En el a. 304 moría mártir, en Mérida, una joven virgen cuyo recuerdo,
veneración y culto pervivirían en toda España durante siglos. Citada
innumerables veces por escritores españoles y europeos, su primer
historiador fue Prudencio (v.) que la dedicó el himno tercero de su
Peristephanon pocos años después de su muerte. En el s. v hablará de ella
el obispo Idacio, en el s. vi S. Gregorio de Tours (v.), la liturgia
mozárabe recordará a E. una y otra vez, aparecerán inscripciones
refiriéndose a ella en Loja, Zafra, Guadix y otros muchos lugares de la
Bética. Atestiguarán su martirio los calendarios españoles, el
Jeronimiano, el de Cartago, será citada en la Pasión de muchos mártires y
en la suya propia, hablarán de ella Wandelberto en el 842 y Recemundo en
el 961. A su sepulcro irán en peregrinación gentes de todo tipo y
condición, como S. Fructuoso (v.); habrá templos dedicados a la mártir en
toda España, como el suntuosísimo de Córdoba, e incluso en la propia
Cataluña aparecerán inscripciones y dos pueblos, Santa Eulalia de
Vilapiscina y Santa Eulalia de Ruiprimer, la tendrán como patrona. Esto es
importante porque en Barcelona fue, por las mismas fechas, martirizada
otra S. E., la llamada de Barcelona, y algún autor, como Beda el
Venerable, confunde a las dos santas.
El problema de las dos santas Eulalias se nos aparece hoy como
definitivamente aclarado. Independientemente de la santa E. de Mérida
(cuya festividad se celebra el 10 de diciembre) existió otra E.
martirizada en Barcelona (12 de febrero). Si es bien cierto que la
veneración de la primera se extendió por toda España, con culto
ininterrumpido durante siglos, y documentos suficientemente claros y
abundantes, la mártir barcelonesa era ya conocida desde el s. v y existen
pruebas suficientes de su martirio y muerte. Lo que ocurre es que la
extensión del culto de la santa emeritense fue tan grande que oscureció y
limitó la veneración de la santa catalana.
S. Eulalia de Mérida, hija de noble familia, fue martirizada en su
ciudad natal a los doce años en el tiempo de la terrible persecución de
Diocleciano. Cuando fueron promulgados los decretos contra el culto
cristiano, su madre la llevó a una quinta cercana a la ciudad, para
resguardarla de la persecución. Pero la niña huye de su refugio una noche
y recorriendo a pie el camino que la separa de Mérida se presenta por la
mañana ante el tribunal declarándose cristiana, abominando de los dioses
romanos y censurando acremente a Maximiano Hércules, encargado del
gobierno de España, que había llevado a los máximos extremos de rigor la
persecución. El juez intenta hacerla ceder, pero por toda respuesta es
escupido por la niña. Entregada a los verdugos, comienza un martirio
espantoso: sus pechos son desgarrados con garfios de hierro, sus costados
con uñas aceradas, se le aplican en el vientre antorchas encendidas y se
le incendian los cabellos hasta que la niña expira. Es en este momento
cuando su alma, en forma de paloma sale de la boca y comienza a nevar para
que la nieve cubra su virginal desnudez.
Sin duda, muchos de todos estos hechos son comunes a otros mártires,
como S. Inés (v.), pero se trata de recursos propios de los poetas de la
época para excitar la piedad de los oyentes. El hecho incuestionable es
que la niña E. se ofreció al martirio. En la liturgia mozárabe los datos
se acumulan, se citan multitud de nombres, y los hechos son mucho más
prolijos, pero es prudente dudar de su íntegra exactitud.
En el mismo lugar del martirio, al N de la ciudad junto al arroyo
Albarregas, fue levantada una basílica que llegó a tener en la ciudad más
importancia que la propia catedral. Prudencio habla de su magnificencia,
con techos y artesonados de oro, mármoles y mosaicos en profusión. Lugar
de peregrinaciones, junto a la iglesia existió una escuela para los
clérigos de la diócesis, muy prestigiada, y quizá incluso un monasterio.
Las crónicas hablan repetidas veces de cómo la santa emeritense
protegió a la ciudad en multitud de ocasiones, particularmente durante las
invasiones bárbaras. Según algunos autores, durante la persecución de
Abderramán 1, su cuerpo fue trasladado a Oviedo, pero lo que parece más
probable es que el cuerpo fue ocultado en la misma iglesia. Documentos de
los s. xvi y xv, hablan del descubrimiento de sus reliquias.
V. t.: EULALIA DE BARCELONA, SANTA.
BIBL.: Z.. GARCÍA VILLADA,
Historia eclesiástica de España, I, Madrid 1929; P. DIÁCONO, De vita PP.
Emeritensium, Madrid 1816; A. FÁBREGA GRAU, Pasionario Hispánico, I,
Madrid-Barcelona 1955; H, MORETUS, Les Santes Eulalies, París 1911; M.
SoTOMAYOR, Eulalia, santa martire in Spagna, en Bibl. Sanct. 5,204209; v.
t. la bibl. de EULALIA DE BARCELONA,
I. GONZÁLEZ GALLEGO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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