Palabra que deriva del latín fatum, forma del verbo fari, «hablar», según
el testimonio de Varrón en su tratado De lingua latina. Este mismo autor
fundamenta lapropiedad de la acepción ético-religiosa del término en el
hecho de que las Parcas hablando determinan la vida de las personas.
Estrechamente ligados a este valor semántico están los adjetivos «fatal» y
«fatídico», referidos respectivamente a los temas hablados o a las
personas que cuentan o adivinan lo dicho.
El origen de la palabra nos muestra al h. como una abstracción: la
voluntad, como tal irrevocable y necesaria, de un dios. No obstante su
carácter inicial abstracto, el destino en la mitología (v.) clásica
aparece personificado en una serie de divinidades concretas, aunque su
genealogía, su representación, su influjo en la vida de los hombres y sus
relaciones no estén claras y a veces resulten difícilmente armonizables.
Aunque juega un gran papel en civilizaciones como la babilónica, y
divinidades o fuerzas relacionadas con él tienen trascendencia en otras
mitologías -como las nornas y las valquirias en los pueblos germanos (v.)-
cuando se habla de Hado se atiende de manera preferente a la cultura
greco-romana. En ella son divinidades del destino, Ananki'°„ Moira, Fatum
y aun la Fortuna aparte de otras denominaciones esporádicas como Aisa o
Eimarmene (V. ROMA, RELIGIÓN DE LA ANTIGUA).
Ananké, en latín necessitas, la necesidad, es la personificación de
la fuerza inexorable que rige eJ universo y las creaturas. Sobre ella no
tiene poder ni el mismo Zeus (v.), padre de los dioses y de los hombres.
En la teogonía órfica (V. ORFIsmo) Ananké es hija de Cronos y nodriza de
Zeus. Ella a su vez es madre de Eter, Caos y Erebo. En los poemas
homéricos aparece en varios pasajes sometiendo a sus dictados la voluntad
de Zeus: contra ella muere su hijo Sarpedón que es increpado por Tlepólemo
en estos términos: «Sarpedón, buen consejero de los licios, ¿qué Necesidad
te impulsa a venir aquí?». Su presencia en la vida del hombre es de una
enorme fuerza dramática en las situaciones de los personajes trágicos de
Esquilo: «Sé de antemano lo que me va a suceder y no me ocurrirá ninguna
desgracia de improviso; debo llevar lo mejor posible la suerte que me ha
sido dada sabiendo que el poder de la Necesidad no admite resistencia»
(Prometeo, 103-107). A la necessitas romana alude Cicerón en algunas de
sus obras filosóficas (Tusculanae disput. 111,59; De natura deorum, 1,55),
y poetas latinos del periodo augusteo. Horacio (Odae, 1,35) la hace
figurar en el séquito de la Fortuna: «Ante ti siempre va tu esclava la
Necesidad llevando en su mano de bronce los clavos y las cuñas del armazón
junto con el duro garfio y el plomo líquido».
Moira es ya en los poemas homéricos la personificación del h. de
cada hombre: «La imperiosa Moira llevó al rble y gran Heráclida Tlepólemo
contra Sarpedón, igual a los dioses» (Riada, V,628). Contra su poder el
héroe homérico es impotente. Así lo confiesa Héctor en el momento de
despedirse de su esposa en el canto sexto: «Yo te aseguro que ningún
hombre, cobarde o valiente, puede escapar a su Moira desde el día que
nace». En la Teogonía de Hesíodo (v.) comienza a hablarse de tres moiras,
hijas del matrimonio de Zeus con Temis, su segunda esposa: Clotho, Atropos
y Lachesis, las tres hilanderas que tejen el hilo de la vida humana. En La
República platónica las Moiras son hijas de la Necesidad, de Ananké. Sea
de ello lo que fuera, a partir de Hesíodo, cada una de ellas tiene una
función determinada. El oficio de Clotho es tejer el hilo de la vida,
presidir el nacimiento o, según Apuleyo, el momento presente que se
desliza continuamente por sus dedos. Atropos corta el hilo de la vida,
asiste a la muerte de los hombres y se ocupa del pasado. Lachesis
determina la suerte y el género de vida de cada individuo: su mirada está
dirigida al futuro. Estas mismas divinidades pasan a la mitología romana
con la advocación de Parcas. A ellas se refiere Virgilio en el famoso
pasaje de la égloga cuarta, aludiendo a la edad de oro: «Tejed tales
siglos, dijeron a sus husos las Parcas concordes con la voluntad inmutable
del destino». Las Tres Parcas, según Gelio, tenían estatuas en el foro
romano que recibían el nombre de tría lata, «los tres hados». La
descripción de las Parcas difiere de unos autores a otros. Normalmente se
las describe o se las representa en el arte como jóvenes vírgenes o como
viejas de aspecto sombrío. Sus atributos, aparte del hilo de la vida, son:
un huso o una rueca los de Clotho; una pluma o un mundo los de Lachesis. A
Atropos se le asigna una balanza.
Otra deidad del destino es, en la mitología romana, el latum. Para
Cicerón (De natura deorum, 111,17) es hijo de Erebo y la Noche y
corresponde exactamente a la idea griega de ananké. Sin embargo, las
personificaciones que calaron con más profundidad en la imaginación
popular fueron el latus y la lata que presidían respectivamente la vida de
cada hombre y cada mujer. Una de tantas contradicciones en el conjunto de
las creencias antiguas es la relación que desde muy pronto se estableció
entre el fatuni y la Fortuna, fuerza que, en un plano teórico, es algo
caprichoso. En efecto, equivalente a la Tyche griega, la Fortuna en Roma
es el principio azaroso que juega con la vida de los hombres. Así la
siente Horacio: «La Fortuna, complacida en su cruel actividad y firme en
desplegar su juego caprichoso, cambia sus inciertos favores, conmigo hoy
benévolo, mañana con otro» (Odae, 111,29, 49-52). Se la hizo hija de
Júpiter y hermana del fatum. Para otros era hija del Océano y hermana de
las Parcas. Se la representa normalmente ciega, en pie o sentada sobre el
globo terrestre, llevando en la mano el cuerno de la abundancia o un timón
en su calidad de piloto de la suerte humana. Los romanos (Cicerón, De
legibus, II, 28) distinguían muy diversos tipos de fortuna: la «del día de
hoy» (huiusce diei), «la que vuelve la mirada» para prestar su ayuda (respiciens),
la de la suerte (fors). Incluso nos habla de una mala fortuna a la que hay
consagrada un ara en el Esquilino, una de las colinas de Roma. Sabemos por
otros textos que en la ciudad se da culto a la Fortuna pública y que los
emperadores la utilizan como símbolo de su papel elevado y lleno de
riesgos en la administración de los negocios públicos. La fortuna aparece
en las monedas romanas del periodo imperial y con distintos calificativos
(redux, la que hace volver de los viajes; manens, la permanente; obsequens,
la que cumple los deseos; opifera, la que trae riquezas; etc.) su figura
pasa a ser familiar en la literatura y el arte de todos los tiempos.
No obstante esta incompatibilidad de principio entre destino y
fortuna a la que ya hemos aludido, en el sistema de creencias del mundo
greco-romano se relacionan y entremezclan. Así se llegan a producir
sincretismos que preconizan la existencia de una deidad, medio-necesidad,
medio-azar, que coarta en uno y en otro sentido la libertad del individuo.
Porque toda la cuestión planteada por la presencia del h. en la mitología
clásica está íntimamente ligada con el problema de la libertad (v.) del
hombre y su ejercicio. Ésta es la razón de que, en los planos ético y
literario, la presencia del h. y de la fortuna se mantenga vigorosa a lo
largo de los siglos. Sin embargo, en el plano del pensamiento filosófico,
el fatalismo había quedado superado definitivamente en el libro tercero de
la Moral a Nicómaco escrito por Aristóteles en el s. iv a. C. En él
describe el filósofo estagirita el acto libre, voluntario del hombre que
le da acceso fácil a la práctica de las virtudes morales e intelectuales.
En esa práctica radica la felicidad (v.), fin último de la naturaleza
humana.
Aunque Dios queda reducido en Aristóteles al primer motor, a la
necesaria causa primera -ajena a los hombres- de los fenómenos de la
naturaleza, los cristianos no tendrán más que conjugar la presciencia de
Dios con el libre albedrío de los hombres para cerrar de manera coherente
todo el proceso. Dios prevé las cosas como son en sí, las libres como
libres y las necesarias como necesarias, dirá S. Agustín en el libro
tercero de su tratado De libero arbitrio. Dios, por tanto, no puede prever
como necesarias acciones intrínsecamente libres, cuales son las acciones
de los hombres.
V. t.: LIBERTAD; PREDESTINACIÓN Y REPROBACIÓN.
BIBL.: Sobre el papel del destino
en la religión griega ver O. HABERT, La religion de la Gréce antique,
París 1910, 221 ss. Para la religión romana: M. GRANT, El mundo romano,
sobre todo cap. V : El destino y las estrellas, Madrid 1960, 161 ss.
A. LÓPEZ KINDLER.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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