FRANCISCANOS, III. ESPIRITUALIDAD FRANCISCANA.


Preguntarse por la espiritualidad f. equivale a hacerlo sobre la esencia del don (carisma; v.) que el Espíritu Santo ha querido hacer a la Iglesia, para su edificación y perfeccionamiento, a través de S. Francisco. Ante todo hemos de considerarla como vivencia peculiar del evangelio, que manifiesta «un aspecto universal de la Iglesia» (Paulo VI, Aloc. 19 jul. 67) y responde, como atestigua el Magisterio, a una perenne necesidad de la misma. Tratándose de una vivencia social y prolongada en el tiempo, hay que buscar sus características no sólo en la vida y pensamiento de su iniciador (con ser elementos primordiales y determinantes) sino también en quienes han perpetuado el carisma en la Iglesia viviéndolo conforme a modalidades diferentes, cuyas coincidencias permiten determinar, como otras tantas constantes históricas, sus elementos esenciales.
      El carisma franciscano. Es de tipo netamente profético. S. Francisco (v.) apenas si escribió; obró con una notable riqueza de acciones simbólicas. Algunos de sus discípulos se contentaron con imitar los diversos aspectos de su personalidad; otros reflexionaron acerca de ella y la elevaron a teoría, elaboraron intelectualmente el gesto profético, cada uno conforme a su propia índole y circunstancia. El carácter peculiar del franciscanismo explica tanto la dificultad de reducirlo a un sistema de formulaciones abstractas, cuanto el hecho de que quepan en él diversas posturas y formulaciones, tanto vitales como intelectuales (v. iv). Hemos, pues, de contentarnos con describir esta espiritualidad, sin definirla, poniendo de relieve sus elementos permanentes, que se hallan en grado eminente en S. Francisco y que avaló la tradición de aquellos cristianos (laicos y religiosos) que vieron en él su modelo y siguieron su ideal.
      La misión carismática del franciscanismo se nos presenta desde su Fundador como la exigencia de una renovación interior de la Iglesia mediante una conversión continua (penitencia), como una reforma de la misma caracterizada por la vuelta a los aspectos vitales, esenciales, del evangelio (profetismo renovador) y realizada (cual conviene al carisma profético) en fidelidad a la norma eclesial de fe y en sumisión activa a las directivas del carisma ministerial y jerárquico, personificado en el Papa y los Obispos, con carácter de ayuda, de revivificación y suplencia, más con el testimonio de la vida que con las palabras. S. Francisco tiene el mérito de enderezar por cauces de unidad y ortodoxia el potentísimo movimiento de reforma que partía de la base de la Iglesia en el s. xli. Esta misión comporta la manifestación (profetismo testifical) del carácter sacramental de la Iglesia en cuanto signo de la unión mística con Cristo sacerdote y rey, mediante la comunión activa con los misterios de su pasión y resurrección, y de la unión fraterna de los hombres entre sí y con Dios; de su realidad como actuación del pueblo mesiánico «pobre y humilde» (Soph 2,3; 3,12); de su carácter de anticipación escatológica del hombre nuevo que ha vuelto a encontrar la armonía perdida: interior, de perfecta subordinación a Dios; exterior, de redescubrimiento del sentido religioso de lo creado, de dominio fraterno sobre las criaturas (profetismo escatológico). Dentro de tales perspectivas podemos llegar a comprender los elementos esenciales del carisma:
      Elementos esenciales: pobreza, humildad, amor. S. Francisco busca de todo corazón la entrega a Dios, a quien concibe principalmente como Bien supremo, Padre amoroso y providente, y Señor magnánimo, mediante la conversión interior continua, en la oración incesante (de alabanza, acción de gracias, de júbilo, de amor) y por la adhesión amorosa a Cristo crucificado, que lleva a identificarse interiormente con Él, a imitarle fielmente, a la aceptación integral de su evangelio como regla práctica de vida, sin sutiles distinciones, ad litteram, sine glossa, como lo da a entender el Espíritu Santo y bajo la guía de la Iglesia. S. Francisco incluyó específicamente para sus frailes las normas dadas por Cristo a sus apóstoles cuando les envió a predicar (Lc 9 y 10), que las órdenes mendicantes quisieron perpetuar en la Iglesia.
      El amor transformativo a Jesucristo y su contemplación en los misterios donde más revela su amor a los hombres (Belén, Eucaristía, Cruz) llevan a Francisco a la comprensión y vivencia de tres actitudes fundamentales, que constituyen el meollo de su respuesta amorosa al Crucificado: la pobreza, la humildad y la caridad fraterna. Actitudes existenciales que por un lado son libertadoras de la esclavitud de los bienes terrenos, de la soberbia, del egoísmo (dimensiones capitales del hombre viejo); por otro, son crucificantes (suponen dolor en la renuncia) y así asimilativas con Cristo, haciendo del franciscano un alter Christus crucificado (en S. Francisco la estigmatización de La Verna tiene valor de símbolo profético, desvelador del misterio de su vida); por último, estas actitudes se escalonan y preparan la una a la otra: la pobreza (despego de los bienes terrenos, que en S. Francisco llega a ser renuncia actual heroica) prepara a la humildad (desprecio y olvido del yo pecador, sumisión a toda criatura) y ambas a la caridad fraterna, que sólo es posible al pobre y humilde y se dirige universalmente a toda criatura con desinterés absoluto. Finalmente constituyen una simbiosis vital: pobreza y humildad casi se identifican; el amor está hecho de pobreza y humildad y se dirige preferentemente a los pobres y humildes; la pobreza y humildad hallan en el amor su plena justificación y ejercicio.
      Concepción de la vida. Estas tres virtudes cristiformes se hallan en la raíz de la concepción f. de la vida: pobreza y humildad sitúan a Dios como Ser supremo, trascendente, altísimo, que se comunica a las criaturas, esencialmente mendigas, por puro amor, manifestándose así como Padre de bondad infinita. El pecado es esencialmente una falta de correspondencia al Amor «que no es amado», y un acto de apropiación indebida y orgullosa. Cristo es el ideal de la existencia; el deseo supremo del alma es identificarse con Él por amor hasta llegar a participar, «en cuanto sea posible a humana criatura», de la pasión que Él abrazó «por nosotros, vilísimos pecadores» (Florecillas, IV) actualizando visiblemente el destino cristiano de participación en la cruz. El f. se siente «heraldo del gran Rey» llamado a anunciarle a todos los hombres con el testimonio de su vida, que concibe siempre como empresa apostólica. Los hombres son todos hermanos, hijos de Dios, por quienes murió Cristo, a quienes se da el f. con absoluto desinterés, en la acción, en la plegaria, en la inmolación; cuya salvación es suprema ansia de su alma. Todo hombre ha de ser contemplado con humildad, con amor, por eso se ha de respetar su libertad (de donde procede el amor) y su personalidad, subrayando el sentido de responsabilidad personal: respeto hacia el que piensa diversamente, hacia el que yerra. Y los individuos libres y responsables no degeneran en anarquía porque el amor fraterno los unifica en Cristo y les lleva a someterse unos a otros. El binomio autoridadobediencia es concebido como servicio humilde por amor en el que manda («los ministros sean siervos de todos los frailes», Regla II, c. 10), y como un sacrificio hecho a Dios de la propia voluntad, por amor a Cristo, en quien obedece. Tal respeto a la individualidad hace que el franciscanismo se resista a los esquemas tanto sociales cuanto individuales, a los sistemas preconcebidos, a los métodos rigurosos; fomenta personalidades intuitivas, voluntaristas, originales (casi un centenar de santos canonizados; v. il); repugna los centralismos y autoritarismos de toda clase que sofoquen la propia iniciativa, incluso al acaparamiento de la verdad propio de las «escuelas», al apego desordenado a la propia mentalidad y cultura.
      Sencillez, abandono, alegría. De estas tres virtudes brota la sencillez, que es candor sapiencial, sinceridad y rectitud interiores para con Dios, el prójimo y uno mismo, desprecio de la vanagloria, odio a la simulación e hipocresía; nace la primacía del amor y de la acción sobre el conocimiento: se conoce para amar y tanto se sabe cuanto se obra. La purificación interior que causan y la iluminación amorosa con que llevan a Dios dan al alma un recto sentido de la significación del universo creado y de la actividad del hombre en el mismo: todas las criaturas son hermanas, vestigios de la bondad y hermosura divinas y todas sirven de escala para conocer y amar a Dios y de instrumentos para lograr su reino de amor fraterno en la tierra. El f. perfecto es como una realización del hombre nuevo en su dimensión escatológica, que mediante el despojo (asimilación a la muerte de Cristo) y por el amor ha llegado a enseñorear lo creado reduciéndolo al servicio y alabanza de Dios en fraterna y universal armonía.
      De todo lo dicho se derivan varios aspectos típicos de la espiritualidad f.: el abandono y confianza absolutos en la divina providencia, base de su pobreza; un sentimiento de optimismo general ante la vida que ahuyenta la tristeza; la proverbial «perfecta alegría» que se halla incluso en el dolor, porque une al Crucificado, y que lleva a recibir cantando a la hermana muerte corporal (Celano: Legenda II, c.162); un anhelo de paz universal y un esfuerzo perseverante por llevarla a todo el mundo; una delicada sensibilidad hacia los valores estéticos; una valoración positiva de las creaciones humanas, todas provenientes de Dios y a É1 reducibles cuando el corazón es puro; un sentido de concretez que mira las cosas en su realidad plástica, huyendo lo abstracto, la especulación pura, el juego de palabras o de ideas, el «diletantismo»; una mística donde el acto de contemplación es sabiduría que se resuelve en unión de amor.
      Oración y apostolado. La espiritualidad f. se alimenta mediante una oración de tipo más bien afectivo, personal, libre. Cristo se ofrece cual motivo de imitación y contemplación en los misterios donde más resaltan su pobreza, su humildad y su amor (pesebre, ecucaristía, vía crucis). Al lado de Cristo figura la Virgen, a quien S. Francisco saludó ya como madre y perfecto ejemplar del movimiento franciscano (quien a su vez ha dado a la Iglesia el dogma de la Inmaculada Concepción; V. MARÍA II, 3).
      El apostolado f. es principalmente testimonio de presencia y actualización de vida evangélica y se dirige con preferencia a los pobres y humildes, cuya suerte el fraile comparte vitalmente, pues debe ganarse la vida con el trabajo humilde. La predicación es sencilla, sincera, directa. Ocupa lugar destacadísimo el interés por las misiones entre infieles, en las que el f. suele ser misionero de vanguardia, y para las que le hacen idóneo la gran movilidad que brota de su espíritu de «extranjero y peregrino» y su despego no sólo de casas, lugares y cosas, sino del mismo bagaje cultural e intelectual, que le posibilitan la comprensión y adaptación.
      La espiritualidad f. puede decir las siguientes cosas al hombre de nuestra época: renovar en los hombres la conciencia del pecado, y en la Iglesia la de su necesidad de renovarse y reformarse mediante la vuelta sincera al evangelio; manifestar que el mundo se salva mediante la pobreza, la humildad y el amor hecho servicio; demostrar que el profetismo reformista sólo es válido si es una expresión de amor, de humildad y en actitud de servicio y obediencia a la Iglesia; enseñar que el individualismo, la libertad, la responsabilidad personal han de contemplarse en función de amor, solidaridad y obediencia; dar sentido cristiano al trabajo, a la técnica, a la-estética, a la filosofía, unificando el saber, conjugándolo con la acción y llevándolo a Dios; educar para el diálogo, que se funda en el mutuo respeto, con creyentes y no creyentes; preparar la evangelización del Tercer Mundo e incluso la del mundo comunista, para la que sensibiliza mediante la pobreza, el sentido del trabajo y la fraternidad universal.
     
      V. t.: ESPIRITUALIDAD Y ESPIRITUALIDADES.
     

     

BIBL.: U. D'ALENCON, L'áme franccscaane, París 1913; ÍD, La Spiritualité franciscaine, «Études Franciscains» 39 (1927) 276-295, 338-351, 449-471, 591-604; 40 (1928) 81-99; J. DE GUERNICA OFMCap, Introducción a la mística franciscana. Ensayo teológicobíblico-literario, Buenos Aires 1925; CESÁREO DE TOURS OFMCap, La perfección seráfica según S. Francisco, Barcelona 1926; V. MILLS OFM, A Bibliography of franciscan ascetical writers, en The fransciscan Educational Conference, Cincinnati (Ohio) 1927, 248-332; A. GEMELLI OFM, El Franciscanismo, Barcelona 1940; ÍD, La spiritualitá francescana, en Le Scuole cattoliche di spiritualitá, 3 ed. Milán 1949, 75-120; V. M. BRETON, El Cristo en el alma franciscana, Buenos Aires 1941; fD, La spiritualité franciscaine. Synthése. Antithése, 2 ed. París 1948; H. FELDER OFM, Los ideales de S. Francisco de Asís, 2 ed. Buenos Aires 1947; MÍSTICOS FRANCISCANOs ESPAÑOLES, BAC, 3 vol., Madrid 19481949; V. DE Bussum OFMCap, De spiritualitate franciscana. Aliqua capita fundamentalia, Roma 1949; L. BRACCALONI OFM, Spiritualitá Francescana. In conformitá di Cristo, Vía, Veritá e Vita, 2 ed. Venecia 1949; M. M. CICARELLI OFM, I capisaldi della spiritualitá Francescana, Benevento 1955; ÍD, I misteri di Cristo nella spiritualitá francescana, Benevento 1961; I. GOBRY, Saint Franeois d'Assise et 1'esprit franciscann, París 1957; E. BETTONI OFM, Visión franciscana de la vida, Oñate 1957; MELCHOR DE POBLADURA OFMCap, Aportación de los capuchinos españoles al estudio de la espiritualidad, en PONT. UNIV. DE SALAMANCA, Estado actual de los estudios de teología espiritual, BarcelonaLisboa 1957, 295-319; L. VILLASANTE OFM, Trabajos de espiritualidad publicados por los franciscanos, ib., 435-478; BILLEBRORD, Le message spirituel de S. FranFois d'Assise dans ses écrits, Blois 1960; A. MATANIC OFM, Le Scuole di spiritualitá nel Inagistero pontificio, Brescia 1964; fD, Per una sintesi della spiritualitá francescana, Venecia 1965; P. DESBONNETS y VORREUX OFM, S. Fran(7ois d'Assise. Documents, París 1968 (escritos y biografías); «Quaderni di spiritualitá francescana», Asís 1961 en adelante (temas especiales y bibl.); v. t. la bibl. de los ap. I y IV y de FRANCISCO DE ASÍS, SAN.

 

PEDRO DE ALCÁNTARA MARTÍNEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991

.


Preguntarse por la espiritualidad f. equivale a hacerlo sobre la esencia del don (carisma; v.) que el Espíritu Santo ha querido hacer a la Iglesia, para su edificación y perfeccionamiento, a través de S. Francisco. Ante todo hemos de considerarla como vivencia peculiar del evangelio, que manifiesta «un aspecto universal de la Iglesia» (Paulo VI, Aloc. 19 jul. 67) y responde, como atestigua el Magisterio, a una perenne necesidad de la misma. Tratándose de una vivencia social y prolongada en el tiempo, hay que buscar sus características no sólo en la vida y pensamiento de su iniciador (con ser elementos primordiales y determinantes) sino también en quienes han perpetuado el carisma en la Iglesia viviéndolo conforme a modalidades diferentes, cuyas coincidencias permiten determinar, como otras tantas constantes históricas, sus elementos esenciales.
      El carisma franciscano. Es de tipo netamente profético. S. Francisco (v.) apenas si escribió; obró con una notable riqueza de acciones simbólicas. Algunos de sus discípulos se contentaron con imitar los diversos aspectos de su personalidad; otros reflexionaron acerca de ella y la elevaron a teoría, elaboraron intelectualmente el gesto profético, cada uno conforme a su propia índole y circunstancia. El carácter peculiar del franciscanismo explica tanto la dificultad de reducirlo a un sistema de formulaciones abstractas, cuanto el hecho de que quepan en él diversas posturas y formulaciones, tanto vitales como intelectuales (v. iv). Hemos, pues, de contentarnos con describir esta espiritualidad, sin definirla, poniendo de relieve sus elementos permanentes, que se hallan en grado eminente en S. Francisco y que avaló la tradición de aquellos cristianos (laicos y religiosos) que vieron en él su modelo y siguieron su ideal.
      La misión carismática del franciscanismo se nos presenta desde su Fundador como la exigencia de una renovación interior de la Iglesia mediante una conversión continua (penitencia), como una reforma de la misma caracterizada por la vuelta a los aspectos vitales, esenciales, del evangelio (profetismo renovador) y realizada (cual conviene al carisma profético) en fidelidad a la norma eclesial de fe y en sumisión activa a las directivas del carisma ministerial y jerárquico, personificado en el Papa y los Obispos, con carácter de ayuda, de revivificación y suplencia, más con el testimonio de la vida que con las palabras. S. Francisco tiene el mérito de enderezar por cauces de unidad y ortodoxia el potentísimo movimiento de reforma que partía de la base de la Iglesia en el s. xli. Esta misión comporta la manifestación (profetismo testifical) del carácter sacramental de la Iglesia en cuanto signo de la unión mística con Cristo sacerdote y rey, mediante la comunión activa con los misterios de su pasión y resurrección, y de la unión fraterna de los hombres entre sí y con Dios; de su realidad como actuación del pueblo mesiánico «pobre y humilde» (Soph 2,3; 3,12); de su carácter de anticipación escatológica del hombre nuevo que ha vuelto a encontrar la armonía perdida: interior, de perfecta subordinación a Dios; exterior, de redescubrimiento del sentido religioso de lo creado, de dominio fraterno sobre las criaturas (profetismo escatológico). Dentro de tales perspectivas podemos llegar a comprender los elementos esenciales del carisma:
      Elementos esenciales: pobreza, humildad, amor. S. Francisco busca de todo corazón la entrega a Dios, a quien concibe principalmente como Bien supremo, Padre amoroso y providente, y Señor magnánimo, mediante la conversión interior continua, en la oración incesante (de alabanza, acción de gracias, de júbilo, de amor) y por la adhesión amorosa a Cristo crucificado, que lleva a identificarse interiormente con Él, a imitarle fielmente, a la aceptación integral de su evangelio como regla práctica de vida, sin sutiles distinciones, ad litteram, sine glossa, como lo da a entender el Espíritu Santo y bajo la guía de la Iglesia. S. Francisco incluyó específicamente para sus frailes las normas dadas por Cristo a sus apóstoles cuando les envió a predicar (Lc 9 y 10), que las órdenes mendicantes quisieron perpetuar en la Iglesia.
      El amor transformativo a Jesucristo y su contemplación en los misterios donde más revela su amor a los hombres (Belén, Eucaristía, Cruz) llevan a Francisco a la comprensión y vivencia de tres actitudes fundamentales, que constituyen el meollo de su respuesta amorosa al Crucificado: la pobreza, la humildad y la caridad fraterna. Actitudes existenciales que por un lado son libertadoras de la esclavitud de los bienes terrenos, de la soberbia, del egoísmo (dimensiones capitales del hombre viejo); por otro, son crucificantes (suponen dolor en la renuncia) y así asimilativas con Cristo, haciendo del franciscano un alter Christus crucificado (en S. Francisco la estigmatización de La Verna tiene valor de símbolo profético, desvelador del misterio de su vida); por último, estas actitudes se escalonan y preparan la una a la otra: la pobreza (despego de los bienes terrenos, que en S. Francisco llega a ser renuncia actual heroica) prepara a la humildad (desprecio y olvido del yo pecador, sumisión a toda criatura) y ambas a la caridad fraterna, que sólo es posible al pobre y humilde y se dirige universalmente a toda criatura con desinterés absoluto. Finalmente constituyen una simbiosis vital: pobreza y humildad casi se identifican; el amor está hecho de pobreza y humildad y se dirige preferentemente a los pobres y humildes; la pobreza y humildad hallan en el amor su plena justificación y ejercicio.
      Concepción de la vida. Estas tres virtudes cristiformes se hallan en la raíz de la concepción f. de la vida: pobreza y humildad sitúan a Dios como Ser supremo, trascendente, altísimo, que se comunica a las criaturas, esencialmente mendigas, por puro amor, manifestándose así como Padre de bondad infinita. El pecado es esencialmente una falta de correspondencia al Amor «que no es amado», y un acto de apropiación indebida y orgullosa. Cristo es el ideal de la existencia; el deseo supremo del alma es identificarse con Él por amor hasta llegar a participar, «en cuanto sea posible a humana criatura», de la pasión que Él abrazó «por nosotros, vilísimos pecadores» (Florecillas, IV) actualizando visiblemente el destino cristiano de participación en la cruz. El f. se siente «heraldo del gran Rey» llamado a anunciarle a todos los hombres con el testimonio de su vida, que concibe siempre como empresa apostólica. Los hombres son todos hermanos, hijos de Dios, por quienes murió Cristo, a quienes se da el f. con absoluto desinterés, en la acción, en la plegaria, en la inmolación; cuya salvación es suprema ansia de su alma. Todo hombre ha de ser contemplado con humildad, con amor, por eso se ha de respetar su libertad (de donde procede el amor) y su personalidad, subrayando el sentido de responsabilidad personal: respeto hacia el que piensa diversamente, hacia el que yerra. Y los individuos libres y responsables no degeneran en anarquía porque el amor fraterno los unifica en Cristo y les lleva a someterse unos a otros. El binomio autoridadobediencia es concebido como servicio humilde por amor en el que manda («los ministros sean siervos de todos los frailes», Regla II, c. 10), y como un sacrificio hecho a Dios de la propia voluntad, por amor a Cristo, en quien obedece. Tal respeto a la individualidad hace que el franciscanismo se resista a los esquemas tanto sociales cuanto individuales, a los sistemas preconcebidos, a los métodos rigurosos; fomenta personalidades intuitivas, voluntaristas, originales (casi un centenar de santos canonizados; v. il); repugna los centralismos y autoritarismos de toda clase que sofoquen la propia iniciativa, incluso al acaparamiento de la verdad propio de las «escuelas», al apego desordenado a la propia mentalidad y cultura.
      Sencillez, abandono, alegría. De estas tres virtudes brota la sencillez, que es candor sapiencial, sinceridad y rectitud interiores para con Dios, el prójimo y uno mismo, desprecio de la vanagloria, odio a la simulación e hipocresía; nace la primacía del amor y de la acción sobre el conocimiento: se conoce para amar y tanto se sabe cuanto se obra. La purificación interior que causan y la iluminación amorosa con que llevan a Dios dan al alma un recto sentido de la significación del universo creado y de la actividad del hombre en el mismo: todas las criaturas son hermanas, vestigios de la bondad y hermosura divinas y todas sirven de escala para conocer y amar a Dios y de instrumentos para lograr su reino de amor fraterno en la tierra. El f. perfecto es como una realización del hombre nuevo en su dimensión escatológica, que mediante el despojo (asimilación a la muerte de Cristo) y por el amor ha llegado a enseñorear lo creado reduciéndolo al servicio y alabanza de Dios en fraterna y universal armonía.
      De todo lo dicho se derivan varios aspectos típicos de la espiritualidad f.: el abandono y confianza absolutos en la divina providencia, base de su pobreza; un sentimiento de optimismo general ante la vida que ahuyenta la tristeza; la proverbial «perfecta alegría» que se halla incluso en el dolor, porque une al Crucificado, y que lleva a recibir cantando a la hermana muerte corporal (Celano: Legenda II, c.162); un anhelo de paz universal y un esfuerzo perseverante por llevarla a todo el mundo; una delicada sensibilidad hacia los valores estéticos; una valoración positiva de las creaciones humanas, todas provenientes de Dios y a É1 reducibles cuando el corazón es puro; un sentido de concretez que mira las cosas en su realidad plástica, huyendo lo abstracto, la especulación pura, el juego de palabras o de ideas, el «diletantismo»; una mística donde el acto de contemplación es sabiduría que se resuelve en unión de amor.
      Oración y apostolado. La espiritualidad f. se alimenta mediante una oración de tipo más bien afectivo, personal, libre. Cristo se ofrece cual motivo de imitación y contemplación en los misterios donde más resaltan su pobreza, su humildad y su amor (pesebre, ecucaristía, vía crucis). Al lado de Cristo figura la Virgen, a quien S. Francisco saludó ya como madre y perfecto ejemplar del movimiento franciscano (quien a su vez ha dado a la Iglesia el dogma de la Inmaculada Concepción; V. MARÍA II, 3).
      El apostolado f. es principalmente testimonio de presencia y actualización de vida evangélica y se dirige con preferencia a los pobres y humildes, cuya suerte el fraile comparte vitalmente, pues debe ganarse la vida con el trabajo humilde. La predicación es sencilla, sincera, directa. Ocupa lugar destacadísimo el interés por las misiones entre infieles, en las que el f. suele ser misionero de vanguardia, y para las que le hacen idóneo la gran movilidad que brota de su espíritu de «extranjero y peregrino» y su despego no sólo de casas, lugares y cosas, sino del mismo bagaje cultural e intelectual, que le posibilitan la comprensión y adaptación.
      La espiritualidad f. puede decir las siguientes cosas al hombre de nuestra época: renovar en los hombres la conciencia del pecado, y en la Iglesia la de su necesidad de renovarse y reformarse mediante la vuelta sincera al evangelio; manifestar que el mundo se salva mediante la pobreza, la humildad y el amor hecho servicio; demostrar que el profetismo reformista sólo es válido si es una expresión de amor, de humildad y en actitud de servicio y obediencia a la Iglesia; enseñar que el individualismo, la libertad, la responsabilidad personal han de contemplarse en función de amor, solidaridad y obediencia; dar sentido cristiano al trabajo, a la técnica, a la-estética, a la filosofía, unificando el saber, conjugándolo con la acción y llevándolo a Dios; educar para el diálogo, que se funda en el mutuo respeto, con creyentes y no creyentes; preparar la evangelización del Tercer Mundo e incluso la del mundo comunista, para la que sensibiliza mediante la pobreza, el sentido del trabajo y la fraternidad universal.
     
      V. t.: ESPIRITUALIDAD Y ESPIRITUALIDADES.
     
     

BIBL.: U. D'ALENCON, L'áme franccscaane, París 1913; ÍD, La Spiritualité franciscaine, «Études Franciscains» 39 (1927) 276-295, 338-351, 449-471, 591-604; 40 (1928) 81-99; J. DE GUERNICA OFMCap, Introducción a la mística franciscana. Ensayo teológicobíblico-literario, Buenos Aires 1925; CESÁREO DE TOURS OFMCap, La perfección seráfica según S. Francisco, Barcelona 1926; V. MILLS OFM, A Bibliography of franciscan ascetical writers, en The fransciscan Educational Conference, Cincinnati (Ohio) 1927, 248-332; A. GEMELLI OFM, El Franciscanismo, Barcelona 1940; ÍD, La spiritualitá francescana, en Le Scuole cattoliche di spiritualitá, 3 ed. Milán 1949, 75-120; V. M. BRETON, El Cristo en el alma franciscana, Buenos Aires 1941; fD, La spiritualité franciscaine. Synthése. Antithése, 2 ed. París 1948; H. FELDER OFM, Los ideales de S. Francisco de Asís, 2 ed. Buenos Aires 1947; MÍSTICOS FRANCISCANOs ESPAÑOLES, BAC, 3 vol., Madrid 19481949; V. DE Bussum OFMCap, De spiritualitate franciscana. Aliqua capita fundamentalia, Roma 1949; L. BRACCALONI OFM, Spiritualitá Francescana. In conformitá di Cristo, Vía, Veritá e Vita, 2 ed. Venecia 1949; M. M. CICARELLI OFM, I capisaldi della spiritualitá Francescana, Benevento 1955; ÍD, I misteri di Cristo nella spiritualitá francescana, Benevento 1961; I. GOBRY, Saint Franeois d'Assise et 1'esprit franciscann, París 1957; E. BETTONI OFM, Visión franciscana de la vida, Oñate 1957; MELCHOR DE POBLADURA OFMCap, Aportación de los capuchinos españoles al estudio de la espiritualidad, en PONT. UNIV. DE SALAMANCA, Estado actual de los estudios de teología espiritual, BarcelonaLisboa 1957, 295-319; L. VILLASANTE OFM, Trabajos de espiritualidad publicados por los franciscanos, ib., 435-478; BILLEBRORD, Le message spirituel de S. FranFois d'Assise dans ses écrits, Blois 1960; A. MATANIC OFM, Le Scuole di spiritualitá nel Inagistero pontificio, Brescia 1964; fD, Per una sintesi della spiritualitá francescana, Venecia 1965; P. DESBONNETS y VORREUX OFM, S. Fran(7ois d'Assise. Documents, París 1968 (escritos y biografías); «Quaderni di spiritualitá francescana», Asís 1961 en adelante (temas especiales y bibl.); v. t. la bibl. de los ap. I y IV y de FRANCISCO DE ASÍS, SAN.

 

PEDRO DE ALCÁNTARA MARTÍNEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991