GREGORIO I MAGNO, SAN


La figura de G. se nos presenta con una multiplicidad de facetas que hacen posible el que le reclamen como objeto propio la Historia de la Iglesia (fue Papa y santo), la Literatura cristiana (Padre de la Iglesia) y la misma Historia Universal. G. fue, además de Cabeza de la Iglesia, un hombre de inteligencia privilegiada y amplia cultura que, por la profundidad de la huella que dejó con su predicación y escritos, ha podido ser considerado como uno de los grandes maestros de la espiritualidad occidental, entre S. Agustín y S. Bernardo. La ejemplaridad y heroísmo de su vida cristiana han sido reconocidos por la Iglesia, aunque su canonización no responde al procedimiento de proclamación solemne, que se hizo habitual a partir del s. XVI (v. CANONIZACIÓN). Su fiesta se celebra el 3 de septiembre.
     
      1. Datos biográficos. La noticia más antigua sobre la vida de G. es la proporcionada por el Liber Ponti f icalis (a. 590-604), que debió de escribirse poco después de su muerte; la primera biografía propiamente tal es seguramente la escrita por un monje anónimo a comienzos del s. VIII, conservada en un manuscrito del monasterio de Saint-Gall. Han llegado hasta nosotros otras dos biografías antiguas: la de Pablo Diácono y la que redactó el diácono Juan por encargo del.papa Juan VIII en el s. IX. Proporcionan además datos sobre la vida de G. los escritos de Isidoro de Sevilla (v.), Ildefonso de Toledo (v.), Gregorio de Tours (v.) y Beda el Venerable (v.); no obstante, la fuente principal está constituida por los escritos del propio G.
     
      N. de ilustre familia patricia romana en fecha incierta, que puede situarse ca. 540 y cursó (como era tradición en su familia) estudios jurídicos; no es segura su vinculación a la gens Anicia. Su padre era el senador Gordiano; su madre, Silvia, llegó a ser santa. No parecen suficientemente sólidos los datos acerca de la existencia de un hermano de G. prefecto de Roma en el a. 590. Entre sus antepasados se cuenta el papa Félix III (483-492). Desempeñó el cargo de prefecto (¿pretor?) de Roma entre los a. 572-74. Por estas fechas, muerto su padre, transformó en monasterio la casa paterna del monte Celio; así lo atestigua una inscripción puesta por G. poco después de su elevación al pontificado. En el nuevo monasterio de S. Andrés debió vivir G. según la regla de S. Benito, aunque los datos referentes a su vida monacal son poco seguros.
     
      En el a. 579-80, siendo diácono, fue nombrado apocrisiario del papa Pelagio II en Constantinopla, cargo en el que permaneció seis años. A esta etapa de su vida remonta la amistad con S. Leandro de Sevilla, que perduró durante años. La estancia en Constantinopla le proporcionó un contacto con la cultura y la vida del Oriente, que debió serle muy útil a lo largo de su pontificado. Durante la legación en Constantinopla inició su actividad literaria; vuelto a Roma, hace una vida retirada en el monasterio del Monte Celio, dedicado al estudio. Otros seis monasterios había establecido en sus posesiones de Sicilia.
     
      De su deseo de evangelizar a los pueblos anglo-sajones nos queda la gloriosa realidad de la misión enviada a aquellas tierras, que dio frutos tan abundantes. Antes había pretendido marchar él personalmente a Inglaterra, pero debió renunciar, quizá a instancias del mismo Pelagio II, que le tuvo como consejero durante los últimos años de su vida. A la muerte de éste, fue aclamado Papa por el pueblo, por el senado y por el clero, según la noticia de Gregorio de Tours y de Pablo Diácono. Fue consagrado en la iglesia de S. Pedro el 3 sept. 590. El libro de la Regla Pastoral, escrito al año siguiente de su consagración, y las numerosas epístolas enviadas durante los 14 años de su pontificado son un dato elocuente de su celo y de su preocupación por el gobierno de la Iglesia.
     
      De sus rasgos físicos sabemos (por la descripción que Juan Diácono hace de una pintura que pudo ver en el monasterio del Monte Celio) que era de estatura mediana y proporcionada, cabello negro, frente amplia y sus ojos, aunque no grandes, eran agudos, llenos de vida. Las fuentes coinciden en presentarlo como un hombre de constitución débil y una gran entereza de espíritu. De su prudencia dio muestras en la resolución de las múltiples situaciones difíciles que las circunstancias históricas le depararon. Prudencia que no está reñida con la audacia de emprender tareas arriesgadas y llevarlas a término; a los monjes enviados a misionar al pueblo anglosajón, desanimados ante las dificultades de la empresa, les escribe: «Porque hubiera sido mejor no dar principio a las obras buenas que abandonar el propósito de llevarlas a cabo una vez emprendidas, es preciso que, con la ayuda del Señor, os dispongáis con toda el alma a terminar la buena obra que habéis comenzado» (J. Diácono, Vita Greg. 11,34).
     
      Estuvo enfermo durante los últimos cinco años de su vida. M. el 12 mar. 604 y fue sepultado en el exterior de la entrada principal de la basílica del Vaticano, bajo el llamado pórtico de los pontífices; su cuerpo permaneció allí hasta que Gregorio IV (m. 844) lo hizo trasladar al interior de la Basílica. El epitafio métrico de su tumba, del que se conservan sólo dos fragmentos, comenzaba así: «Recibe, tierra, un cuerpo que fue tomado de tu cuerpo y que tendrás que devolver el día en que Dios lo vivifique de nuevo. El alma vuela hacia lo alto, no le afectarán las exigencias de la muerte...» (Beda, Hist. Eccl. 11,1). Las ideas que recoge se repiten en muchos otros epitafios medievales. G. pertenecía, sin embargo, a un mundo que aún no había roto del todo el cable que lo unía a la antigua Roma: así se entiende que el mismo epitafio lo llame unas líneas más abajo «cónsul de Dios».
     
      El historiador Gregorio de Tours lo celebra como el hombre más instruido de su tiempo: «Era tal su instrucción en gramática, dialéctica y retórica, que no había en la ciudad de Roma quien le aventajara» (Hist. Franc. X,1). Fue declarado Doctor de la Iglesia por Bonifacio VIII, el 20 sept. 1295.
     
      2. Actividad como Cabeza de la Iglesia. La coyuntura histórica en que se inserta el Pontificado de G. ofrece por una parte el panorama de un predominio de Oriente sobre el Mediterráneo (consecuencia de la política «unificadora» de Justiniano), y por otra una evolución de los reinos bárbaros establecidos en Occidente hacia el Cristianismo.
     
      Ante el peligro representado por el asedio lombardo del a. 592 y la inactividad del exarca de Rávena, G. firma como representante legítimo del llamado entonces ducado de Roma un tratado de amistad con Ariulfo de Espoleto. Al producirse el año siguiente un segundo asedio, G., abandonando la redacción del Comentario a Ezequiel en que entonces se ocupaba, llega a un acuerdo con el rey de los lombardos (Agilulfo) y se compromete a pagar 500 libras de oro. Cuando años más tarde, el exarca de Rávena Calínico (sucesor del que vivió estos acontecimientos) se decide a responder de aquel territorio, G. se limita al papel de un simple intermediario.
     
      La obligada intervención en asuntos temporales exigía por su parte unas fuerzas materiales de que disponer; al mismo tiempo era ineludible la necesidad de medios económicos para llevar a cabo la labor evangelizadora encomendada a la Iglesia; ambas exigencias habían encontrado un cauce en las disposiciones imperiales que a partir de Constantino reconocen a la Iglesia capacidad jurídica para recibir donativos y herencias (v. CONSTANTINO). El patrimonio de S. Pedro venía, pues, incrementándose con multitud de donativos procedentes de cristianos poderosos que pretendían con ello contribuir al esplendor del culto y procurar esos medios materiales indispensables para la vida de la Iglesia. G. especificó en sus escritos el modo en que estas posesiones (esparcidas por toda la cristiandad) debían administrarse, de forma que rindieran el máximo fruto. Y lo hace con la mentalidad de quien no administra lo que es suyo, sino los bienes de todos. El producto de las rentas se destina a pagar los tributos y los gastos de administración y a obras de beneficencia. Esta actividad organizadora contribuyó por otra parte a dar forma definitiva a los dominios del Papa (V. ESTADOS PONTIFICOS). La actuación de G. supone en otro orden de cosas la reafirmación de la Unidad de la Iglesia y del Primado de Roma, cuyo reconocimiento entorpecían las circunstancias históricas de aquel momento. La doctrina del Primado de Roma está expresamente afirmada en los escritos de G., que siente sobre sí el peso de la preocupación por todas las iglesias, y firmemente puesta en práctica en la negativa a admitir el título de «ecuménico» que comenzaban a ostentar los patriarcas de Constantinopla (V. PRIMADO DE S. PEDRO Y DEL ROMANO PONTÍFICE). Enérgica fue también su postura en defensa de los derechos de la Iglesia ante la actitud de Focas, que había asumido el poder en Bizancio después de asesinar al emperador Mauricio en 602. Con la misma firmeza con que defendía la libertad de la Iglesia frente a intromisiones de los poderes exteriores, se opone a los usos que ponen en peligro la integridad de la vida cristiana.
     
      Su celo apostólico tiene una amplia proyección en la labor de expansión del cristianismo realizada durante su pontificado. La misión, compuesta de 40 monjes, enviada a los anglosajones en el a. 596 dio abundantes frutos (V. GRAN BRETAÑA V; AGUSTÍN DE CANTERBURY, SAN; TEODORO DE TARSO). La correspondencia con S. Leandro (v.) revela el interés paternal de G. por lograr que la conversión iniciada por Recaredo fuera cada vez más efectiva y general. Las reformas introducidas en la organización de la iglesia de África tuvieron como fin conseguir una mayor continuidad en la labor de los metropolitanos en aquella provincia y consiguientemente una mayor eficacia De la huella que dejó entre los francos, es testimonio el agradecimiento que se refleja en los escritos de Hincmaro de Reims y Onofre de Autun. Trabajó también G. por la conversión del rey lombardo que, si bien no llegó a hacerse cristiano, hizo bautizar a su hijo Adaloaldo en la Pascua del a. 603.
     
      Al afán de G. por lograr que la luz de la doctrina llegara cada vez a un mayor número de almas, se une el cuidado con que vigila los núcleos de nestorianismo (v.) y monofisismo (v.) en Oriente y la preocupación por reducir los brotes cismáticos que surgieron a consecuencia de la llamada cuestión de los tres capítulos (v.). Firmeza y benignidad se conjugan en el modo de resolver el problema planteado por la consagración de Máximo como obispo de Salona, hecha sin la autorización de G.
     
      Los s. V y VI conocieron un gran desarrollo de las instituciones monásticas. G. es el primer Papa que procede de un monasterio y tuvo un papel de capital importancia en la expansión de la orden de S. Benito, especialmente a través de la biografía del Santo que escribió con inmenso afecto, y que alcanzó una gran difusión.
     
      3. Actividad literaria. La herencia literaria de G. comprende una abundante y variada colección de cartas, comentarios de textos bíblicos, los Diálogos y el libro de la Regla Pastoral; obras que fueron escritas en un espacio de 10 años: la primera de ellas, el Comentario al libro de lob, se inició durante la legación en Constantinopla; las Homilías sobre Ezequiel, comenzadas en el otoño del a. 593, son -según el testimonio de Juan Diácono- su última obra literaria. Se han conservado también bajo su nombre algunos escritos de exégesis bíblica cuya autenticidad no está totalmente probada.
     
      Cartas. La costumbre de registrar por orden cronológico las cartas de los Papas es un uso que procede de las antiguas costumbres romanas y se introdujo en la Santa Sede en el s. IV. El Registrum de G. constituye por sí solo un testimonio fehaciente de su preocupación por el gobierno de la Iglesia, su prudencia y su celo apostólico. No se conserva el primitivo registro epistolar, pero sí tres colecciones: la iniciada por Adriano I (772-795), que recoge 686 epístolas; una colección anterior, que comprendía 200, y una tercera, copiada por Pablo Diácono, que contenía algo más de 50. Descartando del conjunto las que se repiten, dan un total de 848. El estilo de las epístolas es correcto, aunque el mundo cultural que reflejan es pobre, como corresponde a la situación de Italia en aquel momento; su valor literario es discutido y muy desigual.
     
      Escritos sobre la Biblia: a) Comentarios al libro de lob: son lo más valioso de su obra. Comprende 35 libros en seis volúmenes. El mayor interés de la obra está en las observaciones de tipo filosófico, dogmático y moral que contiene, reflexiones que ponen de manifiesto un profundo conocimiento del hombre y a las que se debe el título de Moralia con que la tradición la conoce. Más que un libro de exégesis bíblica, es un manual de espiri. tualidad escrito para un público de minorías. De la gran difusión alcanzada por la obra en los siglos sucesivos es prueba el abundante número de manuscritos medievales que la contienen.
     
      b) Las 22 Homilías sobre Ezequiel están escritas en cambio para el gran público. Aunque al parecer la intención de G. fue en un principio comentar todo el libro, no llegó a hacerlo. Su redacción, interrumpida en el otoño del a. 593 por la invasión de Agilulfo, se continuó inmediatamente después.
     
      c) Las 40 Homilías sobre el Evangelio fueron pronunciadas seguramente durante los domingos y días festivos del comienzo de su pontificado.
     
      Según sus propias referencias, escribió Comentarios al Cantar de los Cantares, al Libro de los Reyes y a otros escritos sagrados, pero no es segura la autenticidad de todos los que se le atribuyen.
     
      Diálogos. En el verano del a. 593, G. estaba ocupado en la redacción de esta obra, que seguramente terminó al año siguiente. Los cuatro libros de los Diálogos están escritos sin una finalidad literaria y dirigidos a un público sencillo; adoptan una forma semejante a la de la Historia Lausiaca de Palladio o la Vida de S. Martín de Tours escrita por Sulpicio Severo: a petición de su amigo el diácono Pedro, G. va exponiendo hechos y ejemplos de multitud de santos, a los que se mezclan leyendas y noticias sobre las costumbres de su tiempo. El libro segundo es la biografía de S. Benito, escrita seguramente sobre los relatos de los monjes fugitivos de Montecassino, incendiado por los lombardos. Los Diálogos trasmitieron a la posteridad un acervo de conocimientos acerca de la cultura antigua, al tiempo que favorecieron en el pueblo la afición por lo legendario, tan propia de la mentalidad medieval. Tuvieron por otra parte un influjo extraordinario en las concepciones religiosas de la Edad Media; Gustav Krüger ha puesto en relación las visiones del libro cuarto con las de la Divina Comedia; los Diálogos fueron traducidos al griego por el papa Zacarías (741-752), al anglosajón en tiempo de Alfredo el Grande por el obispo de Worcester, al antiguo francés, al italiano e incluso al árabe.
     
      La Regla Pastoral. Escrita en el a. 591, es una manifestación más de la preocupación pastoral de G., que describe su contenido del siguiente modo: «con qué cualidades debe uno llegar a la dignidad de la prelatura, y cómo debe vivir el que a ella ha llegado debidamente, y cómo debe enseñar el que vive bien; y el que enseña bien reconozca de continuo, con la mayor reflexión posible, su flaqueza; para que ni la humildad rehúya el acceso, ni la vida impida el arribo, ni la enseñanza contradiga a la vida, ni la presunción ensoberbezca a la enseñanza» (Prol. trad. de P. Gallardo, o. c. en bibl., 107). La aptitud para el cargo, la ejemplaridad de quienes lo ejercen, la pureza de la doctrina y la humildad personal son, pues, los puntos capitales de la Regla. Pronto se extendió por Italia, Hispania y Galia y entre los anglosajones y en el oriente griego fue conocida a través de la traducción del patriarca Anastasio de Antioquía (n. 609). Desde época carolingia se recomienda su lectura a los obispos antes de su consagración y ha sido apreciadísima hasta nuestros días.
     
      Puede decirse que la tarea de la crítica literaria en torno a la obra de G. no ha hecho más que iniciarse.
     
      4. Actividad litúrgica. La tradición medieval vio en G. un reformador de la Liturgia, que dio las líneas esenciales de su forma actual al Misal Romano -Sacramentarium- y reformó el canto litúrgico: Antifonarium. La crítica moderna, apoyada en la carencia de testimonios antiguos, ha negado la autenticidad de esta atribución; en realidad procede de época carolingia la noticia más antigua de la conexión de G. con las reformas litúrgicas, pero no parece ésta razón suficiente para afirmar de raíz su falta de autenticidad; por otra parte, la tradición manuscrita deja ver como cosa segura que la Liturgia Romana tenía ya en el s. vil las características de la conocida como gregoriana. Cabrol defiende la autenticidad del Sacramentarium, que dice aceptada por los principales liturgistas, si bien la redacción que conocemos es de tiempos de Adriano 1 (772-795). Tampoco las dudas acerca de una nueva versión del Antifonarium están suficientemente fundadas. La atribución del canto o música gregoriana (v.) es la más insegura; la han defendido entre otros Dom Morin, R. Aigrain y A. Gastoné.
     
      Si tiene razón Leclercq cuando afirma que en la Historia de la Iglesia hay nombres que significan una etapa, un impulso, una dirección determinada, la figura de S. Gregorio Magno es sin duda una de ellas: por la importancia del lugar que ocupó y lo decisivo del rumbo que supo marcar en aquellos años difíciles; por la riqueza de su espíritu volcada en sus escritos, que imprimieron una huella profunda y duradera en la espiritualidad medieval y sirvieron al tiempo de trasmisión de la cultura antigua a un mundo que comenzaba a organizarse después de la anarquía de las invasiones. Y porque su celo abrió camino a la fecunda labor apostólica de la Iglesia a lo largo del Medievo; celo que era, en definitiva, un desbordamiento de su vida santa, porque como él mismo escribió: «neque enim res, quae in se ipsa non arserit, aliud incendit» (Mor. V11,44.72).
     
      V. t.: CARTA PASTORAL; ERUDITOS FILÓSOFOS DE LA ALTA EDAD MEDIA; LEANDRO DE SEVILLA, SAN; LOMBARDOS.
     
     

BIBL.: a) Fuentes: G. MAGNUS, Opera omnia, en PL 75-79; Registrum Epistolarum Gregorii I Pp., ed. E. HARTMANN, en MGH, Berlín 1891-99; Gregorii Magni Dialogi libri IV, ed. MoRICCA, en Fasti per la Storia d'Italia, IV, Roma 1924; Expositiones in Canticum Canticorum, in Librum primum Regum, ed. VERBRAKEN, Corpus Christianorum 144, Turnholt 1963; Obras, trad. de P. GALLARDO, BAC 170, Madrid 1958 (comprende la Regla Pastoral, Homilías sobre Ezequiel, y las 40 Homilías sobre el Evangelio); Liber Pontificalis, ed. DUCHESNE, I, París 1886, 312 ss.; ANÓNIMO (S. VIII), Vita G. ed. GASQUET (A Life of Pope Gregory the Great), Westminster 1904; PABLO DIÁCONO, Vita G., ed. GRISAR, en «Zeitschrift für Katholische Theologie» XI (1887) 158-173; BEDA, Historia Ecclesiastica Gentis Anglorum, ed. PLUMMER, 2 vol., Oxford 1896; GREGORIO DE TOURS, Historia Francorum, ed. ARNDT, en MGH, Hannover 1884.

 

CARMEN CASTILLO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991