ESTRUCTURALISMO.FILOSOFIA.


En el sentido amplio de la palabra, e. es toda teoría que sostiene la primacía de la estructura frente a las funciones, a la atomización o a la indefinición de algo. En sentido restringido, e. es la teoría que se apoya en el modelo estructural de la Lingüística: actualmente es el sentido más usual, y a él nos referimos aquí. El e. es un movimiento ideológico, nacido en la primera mitad del s. xx, de carácter no esencialmente filosófico. Originariamente quiere ser un método científico-cultural que, en unos casos, arrastra adherencias filosóficas y, en otros, desemboca en una filosofía.
     
      El término e. tiene su origen en la Lingüística (v. tv), de donde pasó a las ciencias humanas que se inspiraron en el modelo lingüístico; en principio, el e. es la aplicación de un modelo lingüístico a la antropología y a las ciencias sociales. Se vincula a la orientación fonológica de la Lingüística (v.), representada primero por F. De Saussure y más tarde por N. Troubetzkoy, R. Jakobson, A. Martinet y otros. El e. trabaja con el «análisis estructural», aplicado por el investigador a un sistema de significación para, en la medida de lo posible, describirlo y captar las reglas de su funcionamiento. El análisis estructural se refiere al sistema de significación en sí (le structural), prescindiendo de la cuestión de hasta qué punto el sistema de signos corresponde a la realidad «objetiva» (le structurel), mentada por esos signos. Por la aplicación de este método podemos considerar como pionero del e. a Claude Lévi-Strauss (v.) en el campo de la Etnografía. También ha sido aplicado a la crítica literaria por Serge Doubrousky, Roland Barthes y Michel Foucault (este último es el filósofo más representativo del grupo); a la interpretación de Marx, por Louis Althusser; al psicoanálisis, por Jacques Lacan. La revista «Cahiers pour l'Analyse» ha polarizado a gran parte de los escritores estructuralistas.
     
      1. Inteligibilidad del método estructuralista. F. De Sassure veía la Lingüística (v.) como parte de otra ciencia más amplia, la Semiología (v.), «ciencia de los signos»; la Lingüística tenía que ser una ciencia orientada al estudio de la vida de los signos (v.) en el seno de la vida social y de las leyes que los rigen (v. t. SIMBOLISMO). Después se habló de «estructura» (v.) allí donde los caracteres de los elementos dependen completa o parcialmente de los de la totalidad. Roland Barthes describe el análisis estructural en dos pasos: 1° En un primer paso (découpage o fraccionamiento) se definen las estructuras elementales que componen el sistema que se investiga; y se definen precisamente no por su «sustancia», sino por sus relaciones con otras unidades. 2° En un segundo paso (agencement u ordenación) es preciso descubrir en las estructuras elementales las distintas reglas de asociación y composición, según las cuales se construyen las estructuras más complejas.
     
      Así, pues, el e. apunta primariamente no a las cuestiones de origen y de génesis, de mutuo influjo y de propagación de los lenguajes, sino al sistema interno de un lenguaje (v.). Llevado a sus últimas consecuencias, este punto de vista desemboca en la afirmación de que los conceptos científicos sólo tienen validez y sentido dentro del marco de la respectiva teoría (V. TEORÍA CIENTÍFICA). El estructuralista no se contenta con describir la estructura elemental de un sistema, sino que intenta integrar éste en la correspondiente y más compleja estructura de otro sistema.
     
      De esta suerte, la actividad estructuralista supone una serie de oposiciones, susceptibles de ser reducidas a tres binomios fundamentales: lengua-habla, sincronía-diacronía, significante-significado.
     
      1) Lengua y habla. De Saussure introdujo la distinción entre lengua (v.; institución social de signos codificables) y habla (el lenguaje, v., en cuanto que es concretamente hablado por un individuo). El objeto propio de la Lingüística es la lengua, la estructura permanente de un idioma. Así entendida, la Lingüística debe estudiar, por una parte, los estados del sistema, constituyéndose así como Lingüística sincrónica; y debe estudiar, por otra parte, los acontecimientos en el sistema, constituyéndose como Lingüística diacrónica.
     
      2) Sincronía y diacronía. La Lingüística sincrónica estudia todo lo que concierne a la lengua en el interior del mismo ámbito, mientras que el habla se dispersa en los registros de la psicología y fisiología, y no puede constituir el objeto de una disciplina específica. Las estructuras diacrónicas no son vistas como productos de un fluir continuo, sino como el reajuste de la lengua. La diacronía está subordinada a la sincronía.
     
      3) Significante y significado. Siendo el lenguaje un sistema orgánico de signos (v. SIGNO LINGÜíSTico), debemos distinguir entre significante (la parte del signo que es `materializada', es decir, perceptible, visible u oíble) y el significado (la parte que en el signo está escondida, es `inmaterial', es el sentido). El signo se constituye por rasgos diferenciales. El sistema es siempre un sistema de signos, resultante de la determinación mutua de la cadena sonora del significante y de la cadena conceptual del significado. En esta determinación mutua, no importan los términos considerados individualmente, sino los rasgos diferenciables; las diferencias de sonido y de sentido y sus mutuas relaciones constituyen el sistema de signos de una lengua. La estructura se define así por los rasgos de «sistematicidad», «relación opositiva» y «clausura». Sistematicidad, en primer lugar, pues el lenguaje no se reduce a los acontecimientos, fluctuaciones y cambios: hay una constancia que hace a una lengua ser una lengua, idéntica a sí misma en todas sus variaciones (de ahí la dualidad «procesos-sistema», sostenida en el binomio «habla-lengua» de De Saussure, en el binomio «uso-esquema» de L. Hjelmslev, en el binomio «acontecimiento-estructura» de Lévi-Strauss). Relación opositiva, en segundo lugar, pues el sistema debe ser descrito en términos estrictamente relacionales: no es suficiente considerar las significaciones como pegadas a los signos aislados, como etiquetas en una nomenclatura heterogénea, sino considerar los valores relativos, opositivos de estos signos en sus relaciones mutuas. Clausura, en tercer lugar, pues el conjunto de signos debe verse como algo cerrado, a fin de someterlo a análisis. La estructura queda definida así como «entidad autónoma de dependencias internas».
     
      Con lo dicho, resalta que el tipo de inteligibilidad del e. se logra siempre que se pueda trabajar sobre un sistema constituido y clauso, estableciendo inventarios de elementos y de unidades lingüísticas, y situando estos elementos o unidades en relaciones de oposición, preferentemente binaria; después hay que establecer un álgebra (v.) o una combinatoria de estos elementos y de sus binomios de oposición.
     
      Es obvio que la «lengua» es el aspecto del lenguaje que se presta a este inventario. En este nivel de inteligibilidad radican las limitaciones internas de los estructuralismos. Así las cosas, el e. no es una teoría filosófica sino un método, el cual intenta representarse los hechos (psicológicos o sociales) en la forma de un modelo abstracto.
     
      2. La ideología estructuralista. El e. hunde sus raíces en el suelo de la filosofía inmediatamente precedente; fundamentalmente del racionalismo (v.; que prefiere el sistema determinístico a la persona) y del existencialismo (v.; que prefiere los problemas del yo concreto, desinteresándose en parte de la realidad exterior). El e. admite en parte el racionalismo, en su deseo de lograr la plena objetividad racional: subrayando la existencia de la naturaleza de las cosas; afirmando la posibilidad de un conocimiento de la misma, susceptible de traducirse en una teoría lógica formalizada matemáticamente; buscando las invariantes en el cambio, el sistema en los conjuntos. Y admite, en parte, también, el existencialismo: rehusando la noción de progreso histórico y la concepción triunfalista de la razón; integrando un elemento afectivo en el inconsciente. Pues bien, el método anteriormente descrito responde a las exigencias de explicar esa magnitud desconocida, inconsciente, la cual da su orden a lo conocido y consciente. La ideología estructuralista resulta de la generalización de los principios metódicos arriba esbozados. A continuación daremos un breve elenco de los principales términos en litigio.
     
      1) Código-sentido. El análisis estructural se limita al código del pensamiento objetivo, tal y como se encuentra en las estructuras del lenguaje, independientes del sentido real y concreto que el sujeto le imprime cuando actualmente habla. A juicio de Lévi-Strauss, la Lingüística nos pone en presencia de un ser dialéctico y totalizante, pero exterior (o inferior) a la conciencia y a la voluntad. «Totalización no reflexiva, la lengua es una razón humana que tiene sus razones, y que el hombre no conoce» (El pensamiento salvaje, México 1964, 363).
     
      2) Inconsciente-consciente. El hombre está inconscientemente sometido a las estructuras lingüísticas. De esta suerte, el inconsciente (v.) es un «sistema categorial», en el sentido kantiano, pero sin relación a un sujeto hablante. Este inconsciente puede definirse como algo homogéneo a la naturaleza; la conciencia (v.), centrada sobre el yo, es en realidad el producto y el resultado de múltiples influencias. El inconsciente puede ser detectado, en el mismo individuo, por las técnicas de análisis; en Etnografía, por el estudio de los mitos y -símbolos (Lévi-Strauss); asimismo, en Lingüística, viendo en la lengua el reflejo del alma de los pueblos: cada época es la manifestación superficial de profundas corrientes y, para hallarlas, hay que proceder a una función de arqueología, al término de la cual puede decirse que el hombre es «ese ser cuyo pensamiento está infinitamente tramado con lo impensado» (Foucault, Les mots et les choses, París 1966, 361).
     
      3) Estructura-praxis. Al relacionarse con el marxismo, la ideología estructuralista ha querido poner de manifiesto la relación de estructura y praxis. Marx afirmó que los «filósofos se han dedicado a la interpretación del mundo, pero lo que se necesita es transformarlo»; para Marx (v.), la idea es impotente, y para convertirse en ideafuerza necesita que el proletariado la haga teórica y prácticamente suya. Esta teoría-praxis o este decir-hacer es diacrónico, pues se extiende a lo largo de la historia; de ahí el historicismo (v.) esencial del sistema de Marx. Pero el e. se opone a toda forma de historicismo; lo que Marx interpreta como una continua evolución historicista podrá ser a lo sumo entendido por el e. diacrónicamente, como una sucesión de reestructuraciones; el concepto que Marx tiene de la estructura, como producida por las fuerzas dialécticas en vigor, no se presta en absoluto a ser aplicado a un sistema cerrado y formalizado. Por eso, Althusser piensa que la unidad de infraestructurasupraestructura es ella misma estructural, es decir, relacional-sistemática. Para Althusser los conceptos de «socialismo» (v.) y de «humanismo» (v.) son incompatibles, pues desde el punto de vista marxista-estructuralista el primero es «científico», mientras que el segundo es «ideológico»; la historia (v.) no se debe comprender desde el concepto «hombre», sino desde la categoría de «estructura»; la historia no tiene un sentido humanístico, sino social-estructural. Si para Marx «teoría y praxis» van indisolublemente unidas, el e. de Althusser las desconecta; la dimensión de la «opción» marxista queda relegada al plano voluntarista, que es propio de la política, pero no de la teoría. El e. reduce al marxismo a pura «teoría científica», la cual tendría su contrapartida, en el plano político, en el comunismo (v.) con sus normas de acción.
     
      4) Estructura-historia. El cosmos es un sistema cerrado y también lo es, por consiguiente, la humanidad; ésta queda incluso sometida a la ley de la entropía (LéviStrauss). La «historia», como proceso de liberación, el «futuro» como existencia más plena, la «esperanza» y parecidas categorías humanísticas, son típicas ilusiones occidentales, pero que están condenadas al fracaso.
     
      Como balance general, se puede decir que el e. reacciona contra el acosmismo existencialista que, al aislar artificialmente el yo, establece una escisión radical entre el hombre y la naturaleza. La ligazón a la naturaleza, operada por el e., impide el delirio intemperante de la libertad, el lirismo de los temas de la angustia y las tentaciones del subjetivismo. Pero, de rechazo, el fenómeno «hombre» se convierte en un epifenómeno. Los hombres, así, no inventarían la lengua, el sistema de parentesco o el sistema de los mitos, sino todo lo contrario, éstos conducirían, envolverían y comprenderían a los individuos. Objeción fundamental al e. es, pues, que el hombre queda así envuelto o inmerso, disuelto, en la «objetividad» de la estructura. De esta suerte, el e. puede hacer la afirmación de que «el hombre ha muerto».
     
      El e., como ideología o como sistema, es inconsistente ante las objeciones que cabe hacer a cualquier forma de positivismo (v.) concebido como método exclusivo de conocimiento (v. CIENCIA vii, 2-3); no es capaz de explicar o admitir realidades incuestionables como la libertad y responsabilidad, la moralidad, la persona humana, el sentido mismo de la existencia, etc. Como método, el e. resulta eficaz para determinados estudios en diversos campos, como la Lingüística, la Lógica, para encontrar las constantes o invariantes que se dan en diversas formas de la sociedad y de la cultura, etc.
     
      V. t.: ESTRUCTURA;HISTORIA V y VI; HOMBRE;PERSONA.
     
     

BIBL.: 1. CRUZ CRUZ, Filosofía de la estructura, Pamplona 1967; 1 B. FACES, Para comprender el estructuralismo, Buenos Aires 1970; M. BIERWIscH, El estructuralismo: historia, problemas y métodos, Barcelona 1971; VARIOS, Problemes du structuralisme, «Temps modernes» n° 246 (1966) 769-960; 1. CRUZ CRUZ, La ideología del estructuralismo francés, «Nuestro Tiempo» n, 191, XXXIII (1970) 642-670; L. LEGAZ LACAMBRA, Humanismo, estructuralismo y marxismo, «Atlántida» n, 48, VIII (1970) 573-588.

 

JUAN CRUZ CRUZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991