ESTIGMATIZACIÓN


Como fenómeno místico psicosomático, consiste, en su esquema general, en una participación física de las llagas de Cristo.
     
      Durante la Pasión, según narran los Evangelistas, Jesucristo sufrió indecibles tormentos: bofetadas, azotes, corona de espinas, crucifixión, lanzada... Son los misterios dolorosos, que recuerda, para meditarlos, la devoción del Santo Rosario. Injertado el cristiano en la Cruz por el Bautismo (cfr. Rom 6,3 ss.), la participación espiritual del Misterio de la Muerte de Cristo es ineludible exigencia de su condición. En algunos casos, la participación es tan intensa, tan vivida, tan realista, que se re-producen las llagas del Señor en el compaciente. El proceso de la e. entraña un elemento psíquico (la compasión, alcanzando el término su plenaria significación etimológica: co-padecer, padecer con otro, compartir sus dolores) y un elemento somático (la reproducción de sus heridas en el propio cuerpo). Este proceso ¿se realiza espontáneamente, es decir, sin que intervenga un instrumento material heridor, por una gracia o por una energía psíquica intrínseca que se refleja en una realidad visible? De esto se trata. Pero todavía estamos en la superficie. Y lo que en la superficie vemos es la herida sangrante, el estigma del Señor reproducido, la llaga.
     
      Es, sin la menor duda, el fenómeno místico extraordinario que más impresiona, el más visible, el más duradero. El que más admiración causa en el vulgo y el que más curiosidad despierta entre los científicos y teólogos. La conmoción popular en torno al P. Pío de Pietralcina (estigmatizado de San Giovanni Rotondo, Foggia, Italia) o los innumerables estudios analítico-crítico-teológicos que se han llevado a cabo son pruebas palpables del interés que suscita el fenómeno.
     
      Casos. La historia de la e. resulta, en líneas generales, bastante clara. Un resumen nos da la siguiente visión panorámica: la Pasión de Jesús es el prototipo, la fuente. S. Pablo dice de sí: «Llevo en mi cuerpo las señales (stigmata) del Señor Jesús» (Gal 6,17). Enamorado de la Cruz de Cristo, las llevaba en el alma; también en el cuerpo. La tradición exegética no interpretó las palabras paulinas en el sentido de fenómeno místico. Los exegetas modernos, que replantean la cuestión a la luz de los estigmatizados posteriores, dan diversas explicaciones, mas no insisten por lo común en que se trata de un fenómeno psicosomático, sino de una formidable vivencia espiritual, acordada con su Cristocentrismo teológico y resonante en mil textos de sus epístolas (cfr. Rom 8,9; 2 Cor 13,5; Gal 2,20; Col 1,24; Eph 4,13; Philp 3,10).
     
      El primer caso famoso es el de S. Francisco de Asís (v.). El clima pasionario de la espiritualidad medieval es notorio, como lo es también el dulce caminar del Poverello en pos del Señor. La imitación de Cristo fue la norma de su vida.
     
      Después de S. Francisco, el número de los estigmatizados aumentó considerablemente, no sin motivar algunas polémicas encaminadas a eliminar la exclusiva franciscana. Recordaremos un opúsculo de V. J. Antist, publicado en Valencia 1583 (reeditado y traducido muchas veces), que es una apología de las llagas de S. Catalina de Siena (v.), impugnadas por algunos predicadores celosos de que restasen gloria a S. Francisco.
     
      Las estadísticas analíticas del doctor A. Imbert-Gourbeyre, que dedicó muchos años a una minuciosa investigación de los estigmatizados, arrojan un total de 321 casos. Su labor no podía ser exhaustiva; un corresponsal le invitó a explorar los archivos de los conventos españoles, seguro de que encontraría nuevos casos interesantes, descritos por los mismos pacientes o por sus biógrafos. Como es obvio, el ensayo de Imbert-Gourbeyre tiene límites cronológicos: desde 17 sept. 1224 (fecha de la e. de S. Francisco en el Monte Alvernia) hasta 1891, en que muere Sor Patrocinio, la última de la lista. Posteriormente, han existido otros portadores de los estigmas en su cuerpo: santa Gema Galgani (v.), Teresa Neumann (v.), P. Pío de Pietralcina, etc.
     
      Si el elenco (pp. XXI-XLI) del Dr. Imbert atrae la curiosidad del lector, no es de menor sugerencia la recapitulación (p. 571), que sirve de punto de partida al Dr. René Biot en su libro El enigma de los estigmatizados (París 1955, 13-24). El balance, por estamentos o categorías, da: 229 italianos, 70 franceses, 47 españoles, 31 alemanes, etc.; 109 dominicos, 102 franciscanos, 14 carmelitas, 3 jesuitas, etc.; 280 mujeres, 41 hombres (proporción de 7 a 1).
     
      Dejamos al margen los casos de llagas artificiales, pues tan estupendo fenómeno constituyó una fuerte tentación para algunos (o algunas), que dieron en la vanidad de imitarlas artificiosamente, haciendo tropezar a los simples y a los doctos, a las altas jerarquías del mundo y de la Iglesia.
     
      Si los hechos históricos son innegables, donde se intrinca el problema es en el análisis clínico y teológico de cada caso concreto.
     
      Variedad. El fenómeno de la e., fiel al esquema pasionario, ofrece, no obstante, una ancha gama de matices. Prescindiendo de los estigmas que no se ven, de su periodicidad permanente o transitoria, de su simultaneidad o sucesividad y de su localización en el cuerpo humano, vamos a fijar la mirada en dos casos concretos: el de S. Catalina de Siena y el de S. Teresa de Jesús (v.). La mayor parte de los casos de estigmas responde al esquema de las cinco llagas: manos, pies y costado. En S. Catalina y en S. Teresa sucede de un modo muy peculiar. La documentación está al alcance de la mano.
     
      Santa Catalina de Siena. Cuenta el b. Raimundo de Capua, vulgarizador de la prodigiosa vida de la santa, que el 1 abr. 1375, estaban en Pisa y, después de recibir la Comunión, la Santa entró en rapto; al recobrarse, le confesó: «Padre mío: le anuncio que, por la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, tengo sus llagas en mi cuerpo». Se explicó: «Vi a mi Salvador crucificado, que descendía hacia mí...; de las cinco aberturas de sus llagas, vi que se dirigían a mí rayos sangrientos que hirieron mis manos, mis pies y mi corazón. Comprendí el misterio y exclamé: ¡Ah, Señor, mi Dios, os suplico que en mi cuerpo no aparezcan exteriormente las cicatrices! Cuando esto decía, los rayos se tornaron brillantes y, en forma de luz, llegaron a los cinco sitios de mi cuerpo: a mis manos, a mis pies y a mi corazón» (Leyenda mayor, trad. de P. Alvarez, 3 ed. Vergara 1926, 148-149). Llagas, pues, invisibles con herida directa al corazón.
     
      Santa Teresa de Jesús. Transverberación, con un dardo blandido por un ángel. Dice en su autobiografía: «Veíale (al querubín) en las manos un dardo de oro largo y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego; éste me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas; al sacarle, me parecía las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios... No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo y aun harto» (Vida, 29,13).
     
      Además de estos relatos personales, que no siempre se pueden verificar, tenemos en numerosos casos los análisis clínicos que demuestran la presencia de llagas verdaderas.
     
      Causas. La explicación objetiva de los estigmas está erizada de dificultades. Tres hipótesis entran en juego: 1) La neuropática, de los racionalistas, negadores sistemáticos del orden sobrenatural y, por consiguiente, de la posibilidad del origen divino del fenómeno; 2) la sobrenaturalista, de los que atribuyen los estigmas a una intervención milagrosa de Dios, por ley general, y en otros casos a la intervención preternatural diabólica; 3) la teológica (que va por un camino intermedio), que admite, en principio, la posibilidad de que los estigmas sean un soberano don que el Señor concede a determinadas personas; no se trata de una exigencia de la gracia (v.) santificante (de serlo, se produciría en los altos estadios de la vida mística, y consta que muchos llegan ahí, y no son estigmatizados); ni siquiera de una gracia gratis datae, ya que, en rigor teológico, la tal gracia se ordena al bien espiritual del prójimo, mientras los estigmas son tan personales que a veces ni se ven exteriormente.
     
      Resta, pues, su posibilidad sobrenatural, su carácter de don inmerecido, su eficacia santificadora en el que los recibe o, cuando menos, el ser acicate para configurarse con Cristo Crucificado y, para los demás, un testimonio de santidad. Sin embargo, el teólogo que examina a un estigmatizado rara vez podrá arribar al puerto de una conclusión que trascienda la posibilidad. Es decir, aun admitiendo la posibilidad de una intervención sobrenatural, no se sigue que realmente se trate de una gracia divina. Habría que apurar la investigación de los recursos de la naturaleza, de la psicología humana, de la metasicología, cte.
     
      Los límites del saber científico condicionan la solución concreta por vía teológica. Añádase a esto, en el orden de las realidades fenoménicas humanas, la existencia de tres graves escollos: aunque rarísimamente, los estigmas se hallan a veces en tipos no cristianos como, p. ej., en los sufíes (v.); en tipos cristianos no rriuy fervorosos (H. Thurston cuenta el caso de un novicio que abandonó después la Compañía de Jesús); en tipos cristianos diagnosticados como neuropáticos. La naturaleza histérica o el fondo neuropático no lo explican todo. El Dr. Biot dice que, dada la dificultad de demostrar en concreto que los estigmas son de origen divino (prueba no lograda aún en ningún caso), prefiere optar por esta conclusión: subsiste el enigma de los estigmatizados (o. c. 186-187).
     
      Juicio práctico. En la práctica, la Iglesia adopta una actitud de reserva. Unas veces permite y, en cierto modo, fomenta el culto a los santos estigmatizados: ya se aludió a la fiesta litúrgica que conmemoraba la e. de S. Francisco. En ningún caso, en cambio, ha dado un juicio afirmativo del carácter sobrenatural de los estigmas de un santo. Lo que cuenta son sus virtudes, su ejemplo, su acción. En otros (como el de Santa Gema Galgani), la bula de canonización excluye abiertamente la fenomenología mística (sus estigmas, por tanto), declarando que no se prejuzga. Y en cuanto al P. Pío, después de exámenes de muy compleja índole, declaró que «no consta que sus estigmas sean de origen divino». Y exhorta a los fieles a atenerse a tan sabia norma de prudencia cristiana: AAS 15 (1923) 356; 16 (1924) 368; 18 (1926) 186; 23 (1931) 233.
     
     

V. t.: FENÓMENOS MíSTICOS EXTRAORDINARIOS; MíSTICA II. BIBL.: A. IMBERT-GOURBEYRE, La Stigmatisation... Réponse aux libres-penseurs, Clermont 1894, París 1908; J. M. HÓCH, Los estigmatizados, Madrid 1954; R. BIOT, L'énigme des stigmatises, París 1955; H. THURSTON, Los fenómenos físicos del misticismo, San Sebastián 1953; F. SÁNCHEZ-VENTURA, Estigmatizados y apariciones, Zaragoza 1966; P. DEBONGNIE, Essai critique sur 1'histoire des stigmatisées au M. Age, «Études Carmelitaines» (1936); A. LEMONNYER, L'existence des phénoménes mystiques est-elle concevable en dehors de l'Pglise?, «Vie Sp. Suppl.» 31 (1932) 65-79; V. FRANKL, Psicoanálisis y existencialismo, 5 reimpr. México 1970; P. LERSCH, La estructura de la personalidad, Barcelona 1962; L. RINSER, Konnersreuth. Últimos testimonios sobre la vida de T. Neumann, San Sebastián 1955; C. MORTIMER, P. Pie, le stigmatisé, París 1953; J. G. ARINTERO, Cuestiones místicas, Madrid 1956; J. M. ESCÁMEZ, La teología y los epifenómenos religiosos, «Teología espiritual» 1 (1957) 155 ss.

 

ÁLVARO HUERGA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991