ESPÍRITU
SAGRADA ESCRITURA Y TEOLOGÍA.
La enseñanza cristiana sobre las
realidades espirituales es amplia y rica; ella nos habla, en efecto, de
Dios como e. puro y perfecto (v. DIOS III y iv), de los e. angélicos (v.
ÁNGELES Ii y III), del hombre, ser espiritual y corporal (v. HOMBRE II y
III; ALMA II). Siendo todo ello estudiado en las voces mencionadas, nos
limitamos aquí a un punto concreto de la antropología bíblica y
cristiana, que ilumina, sin embargo, numerosas doctrinas ascéticas,
etc.: la distinción entre espíritu y carne.
Una advertencia previa: esa distinción no debe identificarse con
la distinción entre e. y materia que encontramos en diversos pensadores
griegos y, en especial, en Platón. No es fácil algunas veces determinar
el pensamiento y la intención de Platón (v.); pero, según Plotino (v.),
siempre desprecia lo sensible y reprocha al alma (v.) su unión con el
cuerpo (v.), al que ha llegado como a una prisión o como a una tumba.
Todo mal (v.), según él, procede exclusivamente del cuerpo, que
fundamenta la servidumbre del alma a lo sensible y es el «clavo» que nos
amarra a esta tierra extranjera en la que nos encontramos alienados. De
esta forma quedó implantada una antropología dicotómica, con importantes
aciertos, pero con graves límites y con derivaciones éticas muy
distintas de las que, como veremos, enseña la distinción bíblica que
queremos considerar.
Antiguo Testamento. La palabra hebrea basar, traducida en general
por carne, primariamente significa el tejido muscular de los hombres
vivos o muertos (Gen 2,21; 1 Sam 17,44) y también de los animales (Num
11,33; Dt 14,8). Simultáneamente el mismo vocablo designa también el
cuerpo en su totalidad (Num 8,7; Ps 63,2; lob 4,15). La expresión «toda
carne» significa el conjunto de todos los vivientes, hombres y animales
(Gen 6,12.17.19) o también toda la humanidad (ls 40,5-6). En paralelismo
con nefes, basar designa algunas veces la persona (v.) humana (Ps 63,2;
lob 14,22). De hecho, la carne aparece como sede de pensamientos y
sensaciones, lo mismo que el alma en la concepción platónica (Ps 51,10;
63,2; 84,3). Este uso terminológico demuestra ya que los israelitas no
establecen oposición entre cuerpo-alma. Por eso, según ellos, no es
correcto oponer en el hombre el cuerpo y el alma; más bien se debe decir
que el hombre es una «carne» (viviente corporal) o es un «espíritu»
(viviente espiritual).
La carne puede ser sede de la vida, pero en tanto en cuanto guarda
relación con el espíritu (rúah, nésama) que es el principio vital (Ez
37,5-14; v. ALMA ii). No se excluye, pues, absolutamente toda dualidad.
La fuerza vital del espíritu que, como de su manantial, procede de
Yahwéh (Is 42,5), es denominada «espíritu de Dios» (Ez 37,14; Ps
104,30). Si Dios retira su espíritu a la carne, el hombre muere y se
convierte en polvo (Ps 104,29; 146,4; lob 34,14 s.). Esto explica que la
carne signifique lo caduco o lo fugaz, designando al hombre en su índice
de fragilidad, mientras el espíritu se refiere a lo poderoso e
imperecedero (Is 31,3; ler 17,5; lob 10,4 s.; Ps 56,5). En este contexto
debe situarse la expresión e. y c., como distinción entre Dios que
detenta y comunica el espíritu, y el hombre que lo recibe como hálito
vital, es decir, entre la omnipotencia y la impotencia (Gen 2,7; Is 40,6
ss.). La misma expresión, aplicada al hombre, no tiene ni un carácter
sustancial, como dualidad en el interior de la misma naturaleza, ni un
carácter ético, como distinción entre el bien (v.), como propio del
espíritu, y el mal, como propio de la carne. Se trata más bien de la
diferencia entre dos órdenes, es decir, de una dualidad de carácter
dinámico y funcional. Solamente en la literatura sapiencial (v.), quizá
por la influencia helenística, se advierte un dualismo ético,
considerando a la carne como la sede del pecado (Eccli 17,31; 28,5; Sap
9,15).
Nuevo Testamento. El significado primario de la carne (sarx) es
idéntico al del A. T.: tejido muscular de los cuerpos vivos o muertos,
el cuerpo en su totalidad, la persona o la naturaleza humanas (Le 24,39;
Act 2,26.31; lo 1,14; 17,2; Rom 1,3). Tampoco en el N. T. la expresión
e. y c. significa el dualismo cuerpo-alma del pensamiento platónico,
aunque alguna vez parezca adoptar esa acepción (1 Cor 7,34; 2 Cor 7,1).
La carne designa al hombre en su vertiente de fragilidad, en
oposición a la fuerza y la firmeza del espíritu (lo 3,6; 6,63; Philp
3,3; Gal 4,13-14). En la misma línea significa la incapacidad
intelectual, moral y religiosa de alcanzar la revelación y los dones del
Reino (Mt 16,17; 1 Cor 15,20). En este sentido, la idea de carne no se
refiere directamente a una realidad de orden físico o moral, sino de
orden salvífico, significando la espera de lo puramente humano y terreno
en contraposición a lo celestial, a lo divino, lo cristiano (Rom 1,3 ss.;
1 Tim 3,16). Solamente en unión con el espíritu puede la carne situarse
en el plano de la salvación y acercarse así al Reino de Dios (lo 3,3-5;
4,37 ss.; 7,39; v.). El espíritu (pneuma) se mantiene algunas veces en
el plano natural de su significación primaria, designando las funciones
psicológicas del hombre (Mc 2,8; 8,12; 2 Cor 2,13; 7,13; Col 2,5); sin
embargo, las más de las veces, significa la virtud santificadora del
Espíritu Santo (v.) que, como principio de vida eterna, transforma al
creyente dentro de la economía de la Nueva Alianza (Rom 8,9.11.16; 1 Cor
6,16). Según esto, la expresión e. y c. no se limita a un plano
antropológico, como si definiera al hombre en su naturaleza, sino que lo
considera en su relación al nuevo orden de la salvación establecido por
Jesucristo.
Para S. Pablo, la carne significa frecuentemente, no una realidad
de orden físico o metafísico, sino la situación moralmente débil del
hombre sometido al pecado (v.), en cuanto que no puede agradar a Dios y
vive sin Cristo, al margen de la Alianza (Rom 8,8; Eph 2, 11-12). La
carne, es decir, el hombre en esta situación precaria, es sujeto y
víctima, no sólo de la sensualidad y la impureza, sino de todos los
vicios del entendimiento y de la voluntad (Gal 5,19-21). Por ello S.
Pablo considera a la carne como asiento e instrumento del pecado,
denominándola «cuerpo de pecado» y «cuerpo de muerte» (Eph 2,3; Rom 6,6;
7,18-25). A pesar de todo, la carne no es esencialmente mala, ya que
puede ponerse al servicio de la justicia y ser ofrecida como hostia
agradable a Dios (Rom 6,19; 12,1). La vinculación entre la carne y el
pecado no es, pues, necesaria. Según esto, el cristiano no debe destruir
la carne, sino que debe transformar su conducta, viviendo según el
espíritu para ser hijo de Dios (Rom 8,4.12-14). El bautizado, que no
vive ya «en la carne, sino en el espíritu» (Rom 8,9), debe abandonar al
«hombre viejo» (v. HOMBRE 11, 3) que ha sido crucificado (Col 2,11; Rom
6,6-11).
La vida según el espíritu tiene una dimensión ética, en cuanto que
supera la situación moralmente precaria del pecador, sustituyendo las
obras de la carne por los frutos del espíritu (Gal 5,22-23). Pero la
inserción del espíritu en la vida cristiana no comporta exclusivamente
un contenido moral en una perspectiva puramente ascética, sino que
implanta una vida nueva en una existencia nueva. Liberado del pecado, de
la muerte y hasta de la ley misma, el cristiano vive según una ley
nueva, «la ley del espíritu», que conforma su vida a la vida de Cristo
Jesús y supera la necesidad de la letra de la ley (Rom 8,2 ss.). Frente
al hombre «carnal» ha sido constituido un «hombre nuevo», es decir, un
«hombre espiritual», abierto a la acción salvadora y transformadora de
Dios (1 Cor 2,13-15; 15,44-46; Eph 2,15). Este «hombre espiritual» es el
prototipo de la nueva humanidad recreada por Dios en la persona de
Cristo resucitado, y el Espíritu que habita en él le hace incesantemente
partícipe del don de la resurrección (2 Cor 5,17; Rom 8,11).
J. APECÉCHEA PERURENA.
V. t.: ALMA II; CARNE (Teología moral); HOMBRE 11; ASCETISMO II; ESPIRITUALIDAD; RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS. BIBL.: 1. FICHTNER-E. SCHWEITZER, Fleisch und Geist, en Die Religion in Geschichte und Gegenwart, II, Tubinga, 1958, 974977; J. ALONso, Antropología subyacente en los conceptos neotestamentarios relacionados con la escatología individual, en XV! Semana Bíblica Española, Madrid 1956, 7-47; C. TRESMONTANT, Ensayo sobre el pensamiento hebreo, Madrid 1962; E. DE WIT BURTON, Spirit, Soul and Flesh, Chicago 1918; J. GoITIA, La noción dinámica de «pneuma» en los libros sagrados, «Estudios Bíblicos» XV (1956) 147-185, 341-380, ib. XVI (1957) 115-159; J. Luzzl, Contenido religioso de «soma» y «sarx», «Ciencia y Fe» XV (1959) 451-473; F. Puzo, Significado de la palabra «pneuma» en S. Pablo, «Estudios Bíblicos» I (1942) 437-460; A. FERNANDEz, La inmortalidad del alma en el A. T., «Razón y Fe» 36 (1913) 316-333; J. CAMPOS, «Anima» y «animus» en el N. T., «Salmanticensis» 4 (1957) 585-601; P. VAN IMSCHOOT, Teología del A. T., Madrid 1969, 345 ss.; M. HEINERT, Teología del N. T., 2 ed. Madrid 1966 (cfr. índice: carne, espíritu, p. 680 y 681).
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991