FANATISMO. RELIGIÓN.


Palabra derivada de fanum, término latino que originariamente significaba el espacio sin árboles (gr. phan=hacer visible, mostrar), que permitía ver el cielo; en él se hallaba de ordinario el árbol sagrado en torno al cual el sacerdote, generalmente de religiones celestes (V. RELIGIONES ÉTNICO-POLÍTICAS; ÁRBOL II; DIOS II), celebraba los actos de culto; p. ej., encina de Dodona (Grecia), Sotoscueva y Valdivielso (Burgos), árbol de Guernica (Vizcaya), etc. Muy pronto adquirió un significado más general: lugar sagrado, templo. Por tanto, etimológicamente «fanatismo, fanático, etc.» aluden a lo relacionado de algún modo peculiar con el fanum (CIL 5,3924), o con el oráculo tenido en esos lugares, p. ej., el de Dodona; según Cincio y Casio son llamados «fanáticos los que predicen el futuro» (Servio, Comentario de Virgilio, Geórgicas, 1,10), las «personas inspiradas» (no la adivinación (v.) por deducción), lo «consagrado».
     
      Fanatismo en la religiosidad mistérica. Con este sentido etimológico (el f. enlaza con el f. activo de los miembros de las distintas formas de religiosidad mistérica (V. MISTERIOS Y RELIGIONES...). Las bacantes, las ménades, etc., son personas en atado de locura ritual; parece como si su espíritu no fuera dueño de sus cuerpos, están fuera de sí, que es el significado inicial dado por los griegos a la palabra éxtasis. Eran personas entusiasmadas o endiosadas, dos palabras etimológicamente idénticas. Enthus-iasmos de En-theos no significa estar en la divinidad, sino que «Dios-Theos» está en uno, que el cuerpo tiene la divinidad dentro, que está poseído. Esta posesión, fanatización, al comienzo, presenta manifestaciones más claras en la mántica o posesión profética, por ej., pitonisa de Delfos, Sibila de Cumas (Virgilio, Eneida, 6,58 ss., 77 ss., 100 ss., 262, etc.), los profetas, y, con alcance multitudinario, en la teléstica o ritual que caracterizaba a los iniciados en los misterios, especialmente en los dionisiacos (V. INICIACIóN, RITOS DE; DIONISO).
     
      En estado de entusiasmo y exaltación báquicos, las hacantes y ménades, poseedoras de la divinidad y poseídas por ella, danzaban de noche por bosques y montañas sin sentir el dolor ni la acción del fuego, agitando la cabeza, sacudiendo la larga cabellera, manipulando serpientes (v.) (Eurípides, Bacantes, 150,241,757,950, etc.). Llegaba a tal grado su fanatización que una madre mató a su hijo sin reconocerlo. «Hacia la mitad del monte (Citerón) y entre selvas, que ciñen sus bordes, hay un llano libre de árboles (fanum)... Penteo, obstinado en perseguir a los adoradores de Baco-Dioniso y en eliminar de Tebas su culto, acude allá; subido en un árbol pretende contemplar con ojos profanos las ceremonias sagradas reservadas a las mujeres. Lo vio la primera su madre y la primera se abalanzó en insensata carrera y la primera hirió a su hijo... Todas las bacantes se juntan y enloquecidas acosan al aterrado Penteo. Su tía (Antínoe) arrancó la mano derecha del suplicante, la otra es depedazada por la furia de Ino. No tiene ya el desgraciado brazos para tender a su madre, y mostrando sus muñones... exclama: « ¡Mira, madre) ». Al verlo, dio Agave un alarido, agitó el cuello, movió la cabellera al aire y, arrancando la cabeza de su hijo y empuñándola entre sus dedos ensangrentados, dijo...» (Ovidio, Metamorfosis, 3,702-736). Penteo murió víctima de un acto de f. tanto en el sentido etimológico como en el agresivo de esta palabra.
     
      La locura de las ménades y bacantes, afectaba de alguna manera, aunque muchísimo más rebajada, a casi todos los iniciados en los misterios, si bien en los ritos iniciáticos desaparecen de ordinario los síntomas aparatosos y la fanatización o consagración con exigencias absolutas, absorbentes, queda reducida a la unión íntima, gozosa, con la divinidad. Naturalmente los sacerdotes y sacerdotisas (V. SACERDOCIO I) participaban en grado mayor de este estado. De ahí que en Roma sean llamados «Fanatici-fanáticos» los sacerdotes de las distintas divinidades mistéricas, p. ej., de la Magna Mater (Prudencio, Peristephanon, 1061 ss.), Isis (CIL 6,2234), Ma-Belona (CIL 6,490,2232,2343), etc.
     
      Religiones étnico-políticas. En este tipo de religiones no se ingresaba mediante un rito especial, p. ej., iniciación, bautismo; a ellas se pertenecía por el hecho mismo de nacer en un clan, tribu o nación concreta conforme a determinadas condiciones geográficas y políticas, nunca estrictamente religiosas. En ellas se confunde religión y nacionalidad, historia sagrada y civil. Por eso el número oficial de cada religión está condicionado al de nacidos en la respectiva unidad étnico-política con todos los derechos, ¡.e. los ciudadanos. De ahí la carencia de espíritu «misionero», dé proselitismo, de afán por extender la propia religión fuera del propio pueblo y que, en principio, parezca estar descartado el fanatismo.
     
      Sin embargo, la identificación entre religión y grupo étnico-político, junto con su pragmatismo teocrático y el orgullo de raza, sacralizó en más de una ocasión el nacionalismo convirtiéndolo en conciencia de ser un pueblo elegido por la divinidad al mismo tiempo que estuvo siempre al borde de degenerar en racismo (v.): prohibición religioso-social de casarse con mujeres que no fueran de la propia tribu o nación (endogamia de grupo), necesidad de que los dos progenitores fueran ciudadanos para que los hijos gozaran de plenos derechos políticos o cívicos y religiosos, consideración de los demás pueblos como enemigos y materia apta para una guerra santa (v. GUERRA III). Este f., un tanto diluido, a veces se exaspera y, gracias a la unión tan íntima de religión-Estado, aplasta violentamente a quienes creen que ponen en peligro sus propias creencias político-religiosas, p. ej., los cristianos (persecuciones, v., de los primeros siglos del cristianismo), muerte de Sócrates (v.), condenado precisamente, según la fórmula reconstruida de la acusación, por motivos religioso-político: «Sócrates es culpable porque, dejando de seguir las normas referentes a los dioses de la polis, introduce otros nuevos, y además porque corrompe a los jóvenes» (Platón, Apología, 24b; Jenofonte, Memorabilia, 1,1).
     
      También son representativos de este f. los casos de las Bacanales en Roma y de Anaxágoras de Clazomene en Ática. Éste, en el s. v a. C., afirmó que el Sol (v.) no era divino sino una masa incandescente de la dimensión aproximada del Peloponeso (Diógenes Laercio 2,12; lenofonte, Memorabilia, 4,7,7). Los atenienses no estaban preparados para la desacralización de Helios (Sol); recuérdese que las religiones étnico-políticas (v.) son celestes, no telúricas. Anaxágoras (v.), acusado de impiedad y condenado se vio obligado a vivir desterrado en Lampsaco (Plutarco, Pericles, 32; Diógenes Laercio 12,39,2) para librarse de la muerte. En el caso de las Bacanales, a. 186 a. C., el estremecimiento de pasión religiosa, que llevó al paroxismo el arcano de las celebraciones mistéricas, provocó el encarcelamiento de millares de personas y el ajusticiamiento -según Tito Livio- de casi 7.000 iniciados. El discurso del cónsul Postumio a los senadores para arrancarles el senatus consultum condenatorio (CIL 1,2,581) pone de relieve la obligatoriedad de venerar a los dioses del Estado romano, «a los que los antepasados instituyeron tributar culto, venerar y orar» (Tito Livio, 34,15). Resalta también el desarrollo oculto de las ceremonias de la nueva forma religiosa (V. MISTERIOS Y RELIGIONES HISTÉRICAS) en contraste con el carácter público de la religión oficial romana. Religiones universales. Hay religiones a las que resulta connatural la carencia de f. y que han practicado, aunque hayan tenido actuaciones menos claras, la tolerancia (v.), p. ej., el budismo (v.), hinduismo (v.), sufismo (v.). Hay otras en las que no es tan claro, p. ej., el islamismo (v.), cuyo nacimiento y expansión van ligados a la guerra santa (v. GUERRA iii). En el trato con los pueblos vencidos distinguían entre gentes de religión de libro sagrado, i. e. pertenecientes al judaísmo, cristianismo, zoroastrismo y, por otra parte, los paganos. Los primeros podían conservar su fe mediante el pago de un impuesto personal y la aceptación de algunos preceptos humillantes; los segundos debían escoger entre aceptar el islamismo o morir. Se opone de por sí al f. la religión cristiana, la cual por voluntad de Jesucristo, es universal, abierta a todos los hombres sin distinción de raza, lengua, nación, etc., puesto que todos son hijos de un mismo Padre: Dios.
     
      V. t.: TOLERANCIA; LIBERTAD IV.
     
     

BIBL.: F. KÚNIG, Cristo y las religiones de la tierra, I-III (Madrid 1960-1961); IHM, Fanaticus, en RE 612 (Stuttgart 1909), 1986; A. BoucHÉ-1. LECLERCQ, Fanum, en Daremberg-Saglio II,973-978 ; j. BOUCHÉ, Fanatisme, en DTC V,2072-2075.

 

M. GUERRA GóME7

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991