Vida y obras. Patriarca de Constantinopla y uno de los principales
personajes del cisma de Oriente, n. en Constantinopla el a. 801. De
familia noble y religiosa, emparentado con los Bardas, recibió una
esmerada educación, llegando a ser uno de los hombres más cultos de su
tiempo en todas las ramas del saber que practicó: gramática, dialéctica,
oratoria, Sagradas Escrituras, teología, derecho. Se dedicó en un
principio a la docencia, para pasar más tarde a la vida de la corte, en
donde, durante el reinado del emperador Miguel 111, fue presidente de la
Cancillería imperial y escogido para realizar misiones diplomáticas, p.
ej., la embajada ante el califa de Bagdad.
Su amistad con los principales personajes de la corte imperial, y
sobre todo su parentesco con el favorito Bardas, fueron la causa de que,
habiendo sido depuesto el Patriarca de Constantinopla Ignacio, por haberse
enfrentado con Bardas, fuera propuesto y después elegido F. para
sucederle. Las razones más profundas del por qué fue elegido F. como
Patriarca y su aceptación, teniendo en cuenta que no era eclesiástico,
están sumidas en una gran oscuridad. Lo cierto es que en pocos días, del
22 al 25 dic. del a. 858, hubo de recibir desde la tonsura hasta la
consagración episcopal. El obispo consagrante fue Gregorio Asbesta que, en
aquel momento, estaba suspendido y excomulgado, tanto por el patriarca
Ignacio, como por el papa Benedicto 111. La polémica en torno a la validez
y a la licitud de esta consagración no ha terminado aún, tanto por lo que
concierne al obispo consagrante, como por lo que se refiere a la situación
jurídica en la que se encontraba F., y a la irregularidad de la deposición
del legítimo Patriarca Ignacio.
Esta designación no tardó en ponerle en conflicto con Roma y con
parte de la iglesia griega, aquella que apoyaba al Patriarca depuesto
Ignacio. Los partidarios de Ignacio declaran nula la elección de F., pero
el Emperador encarcela a Ignacio en la ciudad de Mitilene, y el mismo F.
en un concilio (a. 859) depone jurídicamente a Ignacio y a muchos de sus
partidarios.
Para respaldar su nombramiento F. eleva recurso a Roma, y el papa
Nicolás I envía legados a Constantinopla para que investiguen la
situación; éstos son engañados, en un concilio celebrado en Constantinopla
(a. 860), al que asistió Ignacio, y aceptan la deposición de Ignacio por
parte de dicho concilio. El Romano Pontífice al darse cuenta de la
irregularidad del procedimiento convoca un sínodo en Roma (a. 863), y
depone a F., excomulgándolo si no acepta las decisiones del sínodo, deja
sin validez los nombramientos hechos por F. y repone en su cargo a Ignacio
y a los obispos desterrados. En este momento se puede decir que se inicia
el verdadero conflicto con Roma.
F. no acepta estas decisiones; y es el emperador Miguel 111 el que
contesta con una carta ofensiva e irrespetuosa al papa Nicolás I. También
F., disgustado por el hecho de haber sido expulsados de Bulgaria
misioneros bizantinos, envía una encíclica a los patriarcas orientales, en
la que lanza graves acusaciones contra Nicolás I, y en un concilio
celebrado en Constantinopla (a. 867) lanza contra el Papa una sentencia de
deposición.
La ruptura entre Roma y Bizancio parecía inminente, pero la muerte
de Nicolás I (a. 867), a quien sucede Adriano 11 (v.), y el asesinato del
emperador Miguel 111 por Basilio el Macedonio, hacen variar el curso de
los acontecimientos. F. es depuesto por Basilio, que restituye el
Patriarcado a Ignacio (a. 867).
Esta situación de aparente calma se rompe de nuevo cuando a la
muerte de Ignacio (a. 877), Basilio I nombra otra vez Patriarca a F., que
en el ínterin se había ganado la confianza del Emperador; era en aquel
momento tutor de los hijos de Basilio. La designación es aceptada por el
papa Juan VIII (v.), aunque con ciertas condiciones, y F. obtiene una
aplastante victoria sobre sus antiguos enemigos en el llamado conc.
fociano (a. 879880), que es aprobado por Roma, según algunos autores, como
un gesto de condescendencia con Bizancio.
Las noticias posteriores referentes a la vida de F. son más bien
oscuras; los sucesivos papas, Marino, Adriano III, Esteban V, unos
reconocen a F., otros tienen una cierta difidencia. Se ha llegado a hablar
de una segunda condena. El caso es que, con la muerte de Basilio y la
subida al trono de su hijo León VI, F. cae en desgracia, siendo depuesto
de Patriarca. La fecha de su muerte no está muy clara, algunos la ponen a
finales del s. ix (a. 897); lo que es cierto es que a partir del a. 886 la
ausencia de testimonios sobre la actividad religiosa o política de F. es
absoluta.
Su producción literaria es considerable y variada. Sus escritos, que
ocupan cuatro volúmenes de la Patrología griega de J. P. Migne (PG
101-104), abarcan obras de erudición (Miriobilion o Biblioteca; Lexico);
obras teológicas (An f iloquia; Comentarios bíblicos; Tratado contra los
maniqueos; Tratado sobre el Espíritu Santo; Tratados polémicos sobre las
pretensiones romanas) ; canónicas (Nomocanon; Decisiones canónicas); obras
de oratoria, cartas y otras obras diversas.
Personalidad de Focio. Ha sido uno de los personajes de la historia
eclesiástica más discutidos. La crítica no deja de reconocer que fue
hombre de eminentes cualidades personales, tanto intelectuales como
morales; pero al enjuiciar su actitud las discordancias entre los autores
son notables. Junto a autores que no dejan de denigrarle por su actitud
poco prudente e irrespetuosa con la Sede romana, se encuentran otros que
exaltan sus cualidades, llevando el culto de F. casi hasta la idolatría.
La personalidad intelectual de F. es indiscutible. En todos los
campos del saber que cultivó dejó brillantes muestras de su capacidad. Es,
sin lugar a dudas, la figura más importante de la cultura bizantina del
momento. Fue heredero de la cultura clásica griega, continuador e hijo
espiritual de Demóstenes y de Lipsias, de Aristóteles y Platón.
Como Patriarca de Constantinopla tuvo preocupaciones apostólicas y
pastorales, enviando misioneros a Bulgaria y se movió siempre por el bien
de su Patriarcado. Pero indudablemente sus relaciones con Roma, a pesar de
la buena fe que algunos autores le achacan, sumen la figura de F. en la
oscuridad. Es verdad que sus relaciones con Roma podrían estar
influenciadas por las concepciones imperantes en la iglesia bizantina,
respecto a las relaciones entre la Iglesia y el Estado, y a la
independencia de la iglesia oriental respecto de la latina; pero es
patente que a pesar de estos atenuantes la actitud de F. dejó mucho que
desear. Su falta de prudencia, su nerviosismo, manifestado en sus
relaciones con los diversos Romanos Pontífices, hacen pensar que no sólo
fue movido por rectas ideas, sino que quizá se pudo meter en su ánimo
algún pensamiento menos noble.
V. t.: CISMA II; PATRÓLOGOS, I; CONSTANTINOPLA, CONCILIOS DE;
ESPIRITU SANTO II.
BIBL.: F. DVORNIC, The Photian
Schism. History and Legend, Cambridge 1948; lD, Lo scisma di Fozio, Roma
1953; ÍD, Les Slaves, Byzance et Rome au IX, siécle, París 1926; ÍD,
Bizancio y el Primado Romano, Bilbao 1968; J. HERGENRÓTHER, Photius, 3
vol., Ratisbona 1867-69 (obra que a pesar de su antigüedad deberá ser el
primer eslabón en un estudio sobre la figura de F.); F. AMANN, Photius, en
DTC 12,1536-1604; G. HOFMANN, Lo stato presente della questione circa la
riconciliazione di Fozio con la Chiesa romana, «Civiltá Cattolica» (1948)
47-60; M. JUGIE, Le culte de Photius dans 1'Église bizantine, «Rev. de 1'Orient
chrétien» 23 (1923-24) 105-122; ÍD, Theologia dogmatica christianorum
orientalium, 1, París 1926 (estudio sobre la eclesiología y sobre la
Santísima Trinidad en los escritos de Fozio).
LUIS P. CONDE.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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