FLORENCIA, CONCILIO DE


1438-1445. Es el XVII Concilio ecuménico. Lo que le caracteriza es la unificación momentánea de los ortodoxos griegos con la Iglesia católica y la restauración del poder pontificio frente al conciliarismo (v.). Se le llama también Conc. de Basilea-Ferrara-Florencia, y algunos añaden también Roma por el hecho de haber pasado por todas estas localidades.
      1. Aspectos exteriores. Viendo que el Conc. de Basilea (v.) había tomado algunas actitudes cismáticas e iniciaba una etapa de descomposición, el papa Eugenio IV (143147; v.) lo trasladó por medio de las bulas del 18 sept. y 30 dic. 1437 a Ferrara, y lo declaró abierto el 8 en. 1438. Eugenio I V se había puesto de acuerdo con los griegos de que una ciudad italiana era mejor para recibir a sus delegados, y para tratar las cuestiones relativas a la reunificación de las dos Iglesias. Él mismo se trasladó a Ferrara el 24 de enero. Los Orientales. llegaron al comienzo del mes de marzo. Entre ellos estaban Juan VIII Paleólogo (v. PALEÓLOGOS, DINASTÍA), Emperador desde 1423; su hermano Demetrio, anti-unionista decidido; el Patriarca de Constantinopla, José II, venerable anciano y unionista convencido, que moriría en Florencia en 1439; el famoso Isidoro de Kiev, metropolitano de toda la Rusia, que no llegó hasta mediados de agosto, y el famoso Bessarion (v.), arzobispo de Nicea, uno de los más grandes teólogos de su tiempo y, como el anterior, entregado de corazón y de alma a la causa de la unión, que más tarde vendrá a residir a Italia y morirá allí siendo cardenal; al lado de éstos, el encarnizado anti-unionista Marcos Eugenikus, metropolitano de Éfeso, gran teólogo también y canonista experimentado, el único obispo que se negará, obstinadamente, a firmar el decreto de unión. Hay que mencionar también a los delegados de los patriarcas de Alejandría, de Antioquía y de Jerusalén y una veintena de obispos. Para el Emperador, la unión era un asunto religioso, pero relacionado con su aspiración política de salvar la capital bizantina y el territorio que todavía le quedaba. Hubiera querido un acuerdo rápido, sin discusiones ni por una parte ni por otra. Había calculado cuidadosamente la ayuda que el occidente cristiano, una vez reunido con la Iglesia griega, podría prestarle, como en los tiempos pasados, en su lucha contra los asaltos mortales que los turcos no cesaban de dirigir contra su Imperio. Entre los que le seguían, libremente u obligados, unos eran unionistas por convicción, bien por motivos religiosos o nacionales; los otros eran anti-unionistas y habían venido a Italia por motivos puramente políticos o atraídos por el cebo del provecho temporal.
      Del lado latino, entre la multitud de cardenales, obispos, sacerdotes y laicos, que reunidos alrededor de Eugenio IV, tomaron parte en el Conc, se distinguieron como miembros activos de primera importancia: el bienaventurado Nicolas Albergati, hombre celoso y diplomático, cardenal legado-presidente del sínodo de Basilea, escogido por Eugenio para abrir el Conc. reunido; después, el card. Julián Cesarini, versado en las ciencias al mismo tiempo que apóstol, ex presidente de las asambleas de Basilea, de donde no se marchó sino después de haber intentado en vano apartarlos del cisma; además, los tres grandes sabios dominicos Andrés Chrysoberges de Constantinopla, arzobispo de Colossi (Rodas), Juan de Ragusa o de Montenegro y el célebre español Juan de Torquemada (v.), todos, además de otros, fervientes defensores de la unión griega y de la reforma de la Iglesia.
      2. El periodo Ferrara-Florencia hasta el decreto de la unión (8 en. 1438-5 jul. 1439). a. Las ` sesionés públicas en Ferrara. La apertura del Conc. reunido de los griegos y latinos se celebró solemnemente el 9 abr. 1438, bajo la presidencia del Papa. Pero diversas circunstancias impidieron continuarlo. El emperador Juan VIII hubiera querido que los delegados de los soberanos de Europa hubieran venido para interesarles en su problema de defensa nacional. Ahora bien, estos príncipes, esperando más ventajas políticas de Basilea que de Ferrara, se mantenían prudentemente a distancia. Después los griegos, con un sueño totalmente utópico, deseaban igualmente la presencia en el Concilio de los Padres de Basilea. Finalmente, y sobre todo, la aparición de la peste en la ciudad de Ferrara sembró el desconcierto entre los participantes. Se comenzaron las discusiones sobre el purgatorio en pequeños comités durante los meses de junio y julio, pero, no habiendo tenido éxito, se dejaron para más tarde. Finalmente, cansados de no salir del atolladero, se pusieron de acuerdo para fijar la primera verdadera sesión común para el 8 de octubre. Esta, lo mismo que las 15 siguientes, no terminaron en nada. Tuvieron como tema principal la delicada cuestión de la supuesta adición del Filioque al Credo latino y de su ortodoxia, cuestión que absorberá durante un tiempo la atención del Concilio. La cuestión se discutía entre Bessarion y el irreductible Marcos Eugenikus, por una parte, y Andrés Chrysoberges, arzobispo de Colossi, y Juan de Forli, por la otra. No viendo ninguna solución a estas interminables y estériles discusiones, muchos Orientales habían formulado ostensiblemente su decisión de volver a su patria, en el momento en que les fuera posible; Marcos Eugenikus, deseoso de que fracasase la unión, parece haber alentado este derrotismo. El Emperador se vio obligado a intervenir con autoridad. Después de haberse hecho oír por ambas partes, propuso que se discutiera la cuestión de la procesión del Espíritu Santo, que era más importante y que se encontraba en realidad a la base de la precedente. Desgraciadamente, la peste hacía estragos de nuevo y además, el Papa, que debía pagar el sustento de los Orientales, se encontraba con que no tenía dinero, pues mientras todo esto ocurría algunos aventureros acababan de saquear los bienes pontificios. Teniendo en cuenta entonces una oportuna proposición de los florentinos, dispuestos a entregar fuertes sumas de dinero, el Papa y el Emperador aceptaron su invitación de trasladar el Concilio a su ciudad. El proyecto terminó por ser aprobado y el 10 de enero se leyó el decreto de la traslación.
      b. Las sesiones en Florencia (1439). Después de una reunión preparatoria, celebrada el 26 de febrero, siguieron ocho sesiones públicas, del 2 al 24 de marzo. Por parte de los griegos figuraba como representante principal Marcos Eugenikus, arzobispo de Efeso, para quien el Espíritu Santo procedía sólo del Padre; por parte de los latinos, era Juan de Ragusa, provincial de los dominicos de Lombardía, el que defendía la procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo. Esta controversia duró hasta el comienzo de junio. El día 3 de dicho mes los griegos concluyeron un acuerdo con los latinos en lo referente a la doctrina de la procesión del Espíritu Santo, y el 8 de junio la fórmula que lo expresaba fue solemnemente adoptada en sesión pública presidida por el Papa. Las negociaciones de Bessarion, de Isidoro de Kiev y de otros, así como la presión continua del Papa y del Emperador, se habían visto coronadas por el éxito. La impaciencia de los Orientales por volver, finalmente, a su casa tuvo parte en este éxito. Paralelamente a todo ello Eugenio IV había hecho al Emperador, el primero de junio, diversas y generosas promesas para el caso en que se realizase la unión: pagar la repatriación de los griegos hasta Bizancio, correr con los gastos de una fuerza armada y naval en Constantinopla, y, finalmente, en caso de necesidad, exhortar a los príncipes de Occidente a enviar soldados. Por entonces tuvo lugar la muerte imprevista, acaecida el 10 de junio, del venerable y sincero unionista José II, patriarca de Constantinopla. Llegado al término de su vida, tuvo todavía el tiempo justo para redactar un corto testamento doctrinal: «quiero con la gracia de Dios exponer a mis hijos la fe que profeso y firmarla. Todo lo que reconoce y enseña la Iglesia católica y apostólica... en la vieja Roma, yo también lo reconozco, y afirmo solemnemente que me adhiero a ella en todo. Reconozco igualmente al santo Padre de los Padres, el supremo pontífice y representante de Nuestro Señor Jesucristo, el papa de la antigua Roma. Reconozco también el purgatorio. Para atestiguarlo, firmo, el 9 de junio de 1439...» (Mansi 31, 1007; sobre la autenticidad, cfr. Hefele-Leclerq, Histoire des conciles, París 1907 ss., VII, 1014 ss.).
      Todavía quedaban tres puntos que había que solucionar: el purgatorio, el pan fermentado o ácimo y las palabras de la consagración en la misa, y sobre todo la primacía del Papa. El primer punto encontró una solución bastante rápida recurriendo a las declaraciones sobre el_ purgatorio hechas ya por los latinos en Ferrara. Respecto a los otros dos puntos, mucho más delicados, el Papa y el Emperador convinieron en convocar a los orientales a una reunión (hubo dos) a la que se trasladarían Juan de Torquemada y el incansable Juan de Ragusa para, respectivamente, exponer y discutir el punto de vista ortodoxo de la consagración eucarística y de la naturaleza de la primacía romana y de sus límites. Esto tuvo lugar entre el 15 y el 21 de junio. Gracias sobre todo a las hábiles intervenciones de Bessarion y de Isidoro de Kiev y a la actitud flexible de Cesarini, se pudo llegar por fin a un acuerdo y se pudo firmar el decreto de unión el 5 de julio.
      3. El texto de la unión y los resultados dogmáticos. La redacción latina del texto se confió al general de los camaldulenses, Ambrosio Traversari, miembro muy activo en el Concilio, humanista y brillante teólogo. Bessarion dio forma definitiva al texto traducido al griego (cfr. en las dos lenguas: Hefele-Leclerq, V11,1033-1044; fragmentos latinos en: Denz.Sch. 1300-1308). La definición de fe: «Ego Eugenius, ...ita definiens subscripsi» -lleva 116 firmas latinas y sólo 33 griegas, con los sellos del Papa y del Emperador. Este firmó de la siguiente manera: « .;. Juan, fiel Basileus y autocrator de los romanos en Cristo-Dios, el Paleólogo». Marcos Eugenikus se negó a firmar. Otro obispo había huido antes. El decreto fue leído solemnemente el 6 de julio en la catedral de Florencia durante la misa mayor cantada por el Papa; el texto latino fue leído por Cesarini y el griego por Bessarion.
      En él se define: a) que el Espíritu Santo procede desde toda la eternidad del Padre y del Hijo, como de un solo principio y de una sola espiración, y que las fórmulas respectivas «del Padre y del Hijo» y, entre los griegos, «del Hijo por el Padre» significan en realidad la misma cosa, y que el Filioque ha sido lícitamente y razonablemente añadido al símbolo de los Occidentales, debido a la necesidad de declarar, ante las herejías, la verdad que en él se contiene (v. ESPíRITV SANTO; TRINIDAD sANTíSIMA). b) La consagración en la misa se hace válidamente con pan ácimo y con pan fermentado, y en esto se respetará el rito de cada Iglesia (v. EUCARISTíA II). c) Es sabido que en la liturgia oriental las palabras sacramentales de la consagración son seguidas de una Epiclesis o «invocación» al Espíritu Santo para que el pan y el vino se hagan el cuerpo y la sangre de Cristo. Aunque la Iglesia católica admite que la consagración se produce sin esta invocación suplementaria, los Padres se abstuvieron de insertar en el decreto la única fórmula válida de la consagración, y guardaron silencio también sobre la Epiclesis. Obraron así a petición de los griegos, muy apegados a esta invocación que es muy antigua entre ellos. Sin embargo, exigieron que antes de la promulgación del decreto se hiciera una declaración explícita ante los griegos (in casu por Bessarion) sobre la validez de las solas palabras de la consagración (v. EPICLEStS). d) Se imponía una definición sobre el purgatorio por el hecho de que, según una creencia oriental, la remuneración definitiva según las obras, tanto entre los justos como entrelos destinados al infierno, era aplazada hasta el último juicio al fin de los tiempos. El decreto definió, pues, que las almas de los que mueren en el amor de Dios, pero todavía tienen que expiar algunas faltas, son purificadas después de su muerte por algunas penas que tienen que sufrir (v. PURGATORIO), pero que los vivientes pueden acelerar para ellas la liberación de estas penas por medio del sacrificio de la misa, de las oraciones y de las obras piadosas (v. COMUNIóN DE LOS SANTOS). Al mismo tiempo, definió la suerte que sigue inmediatamente después de la muerte: para los justos muertos sin pecados que expiar, la clara visión de Dios en el cielo; para los impenitentes, muertos en el pecado mortal o también en el pecado original no perdonado, el infierno (ambas cosas, sin embargo, proporcionadas a los méritos y deméritos de cada uno) (v. ESCATOLOGÍA; CIELO; INFIERNO). e) Sigue, finalmente, una clara definición de la primacía de la sede apostólica y del pontífice romano, sucesor de San Pedro, el jefe de los apóstoles, y, por consiguiente, lo mismo que éste, verdadero vicario de Cristo, jefe, padre y doctor, en el mundo entero, de la Iglesia y de todos los cristianos, con la plenitud del poder eclesiástico y espiritual que le es propio «como lo enseñan igualmente las actas de los concilios ecuménicos y los sagrados cánones» (V. PRIMADO DE SAN PEDRO Y DEL ROMANO PONTÍFICE). En el orden jerárquico, el patriarca de Constantinopla ocupará el primer lugar después de Roma.
      4. La terminación del concilio en Florencia-Roma (agosto 1439-agosto 1445). El Conc. continuó todavía durante tres años en Florencia, y después fue trasladado en septiembre del 1443 a Roma. Debido a la unión de los griegos, aunque fuese corta, Eugenio IV había visto crecer mucho su prestigio. Inmediatamente saldó su cuenta con el Cone. rebelde de Basilea en cuyo asunto fue sólidamente apoyado por su futuro cardenal Juan de Torquemada. Su autoridad se había reforzado igualmente ante las Iglesias orientales no-griegas. Logró la reunificación de la Sede romana con los armenios, después con los jacobitas (monofisitas) de Etiopía y de Palestina, y más tarde aún, con otros grupos cismáticos de menor importancia, aunque las turbulentas circunstancias de la época impidieran mantener la unión. En la bula «Exultate Deo» (22 nov. 1439) se encuentra el Decretum pro Armeniis, que contiene una larga instrucción (pero no una definición de fide) de expresión escolástico-romana sobre los sacramentos (Den.Sch. 1310-1328) tomada del opúsculo de S. Tomás de Aquino De articulas fidei et Ecclesiae Sacrainentis. La unión con los jacobitas, a su vez, fue sellada por la bula «Cantate Domino» (4 feb. 1442), que también contiene un largo tratado teológico, titulado Decretum pro f acobitis, en donde el Papa tuvo el cuidado de insertar la forma esencial de la consagración en la misa, con la exclusión de la Epiclesis. (Denz.Sch. 1330-1353). El Concilio finalizó en el otoño de 1445, pero no se sabe exactamente en qué fecha y en qué circunstancias. Aunque de manera indirecta, ejerció una influencia positiva sobre la cultura humanista, en particular en Florencia, como consecuencia de la presencia en el Conc. unionista de eminentes personalidades griegas y de las relaciones culturales que se siguieron.
     
     

BIBL.: Fuentes: Mansi 30-31; G. HOFMANN, Concilium Florentinum, Documenta et Scriptores, I-III, Roma 1940-46; L. PETIT, Documents relatils au conc. de Flor., 1-II, en Patrologia orientalis, XV, XVII, París 1920-23; E. CECCONI, Studi storici sul concilio di Firenze, Florencia 1869; J. DE TORQUEMADA, Apparatus super decretum Florentinum unionis Graecorum, ed. E. CANDAL, Roma 1942; A. DE SANCTACROCE, Acta latina Conc. Flor., ed. G. HOFMANN, Roma 1955.

 

ALCÁNTARA A. MENS.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991