EXPIACIÓN


Es un término muy peculiar del lenguaje religioso tanto del judaísmo como del cristianismo. Se halla, sin duda, en las religiones vecinas de la hebrea, pero el contexto religioso bíblico ha caracterizado de tal forma este término que creemos innecesaria una excursión por los dominios de la historia religiosa en busca de antecedentes o paralelos. Nos moveremos dentro del ámbito religioso judeocristiano.
     
      Expiación, expiar, expiatorio, traducen respectivamente los términos griegos hilasmos, hilaskomaí, hilasterion, los que, a su vez, nos llevan a la radical kpr hebrea (kipper, kapporet, etc.). La versión griega de los Setenta se ha mantenido muy constante en la traducción indicada; en cambio, la latina ha sido mucho menos coherente. Así encontramos, al lado de expiare, propitius esse, auferre, delere, redimere, dimittere, mundare, placare, deprecare, etc. Esta simple enumeración ofrece ya una idea de la dificultad de dar con el sentido exacto de la palabra expiación.
     
      En la Teología cristiana el verbo expiar ha sido llevado en direcciones diferentes, divergentes o complementarias, según la concepción o elementos de la Redención (v.) en la que ha sido leído e interpretado. Por eso, parece lo mejor volver los ojos al lenguaje bíblico para tratar de dar con el sentido que e. tiene en la Escritura, en cuanto referencia ineludible de toda ulterior disquisición, para la que remitimos a las voces indicadas al final.
     
      La expiación en el Antiguo Testamento. El sentido originario de la radical hebrea kpr es oscuro. Podría encerrar la idea básica de cubrir y así tendríamos que el pecado o el pecador es cubierto para que no sea visto. Este sentido es, sin embargo, muy discutible, como lo es también el de calmar la ira o aplacar y el de sustituir, mediante un don o una víctima, al oferente. El sentido más probable es el de quitar o eliminar algo mediante un don o una víctima o un rito determinado.
     
      Expiar en el A. T. se construye de varias formas que deben ser tomadas en consideración. Puede tener por sujeto gramatical a Dios o a un hombre, y objeto de la e. puede ser una injusticia, el pecado u otro hombre. En el lenguaje sacrificial de los textos sacerdotales y de Ezequiel el contexto del culto cualifica y marca con fuerza el sentido de expiar. Tendremos en cuenta, en consecuencia, estas distinciones.
     
      Fuera de los textos sacerdotales y de Ezequiel, Dios aparece con frecuencia como sujeto del verbo expiar. Así en Is 27,9 figura al lado de quitar: «la culpa de Jacob será expiada y su pecado será quitado»; en Is 28,18 se encuentra en la misma línea, en sentido de anular: anular la Alianza con la muerte, expiar (es decir, destruir) el pacto con el Sheol. En Ier 18,23 el profeta grita a Yahwéh: «no expíes su culpa y no borres (quites) su pecado de delante de ti», expiar y quitar son sinónimos. En Dan 9,24 es equivalente a poner fin. En los Salmos es frecuente el sentido de perdonar (Ps 65,4; 78,38; 79,9), que no se opone al sentido general de quitar o anular, sino que lo completa.
     
      El hombre, a su vez, expía cuando, p. ej., en Num 35,33 purifica, mediante un rito realizado con sangre, a la tierra contaminada por un derramamiento de sangre. Expiar, en este caso, es equivalente de purificar o descontaminar (cfr. Num 17,11.12; 25,13). Las ofrendas (v.) entregadas al Santuario expían los pecados, es decir, los borran (Ex 30,15.16; Num 31,50). En Ex 32,30 aparece Moisés interponiéndose ante Yahwéh para que no castigue al pueblo; el verbo expiar aparece muy próximo al término ira y podría dar la impresión de que se trata de aplacar la ira divina; sin embargo, el objeto del verbo expiar no es Dios, sino el pecado: «...quizá logre expiar (obtener el perdón) por vuestro pecado».
     
      Cuando el verbo expiar se refiere a una persona su sentido es más difícil de percibir. En Gen 32,21 Jacob envía sus dones a Esaú, «porque se decía: serenaré (el verbo usado es kipper) su rostro con los presentes que me han precedido». El sentido de aplacar parece bastante claro en este pasaje, aunque es un aplacar que implica olvido de la ofensa mediante el don. En 2 Sam 21,3 tiene el sentido de reparar un daño, y en Is 47,11 el de apartar o evitar: Babilonia no podrá evitar el desastre que caerá sobre ella.
     
      Si resumimos estos datos, nos encontramos con que el sentido predominante de expiar (kpr) es el de eliminar o quitar destruyendo y borrando, de poner fin a algo y de liberar. Esta idea se mantiene esencialmente cuando es Dios quien aparece como sujeto del verbo expiar, Dios quita o elimina el pecado cuando perdona. Cuando el hombre es el sujeto que expía y el pecado el objeto expiado, el sentido sigue siendo el de quitar o borrar mediante un rito determinado, siendo equivalente a descontaminar o purificar, ya que la idea implicada es la mancha o impureza del pecado (v. PURIFICACIÓN II). En cambio, cuando la acción de expiar tiene por objeto a otro hombre, nos encontramos con el sentido de reparar un daño y también de vengar. Igualmente está presente, en casos semejantes, el sentido de aplacar o apaciguar la ira, aunque el sentido no se detiene aquí, sino que mira al restablecimiento de los vínculos fraternos (Gen 32,21). Pero estos dos últimos sentidos son muy escasos, exclusivos de dos pasajes del A. T. y no están inscritos en el contexto de la relación del hombre con Dios.
     
      La expiación en un contexto cultual-sacrificial. La e. aparece realizada siempre por sacerdotes. El sacerdote la efectúa normalmente mediante el sacrificio (v.). Su sentido en estos casos es el de purificar. La proximidad y la práctica equivalencia entre purificar y expiar puede verse en pasajes como Lev 8,15; 16,16-18; Ez 43,20.26, donde se habla de la purificación y e. del altar; y en Ley 14,19.29.31, que se refiere al modo como debe el leproso expiar y ser purificado de su impureza. Es bastante evidente en los pasajes citados, y en otros que podrían aducirse, que el sentido de la e. es el de remoción de la impureza.
     
      El medio con el que se efectúa la e. es un rito determinado, normalmente el sacrificio (cfr. Lev 5,16; 7,7; Num 5,8; etc.). La persona no es objeto directamente de la e., lo que se expía es la impureza contraída, ya sea por el pecado, ya por la enfermedad en el caso de un leproso, o por la sangre en la mujer. En esta misma línea son extremadamente características las expresiones en las que aparece el altar (v.) como objeto de e.: el altar es expiado, es decir, purificado de las impurezas de los hijos de Israel (Lev 16,19), porque se da una vinculación íntima entre pueblo y altar, el pecado del pueblo contamina el altar y a su vez la purificación del altar implica la purificación del pueblo. Es en el altar donde se hace la expiación anual de pecados, en el gran día de la expiación.
     
      En Lev 17,11.14 se halla un texto importantísimo que desvela el sentido de la e. y del rito expiatorio (v. LEVfTICO 4). La sangre desempeña un papel esencial en el rito expiatorio: la sangre expía, la sangre purifica. Se trata de un postulado que hallamos en todo el A. T. y que la Epístola a los hebreos formula lapidariamente: «sin efusión de sangre no hay remisión (de pecados)» (Heb 9,22). La explicitación de esta aserción la encontramos en el citado pasaje del Levítico: «La vida de la carne está en la sangre, y yo os la doy para hacer expiación en el altar por vuestras vidas, pues la expiación por la vida, con la sangre se hace» (Lev 17,11; de forma parecida en el vers. 14; cfr. igualmente Gen 9,4 y Dt 12,23). Para comprender este texto conviene tener presentes tres ideas básicas: que vida y sangre son prácticamente una cosa para el hombre bíblico (v. VIDA IV); que Dios, dueño de la vida, se reserva la sangre como propiedad y que, por tanto, nadie puede usar de ella para otros fines que los que Dios le señala; y que, finalmente, Dios destina la sangre, por su valor, es decir, por ser vida, para que sirva para expiar y purificar los pecados. En la sangre ha dado Dios a Israel el medio para restablecer su comunicación con Él, pues la sangre elimina el obstáculo que impide su presencia protectora en el santuario. La santidad divina es incompatible con la mancha y la impureza del pecado.
     
      En el sacrificio expiatorio, la muerte de la víctima no es el acto central del sacrificio. Es una conditio sine qua non para que el rito expiatorio pueda ser llevado a efecto, como aparece claramente en la descripción del ritual del sacrificio en el gran día de la expiación, en él el gesto central del rito expiatorio está constituido por el derramamiento de la sangre sobre el expiatorio o propiciatorio (Lev 16,14-19). De esa forma y en ese lugar se realiza la e. del pecado del pueblo.
     
      Como referencia final que enmarca todo este cuadro ha de tenerse en cuenta una concepción bíblica peculiar en la que Israel, Tierra Santa, Templo (santuario, tienda, altar, expiatorio) y Dios, aparecen íntimamente vinculados: cuando Israel peca hace impura la tierra que le ha dado Dios, esta impureza llega hasta el mismo Templo contaminándolo, porque es el santuario, el altar o el propiciatorio una parte de la colectividad misma y, al mismo tiempo, el lugar donde Dios mora en medio de su pueblo. Esto hace comprensible cómo la e. del pecado de Israel deba hacerse precisamente allí donde se efectúa el encuentro entre Dios y su pueblo.
     
      La expiación en el Nuevo Testamento. La terminología clásica de la e. en la versión griega de los Setenta es muy escasa en el N. T. Hallamos el verbo hilaskomai en dos lugares: Lc 18,13 con el sentido de tener compasión (se trata de la plegaria del publicano en el Templo: «Oh Dios, ten compasión de mí»); y en Heb 2,17 con un sentido en total acuerdo con el del A. T. En otras dos ocasiones aparece expiatorio o propiciatorio (hilasterion, kapporet) : en Rom 3,25 y en Heb 9,5. Este último pasaje es una simple descripción del lugar de la e. anual. Merecen, sin embargo, atención especial Rom 3,25 y Heb 2,17. La escasez en el N. T. de la terminología típica de la e. aconseja ampliar las referencias neotestamentarias a otros términos emparentados como: purificación, redención y sacrificio (v. voces respectivas).
     
      Rom 3,25 contiene un texto interesantísimo. En los versículos que preceden S. Pablo ha hecho ver cómo ahora la justicia de Dios se ha manifestado sin la Ley, una justicia que estaba atestiguada por la Ley misma y por los profetas (vers. 21), una justicia salvadora de Dios que llega a todo creyente (vers. 22), ya que todos han pecado y todos están privados de la Gloria de Dios (vers. 23; v.); el hombre es justificado gratuitamente por gracia de Dios en virtud de la Redención en Jesucristo (vers. 24), ya que «Dios le ha exhibido como expiatorio (hilasterion) en su propia sangre, mediante la fe» (v. JusTICIA I; JUSTIFICACIÓN). Sabemos lo que era el expiatorio o propiciatorio en el culto de Israel: la plancha de oro que cubría el arca de la Alianza, el lugar más sagrado de la tierra, pues en él se manifestaba Dios. Yahwéh «se sienta sobre los querubines» que coronan el arca (1 Sam 4,4; Ps 79,1; 89,1), habla desde el propiciatorio «de en medio de los querubines» (Ex 25,22). Hemos visto cómo en el ritual de la e. anual todo convergía hacia el propiciatorio y allí se efectuaba la e., como vértice de la pirámide formada por la tierra de Israel, la colectividad, el Templo y el SatItuario.
     
      Cuando S. Pablo afirma que Cristo es el propiciatorio piensa, sin duda, en la realidad del hilasterion y en el ritual de la expiación. Si Cristo es el nuevo propiciatorio es que, a semejanza del antiguo, es el representante de la colectividad humana, lugar de encuentro de los hombres con la presencia salvadora de Dios en este mundo. En Cristo el pecado humano es cancelado, purificado, porque su sangre purificadora cae sobre Él y le purifica como miembro solidario de una humanidad pecadora. En 2 Cor 5,21 se expresa densamente esta idea: «A quien no conoció pecado (Dios) le hizo pecado por nosotros para que viniésemos a ser justicia de Dios en Él».
     
      Dios exhibe a Cristo ante todos los pueblos como real propiciatorio del pecado humano. Es decir, mediante la fe que lo acepta y mediante la palabra de la fe que lo proclama, Cristo es visto como el nuevo propiciatorio y como la nueva víctima sacrificial en quien el pecado humano es destruido y la justicia salvadora de Dios se comunica universalmente a todo el que acepte esta intervención divina.
     
      La realidad de la muerte y resurrección de Jesús es interpretada por S. Pablo a la luz del ritual sacrificial del A. T.: Él es el propiciatorio contaminado por el pecado humano, es, a su vez, el propiciatorio purificado, mediante la sangre, y restaurado en su resurrección (v. PASIÓN Y MUERTE DE CRISTO; RESURRECCIÓN DE CRISTO). La acción es siempre de Dios, es Dios quien le exhibe, es Dios quien en 11 reconcilia consigo al mundo (2 Cor 5,19). Dios nunca es objeto sobre quien se ejerce la e. en el N. T., sino que expía el pecado del hombre en Cristo, es decir, borra, destruye, elimina, purifica.
     
      El autor de la Carta a los Hebreos añade, en perfecta coherencia con lo anterior, un nuevo dato: Cristo no es sólo el lugar y el instrumento de la e. (propiciatorio y víctima), sino también el Sumo Sacerdote. En Heb 9,11-14 (parte central de la carta) lo explícita: el autor piensa igualmente en el gran día de la e. (9,1-10); Jesús, como en el antiguo rito, muere fuera del Santuario (13,12) y entra con su sangre en el Santuario celeste de la divinidad, donde, constituido y proclamado Hijo de Dios y Sumo Sacerdote (5,5-10), efectúa la e. de los pecados (9,23). La entrada en el Templo celeste de la divinidad y la constitución como Sumo Sacerdote de la humanidad y del universo entero (cfr. 4,11; 6,20; 9,12.24) tiene una importancia excepcional en la carta: la muerte fuera del Santuario y la entrada en el Templo de Dios reproducen, a nivel cósmico, los diversos momentos del ritual del día de la expiación. Cristo, como Sumo Sacerdote misericordioso, expía los pecados del pueblo (2,17). El sentido de expiar es idéntico a purificar (9,14.22.23; 10,2), abrogar (9,26), quitar pecados (10,4). No es, evidentemente, un simple «hacer inoperantes» (cfr. TWNT 111,316), sino una e. en perfecto acuerdo con el A. T. y con todo el pensamiento de S. Pablo.
     
      V. t.: REDENCIÓN; PECADO II-111; PURIFICACIÓN II; SACRIFICIO II; PENITENCIA II; CONVERSIÓN; PURGATORIO; INDULGENCIAS; MÉRITO.
     
     

BIBL.: A. MÉDEBIELLE, Expiation, en DB (Suppl.) I1I,1-262; J. HERRMANN y F. BÜCHSEL, Hilaskomai e Hilasterion, en TWNT 111,302-324; J. DUPONT, La Réconciliation dans la théologie de Saint Paul, «Estudios Bíblicos» 11 (1952) 255-302; L. MORALDI, Espiazione sacrificale e riti espiatori nell'ambiente bíblico e nell' Antico Testamento, Roma 1956 (obra decisiva sobre el tema, con amplia bibl.); J. RIVIÉRE, Le dogme de la Rédemption, París 1931, 309 ss.; S. LYONNET, De peccato et Redemptione, II. De vocabulario Redemptionis, Roma 1960, 67-138; L. SABOURIN, Rédemption Sacrificielle. Une Enquéte exégétique, Brujas 1961; A. VANHOYE, Mundatio per sanguinem, «Verbum Domini» 44 (1966) 177-191; íD, «Par la tente plus grande et plus parlaite...» Hebr 9,11, «Bíblica» 46 (1965) 1-28; D. HILL, Greek Words and Hebrew Meanings. Studies in the Semantics of Soteriological Terms, Londres-Nueva York 1967; P. VAN IMSCHOOT, Teologia del Antiguo Testamento, Madrid 1969, 705-734.

 

MIGUEL ÁNGEL R. PATÓN.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991