EVIDENCIA


l. Definición. Del latín evidencia (del verbo videre, ver), etimológicamente e. significa «lo que se ve», «lo que está patente a la vista»; por una ampliación semántica ha pasado a significar también «lo que está manifiesto a la inteligencia», «lo que se capta con claridad por la mente». El estudio de la e. tiene una importancia fundamental en gnoseología, ya que casi unánimemente se ha considerado como el criterio (v.) último de verdad y de certeza, es decir, la regla o norma mediante la cual y en definitiva la inteligencia discierne entre el juicio verdadero y el falso, constituyendo en consecuencia el fundamento de que el hombre preste su asentimiento a la verdad o falsedad de los juicios.
     
      Definición esencial de e. es «la claridad con la que lo verdadero se presenta a la inteligencia, de forma que arrebata o impone la adhesión de la misma a la verdad». Un análisis de esta definición nos presenta las siguientes características: A) Se trata de una peculiar claridad o patencia con que algunos juicios están dotados y de la que carecen otros. Esta noción de claridad está indudablemente tomada de la percepción sensible, en la que, gracias a la mayor o menor luminosidad del objeto percibido, éste se presenta a los sentidos con mayor o menor nitidez. Pero su aplicación a la verdad de un juicio es totalmente correcta, ya que, en efecto, hay juicios que gozan de una especial luminosidad intelectual al captar inmediatamente la realidad de las cosas. Naturalmente que esta claridad no es tan pura en todas las especies de e., como se verá más adelante; sólo se da en la e. intrínseca inmediata, pero también es cierto que es esta especie de e. la que más propiamente merece tal denominación, y de la que todas las demás son participación imperfecta, causada a su vez por la imperfección y limitación de la mente humana; efectivamente, para una inteligencia infinita todo juicio goza de e. intrínseca e inmediata (v. DIOS IV, 13). B) Está claridad de los objetos de la realidad está referida a la inteligencia, no a los sentidos; en efecto, si la e. es la patencia de lo verdadero, la verdad sólo se da en el juicio y no en los sentidos, aunque el juicio pueda versar sobre datos sensibles, y el juicio (v.) es producido por la realidad en el entendimiento. C) Esta claridad con que el objeto se presenta a la inteligencia es de tal energía que arrebata al entendimiento su asentimiento a la verdad (mentis assensum rapuit); ante un juicio evidente, el entendimiento queda necesitado a dar su adhesión al mismo, de tal forma que en estos casos el imperio que la voluntad tiene sobre él queda anulado; no es que «optemos» por aceptar la verdad del juicio a=a, sino que éste, velis polis, arrastra a la mente humana a aceptarlo como verdadero; es muy distinto del caso que presentaría al entendimiento del que no fuera matemático o físico, el juicio «la velocidad es la primera derivada del espacio con respecto al tiempo», ante el cual la mente se. quedaría «estúpida» es decir, asombrada e indecisa ante la alternativa de aceptarlo como verdadero o no aceptarlo.
     
      2. Especies de la evidencia. La división de la e. puede hacerse desde distintos fundamentos, es decir, adoptando diferentes criterios: A) Por su fundamentación, es decir, teniendo en cuenta las leyes que permiten establecer la e. de los juicios. B) Por el modo de obtenerla, considerando el procedimiento mediante el cual el juicio se presenta como evidente. C) Por su perfección, derivada de los grados de claridad con que la e. se manifiesta a la mente.
     
      A) Según el primer criterio, es tradicional dividir la e. en metafísica, física y moral. E. metafísica es aquella que se funda en la misma esencia o naturaleza de las cosas, es decir, en leyes o principios metafísicos; tal sería la e. del juicio «el todo es mayor que cada una de sus partes»; conocida la esencia del todo, como suma de una pluralidad de elementos o partes, y la de parte como los diversos elementos que componen el todo, el juicio anterior es tan fundado en la realidad que fuerza al entendimiento a su asentimiento al mismo; concreciones de este juicio son «tres es mayor que uno» o «este racimo de uvas es mayor que cada una de las uvas que lo forman»; nota diferencial de la e. metafísica es que los juicios que gozan de ella son tales que su negación no sólo es falsa, sino también absurda, repugnante a la realidad y a la mente (p. ej., «tres no es mayor que uno» o «este racimo no es mayor que una sola de sus uvas»). La e. físita es la que se fundamenta en la naturaleza física de los cuerpos, en las leyes de la estructura y la actividad del mundo material; tal es la e. de los juicios «el hidrógeno tiene tres isótopos (hidrógeno ordinario, deuterio y tritio)» o «un electrón negativo y otro positivo se desintegran en radiación gamma»; la e. de que gozan ambos juicios se deriva de la estructura conocida del hidrógeno y de la actividad conocida del electrón y del antielectrón; del mero análisis del concepto «hidrógeno» no hay posibilidad de llegar a establecer el número de isótopos que pueda tener; únicamente la experiencia física es la que ha permitido llegar a establecer que hay tres elementos con el mismo número atómico (1) y distinto peso atómico (1, 2, 3); nota diferencial de la e. física es que los juicios que gozan de ella son tales que su negación es falsa, pero no absurda o repugnante; tal sucede con los juicios «el hidrógeno no tiene tres isótopos» o «un electrón y un antielectrón no se desintegran en radiación gamma» que, indudablemente, son falsos, pero no absurdos, de forma que sería posible y concebible, p. ej., que en la Naturaleza hubiera cuatro o cinco isótopos del hidrógeno. La e. moral es la que se funda en las leyes psicológicas o morales que regulan la actividad del hombre; tal es la de los juicios «los padres aman a sus hijos» o «cualquier hombre prefiere un millón de pesetas a dos pesetas»; el análisis de la esencia de «padre» o de «hombre» no nos lleva a ver con claridad que el predicado convenga al sujeto; tampoco hay una ley física que lo establezca; sólo el conocimiento de lo que es corriente o de lo que es un deber en el comportamiento del ser humano nos induce a admitir como verdaderos estos juicios; característica de la e. moral es que los juicios que gozan de ella son tales que su negación no se manifiesta ni como absurda ni como falsa, sino sólo como muy poco probable.
     
      Un tipo de e., puesto muy de relieve por Balmes, es la del sentido común; se trataría de una e. no basada en leyes metafísicas, físicas o morales, sino en una especie de buen sentido por el que el entendimiento ve con claridad la verdad de algunos juicios; tal sería el juicio «si ponemos en un recipiente la totalidad de letras que contiene el Quijote y las tiramos sobre el suelo, no caerán de forma que reproduzcan la obra de Cervantes»; la e. y consecuente certeza que tenemos de la verdad de esta aserción no se basa en la esencia de las cosas, ni en las leyes físicas ni morales, sino en una intuición o sentido común que permite captar inmediatamente la no conveniencia de sujeto y predicado. Sin embargo, tales intuiciones del sentido común (v.) pueden reducirse en general a una de las e., basadas en la naturaleza de las cosas, antes mencionadas (v. t. PERCEPCIÓN I, A).
     
      B) Por el modo como se obtiene, la e. puede ser inmediata o mediata; la primera es la propia de aquellos juicios en los que la mente acepta su verdad con sólo conocer el juicio, es decir, que la conveniencia o no conveniencia entre sujeto y predicado es captada directamente en la realidad sin necesidad de demostración; tal es el caso de los llamados primeros principios (v. PRINcipio), como, p. ej., «es imposible ser y no ser a la vez bajo el mismo aspecto y en el mismo sujeto». La segunda es la de los juicios que necesitan de elementos mediadores para permitir captar su verdad o falsedad; en otras palabras, se trata de juicios que necesitan de demostración; tal es el juicio «el cuadrado de un binomio es igual al cuadrado del primer término, más el cuadrado del segundo, más el doble producto del primero por el segundo»; naturalmente que, una vez realizado adecuadamente el proceso demostrativo, la verdad del juicio se presenta como evidente. También se habla, por el modo de manifestarse, de una e. intrínseca y de una e. extrínseca; la primera, que puede ser tanto inmediata como mediata, se deriva de la misma naturaleza de la realidad conocida y del juicio que la expresa considerado en sí mismo. Por el contrario, la e. extrínseca, llamada igualmente e. de credibilidad, es la obtenida, no en función de la propia naturaleza de la realidad y del juicio, sino de la autoridad de que goza y de la confianza que se pone en el que emite dicho juicio; tal es la del juicio «existe la ciudad de Tokio» para todos los que no han estado en ella y comprobado de visu su existencia; no obstante, y pese a que la mayor parte de los juicios que admitimos como verdaderos se basan en ella, sólo de modo traslaticio puede llamarse e. a este tipo de evidencia.
     
      Desde la Escolástica es tradicional la distinción entre la e. per se (en sí misma considerada) y la e. quoad nos (respecto de nosotros); juicios evidentes per se son aquellos que, considerados en sí mismos, por su propia naturaleza y estructura, manifiestan la conveniencia de sujeto y predicado; tal es el juicio «Dios existe». Los juicios evidentes quoad nos son los que patentizan su e. en relación con la mente humana, habida cuenta de las limitaciones de la misma; en consecuencia, puede haber juicios evidentes per se y también quoad nos (p. ej., los mencionados primeros principios) y juicios evidentes per se, pero no quoad nos (para que se hayan evidentes per nos necesitan demostración más o menos inmediata; p. ej., el antes . citado de «Dios existe»). Dentro de esta conexión entre e. del juicio y capacidad de la mente que lo capta, se pueden establecer distintos tipos de e. de acuerdo con la diferente capacidad intelectual de los hombres; así, p. ej., hay juicios que pueden ser evidentes para los matemáticos, pero no para los demás; se trata de lo que la Escolástica llamó juicios evidentes sapientibus tantum, sólo para los sabios.
     
      c) Por su perfección, la e. puede dividirse en una pluralidad de grados, según la fuerza con la que arrebata la adhesión del entendimiento, la cual, a su vez, es función de la claridad del juicio. De acuerdo con esto, la e. metafísica se presenta como más perfecta que la física, y ésta que la moral. Igualmente la e. inmediata es más perfecta que la mediata y la intrínseca que la extrínseca.
     
      3. La evidencia como criterio supremo pie verdad y certeza. La e. es el criterio (v.) último para discernir entre lo verdadero y lo falso, y a ella pueden reducirse todos los demás criterios posibles. En efecto, todo lo que es evidente es verdadero y todo lo que es verdadero es evidente (con un tipo u otro de e.); se trata, pues, de un criterio universal de la verdad y de la falsedad. Toda ciencia (v.) se construye a partir de unas cuantas e. inmediatas e intrínsecas, basadas en la naturaleza de las cosas (e. objetivas, y no meramente subjetivas), con las que se llega a otras e. ya mediatas o al menos a conocimientos más o menos probables que habrá que contrastar con la experiencia y las e. inmediatas en general (V. MÉTODO; REALISMO I; PROBABILIDAD, 1). Por otra parte, la e. es irreductible a cualquier otro criterio; por el contrario, éstos son reductibles a ella y en ella encuentran su posible validez como tales criterios; tal es el caso de la «tradición» (Lamennais) o del «sentido común o instinto de lo verdadero» (Reíd y la escuela escocesa).
     
      4. Indicaciones históricas. La mayoría de los filósofos y pensadores consideran, como es obvio, a la e. como criterio último de verdad (v.) y de certeza (v.). Son excepción los escépticos (v. ESCEPTICISMO) y los probabilistas (v. PROBABILIDAD, 2-3). Además, a pesar de la diversidad entre las corrientes de pensamiento, se trata en general de la e. objetiva, basada ante todo en la misma naturaleza de las cosas, no de una e. subjetiva basada sólo en el sujeto cognoscente. Así, para los epicúreos (v.), la e. consistía en la presencia inmediata del objeto a los sentidos, de tal manera que ningún medio interpuesto pudiera perturbar y alterar la acción que los efluvios atómicos emanados de los objetos ejercían sobre los órganos sensoriales (Diógenes Laercio, X,52). En los estoicos (v.), la e. enárgeia, es la característica fundamental de la «representación comprehensiva», fantasía cataleptiké, es decir, de la representación o conocimiento verdadero; y esta enárgeia no es algo subjetivo, sino la energía de la patencia con que el objeto conocido se presenta al sujeto cognoscente.
     
      Una excepción notable es la de Descartes (v.), que querrá basar el conocimiento cierto y construir la ciencia con una concepción subjetivista de la e., lo que abocará a diversos errores en los pensadores posteriores que de una u otra forma se apoyan en las concepciones cartesianas (V. RACIONALISMO; IDEALISMO). La e. es la propiedad del juicio por la que éste es aceptado como verdadero por la mente en una captación directa e inmediata de su verdad, en una simplex mentis inspectio, pero esta captación de la verdad del juicio Descartes no la basa en la claridad del objeto, sino en la claridad y distinción de la idea; para evitar el error, el camino que propone es aceptar como verdadero sólo aquello que de un modo evidente se presenta como tal, para lo que es necesario utilizar en nuestros juicios únicamente de aquellas ideas que se presenten a nuestro espíritu con tal claridad y distinción que no haya posibilidad alguna de ponerlas en duda (Discurso del método, ll); ante esta claridad y distinción de las ideas, el espíritu capta inmediatamente la verdad del juicio en un acto de intuición, que en Descartes no se tratará, actitud lógica dentro de su racionalismo, de una intuición sensible (que para él no es más que el falaz testimonio de los sentidos o de la imaginación), sino en la «concepción firme de un espíritu puro y atento, que nace sólo de la luz de la razón» (Reglas para la dirección del espíritu, 111). Esta concepción de la e., como claridad de las ideas y no de los objetos, pasará al racionalismo europeo por la vía cartesiana y al empirismo (v.) inglés por haber sido aceptada por Locke (Ensayo sobre el entendimiento humano, IV,2,1).
     
      Después de un cierto predominio del racionalismo e idealismo en los s. xviii y xix, habrá una fuerte reacción en favor del concepto objetivo de e., en especial gracias a la fenomenología (v.), los neoescolásticos (v.) y el neotomismo (v.), que han dado lugar a las diversas corrientes de realismo que se afirman en Filosofía y en las demás ciencias (v. REALISMO 11). Dentro de esta renovación de la captación de la e. como algo propio del objeto conocido, pueden señalarse como algo peculiar las teorías, de origen físico-matemático, que establecen ciertas conexiones entre e. y probabilidad.
     
      Se entiende por probabilidad de un suceso a la relación existente entre el número de casos favorables y el de casos posibles, siempre que todos éstos sean equivalentes; así, la probabilidad de que arrojado un dado salga el número 5 es de 1/6, ya que el número de casos favorables es 1 y el de casos posibles 6, y éstos últimos son todos equivalentes (muy distinta sería la probabilidad si el dado estuviera «cargado»); el olvido de esta condición de equivalencia de todos los casos posibles introduce errores en la teoría de las probabilidades aplicada a los fenómenos naturales. La probabilidad de un acontecimiento varía entre 1 y 0; la primera corresponde a la certeza de la realización del mismo; la segunda indica la imposibilidad de que se produzca. Así, la e. se reduce a una relación de probabilidad; los juicios tienen una determinada probabilidad de verdad y el valor numérico de esta probabilidad señala los diferentes tipos de e.; así, el juicio «en geometría euclídea la suma de los ángulos de un triángulo es igual a 180°» tiene una probabilidad 1, ya que el número de casos posibles es igual al de casos favorables; y lo mismo sucede con el juicio «todo cuerpo en caída libre está sometido a movimiento uniformemente acelerado»; por tanto, la llamada e. metafísica y física son la e. de juicios cuya probabilidad de verdad es 1; la e. moral sería la de los juicios cuya probabilidad de verdad oscila entre 1 y 0 (tal es el caso del juicio «los padres aman a los hijos», en el que el número de casos favorables, pese a ser muy elevado, no es igual al de casos posibles, lo que hace que la probabilidad no llegue a 1).
     
      Por otra parte, la moderna concepción de algunas leyes físicas como leyes estadísticas ha hecho que la probabilidad de verdad de valor haya quedado en ellas reducida a los juicios matemáticos. En efecto, dado que el comportamiento de los elementos microscópicos componentes de los cuerpos naturales se rige por modelos estadísticos (estadística de Boltzmann-Gibbs para las moléculas, estadística de Bose-Einstein para las partículas elementales llamadas «bosones», estadística de Fermi-Dirac para las partículas elementales denominadas «fermiones»), dicho comportamiento sólo puede ser conocido en términos de probabilidad de valor inferior a 1, con lo que los juicios referentes a él no tendrán nunca plena e. (e. física en la terminología tradicional). Se ha tratado de trasladar esto al mundo físico macroscópico, en principio exento del modelo puramente estadístico. Pero hay que tener en cuenta que la probabilidad y estadística utilizadas en los cálculos y estudios físicos del mundo microscópico se refieren sólo a las posibilidades de su difícil conocimiento, y no a lo que realmente es o sucede; además, al observarlo, la misma observación, los métodos e instrumentos utilizados tienen unos límites y además influyen en el comportamiento de lo observado, contribuyendo a que no se puedan situar con precisión las partículas, sus trayectorias, etc. Por eso no se pueden trasladar sin más las leyes estadísticas y de probabilidad al mundo macroscópico, que en muchos aspectos no se comporta según leyes físicas meramente estadísticas sino determinadas (V. PROBABILIDAD, 4; DETERMINISMO).
     
      V. t.: VERDAD; CERTEZA; PRINCIPIO; INTELIGENCIA I.
     
     

BIBL.: S. TOMÁS, Suma Teológica, 1 q16, a2; íD, De veritate, q16; 1. GEYSER, Uber Wahrheit una Evidenz, Leipzig 1918; D. MERCIER, Critériologie générale, París 1923; 1. DE TONQUÉDEc, La critique de la connaissance, París 1929; G. BACHELARD, L'activité rationnelle dans la Physique contemporaine, París 1951; E. BOREL, Probabilité et certitude, París 1950; y la de GNOSEOLOGíA y I Os arts. a los que se ha remitido al final.

 

J. BARRIO GUTIÉRREZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991