2. Naturaleza del precepto. El precepto de santificar las f. es de derecho
natural, de derecho divino-positivo y de derecho eclesiástico: a) Es de
derecho natural en cuanto es necesario dedicar algún tiempo al descanso
(v.) y al culto (v.) divino, éste no sólo privado sino público, en virtud
de los derechos imprescriptibles del Creador; b) Es de derecho
divino-positivo en cuanto que ha sido expresamente preceptuado por Dios la
santificación del día séptimo en memoria del «descanso» del Creador (cfr.
Ex 2.0,8-11; V. 1I y III; DESCANSO II); c) Es de derecho eclesiástico en
cuanto que la Iglesia ha determinado en cuáles días y de qué manera hay
que santificar las f. (V. MANDAMIENTOS DE LA IGLESIA).
El precepto de santificar las f., con mayor dedicación al descanso,
a la oración y al culto divino, resulta cada vez más necesario en la
moderna civilización progresivamente tecnificada, con sus prisas,
masificación, afán de eficacia, etc. Las f. vienen a ser en este mundo
agitado el remanso de paz y serenidad que necesita el hombre para cuidar
su interioridad, su espiritualidad, su vida familiar y hasta su salud
física. Es célebre entre los judíos el dicho: «Aún más de lo que Israel
guardó el sábado, el sábado guardó a Israel». Ello puede aplicarse a todas
las f., pausa en la fatiga del trabajo cotidiano, monótono y rutinario
para muchos; tiempo especialmente dedicado a recordar y reconquistar el
sentido y justificación del esfuerzo diario, a dar sentido y razón al
propio vivir.
3. El precepto de oír Misa. En torno a este precepto hay que notar
principalmente lo siguiente: 1°) De suyo, obliga a todos los fieles
bautizados con uso de razón y siete años cumplidos, sean o no católicos.
Pero en la práctica la Iglesia no tiene intención de obligar a los
bautizados no católicos con esta clase de leyes. 2°) El precepto se
refiere a todos los domingos del año y a las fiestas de guardar
establecidas por la ley general o por las concesiones especiales de la
Santa Sede. 3°) Este precepto hay que cumplirlo precisamente el día en que
está mandado, pasado el cual cesa de obligar. Y así, el que dejó de oír
Misa ese día, aunque sea culpablemente, no está obligado a ir el día
siguiente. Sin embargo, como es sabido, actualmente este precepto puede
vivirse asistiendo a la Misa vespertina del sábado o del día anterior a la
fiesta, en aquellos lugares autorizados (cfr. Instr. Eucharisticum
mysterium, 28). 4°) Los forasteros o peregrinos, o sea, los que se
encuentran de paso en un lugar distinto del de su domicilio o
cuasidomicilio habitual, no están obligados a la asistencia a Misa en la
fiesta patronal del lugar donde se hallan circunstancialmente; pero deben.
evitar el escándalo de los que ignoren su condición de forasteros. 5°) Los
que por vivir en el campo, lejos de las ciudades o por otra razón
cualquiera, se ven imposibilitados de oír Misa todos los domingos y
fiestas, deben hacerlo, al menos, cuando se les presenta ocasión oportuna,
aunque sea en día de trabajo y ello, probablemente, por derecho divino,
implícito en la institución de la Santa Misa como acto principal del culto
católico para honrar a Dios. Cuántas veces obliga en esta forma la
asistencia a Misa, no puede determinarse con exactitud.
4. Modo de cumplirlo. Para cumplir de manera conveniente el precepto
de santificar las f. mediante la participación en el santo sacrificio de
la Misa, se requieren determinadas condiciones. Las principales y más
obvias son las siguientes:
a) Presencia corporal. No cumple el precepto el que sigue la Misa
por radio o televisión, ni el que permanece tan alejado del grupo de los
asistentes que no se le pueda considerar como formando parte de ellos. No
se requiere, sin embargo, estar estrictamente dentro del recinto de la
iglesia, ni siquiera ver al sacerdote; basta que forme parte de los que la
oyen (aunque sea en la misma calle, si la iglesia está abarrotada) y pueda
seguirla de algún modo, por el sonido de la campanilla o los gestos de los
demás, etc.
b) Integridad. La Iglesia manda oír Misa entera todos los domingos y
f. de guardar. La integridad admite, sin embargo, parvedad de materia. No
sería grave omitir la primera parte de la Misa hasta el Evangelio u
ofertorio (discuten los autores entre lo primero o segundo) o lo que sigue
a la comunión (habiéndola oído íntegramente desde el principio). Pero la
mente actual de la Iglesia, sobre todo después del Conc. Vaticano 11, es
que todos los fieles oigan la homilía que predica el sacerdote después del
Evangelio, por lo que cometen un verdadero abuso los que la omiten
sistemática y deliberadamente, llegando después de ella.
El que llega tarde está obligado (leve o gravemente, según la parte
omitida) a suplir lo que le falta en otra Misa posterior, a no ser que le
sea material o moralmente imposible (p. ej., por tratarse de la última
Misa o tenerse que ausentar forzosamente). Es lícito oír dos medias Misas,
sucesivas no simultáneas, con tal que la consagración y la comunión
pertenezcan a la misma Misa (cfr. Denz.Sch. 2153).
c) Participación activa. El que asiste materialmente a Misa
guardando la atención y compostura externa que requiere todo acto humano,
cumple sin duda alguna lo esencial del precepto para no incurrir en falta
grave. Pero no cumple la finalidad intentada por la Iglesia en orden a la
santificación de las f. mediante el santo sacrificio de la Misa. Para ello
se requiere una verdadera participación activa de los fieles en el augusto
misterio. El Conc. Vaticano II lo ha recordado expresamente: «La Iglesia,
con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este
misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que,
comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen
consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos
con la Palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Señor, den gracias a
Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no
sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él; se perfeccionen día
a día por Cristo Mediador en la unión con Dios y entre sí, para que,
finalmente, Dios sea todo en todos» (Cons. Sacr. Concilium, 48).
d) Rito y lugar debidos. El CIC preceptúa los siguientes: «Cumple
con el precepto de oír Misa el que asiste a ella en cualquier rito
católico que se celebre, al aire libre o en cualquiera iglesia u oratorio
público o semipúblico y en las capillas privadas de los cementerios; mas
no en otros oratorios privados, si la Sede Apostólica no ha concedido este
privilegio» (can. 1249).
5. Causas excusantes. Como ley positiva eclesiástica, el precepto de
asistir a Misa los domingos y días de f. admite excepciones y causas
excusantes en determinadas circunstancias. Las principales son las
siguientes:
a) La imposibilidad física o moral, que puede obedecer a diversos
motivos, p. ej., una enfermedad o convalecencia que impida salir de casa;
una distancia considerable al templo más cercano (p. ej., una hora de
camino a pie, o menos si llueve, nieva o hubiese algún otro obstáculo);
los muy ancianos o débiles, que no podrían sin grave molestia trasladarse
al templo o permanecer en él durante toda la Misa, etc.
b) La caridad, que obliga a socorrer al prójimo en grave necesidad,
ya corporal (accidente, incendio, enfermedad, etc.), ya espiritual (p. ej.,
si permaneciendo en casa o en cualquier otro lugar pudiera impedir o
evitar un pecado grave),
c) La obligación que retiene en sus puestos a las madres con hijos
pequeños, o a las nodrizas, guardas, soldados, empleados en servicios
públicos, etc.; pero éstos han de procurar asistir a Misa todas las veces
que puedan, aunque sea esforzándose un poco. Hoy día, con la abundancia de
Misas, incluso vespertinas, es difícil que no pueda cumplirse el precepto
dominical, sobre todo en las grandes ciudades.
6. Otros modos de santificar las fiestas. Aunque la asistencia
devota y activa a la Santa Misa sea el medio principal o más importante de
santificar las f. (sobre todo si los fieles reciben en ella la Comunión),
no es, sin embargo, el único. Se indican a continuación otros medios que
pueden cuidarse:
a) Incrementar la vida parroquial. La parroquia (v.) viene a ser el
hogar espiritual del cristiano. Los días festivos, sobre todo, pueden ser
aprovechados por los feligreses para incrementar el espíritu de comunidad
parroquial, colaborando con el párroco en la catequesis de niños y
adultos, o en las obras parroquiales de promoción social, caritas
diocesana, etc. La participación activa de los seglares en la vida de la
Iglesia -preconizada con tanta insistencia por el Conc. Vaticano ll- puede
realizarse, entre otras formas, a través de esa colaboración con la
comunidad parroquial (v. LAICOS).
b) Incrementar la piedad familiar. El hogar es un templo en pequeño.
En él han de brillar todas las virtudes cristianas de que nos dejó ejemplo
sublime la santa casa de Nazaret. El rezo del Rosario (v.), plegaria
hogareña por excelencia, debe elevarse al cielo todos los días del año,
pero de una manera particularmente fervorosa el día del Señor. «La familia
que reza unida, permanece unida» (P. Peyton). Y pocas cosas unen y
congregan con más dulce intimidad a toda la familia como el rezo
entrañable del santo Rosario como homenaje filial a la Reina de los
Ángeles. Es también, como enseñan los teólogos, una de las más grandes
señales de predestinación de todos los miembros de la familia.
c) Descanso y entretenimiento. Precisamente porque el precepto
dominical incluye, junto con la asistencia a la Santa Misa, el descanso de
los trabajos corporales, entra de lleno en su espíritu entregarse durante
algún tiempo en los días festivos a cualquier diversión sana, deporte,
etc. Elevando los motivos, haciéndolo todo por la gloria de Dios y con
amor a Él (cfr. 1 Cor 10,31), las diversiones se convierten en un
verdadero culto a Dios y en instrumento para la propia santificación.
d) Abstenerse especialmente de todo pecado. Aunque esta obligación
pesa sobre todos los hombres en cualquier día y momento de su vida, urge
de manera especial en los días consagrados al Señor. Téólogos hubo que
consideraron revestido de especial gravedad el pecado cometido en domingo
o día festivo, por el gran contrasentido que supone aprovechar el día
santo para una cosa tan contraria a la santidad como es el pecado. Y
aunque es cierto que esta circunstancia no cambia la especie moral ni
teológica del pecado (y, por lo mismo, no sería necesario acusarse en
confesión del día concreto en que se pecó), no cabe duda que el pecado en
día festivo va directamente en contra de la finalidad intentada por el
precepto de santificar las fiestas.
V. t.: DESCANSO; DOMINGO II; MISA; EUCARISTÍA II, C, 5.
BIBL.: S. Pío V, Catecismo Romano
(de Trento), p. III cap. IV (ed. bilingüe, Madrid 1971); CONC. VATICANO II,
Const. Sacrosanctum Concilium, cap. V; PAULO VI, Instr. Eucharisticion
mysterium, 25 mayo 1967; S. TomÁs, Sulna Teológica, 2-2, gl22 a4; A.
VILLIEN, Fétes, en DTC V,2183-91 ; ÍD, Histoire des con7rnandements de
l'Église, París 1909, 107-143; A. JUNG.MANN, Fl sacrificio de la Misa, 2
ed. Madrid 1952; L. BORDIN, La partecipazione dei fedeli al sacrificio
della messa, nella teologia contemporanea, Finalpia (Savona) 1948; G.
CHEVROT, Nuestra misa, Madrid 1955; V. VAGAGGINI, La messa Ponte di cita
cristiana, Alba 1941; A. REY, La Misa centro de la eida cristiana, Madrid
1970; A. LANZA, P. PALAZZINI, Principios de Teología moral, II, Madrid
1958, 87 ss.
A. ROYO MARÍN.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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