Entre los ritos (v.) occidentales diversos del romano, está el llamado
«rito galicano». Fue propio de las iglesias de Francia desde el s.V al IX
aproximadamente.
Origen. Aunque los comienzos de esta liturgia resulten todavía muy
oscuros para los historiadores, parece lo más probable que «en la base
existe un sustrato fundamental con la liturgia romana, derivado de ella y
resto lejano del núcleo litúrgico primitivo» (M. Righetti, Historia de la
Liturgia, I, Madrid 1955, 140). Pero muy variados factores determinan poco
a poco su diferenciación. Por una parte, la situación política en que se
encontraron aquellas poblaciones gálico-romanas durante la dominación de
los francos (v.), sin apenas contacto con la antigua metrópoli; y más
tarde el empuje dado al cristianismo por los reyes cristianos de la
dinastía merovingia, no exento de ciertos tintes nacionalistas. Por otra
parte, en este s. v se fue acentuando la revolución cultural iniciada ya
en el siglo anterior, con los continuos viajes, las peregrinaciones a
Tierra Santa, el intercambio de obispos y monjes, occidentales unos, que
permanecían por largo tiempo en Oriente admirando y aprendiendo entre
otras cosas el esplendoroso culto de aquellas iglesias; orientales otros,
que venían a establecerse en Occidente y trataban de incorporar a la
liturgia occidental cuanto de bueno y edificante habían vivido en sus
iglesias de Oriente.
De ahí, el hacerse paulatino de una liturgia autóctona, cuyas
características pudieran ser, en consonancia con el genio de la raza, la
ampulosidad de sus ritos, el vuelo lírico de sus fórmulas, la delicada
expresión del sentimiento popular, tan distante ya de la sobriedad
exquisita de la liturgia romana. De ahí también las claras influencias
orientales que adornan el rito galicano, fenómeno perfectamente explicable
en una época tan hondamente impresionable, con su lógico sentido de
adaptación y de imitación.
Decadencia. Sin embargo, la liturgia galicana no duró mucho; llevaba
dentro de sí aquellos elementos disgregadores que la arrastrarían a su
disolución. Si el rito milanés ambrosiano (v.) logró sobrevivir a la
romanización del culto, se debió en buena parte a la autoridad y prestigio
de la sede metropolitana, y a la veneración por el que creían entonces
fundador de este rito, S. Ambrosio. Pero en la Galia merovingia reinó una
amplísima libertad, que llevó la variedad ritual demasiado lejos, hasta
convertirse en pura anarquía. Faltaba la autoridad de un Obispo y de una
sede que centralizara de algún modo la ordenación de la liturgia, y ni los
esfuerzos realizados por los concilios provinciales de la época en pro de
una mayor unidad consiguieron su intento.
Semejante inestabilidad y desconcierto no hizo sino acelerar el
trance de decadencia. A su vez, los Romanos Pontífices no cejaron en su
empeño de una mayor unidad litúrgica en torno al rito romano. Así, S.
Bonifacio, aconsejado por el papa Zacarías, trabajó por desenraizar
ciertas intromisiones galicanas en el rito romano de los países
germánicos, lo cual no dejó de impresionar a los pueblos francos. Se
aprecia ya una fuerte romanización en los libros litúrgicos galicanos que
hoy conocemos: Missale Gallicanum vetus, Missale Gothicum, Missale
Francorum. Todavía más significativa es la presencia del Sacramentario
Gelasiano (s. VII), importantísimo libro litúrgico de la iglesia de Roma,
escrito en Francia con no pocos usos galicanos ya. Tan implantado estaba
en las diócesis galas, que fueron apareciendo a continuación diversas
adaptaciones, como el Gelasiano de San Galo 348, el de Angulema, el de
Gallone, etc. (V. LIBROS LITÚRGICOS).
El proceso de romanización coronó su última etapa durante el reinado
carolingio (v.). El esplendor de la liturgia y canto de la iglesia de
Roma, desplegado en París por el papa Esteban 11 cuando vino a la
coronación de Pipino el Breve (a. 754), entusiasmó a los francos. El mismo
Pipino comenzó introduciendo el canto gregoriano (v.) en la liturgia
galicana, según testimonio de su hijo Carlomagno, para terminar
incorporando el Sacramentario Gregoriano, con la ayuda de su tío, el
obispo de Metz. Finalmente, Carlomagno (v.) consumó la obra de su padre
con facilidad, hasta el punto de que, pocos años después de su muerte,
solamente quedaban algunos misales galicanos arrinconados en los archivos
y en estado calamitoso (V. t. REMIGIO DE ROUEN, SAN).
La Misa galicana. Mientras el celebrante y clero hacen su ingreso,
se entona una antífona con salmo, similar al canto de entrada romano. El
celebrante saluda al pueblo con «El Señor esté siempre con vosotros» y se
canta el Trisagio en griego y latín, al que sigue el canto de la Prophetia
o del Benedictus. Termina este rito de entrada con la collectio post
prophetiam, precedida de una invitación a la plegaria de los fieles o
praefatio.
Tres son las lecturas de la Misa galicana: la primera, tomada del A.
T.; la segunda, del Apóstol (Hechos y Epístolas), seguida del Cántico de
los tres jóvenes; la lectura evangélica va precedida de una solemne
procesión y seguida del Trisagio, nuevamente. El celebrante hace luego la
explicación homilética de los textos leídos.
Termina esta liturgia de la Palabra con unas preces litánicas, que
dirige el diácono, de marcado sello oriental. En el Misal de Stowe se
conserva un formulario de estas preces: «Digamos todos de corazón: Señor,
escúchanos y ten misericordia de nosotros...»; con la collectio post
precem, el celebrante cierra esta oración.
La liturgia del sacrificio se abre con la procesión solemne de
ofrendas: se llevaba al altar el pan encerrado en una caja en forma de
torre y el vino en el cáliz, cubierto todo con velos, mientras el pueblo
cantaba el sonus, canto procesional de ofertorio, análogo al bizantino
Himno de los Querubines. Depositadas las ofrendas sobre el altar, se
cantan las Laudes o triple Aleluya, se leen los dípticos con los nombres
de vivos y difuntos que se conmemoran, juntamente con la memoria de los
santos, y el celebrante recita la collectio post nomina. El rito termina
con el beso de paz, a la vez que se recita la collectio post pacem.
La oración eucarística se inicia con la contestatio o immolatio
correspondiente al prefacio romano, y de fórmula más extensa. Canta el
pueblo el Sanctus, y sigue una breve oración de transición Post Sanctus,
que conecta con la consagración. Después de la consagración tiene gran
relieve la oración llamada Post pridie, dado su carácter de anámnesis (v.)
y epiclesis (v.) conjuntamente. En el rito de la fracción del pan, las
partículas se ponen en forma de cruz y se entona un canto llamado
Confractorium. El Pater noster es recitado por celebrante y pueblo, a la
manera oriental. Precede a la comunión una bendición del obispo a los
fieles, para que se acerquen justificados al cáliz de bendición; a los
sacerdotes se les permite dar la bendición también, pero con fórmula más
breve; era un rito entrañable para el pueblo, que continuó usándose en las
diócesis galas, aun después de abolido el rito galicano. La comunión se
recibía en el altar; los hombres, sobre la palma de la mano descubierta;
las mujeres, en la mano cubierta con un pañuelo; se comulga también del
cáliz del Señor. Mientras tanto, se canta la antífona fija Trecanum. Sigue
la oración poscomunión. Y termina la Misa con estas palabras: Missa acta
est. In pace!
V. t.: GALICANO, CANTO; RITO.
BIBL.: Fuentes: PSEUDO-GERMÁN DE
PARES (fines del s. VII), Expositio brevis antiquae liturgiae gallicanae,
en PL 72,89; Misas (siete formularios del s. VII) descubiertas por F. J.
MONE en 1850, ed. en PL 138,863-882, y ed. MOHLBERG en Missale Gallicanum
vetus (s. VII-VIII), Roma 1958, 61-91; Missale Bobbiense (s. VII), en PL
72,351-574, y en The Bobbio Missal, ed. E. A. LOWE, Londres 1920; Missale
Gallicanum vetus (s. VII-VIII), ed. en PL 72,339-382, y ed. por MOHLBERG,
Roma 1958; Missale Gothicum (s. VIII), ed. en PL 72,225-318, y ed. por
MOHLBERG, Roma 1961; Missale Francorum (s. VIII), ed. PL 72,318-340, y ed.
MOHLBERG, Roma 1957.
C. GARCIA DEL VALLE.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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