R. H. CHARLES, The ethiopic Version o,f the Book of Enoch,
Oxfórd 1906; ii), The Apocrypha and Pseudepigrapha on the Old Testament,
11, Oxford 1913, 163-281; G. BEER, Die Apokryphen und Pseudepigraphen des
Alten Testaments, en E. KAUTZSCH, Tubinga 1900; 2 ed. 1921, 11,217-310;
ABRAHAM CARNA', Hasefarim hahisonim (=Libros apócrifos), 1, Te]-Aviv
1958-59, 19-141; F. MARTIN, Le livre d'Hénoch, París 1906; J. BONSIRVEN-DANIEL
Roes, La Biblia Apócrifa, Barcelona s. a., 27-73; P. GRELOT, La Légende
d'Hénoch dans les Apocryphes et dans la Bible, «Recherehes de Science
religieuse» 46 (1958) 5-26, 181-210; J. T. MILIK, Hénoch au pays des
Aromates (ch XXVII-XXXII). Fragments araméens de la grotte 4 de Qumran, «Revue
biblique» 65, 1958, 70-77; ¡D, Diez años de descubrimientos en el desierto
de Judá (trad. F. Lage C.SS.R.), Madrid 1961, 42-44; F. SPADAFORA, Enoch,
en Bibl. Sanet. 4,1221-1222.
J. PRADO GONZÁLEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
|