GREGORIO IX, PAPA


Gran defensor de la libertad de la Iglesia, y legislador. Su personalidad. El card. Hugolino, que el 19 mar. 1227 sucedió a Honorio III (v.), formaba con él un vivo contraste. Gozaba de una experiencia que faltó a su antecesor y tenía energía viril, fuerza inflexible de voluntad, temperamento vivo, elocuencia persuasiva, maneras nobles, porte elegante y majestuoso. No brillaba por iniciativas geniales, sino más bien por sus aptitudes de organizador, servidas por un notable conocimiento del Derecho y un profundo sentido religioso.
     
      Su formación y preparación. N. en Anagni de la familia de los condes de Segni, que dio a la Iglesia tres Papas: Inocencio III (v.) y Alejandro IV (v.), además de G. La fecha de su nacimiento oscila entre 1140 y 1170. Comenzó sus estudios en la escuela episcopal de Anagni, cursó Teología en París y Derecho en Bolonia. El cisterciense Rainerio fomentó en él la tendencia a la contemplación. Su tío Inocencio III lo creó cardenal (1198) y le confió delicadas misiones en Italia y Alemania. Honorio III también utilizó sus dotes diplomáticas (G. Levi, Registro del Card. Ugolino d'Ostia, Roma 1890; C. Thouzellier, La légation du Card. Hugolin en Lombardíe, en «Rev. de Histoire ecclésiastique» XLV, 1950, 508-542). Así llegó a conocer a fondo los asuntos de la Santa Sede, sobre todo los relativos a la cruzada de Federico II de Alemania, que absorbieron todo su pontificado.
     
      Al mismo tiempo no perdía de vista la vida interna de la Iglesia, dispensando su apoyo a los camaldulenses, a los cistercienses, a la fundación de Joaquín da Fiore (v.) y sobre todo a las nuevas órdenes mendicantes, adalides de la renovación religiosa. Él facilitó la difusión de la Orden dominicana (v. DOMINICOS) y apoyó el apostolado de S. Domingo de Guzmán (v.) en Lombardía. Su influjo fue más decisivo en la Orden franciscana (v.). Los protestantes han exagerado esta influencia, acusando al card. Hugolino de haber adulterado el ideal franciscano en provecho de los planes de la curia romana. «La intervención de Hugolino en el desarrollo de la primera Orden hízose sentir principalmente en la protección ofrecida espontáneamente y aceptada por Francisco; en el capítulo de las Esteras, presidido por el cardenal; en la redacción de la Regla primera, sólo indirectamente, y de la Regla bulada, de un modo más directo...; finalmente, en los documentos con que, desde la silla pontificia, favoreció y defendió a la Orden... Hugolino convenía con Francisco en el ideal sustancial de éste; lo amaba y veneraba como a un enviado de Dios; se condujo con él siempre con nobleza y sinceridad; pero estaba muy distanciado de él en el modo de comprender el espíritu evangélico de la fraternidad y la realización práctica de la misión de ésta en la Iglesia. Hugolino es el hombre de gobierno, organizador clarividente, práctico y calculador, penetrado de un altísimo ideal eclesiástico, deseoso de la reforma de la Iglesia, austero, poco propenso a emociones y arranques idealistas; pero capaz, no obstante, de comprender la grandeza de las aspiraciones de Francisco. Discrepaban en el abandono en las manos de la Providencia, en las moradas estables, en la sencillez y humildad de la Orden, en el cultivo de los estudios y en las austeridades. La influencia de Hugolino fue decisiva en el perfeccionamiento de las clarisas y de la Tercera Orden, aunque él no fundó estas instituciones» (L. de Aspurz, Manual de historia franciscana, Madrid 1954, 51-52).
     
      Su lucha con Federico II. Así, cuando Hugolino se trocó en Gregorio IX, estaba en disposición de ejercer una acción saludable tanto en la vida externa como interna de la Iglesia. El nombre escogido por el nuevo Papa equivalía a un programa y, para llevarlo a cabo, se apoyó en las órdenes mendicantes.
     
      Al ser coronado rey de Alemania en Aquisgrán (25 jul. 1215), Federico II (v.) hizo voto de emprender una cruzada para la reconquista de Tierra Santa; pero fue dilatando su cumplimiento con mil excusas y consiguió de Honorio III hasta nueve prórrogas. Enseguida de su elección, G. escribió al Emperador exhortándole a marchar al Oriente, dándole a entender que algo había cambiado en Roma y que ya no aceptaría ningún nuevo aplazamiento. Federico II activó los preparativos. En agosto de 1227 se reunieron en Bríndisi unos 40.000 caballeros. El Emperador partió al frente de ellos el 8 de septiembre, pero dos días después regresó so pretexto de haber contraído una epidemia. G. no creyó en la enfermedad y fulminó contra él la excomunión. El Emperador replicó acusando a la Iglesia de ser una madrastra y prometiendo emprender la expedición en mayo de 1228. Por toda respuesta el Papa renovó la excomunión y puso en entredicho todos los lugares donde residiera el Emperador. Éste prescindió de las censuras y promovió un levantamiento en Roma, que obligó al Papa a refugiarse en Perusa. El 28 jun. 1228 Federico II se embarcó para el Oriente al frente de 1.000 caballeros y 20 naves de guerra. Esta cruzada carecía de todo espíritu religioso. Iba dirigida por un Emperador en revuelta contra el Papa. No llevaba ninguna intención de combatir, sino de negociar. En efecto, por el tratado de Jafa (4 feb. 1229) obtuvo del sultán de Egipto la cesión de Jerusalén, Belén y Nazaret con las rutas que unían estos lugares con la costa (v. CRUZADAS, LAS); pero se comprometió a impedir todo ataque occidental a Egipto y a los diez años todo volvería a los musulmanes. Después hizo su entrada en Jerusalén y en la basílica del Santo Sepulcro se ciñó a sí mismo la corona real en una ceremonia puramente laica (17 mar. 1229). Entretanto los ejércitos pontificios consiguieron tales éxitos sobre los imperiales, que Federico II estuvo a punto de perder su reino hereditario de Sicilia. Al enterarse de estos acontecimientos, regresó apresuradamente. Su situación era crítica. Alemania estaba en revuelta; el prestigio del emperador, quebrantado. Imposible continuar la lucha. Entabló negociaciones con G. y el 23 jul. 1230 firmó el tratado de S. Germán, totalmente favorable a la Santa Sede.
     
      Hubo un periodo de calma de siete años. Después la lucha se reanudó con nueva violencia. El Emperador aspiraba a hacer de Roma la capital de su imperio y reducir al Papa a la impotencia completa. Quería también unir las coronas de Alemania y de Sicilia y dominar Lombardía. La lucha se hizo feroz. Primero a base de libelos, de manifiestos, panfletos y circulares para ganar la opinión pública. Después con las armas. La guerra se desarrolló a favor de Federico II, que fue conquistando casi todos los Estados pontificios; pero el Papa no se descorazonó y convocó un concilio en Roma para Pascua de 1241. El Emperador, que antes había pedido varias veces un concilio, ahora lo boicoteó, prendiendo a un centenar de prelados y tres cardenales, que acudían a la convocatoria. Con este botín marchó sobre Roma. Cuando se disponía a dar el asalto, se enteró de la muerte del Papa, ocurrida el 21 ag. 1241 en Grottaferrata.
     
      Las Decretales. Desde que Graciano (v.) compuso hacia 1140 su llamado Decretum -que constituía una compilación del Derecho de la Iglesia entonces vigente-, se sentía cada vez más la necesidad de reunir las decretales pontificias promulgadas posteriormente. En esta delicada empresa no quiso estar a merced de los decretalistas, ya que circulaban no pocas decretales falsificadas. G. encargó en 1230 a su penitenciario, el dominico español S. Raimundo de Peñafort (v.), que compilase sistemáticamente las epístolas decretales aparecidas desde Graciano hasta aquel tiempo. Raimundo terminó su obra en tres años. Se trata de la primera colección oficial de carácter general de decretales de la Iglesia latina, hecha a base de otras cinco colecciones privadas o parciales. El Papa la envió, en 1234, a las Univ. de París y Bolonia, ordenando que en adelante ella sola hiciese autoridad en las escuelas y tribunales. Entre otras cosas, la nueva colección confirmaba los privilegios de las órdenes mendicantes (exención, cura de almas). Así contribuyó a robustecer la autoridad pontificia y su influjo en toda la cristiandad. Por otra parte, el Papa prohibió formar nuevas colecciones de leyes sin autorización especial de la Santa Sede.
     
      La Inquisición. La nueva colección canónica codificaba las leyes preexistentes contra la herejía y unificaba el sistema de represión en el mundo cristiano. Era el coronamiento de un largo proceso histórico. Primero había sido el pueblo fiel el que había reaccionado violentamente contra los herejes. Después fueron los príncipes cristianos. Y, finalmente, los concilios y los papas. Pero la Iglesia sentía repugnancia hacia la pena de muerte. Ni siquiera el Conc. IV de Letrán (1215; v.) llegó a decretar la pena capital contra los herejes. En 1224 Federico II promulgó una ley para Lombardía en que por primera vez se castigaba la herejía con la hoguera. A principios de 1231 G. introdujo este decreto imperial en el Registro Pontificio y lo promulgó como ley eclesiástica. Y, como no quería dejar al Estado la exclusiva de la investigación, nombró inquisidores que averiguasen y castigasen los delitos contra la fe. G. se sirvió primeramente de legados especiales, como antes. Luego echó mano de los religiosos mendicantes y del clero secular y, por fin, únicamente de los dominicos. Así, junto al tribunal episcopal, funcionó un tribunal pontificio, que recibió el nombre de Inquisición (v.), encargado de proceder contra los herejes.
     
      Misiones. Hizo cuanto pudo por sostener el imperio latino de Constantinopla. En 1232 envió una comisión de teólogos bajo la presidencia de Aimón de Faversham, futuro general de la Orden franciscana, a la corte imperial griega de Nicea; pero no consiguió éxito alguno. Más afortunada fue su labor misionera en la Europa oriental (Finlandia. Lituania, Hungría y Rumania) y entre los armenios y caldeos, sirviéndose para ello de los franciscanos y de los dominicos (J. Richard, en Histoire universelle des missions catholiques de S. Delacroix, 1, París 1956, 174 ss.).
     
      Vida eclesiástica. Pero hay que reconocer que G. se preocupó más de la defensa de Iglesia que de su expansión y reforma. Sobre este último punto dictó diversas medidas particulares encaminadas a eliminar los escándalos más llamativos tanto entre el clero secular como regular y aun entre los fieles; pero no emprendió ninguna acción de conjunto para reavivar el ideal cristiano. En esta actitud defensiva, a que se ha aludido, debe situarse la fundación de la Univ. de Toulouse (30 abr. 1233), destinada a contrarrestar el peligro de la herejía albigense (v.).
     
      Respecto a Aristóteles, un Concilio de París (1210) había prohibido que sus Libros Naturales se utilizasen como texto en las clases. G. se mostró más abierto. Mantuvo la prohibición, pero sólo con un carácter provisional, hasta que fuesen expurgados. El Papa se convenció de que el estudio de Aristóteles podría ser provechoso a la teología, una vez corregido (1231) (M. Grabmann, I divieti ecclesiastici di Aristotele sotto Innocenzo e Gregorio, Roma 1941). Mantuvo relaciones con las figuras religiosas más grandes de su tiempo: S. Domingo de Guzmán (v.), S. Francisco de Asís (v.), S. Clara de Asís (v.), S. Isabel de Turingia (v.) e Inés de Praga. Fomentó la vida religiosa mediante varias canonizaciones: S. Francisco de Asís, S. Antonio de Padua (v.), S. Domingo y S. Isabel.
     
      España. Apoyó la Reconquista española, secundando los esfuerzos de Jaime I el Conquistador (v.) con la concesión de la Bula de la Cruzada, que dieron como resultado la conquista de las islas Baleares y del reino de Valencia. Asimismo favoreció las campañas de Fernando III el Santo (v.) y del arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada (v.), que culminaron en la toma de Quesada y Córdoba. Invitó a los reyes españoles a luchar en Oriente en la recuperación de la Tierra Santa; pero sólo Teobaldo I de Navarra se adhirió al llamamiento pontificio y logró reconstituir, siquiera efímeramente, el antiguo reino de Jerusalén, excepto las regiones de Naplusia y Hebrón. Aprobó la nueva orden de los mercedarios (v.) y envió a España al cardenal de Santa Sabina, Juan Halgrin de Abbeville, para que pusiera en ejecución los decretos de reforma del Concilio Lateranense IV. Esta legación fue de gran importancia para España.
     
     

BIBL.: Fuentes: L. AUVRAY, Les registres de Gregoire IX, 2 vol., París 1896-1910; Vita Gregorii (ex curia), en Rerum Italicarum Scriptores, III,575-587; A. POTTHAST, Regesta Pontificum Romanorum (1198-1304), Berlín 1874-75, 1,680 ss.; ll. 2099 ss-Estudios: P. BALAN, Storia di Gregorio e suoi tempi, 3 vol., Módena 1872; 1. FELTEN, Papst Gregorio IX, Friburgo 1886; FLICHE-MARTIN, Histoire de l'Église, X, París 1958, 225 SS.; F. VALLS TABERNER, S. Ramón de Penyafort, Barcelona 1936, 49-57; D. MANSILLA, Iglesia castellano-leonesa en los tiempos del rey S. Fernando, Madrid 1945; 1. Gofvi GAZT.AbiBIDE, Historia de la Bula de la Cruzada, Vitoria 1958, 153-178.

 

J. GOÑI G.AZTAMBIDE.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991