Glosolalia
 

Este término, de origen griego, no se encuentra en los escritores antiguos, sino que fue forjado por los biblistas para designar el «don de lenguas», frecuente en la Iglesia primitiva. Etimológicamente se compone de glossa, lengua, y lalein, hablar; aunque glossa puede también significar una palabra desconocida por determinada persona o una palabra conocida aunque con significado desusado en una determinada región o ambiente. Lalein glose o lalein (en)glosais es la locución con que los libros del N. T. designan el carisma (v.) de los cristianos que, en las reuniones, alababan a Dios con palabras más o menos extrañas, provenientes más de un impulso interior del Espíritu que de una actividad consciente de la inteligencia.

En los Evangelios únicamente es S. Marcos quien hace alusión a un don de lenguas: Jesús promete a los Apóstoles que hablarán lenguas nuevas (Me 16,17). Pero el contexto no esclarece si se trata de un lenguaje de naturaleza mística o de un poliglotismo milagroso. Informaciones más precisas sobre la g. se encuentran en los Hechos de los Apóstoles y en S. Pablo.

Los Hechos narran cómo el día de Pentecostés, los Apóstoles, reunidos con otras personas en Jerusalén, «quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar otras lenguas» (2,4). Se trata de verdaderos idiomas hablados en determinados países, diferentes de aquellos que habitualmente hablaban los Apóstoles, pues los oyentes les oyen hablar sus propias lenguas y se admiran del hecho de oírlas en labios de galileos (2,8-9). Sin embargo, hay autores que sin mucho fundamento intentan equiparar este fenómeno con aquel otro que ocurría en la Iglesia de Corinto, donde los glosólalos alababan a Dios con palabras misteriosas, desconexas e ininteligibles para los presentes, a no ser que fuesen debidamente interpretadas. En este caso los Apóstoles habrían hablado de manera confusa en sus propias lenguas y los oyentes les habrían comprendido gracias a un «milagro de audición»; o que el Espíritu Santo había dado a algunos el don de la interpretación; pero tal explicación no parece que corresponde a la idea de otras (heterai) lenguas, ni a los datos arriba apuntados. Ni es admisible decir que S. Lucas, al describir el milagro de Pentecostés, se permitió una cierta libertad en la presentación de los hechos y sacrificase la estricta historicidad de la narración con el propósito de realzar la universalidad de la Iglesia, que une a todos los pueblos por medio del don del Espíritu Santo. Sin embargo, el fenómeno de Pentecostés (v.) y la g. de Corintio coinciden en un punto: en el contenido de las respectivas manifestaciones carimásticas. En ambos casos se dan expresiones de alabanza a Dios, o sea, de proclamación de las «maravillas de Dios» (Act 2,11). Del centurión romano Cornelio y de sus familiares dicen los Hechos que ellos, al oír la predicación de Pedro, quedan llenos del Espíritu Santo y comienzan a alabar a Dios «hablando lenguas» (10,46). No se explica la naturaleza de este fenómeno, pero las palabras de S. Pedro declarando que aquellas gentes «recibieron el Espíritu Santo como nosotros» (10,47) insinúan que se trata de un fenómeno semejante al ocurrido en Jerusalén. De los efectos se refiere que, al serles impuestas las manos, comienzan a «hablar en lenguas y a profetizar» (19,6). Nótese aquí la vinculación de la g. con el don de profecía (v.), lo que hace recordar la actividad del Espíritu de Dios en los profetas del Antiguo Testamento.

Es S. Pablo quien da los datos más precisos sobre la g. en los primeros tiempos de la Iglesia. En 1 Cor 12-14 ese carisma es mencionado una veintena de veces. La comunidad de Corinto se distinguía por una actividad carismática particularmente intensa. Entre los muchos dones que el Apóstol enumera (12,4-11) la g. era apreciada de manera exagerada, lo que preocupaba a S. Pablo, que trata de colocarla en su debido lugar. Esto le da oportunidad de caracterizarla con suficiente precisión. Así nos informa: que el glosólalo no habla a los hombres, sino a Dios en un lenguaje misterioso, incomprensible para los oyentes (14,2); que un no-cristiano que asistiese a una de esas manifestaciones podría tener la impresión de presenciar una escena de manicomio (14,23); y que la palabra del glosólalo, cuando no sigue una interpretación, no alcanza la inteligencia (14,14). En resumen, aunque sea también un don del Espíritu Santo, la g. ocupa un lugar secundario en la jerarquía de los carismas y vale menos que, p. ej., la profecía que con su lenguaje directamente comprensible provoca arrepentimiento y conversión. El Apóstol deja claro que se trata de un signo o don extraordinario concedido por Dios a algunos cristianos para facilitarles la fe; signo que, por lo demás, debe estar sometido al juicio de la verdad del Evangelio, única regla de la autenticidad cristiana.

En las religiones del mundo grecorromano encontramos fenómenos que han sido puestos en relación con la g. de Corinto, como el de la pitonisa de Delfos y la Sibila de Cumas. Se creía que una divinidad entraba en esos oráculos y que utilizando las voces de éstos se comunicaba con los mortales en un lenguaje misterioso que tenía que ser interpretado por sacerdotes especializados. Hablando de poetas, profetas y adivinos, Platón dice que la divinidad les saca la inteligencia, se instala en ellos y los utiliza para dirigirnos la palabra (Ion. 533d-534e; cfr. Tim. 72a). Algunos autores han pretendido explicar la g. de que habla el texto bíblico por comparación con los fenómenos místico-extáticos del mundo religioso del helenismo. Pero tales aproximaciones no son convincentes, ni siquiera desde un punto de vista de análisis psicológico, ya que en la g. bíblica nos encontramos ante un fenómeno de origen sobrenatural. Es claro que los textos paulinos presentan la g. de Corinto en continuidad con hechos del A. T. El Espíritu (pneuma) de Dios, que obra en los glosólalos, es para el Apóstol el mismo que invadía a los profetas del A. T., que se aposentaba de los nebiim, los pone en estado de trance (1 Sam 10 ss.) y a veces les hace hablar según el modo de los mentecatos (2 Reg 9,11; cfr. Os 9,7).

Algunas sectas cristianas, en especial entre los pentecostales (v.), bastante numerosos en América, pretenden experimentar la g. y para ello provocan estados extáticos, durante los cuales alaban a Dios con exclamaciones desconexas, lo que es ilusoriamente interpretado como señal externa de un bautismo espiritual.
 

OTTO SKRZYPCZAK.

BIBL.: H, LECLERCQ, Glosolalie, en DACL V1,1,1322-1327; S. LYONNET, De glossolalia Pentecostés eiusque significatione, «Verbum Domini» 24 (1944) 65-75; fD, L'étude du milieu littéraire et 1'exégése du N. T., «Biblica» 37 (1956) 3 ss.; E. B. ALLO, Premiére Épitre aux Corinthiens, 2 ed. París 1956, 374-384; 1. DuPONT, Gnosis, 2 ed. Lovaina-París 1960, 204-210; F. W. BEARE, Speaking with tongues, «lournal of Biblical Literature» 83 (1964) 229-246.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991