(III. RELIGIÓN: v. JUDAISMO.)
1. Denominación y generalidades. El conocimiento de la lengua h.
tiene especial importancia desde el punto de vista religioso y humanístico
porque en ella está redactado el A. T. (excepto Esd 4,8-6,18; 7,12-26; Dan
2,4-7,28; Ier 10,11; dos palabras en Gen 31,47, pasajes escritos en
arameo). Por ello fue, junto al griego y al latín, uno de los tres puntos
de apoyo en la formación ideal del homo trilingúis del humanismo
renacentista, con su aspiración al manejo directo de las fuentes de la
Revelación; por la misma razón su conocimiento es hoy imprescindible para
estudios teológicos y de teología bíblica (v.), la cual, a su vez, es
inseparable de la filología del A. T.
La denominación aplicada por nosotros a esta lengua, hebrea, procede
del adjetivo latino hebraeus nacido del griego hebraios, y éste del arameo
palestinense `ebmy% términos usados por romanos y griegos para designar a
los judíos y también aplicados no sólo a la lengua hebrea, sino a la
aramea, usada asimismo por los judíos (cfr. losefo, Antiquitates Jud.
18,228; lo 5,2). En la literatura rabínica encontramos utilizados los
términos correspondientes: `ibrit «hebrea» (Yadayim 4,5), lacón `ibri (Mégil.lá
pal. 71 b), lacón ibbrit (Tósefta' Mégil. 2,6), que se refieren también no
sólo al hebreo propiamente dicho sino además al arameo; pero la
denominación más corriente en dicha literatura es lésón ha-godes «lengua
santa». En el A. T. mismo no aparece ninguna de las anteriores; en él sólo
encontramos séfat kéna'an «lengua de Canaán» (Is 19,18), perfectamente
justificada desde el punto de vista lingüístico, o yéhúd¡t (2 Reg.
18,26.28, Is 36,11.13 y Neh 13,24), aplicado al hebreo antiguo de Judá en.
los s. VIII y v a. C. En el A. T. `ibri apenas se usa como gentilicio (Gen
14,13; Ion 1,9); por lo general se trata de un término semítico, en
relación con el acadio habiru/`apiru, egipcio `pr, ugarítico `prm, y que
se refiere a bandas o grupos guerreros mercenarios de muy varia
procedencia, que hostigan las tierras fértiles desde los milenios III y II
a. C., gentes socialmente inferiores, esclavos a veces (Ex 21,2 ss.), cuya
presencia se deja sentir en Palestina aún mucho después de que la
conquistasen los israelitas, tras haber dejado ellos mismos de ser
«hebreos» en tal sentido. Es, pues, confuso hablar de `los hebreos'; es
preferible emplear el adjetivo israelitas si nos referimos a época pre-exílica,
judíos para la época pos-exílica y reservar hebreo para la lengua.
La lengua hebrea ha servido como medio de expresión del pensamiento
humano durante un larguísimo periodo de tiempo cuyo comienzo no es posible
precisar, pero que sin duda es anterior al s. xiv a. C. Esta larga
historia, en la cual hay que contar con el h. unas veces como lengua
solamente hablada, otras hablada y escrita y otras solamente escrita, se
divide, grosso modo, en tres partes: h. antiguo, h. medio, h. moderno y
contemporáneo, cuyas diferencias se precisan más adelante. El esqueleto
que a través de los tiempos constituye su unidad esencial, por encima de
su evolución y contingencias históricas, radica en el h. antiguo. Será
éste, por tanto, el que habremos de tomar como base para la descripción de
la lengua hebrea. Es obvio que se hará una caracterización general, ya que
su estudio completo y detallado rebasaría con mucho los límites del
presente propósito.
2. Encuadramiento de la lengua hebrea. Clasificación de las lenguas
semíticas. La lengua h. es semítica; por tanto, para describirla hay que
encuadrarla y situarladebidamente en el marco de las lenguas semíticas (v.
SEMITAS III) y, dentro de ellas, de las cananeas; su caracterización ha de
ser el resultado del conocimiento de sus rasgos semíticos en general y
cananeos en particular.
A. L. Schlózer, basándose en Gen 11,10, dio el nombre de semítica a
esa gran familia de lenguas flexionantes estrechamente emparentadas entre
sí que se extienden por la zona comprendida entre Mesopotamia y el
Mediterráneo, entre Armenia y el Sur de Arabia, llegando posteriormente
algunas de ellas a ser habladas también en varias regiones de África y
Europa como consecuencia de expansión étnica, política y comercial. Los
problemas de los orígenes, desplazamientos, entrecruzamientos, cronología
y desarrollo de los distintos pueblos semíticos en las épocas prehistórica
y protohistórica son muy debatidos por la etnografía y la lingüística
histórica, y de gran interés para comprender la génesis de cada una de sus
lenguas (v. SEMITAS). La clasificación de éstas es también muy debatida
actualmente, pero, en líneas generales, la más aceptable es la que sigue
un criterio geográfico combinado con la agrupación de rasgos comunes
fonéticos, léxicos y morfológicos. Según ella, se dividen en dos grandes
grupos: semítico oriental y semítico occidental. El primero está formado,
por el acadio con sus dos dialectos, el babilónico y el asirio (v. ACADIOS
III). El semítico occidental comprende: el semítico del Noroeste y el
semítico del Sur. En el primero se incluyen el cananeo y el arameo más
moderno (v. ARAMEOS III); el segundo se divide en árabe del Norte, árabe
del Sur (v. ÁRABES ii), y abisinio (v. ETIOPÍA IX).
Por lo que toca al cananeo, una de cuyas ramas constituye la médula
del h., tampoco reina unanimidad en la clasificación de sus dialectos.
Pero parece aceptable pensar que los dialectos pre-arameos y no-arameos de
SiriaPalestina tienen entre sí la unidad suficiente para hablar de lenguas
cananeas, aunque cada una tenga características propias y, en ocasiones,
contactos con el arameo. Los numerosos textos nuevos, que nos han
proporcionado los intensos trabajos arqueológicos recientes, permiten
hablar de cananeo septentrional, cananeo central y cananeo meridional,
aunque todavía queden vastísimas lagunas en el conocimiento de las lenguas
cananeas.
El cananeo septentrional es bien conocido por el ugarítico, así
llamado porque sus textos han sido descubiertos en las excavaciones
(comenzadas en 1929 y todavía en curso) de Ugarit (v.), importante puerto
del Mediterráneo cuya antiquísima población, existente ya en el milenio
VII-VI y de la que nos hablan los documentos de Mari (s. xviii a. C.) y de
El-Amarna (s. xiv a. C.), fue activísima en el milenio segundo, en
especial en el s. xIv, poco después del cual desaparece. Los textos
ugaríticos descubiertos por los excavadores, escritos sobre tablillas de
barro en escritura cuneiforme, son de gran trascendencia para iluminar el
trasfondo cultural del A. T. en muchos aspectos; su contenido es
predominantemente mitológico. Su lengua presenta contactos con el amorreo
de Mari (v.), fenicio y hebreo, pero es claramente diferente de todos
ellos y menos evolucionada.
El cananeo central está constituido principalmente por los dialectos
de Byblos, Sidón y Tiro, es decir, por el fenicio, llamado púnico cuando
se habla de la lengua de las colonias fenicias en el Mediterráneo. Es
conocido por inscripciones en alfabeto lineal del s. xi-x; en su forma más
arcaica, por ciertas glosas fenicias en documentos de El-Amarna (s. xiv a.
C.); en su forma púnica, por textos hasta de los primeros siglos de
nuestra Era. Su literatura original se ha perdido.
El cananeo meridional es conocido en su forma más arcaica por glosas
contenidas en la correspondencia mantenida por Amenofis 111 y Amenofis IV
(v.) (1413-1377; 1377-58) con los reyezuelos de Siria y Palestina,
redactada en acadio (v.) y salpicada de palabras cananeas, y a veces con
pasajes enteros en cananeo. Algunos creen que este cananeo de El-Amarna ha
de ser considerado como un pre-hebreo. Dentro del cananeo meridional hay
que situar también al h. ya que, a pesar de tener componentes
extracananeos como más abajo veremos, sus raíces están firmemente asidas
al cananeo; está documentado desde el s. xi a. C. Son igualmente cananeos
meridionales el moabítico, de la región oriental del Jordán, documentado
por la inscripción del rey Mesa` (ca. 850 a. C., cfr. 2 Reg 3,4-27),
análogo en parte al h., en parte al fenicio, pero también con rasgos
propios; el ammonita y el edomita, de los que no conocemos textos.
Una vez encuadrada la lengua h. dentro de las cananeas y éstas, á su
vez, dentro de las semíticas, es posible caracterizarla señalando en ella
los más salientes rasgos lingüísticos que tiene en común con todas o parte
de las lenguas semíticas y los que la enraízan de modo especial con las
cananeas. Sólo así se logrará explicar muchos de los fenómenos
lingüísticos del h., lengua en la que se superponen distintos estratos
semíticos; superposición que es a la vez coexistencia, lo cual hace
especialmente difícil entender la sintaxis verbal y traducir debidamente
numerosos pasajes del A. T. De este modo, para un estudio profundo del h.
antiguo hay que recurrir frecuentemente al acadio, por un lado, y al
ugarítico, por otro, ya que el cananeo, en el cual se encuentran las
raíces del h., tiene un estrato básico semítico occidental antiguo que
revela contactos con el semítico oriental del acadio, como nos demuestra
el arcaico ugarítico.
3. Fonética. Fonéticamente el rasgo más destacado de las lenguas
semíticas y, con ellas, del h. antiguo está constituido por sus sonidos
laríngeos: ' explosivo laríngeo sordo momentáneo; h aspirante laríngeo
sordo continuo; h espirante laríngeo sordo continuo, de punto de
articulación más bajo que h; ` espirante laríngeo sonoro continuo. Son
sonidos difíciles de definir (en especial ', h, `) pero inconfundibles una
vez oídos. ` se encuentra muy raras veces fuera de las lenguas semíticas y
del egipcio; h en ningún caso. También son muy característicos la q velar
explosiva sorda momentánea y los sonidos velarizados: t explosivo
dorso-alveolar momentáneo velarizado; t espirante interdental sordo
continuo velarizado; s espirante dorso-alveolar continuo velarizado; d
espirante interdental sonoro continuo velarizado. Todos ellos y, en
general, una base articulatoria muy baja proporcionan a la fonética su
característico timbre oscuro. Al parecer, los sonidos laríngeos se
conservaron en hebreo hasta la época de la versión griega del A. T.
llamada de los Setenta o Septuaginta (s. ii a. C.?) y luego se perdieron
casi por completo, a pesar de que la vocalización masorética del A. T.
tiende a restablecerlos (v. ANTIGUO TESTAMENTO II). Claro que el cuadro
semítico completo de estos sonidos laríngeos y velares se simplifica en la
base más moderna del cananeo; así, mientras que en ugarítico antiguo '
tiene todavía pleno valor fonético y las restantes laríngeas y velares aún
se diferencian, en el estrato cananeo más moderno h y f (b),y g, se
confunden en h y ` en un proceso que en la lengua hebrea se continúa casi
hasta la época helenísticoromana; y mientras que en ugarítico d, t, d, t
se conservan casi totalmente (sólo d > d como en arámeo, y no siempre, y t
> s en la última época de Ugarit, s. xiv) en los restantes dialectos
cananeos, incluyendo el hebreo, d, t, d, t > z, s, s, coincidiendo así
éstos con el acadio y parcialmente con el etiópico. Por otra parte, es
rasgo muy característico de la lengua hebrea que los sonidos oclusivos b,
g, d, p, t tras vocal se fricatizan en b, g, d, k, f, t.
Én cuanto al vocalismo hay que señalar que en la fase más antigua de
las lenguas semíticas que nos es dado conocer sólo existen las vocales
a-i-u con diversidad funcional, breves y largas, situación que se ha
mantenido en el árabe septentrional clásico. En otras lenguas semíticas,
como en hebreo, hay que contar con una mayor diversidad vocálica,
posiblemente originaria, aunque siempre con una conexión funcional de e-i
y de o-u. En hebreo, como en todo el semítico occidental, existen sonidos
vocálicos brevísimos o extraordinariamente reducidos, sonidos svarabhakti
(séwá), que en la pronunciación sinagogal presentan timbres diferentes de
a, e, o (sonidos hatef). Pero hay que destacar que en el A. T. los signos
vocálicos hebreos sólo reflejan la cualidad, no la cantidad vocálica. Esta
la ha de determinar el lingüista mediante estudio científico. No es
posible estudiar aquí el desarrollo histórico del vocalismo hebreo; baste
con señalar que las vocales largas son en general muy estables (con
excepción de á > ó, v. infra); que las vocales finales breves del semítico
se perdieron muy tempranamente; que tiene especial interés la evolución
histórica de las vocales breves en sílaba cerrada (Ley de Philippi); que
al hacerse difícil, en época más bien tardía de la lengua hebrea, la
articulación de vocales breves en sílaba abierta, se impidió su reducción
en posición pre-tónica mediante prolongación de dicha vocal o
reduplicación de la consonante siguiente; que los sonidos consonánticos
influyen sobre las vocales mucho más que en el indoeuropeo; que las
laríngeas y la r tienden a producir en las vocales que con ellas entran en
contacto evolución hacia á. Por otra parte hay que tener muy presente que
el vocalismo en hebreo, como en toda lengua semítica, no es ni mucho menos
el elemento más esencial de la palabra; el concepto lo reflejan las
consonantes; las vocales sólo permiten poner en movimiento el esqueleto
consonántico esencial, «mociones», como se denominan en el lenguaje
técnico gramatical semítico. De modo que cambios de concepto por cambio de
vocales en unas mismas consonantes, como tenemos, p. ej., en español en
paso, pasa, pesa, piso, puso, poso, etc., son inconcebibles en hebreo,
puesto que en él las vocales sólo sirven para precisar o delimitar el
concepto particular dentro de la significación general de la raíz
consonántica: así, p. ej., sil-lem «pagó, restituyó»; salem «completo»;
sil-lum «pago, expiación»; salom «integridad, bienestar, paz». Además de
por cambio vocálico, los diversos conceptos particulares dentro de una
misma raíz se logran también por incremento consonántico interno
(reduplicación, prolongación, infijación) y por adición de elementos
preformativos y aformativos. Hay, sin embargo, razones para pensar que
esta soberanía de las consonantes no es plenamente originaria, sino
resultado de un proceso ya anterior a la época histórica de la lengua; hay
en ella huellas que indican que en una fase lingüística muy primitiva las
vocales tenían tanto valor significante como las consonantes; esto ocurre
también en otras lenguas no semíticas. En este sentido, las nuevas
investigaciones lingüísticas tienden a poner de relieve que otro
destacadísimo rasgo característico del hebreo y de las lenguas semíticas
en general, el triconsonantismo de sus raíces (con excepción de
pronombres, partículas y sustantivos arcaicos), no es tampoco plenamente
originario, sino resultado, en gran parte, de un amplísimo proceso
analógico que convirtió en triconsonánticas gran cantidad de raíces
originariamente biconsonánticas (las de vocal media larga convierten ésta
en consonante w/y; las de vocal breve reduplican su segunda consonante
radical, etc.).
Problema muy interesante es el de la evolución histórica del acento
tónico. En la fase más antigua de la lengua hebrea hay que suponer la
existencia del acento libre; posteriormente, el hebreo se hizo lengua
predominantemente paroxítona, recayendo el acento en la penúltima sílaba,
si ésta era de vocal larga o si la palabra llevaba terminaciones de
prolongación; de lo contrario, el acento caía sobre la antepenúltima
sílaba. Pero la pérdida de las vocales finales, producida en gran parte ca.
el año 1000 a. C., hizo cambiar la faz acentual del hebreo, haciendo
aparecer el acento predominantemente en la última sílaba. Este acento
oxítono en general es muy característico del hebreo vocalizado en el
llamado texto masorético del A. T. (v.) y su principal diferencia frente
al hebreo de los samaritanos, que ha conservado la acentuación en
penúltima sílaba. Ahora bien, es preciso reconocer que la acentuación
fijada en el texto masorético bíblico no siempre refleja el resultado de
un proceso fonético espontáneo, sino que con frecuencia es producto de
tradiciones académicas o tendencias de la cantilación litúrgica. Especial
valor para el estudio de este problema presentan las llamadas formas
pausales del texto hebreo del A. T., es decir, la especial vocalización de
las palabras al final de un periodo, que han conservado rasgos tónicos y
vocálicos de periodos muy antiguos de la lengua.
Rasgo extraordinariamente prominente en el vocalismo del hebreo
antiguo es el paso de la a larga tónica a o larga (á > o). El estudio de
este fenómeno fonético histórico tiene acusada importancia no sólo para la
caracterización de esta lengua, sino también para esclarecer su origen. Es
un hecho que una de las principales características diferenciales de las
lenguas o dialectos cananeos de Siria-Palestina es la tendencia al cambio
a"'> á, que no se produce en el resto de la zona lingüística semítica.
Tendencia muy fuerte, pero no absoluta, ya que en el antiguo estrato
de las lenguas cananeas, en ugarítico, aún no se ha producido ese cambio,
y en las restantes no alcanza la amplitud que presenta el fenómeno en
feniciopúnico. De todos modos es típico del ámbito lingüístico cananeo.
Pues bien, el estudio del material fonético hebreo permite observar un
vasto entrecruzamiento de vocalismo á y vocalismo o. es decir, que el
fenómeno á > o presenta en hebreo una gran irregularidad, porque unas
veces se produce y otras no. Ya en las glosas cananeo-hebreas de El-Amarna
(s. xiv a. C.) encontramos o procedente de á, como tantas veces en el
hebreo del A. T. Pero en éste, junto a muchos casos de c3 > ó (gibbor
«héroe», gippóz «serpiente», 'Iyyob «Job», to_b «bueno», dód «amado,
amigo», hof «orilla», hol «arena») encontramos también muchos casos de á
mantenida (dayycm «juez», gassat «arquero», tabbah «matarife», naggah
«acorneador», etc.). En ocasiones, palabras iguales o formas de la misma
raíz aparecen alternativamente con á o con o: qám, gámu junto a qom (2 Reg
16,7); nagom magom; consonantismo de ra's «cabeza» vocalizado rós;
consonantismo de sa'n «ganado menor» vocalizado sán; ganná junto a gannó
«celoso»; hoah junto a húh «espina»; etc. Este fenómeno fonético y otros
producidos irregularmente en hebreo hacen pensar que los israelitas
llegaron a la Tierra Prometida, entre los s. xiv y xii a. C., hablando
-sobre todo la oleada invasora más recienteuna lengua análoga al arameo
antiguo (Dt 26,5) ; y allí encontraron la «lengua de Canaán», que
adoptaron en sustitución de la suya propia, pero no sin influir sobre la
de nueva adopción. Así se explica la irregularidad con que en hebreo se
produce á > ó, y la especial conservación de á en préstamos lingüísticos
arameos como sús «polilla», gérab «lucha», kétab «escritura», etc. A esta
mezcla de fenómenos cananeos y extra-cananeos en hebreo se debe también
que aparezca diptongación en casos como bayt «casa», yayn «vino», al igual
que en moabita, mientras que en el cananeo antiguo de Ugarit no diptongan
(*bétu, *mótu).
4. Morfología. Conviene destacar los siguientes rasgos
característicos: En hebreo, como en el semítico general, existen en el
pronombre, nombre y verbo dos géneros gramaticales, masculino y femenino;
el masculino sin terminación especial y el femenino terminado,
generalmente, en -t, -at, -d; en semítico se usa mucho el femenino para
expresar el neutro, lo que también ocurre en ocasiones en hebreo. De los
tres números semíticos, singular, dual y plural, el dual en hebreo
desaparece totalmente del pronombre y del verbo, pero se conserva en
algunos casos en el nombre (partes del cuerpo dobles, instrumentos dobles,
etc.).
En el semítico general el nombre en singular se presenta en tres
casos: nominativo, caso del sujeto, terminado en -u; genitivo, caso
adnominal, terminado en -i; y acusativo, caso adverbal en su más amplio
sentido, terminado en -a. En dual y plural presenta un caso recto en -á o
en -ú y un caso oblicuo en -ay o -i respectivamente. Pero en cananeo, la
flexión casual semítica completa sólo se conserva en el antiguo ugarítico
(dual, caso recto -ámi/-á, caso oblicuo -émi/-é; plural, c. recto -ztma/-ú,
c. oblicuo -ima/i); los demás dialectos cananeos pierden posteriormente
las terminaciones de los casos del singular, así como las del caso recto
de dual y plural que son sustituidas por las del caso oblicuo, dual -ay,
plural -i. En hebreo sólo se conservan de forma muy rudimentaria y como
fosilizada algunos de estos elementos de la flexión semítica. Otro típico
rasgo morfológico hebreo y semítico en general es el de los dos estados
del nombré: si éste aparece independiente va en el llamado «estado
absoluto», si aparece unido a un genitivo que le sigue va en una forma más
breve, tanto en su terminación como en su vocalismo, llamada «estado
constructo», nomen regens de su genitivo o nomen rectum. La unión de ambos
constituye una sola unidad tónica. Atendiendo a la estructura nominal
pueden distinguirse los siguientes grupos o clases de nombres: Nombres de
una o dos consonantes radicales. Nombres de tres consonantes radicales:
monosilábicos de vocal breve, bisilábicos de vocales breves, de vocal
larga en la primera sílaba, de vocal larga en la segunda. Nombres con
reduplicación de la segunda radical. Nombres formados por repetición de
alguna radical. Nombres con elementos preformativos. Nombres con elementos
aformativos.
El artículo determinado no es de uso frecuente en el semítico
antiguo, falta en etiópico y en acadio (el cual emplea para expresar mayor
determinación el enclítico -ma, de usos muy variados); en época más
avanzada se utiliza un elemento demostrativo deíctico proclítico, que en
hebreo es ha-; en arameo, el elemento demostrativo usado para la
determinación a veces es un enclítico -á, y en tal caso no se le llama
artículo, sino que del nombre que lo lleva se dice que va en «estado
enfático» o determinado. Artículo indeterminado propiamente dicho falta en
hebreo, igual que en acadio tardío, arameo y dialectos árabes.
El adjetivo, que en semítico es originariamente rarísimo, flexiona
en general lo mismo que el nombre; carece de formas comparativas
propiamente tales, de modo que para expresar idea comparativa el hebreo
usa la forma positiva con' la partícula min «desde»; así gadól min ha-yeled
«grande desde (=desde el punto de vista del...) el niño», «mayor que el
niño». Para la idea superlativa el hebreo recurre al uso del artículo con
el adjetivo; con sustantivos utiliza a veces un nombre de Dios en
genitivo, para indicar el grado extraordinario que concurre en sus
propiedades («montañas de Dios»=«montañas altísima-s»). A veces se
utilizan también para esto las palabras «muerte», «infierno», etc.
Por lo que se refiere al pronombre, hay que hacer notar que las
lenguas semíticas, entre ellas el hebreo, no poseen pronombres de carácter
adjetival, sino únicamente pronombres sustantivos (sólo el acadio posee un
pronombre posesivo adjetival). El pronombre personal tiene dos formas, una
cuando aparece independiente y otra cuando va sufijado a nombre o verbo.
En su forma independiente se usa en general como nominativo (aunque en
ugarítico *huwati, y acadio §uati a veces son acusativos desde el punto de
vista semítico, que equivalen a «le, lo, a él»; también en el antiguo
estrato cananeo ugarítico aparece un «ella» hyt=*hiyati en acusativo,
«la», que luego desaparece). De modo que cuando el pronombre ha de indicar
una relación de atributo o de objeto se coloca como sufijo enclítico al
nombre o al verbo. Pero hay que señalar que en hebreo se nota, a lo largo
de la historia, una tendencia de la lengua a sustituir los sufijos
pronominales acusativos enclíticos al verbo por esos mismos sufijos
enclíticos a la partícula introductora de acusativo, la llama nota
acusativi 'et; hay gramáticos que atribuyen esta tendencia a influencias
de otra lengua, como el arameo, pero se trata de un desarrollo
perfectamente explicable por razones internas del hebreo. También hay que
señalar que en él se reduce la mayor riqueza de formas pronominales
semíticas. Curiosas características ofrecen los numerales: «uno» y «dos»
son adjetivos; los demás, sustantivos, «veinte» originariamente es dual de
«diez», de «treinta» a «noventa» son plurales de «tres» a «nueve», los
numerales de «tres» a «diez» generalmente no concuerdan en género con la
palabra a que se refieren, la cual aparece como genitivo partitivo en
plural, de modo que los masculinos llevan numerales femeninos, y a la
inversa; los demás números llevan la palabra que se refiere 'a lo numerado
por el numeral unas veces en aposición y otras en acusativo.
Pero no cabe duda que para el lingüista lo más interesante es el
verbo hebreo, tanto por los rasgos de arcaísmo conservados en él más que
en cualquier otra lengua semítica, como por sus radicales diferencias de
enfoque y estructura con respecto al verbo indoeuropeo o al de cualquier
otro grupo de lenguas humanas. Para comprender debidamente el fenómeno
verbal hebreo es imprescindible ponerlo en conexión con sus orígenes y
desarrollo dentro del complejo lingüístico semítico. En su origen, el
verbo semítico trata fundamentalmente de expresar más los aspectos que los
tiempos; el matiz temporal es sólo producto de un desarrollo secundario y
tardío. La estructura morfológica de la expresión verbal se compone de la
raíz donde se encierra la idea abstracta del verbo, a la que se unen
elementos pronominales prefijados para determinar la persona. A este
respecto debe notarse la particularidad de que existe una forma femenina
en la 2a persona singular y plural y de que el hebreo se distingue de
otras lenguas semíticas por la supresión de la diferencia de género en la
3a persona del plural de la conjugación aformativa (v. infra), la
aplicación de la terminación femenina del nombre a la 3a persona del
singular femenina de la citada conjugación, y la pérdida de la
diferenciación del género en la 3a persona femenina plural de la
conjugación preformativa (v. infra). Tenemos así una conjugación
preformativa y una conjugación aformativa; la primera es la
tradicionalmente llamada «imperfecto» y la segunda «perfecto»;
denominaciones que, de mantenerse, lo que no es muy recomendable, sólo
pueden tener un valor convencional, pues no reflejan la realidad verbal
semítica más que en parte. La primariamente verbal es la conjugación
preformativa. En el antiguo acadio encontramos que la conjugación
preformativa tiene dos formas: íprus, ipárras (raíz prs «separar»); íprus
expresa una acción puntual o pretérita, ipárras una durativa o presente. A
este durativo presente corresponden en el semítico occidental antiguo un
yaqattalu (en el paradigma convencional que se forma a base de la raíz qtl
«matar») documentado en etiópico y en ugarítico. La conjugación aformativa
es la unión de una raíz verbal estativa o de un adjetivo a los pronombres
personales enclíticos: así tenemos el típico estativo o permansivo acadio
parís (del paradigma de raíz prs) y, en semítico occidental con diferentes
posibilidades vocálicas, qatila, qatula, qatala (de paradigma qtl) que
indica un estado o cualidad del sujeto.
En el semítico occidental antiguo, y más concretamente en el cananeo
antiguo, encontramos una mayor riqueza de la expresión verbal pues, junto
a la evolución en varios matices del aspecto, se desarrollan verdaderos
modos. El esquema es el siguiente: yágtulu, para el modo narrativo, es un
aspecto constativo puntual usado para cualquier tiempo; yágtula, para el
modo final (subjuntivo), también de aspecto constativo-puntual y
temporalmente indiscriminado; yaqáttalu es un durativo, que se usa
predominantemente para presente-futuro; yágtulan (na) para el llamado modo
enérgico, es terminativo y reforzante; yágtul es el modo apocopado,
narrativo y yusivo, usado como pretérito-yusivo; gtul/qutl
imperativo/infinitivo; qátala, en su origen estativo de carácter nominal,
va incrementando su función en la esfera fiente y se va convirtiendo así
en un puntual pretérito.
Pasando al semítico occidental moderno puede verse que el esquema
verbal se simplifica y cambia; en él actúa, por un lado, qátala como modo
narrativo (indicativo), de aspecto constativo-puntual en la esfera
temporal del pretérito; puede verse, pues, que sustituye a yagtul y a
yágtulu en sus funciones de pretérito, pero no en las de presente-futuro.
Por otro lado, yáqtulu, también de modo narrativo (indicativo), pero que,
por fusionarse con yagáttalu que llega a desaparecer morfológicamente,
pasa á ser de aspecto durativo (cursivo) y en la esfera temporal se reduce
a presente-futuro.
En una última fase del proceso de simplificación, el semítico
occidental llega a presentar el esquema verbal siguiente: qátala, puntual
y pretérito: yágtulu, durativo y presente-futuro, pero predominantemente
futuro. Más un participio usado como forma finita que recibe parte de las
funciones cursivas que tenía yágtulu, por lo cual se emplea como durativo
y presente; con verbo auxiliar se usa como durativo y pretérito.
Todo lo que antecede permite comprender las aparentes anomalías de
los mal llamados «tiempos» del verbo hebreo antiguo, cuyos matices son
difíciles de reflejar no sólo porque no responden a categorías
gramaticales indoeuropeas, sino también porque en ellos se han superpuesto
y coexisten usos correspondientes a estratos semíticos de épocas muy
diferentes. Así, p. ej., la conjugación aformativa hebrea qatál,
procedente de qátala, y la preformativa yiqtól, procedente de yáqtulu, no
sólo expresan aspecto constativo puntual la primera, y durativo-cursivo la
segunda, sino que ambas han conservado muchos de los antiguos cometidos
que desempeñaban tales conjugaciones. Sólo así puede explicarse, en parte,
el porqué de los llamados «tiempos consecutivos»: conjunción wa- «y»+gatál=yigtól;
wa-+yigtól=gatál. Análogas fosilizaciones gramaticales pueden descubrirse
en el hebreo del A. T. en formas como yédabber, yézammer, yehal - leh,
aparentemente intensivas (v. infra), pero que a veces no son sino
pervivencia del antiguo presente-futuro yaqáttalu, "yadab(b)ar(u), etc.; y
en el ocasional uso del-«enérgico» procedente de yaqtulán, yaqtulánna
incluso hasta en los tardíos manuscritos de Qumran (v.).
Pero lo verdaderamente característico del verbo hebreo y de las
demás lenguas semíticas es la rica posibilidad de introducir
modificaciones del concepto fundamental de la raíz mediante pequeños
cambios en ésta. Así, junto a la forma básica del verbo, activa (qal), se
obtiene la pasiva-reflexiva y media (nif'al), la causativa-declarativa (hif
`il), la intensiva (pi'el), la reflexiva-recíproca y pseudo pasiva (hiles
`el, en época tardía también nitpa'el), la causativa pasiva (hof `al), la
intensiva pasiva (pu'al) y otras menos frecuentes. Para lograr estas
diferentes formas verbales se sirve la lengua hebrea de medios bastante
sencillos, como son la reduplicación de radicales, la prefijación de h-,
n-, hit-, la prolongación o cambio vocálico, etc. De este modo, el hebreo
dispone de grandes posibilidades para lograr una expresión muy rica de
matices y a la vez muy concisa.
5. Sintaxis. Los principios que rigen la construcción sintáctica del
hebreo se caracterizan por su relativa sencillez. Algunos de sus rasgos
más destacados son los siguientes: la oración nominal desempeña un
importantísimo papel en la sintaxis hebrea, pues son muy frecuentes las
cláusulas que carecen de verbo en forma finita e incluso de la cópula
«ser» en las atributivas. Elorden sintáctico típico en la oración nominal
hebrea es sujeto-predicado, sólo invertido por motivos estilísticos cuando
se pretende resaltar más o poner más énfasis en el predicado o parte de
él. En cambio, en la oración verbal el verbo va casi siempre en primer
lugar, delante del sujeto y ocurre con frecuencia que no concuerda con él
en género o número, rasgo propio en general de la sintaxis semítica. Este
orden de verbo-sujeto es fácilmente explicable si se tiene en cuenta que
ya el verbo lleva el sujeto encerrado dentro de sí, puesto que los
pronombres personales van prefijados o afijados a la raíz verbal, como
queda dicho más arriba. De este modo, el sujeto explícito detrás del verbo
viene a ser como una ampliación o explicación del sujeto pronominal ya
contenido en el verbo; así wayyomer Yahweh «y dijo Yahwéh», más
literalmente es «y él dijo, Yahwéh» (o bien: «y él, es decir, Yahwéh,
dijo»). Este hecho explica también, en parte, que la persona del verbo no
concuerde frecuentemente con la del sujeto. La inversión del- orden
obedece a énfasis estilístico; la oración verbal, que normalmente sería
malak Yahweh «Yahwéh es rey (o reina)», aparece con frecuencia al revés,
Yahweh malak, con el matiz estilístico de «es Yahwéh quien reina» o
«precisamente Yahwéh y no otro es quien reina».
En la construcción de la oración verbal hebrea, como en general en
las lenguas semíticas, es notable la expresión paronomásica del acusativo
u objeto interno (het' hate'ah Yérúsalaim, Lam 1,8, «Jerusalén ha pecado
un pecado»). Típico rasgo sintáctico hebreo es también el decidido
predominio de la parataxis sobre la hipotaxis, de taí modo que en la
traducción atenta al contexto es preciso a cada paso convertir en
subordinadas oraciones que por su forma externa son, en hebreo,
coordinadas; así, el tránsito de la parataxis a la hipotaxis está
constituido por oraciones secundarias sin partícula introductora, es
decir, asindéticamente yuxtapuestas a la anterior, que sólo son oraciones
principales externamente. Atención especial merece la oración de relativo
que difiere fundamentalmente en su construcción de la empleada en lenguas
indoeuropeas, ya que no se trata, como en éstas, de una oración
subordinada a un elemento nominal de otra por medio de un pronombre
relativo declinado, sino de una oración nominal o verbal que desempeña, el
papel de un genitivo, por lo cual es preferible llamarla atributiva,
muchas veces asindéticamente yuxtapuesta (bé-eres lo lahem, literalmente
«en un país no para ellos»=«en un país que no les pertenece»; `am lo' yabi,
lit. «un pueblo no comprende»=«un pueblo que no comprende»), otras
iniciadas por un elemento determinativo o demostrativo (ze, zo, zu, 'aser)
cuya función sintáctica la indica frecuentemente un pronombre o adverbio
retrospectivo ('ani Yósef... 'ñer rnékarten 'otY, lit. «yo soy José... que
me vendisteis»=«yo soy José al que vendisteis» Gen 45,4; 'eres ha-Hawilah
'ttser sam ha-zahab, lit. «el país de Hawila gi.ie allí el oro» = «el país
de Hawila en el que se encuentra el oro»), pero también a veces sin
indicación casual retrospectiva (habbitu el-sur hussabtem, lit. «mirad la
roca fuisteis tallados»=«mirad "la roca de la que fuisteis tallados» Is
51,1).
6. Resumen. Fuentes. Evolución posterior. Como advertimos y
justificamos al principio, hemos expuesto los principales rasgos
lingüísticos del hebreo a base de la primera época de la historia de la
lengua hebrea (dividida en h. antiguo, h. intermedio, h. moderno y
contemporáneo), cuya principal fuente de conocimiento es el texto del A.
T. Pero la circunstancia de que éste, en la forma llegada hasta nosotros,
sea de fijación gráfica muy tardía en relación con la época de esplendor
vital del h. antiguo (el texto consonántico no fue fijado hasta comienzos
del s. II d. C. y la notación vocálica no se le añadió hasta los s. vi al
vIII d. C.), explica que no se tenga plena seguridad sobre muchos de sus
aspectos y que se discuta apasionadamente si diversos rasgos fonéticos,
morfológicos y sintácticos del hebreo masorético reflejan o no la realidad
de la lengua antigua. Desgraciadamente, las fuentes extrabíblicas para
conocer el h. antiguo no son muy numerosas ni extensas: Calendario
agrícola de Gézer (s. x a. C.); ostraca de Samaria (s. vIII a. C.);
inscripción de Siloah, de la época de Ezequías (715-690 a. C.); lápida
funeraria de un ministro de este rey, cuyo nombre parece ser Sebna;
ostraca de Lakis (comienzos del s. vi); múltiples inscripciones
sigilográficas, en asas de vasijas, en pesas, etc., y monedas (cfr.
Arqueología de Palestina); palimpsesto Mur. 17 (s. VIII-VII a. C.), el
papiro semítico más antiguo hasta ahora. Estos materiales para el
conocimiento del h. antiguo se han incrementado poderosamente con los
descubrimientos de manuscritos del mar Muerte (V. QUMRAN).
En el h. antiguo que hay que distinguir dos periodos diferentes
divididos aproximadamente por el año 500 a. C. El segundo o más moderno se
encabalga con la época subsiguiente de la historia de la lengua h., que
recibe el nombre de h. intermedio; este encabalgamiento se puede notar en
libros bíblicos como el Eclesiastés y el Eclesiástico. Este
encabalgamiento y el hecho de que el h. intermedio es una lengua de
carácter convencional, más que literario, ha hecho pensar que el h.
intermedio procede de una fuente mucho más amplia que la reflejada en los
libros del A. T., de índole eminentemente literaria, fuente que sería el
h. hablado de la época bíblica.
También en el h. intermedio, que comienza a constituirse ya en época
postexílica, cabe distinguir dos sub-periodos: el intermedio antiguo (Tobit,
Eclesiastés, Eclesiástico y mss. no bíblicos de Qumran) y el intermedio
moderno o hebreo misnaico llamado así por estar reflejado en la Misnah
(además de la Tosefta' y midrasim tannaíticos redactados a fines del s. iI
o comienzos del iii d. C.) (V. MIDRÁS; TALMUD). Este h. misnaico es ahora
mejor conocido por una serie de textos aparecidos entre los mss. del mar
Muerto (Murabba'at, Nahal Heber). Se ha debatido y se debate mucho la
cuestión de en qué momento el h. dejó de ser lengua viva (v. V).
A pesar del plurilingüismo de los judíos en las distintas regiones
de su Diáspora (v.), el h. siguió siendo, en mayor o menor medida, la raíz
principal de la vida espiritual del judaísmo (v.), hasta los s. xIII y aun
xiv. En la producción científica, filosófica, poética y literaria, en
general, de los judíos medievales, escrita en h. (v. infra, V-VII), junto
a la redactada por ellos en árabe y otras lenguas, destaca poderosamente
la de los judíos españoles (V. HISPANO-HEBREA, LITERATURA). Pero después
de la Edad Media la lengua h. sufre un verdadero colapso del que no había
de rehacerse hasta el s. xvni con la Ilustración judía (Haskalah) la cual,
entre otras cosas, impulsa el renacimiento de la lengua h. y, sobre todo
hasta el xix, en el cual figuras como Uscher Günzburg (Ahad Ha-Am) con su
obra en prosa y J. N. Bialik (v.), el insigne lírico, ponen de nuevo la
lengua h. en el plano de las lenguas literarias modernas. Por último, el
sionismo (v.) y su resultado, el Estado de Israel (v.), han conducido a
que la lengua h. haya vuelto a ser no ya sólo lengua literaria pujante,
sino también lengua materna de los judíos israelíes. Esta lengua, aunque
incrementada y renovada para atender las exigencias de la vida actual, se
ha mantenido prodigiosamente fiel a su propio genio lingüístico ancestral,
a su propia autenticidad esencial, y con su renacimiento, único en la
historia, ha logrado que en los labios del único pueblo de la Antigüedad
que ha sobrevivido hasta nuestros días, vuelvan a resonar los ecos de la
venerable lengua en la que fueron expresados los fundamentos de la
Revelación.
BIBL.: A. COHEN FERNÁNDEZ, Nuevo
Diccionario Hebrero-Español (con la colab. de Rabbi D. Sharbani), Bogotá
1956; A. COMAY, completo Diccionario Hebreo-Español, con una sinopsis de
la gramática hebrea en español por A. Comay y D. Yardén, Jerusalén 1966;
J. DUCACH, Nuevo Diccionario Castellano-Hebreo, corregido y revisado por
M. Konstantynowski (Kushtal), Tel Aviv 1964; W. GESENIUS y E. KAUTZSCH,
Hebrüische Grammatik, 28 ed. Leipzig 1909; W. GESENIUS y F. BUHL,
Hebrdisches und aramáisches HandwÓrterbuch über das Alte Testament, 19 ed.
Leipzig 1949; M. JASTROW, A Dictionary of the Targumin, the Talmud Babli
and Yerushalmi, and the Midrashic Literature, 2 ed. Nueva York 1950; L.
KOEHLER y W. BAUMGARTNER, Lexicon in Veteris Testamenti Libros, Leiden
1953; S. M. RODRíGUEZ, Diccionario Manual HebreoEspañol y Arameo
Bíblico-Español, 2 ed. Madrid 1949; F. ZORELL y L. SEMKOWSKY, Lexicon
Hebraicum et Aramaicum Veteris Testamenti, 2 ed. Roma 1955 ss.
F. PÉREZ CASTRO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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