El periodo que corre desde los. comienzos del s. xix hasta la guerra civil
de 1936 tiene como tema dominante la lucha en torno a la secularización
(v.) de la vida española. Aunque se trata de un proceso análogo al que
experimentan durante la misma época los países de cultura católica
mayoritaria, en E. deben destacarse algunas notas típicas: su larga
duración, su violencia (guerras civiles frecuentes) y la falta de una
corriente apreciable de pensamiento católico-liberal. También es
característico el ritmo del proceso, con periodos cortos y activos de
secularización, seguidos de largos periodos restauradores.
En el periodo de Cortes Constituyentes (1810-13), se dictan decretos
suprimiendo la Inquisición, se desamortizan parcialmente los bienes
eclesiásticos y se establece la libertad de imprenta. La vuelta de
Fernando VII (v.) en 1814 frena este proceso secularizador hasta su muerte
en 1833, aunque haya que registrar un corto y violento paréntesis
revolucionario de 1820 a 1823. Durante el reinado de este monarca tiene
lugar la reposición de la Compañía de Jesús, suprimida en el reinado de
Carlos III (v.).
El periodo de regencias (1833-44) se desarrolla en medio de una
guerra civil generalizada. Se abre con una matanza de frailes en Madrid
que repercute en provincias y queda impune, y se cierra con el intento
fracasado de provocar un cisma desde el poder. El clero regular fue
prácticamente disuelto. De todas las medidas gubernamentales, la de más
trascendencia es la de Desamortización (v.) de los bienes eclesiásticos en
1836, bajo Mendizábal (v.). El clero quedó privado de autonomía económica,
lo que repercutirá en su bajo nivel intelectual, en su reclutamiento, a
partir de entonces casi exclusivamente campesino, en la falta de
envergadura de sus iniciativas, en su hostilidad al poder civil; y en una
invencible desconfianza hacia el «derecho nuevo». La política religiosa de
las regencias borró en el clero los rasgos regalistas e ilustrados
heredados del s. xvlii y contribuyó a darle una fisonomía que perdurará
hasta la guerra de 1936-39.
Entre 1844 y 1868 discurre el reinado de Isabel II (v.) que puede
calificarse de periodo restaurador. Se firma un Concordato en 1851,
renacen las órdenes religiosas, y en todos los sectores de la cultura y
grupos sociales se advierte un considerable florecer religioso: destacan
la notable labor de misiones populares, tanto habladas como escritas
(folletos, libros de devoción, etc.), llevada a cabo y promovida por S.
Antonio María Claret (v.); así como las iniciativas de S. María Micaela
del Santísimo Sacramento (v.) y de S. María Soledad Torres Acosta (v.)
fundadoras respectivamente de las Adoratrices (v.) y Siervas de María. Se
introducen en E. las Conferencias (v.) de S. Vicente-de Paúl, traídas de
Francia por Santiago Masarnau. Es la época más brillante de apologistas
seglares entre los que merecen una especial mención Juan Donoso Cortés
(v.) y José María Quadrado. En este periodo, sin embargo, surge el primer
intento de secularizar el pensamiento español, importando corrientes
filosóficas traspirenaicas (V. KRAUSISMO ESPAÑOL).
El periodo revolucionario (1868-74) se abre con el destronamiento de
Isabel II y concluye con la restauración de su hijo Alfonso XII. Rotas las
relaciones con la Santa Sede, se renuncia constitucionalmente a la
confesionalidad del Estado, y se arbitran medidas antirreligiosas que
provocarán una nueva guerra civil. Durante este periodo merece destacarse
el surgir de un verdadero movimiento seglar de católicos españoles que se
agruparon en torno a la Asociación de Católicos (marqués de Mirabel,
Vicente de Lafuente, Carbonero y Sol, etc.), con el fin de allegar para la
Iglesia ayudas privadas que compensasen, al menos en parte, las
consecuencias de la desconfesionalización.
Cerrado por autodisolución este paréntesis revolucionario, se entra
en un periodo restaurador especialmente largo, en el que el valioso
esfuerzo del clero regular en la segunda enseñanza devuelve a la Iglesia
su influencia sobre la aristocracia y la clase media. La pierde, en
cambio, tanto en el terreno de la enseñanza universitaria, como en las
masas proletarias urbanas que aparecen a fines del s. xix y entre el
campesinado de las regiones latifundistas. El movimiento seglar,
relativamente compacto en el periodo anterior, se escinde por cuestiones
dinásticas y por diferencias de interpretación de las exigencias del
Syllabus de Pío IX (v.). Las polémicas entre los católicos agrupados en
torno a Pidal y Nocedal les desprestigian por un lado, y por otro también
les impiden una acción política y social efectivas.
Hay que esperar casi a las vísperas de la I Guerra mundial para
encontrar (1901-04) un nuevo periodo corto, y más aparatoso que efectivo,
de medidas secularizadoras. Las dificultades que bncuentra la Iglesia no
proceden ya principalmente de los gobiernos, sino de la sociedad,
promovidas por los intelectuales y las agrupaciones obreristas. La Iglesia
experimenta la gravedad de su desarme intelectual y la falta de
instrumentos para afrontar la polémica a que se ve sometida. Al mismo
tiempo se incrementan las manifestaciones colectivas y públicas de piedad
y devoción tales como los Congresos Eucarísticos (v. EUCARISTÍA v) que se
celebraron en distintas ciudades españolas (Valencia 1893, Lugo 1896),
sobresaliendo el internacional de Madrid (1911) que constituyó un intenso
estímulo para los católicos. Entre los publicistas católicos de esta época
merecen ser destacados Navarro Villoslada, Vázquez de Mella (v.) y
Menéndez Pelayo (v.); entre los eclesiásticos, fray Ceferino González
(v.), el obispo Cámara y el P. Mir.
En el primer tercio del s. xx nacieron y se formaron diversas
iniciativas y asociaciones, que habrían de desarrollar posteriormente gran
actividad en el terreno de la propaganda del pensamiento pontificio y de
la política (por ejemplo, V. ASOCIACIÓN CATÓLICA NACIONAL DE
PROPAGANDISTAS; CONFEDERACIÓN ESPAÑOLA DE DERECHAS AUTÓNOMAS), en el
intelectual (p. ej., v. ACCIóN ESPAÑOLA), en el de la enseñanza (p.ej., V.
POVEDA, PEDRO; TERESIANAS), etcétera. Dentro del apostolado y
espiritualidad de los católicos seglares, hay que señalar en esta época el
nacimiento, aunque con carácter y naturaleza universales, de la asociación
Opus Dei (v.), fundada en 1928 por Josemaría Escrivá de Balaguer (v.).
Con la II República (1931-36) se desarrolla el último periodo
secularizador, que alcanza su ápice en la zona republicana durante la
guerra civil española (1936-39). Sus promotores se inspiran en el programa
anticlerical de los radicales franceses, pero el empuje de las ideologías
marxistas y anarquistas, el resentimiento social y la crítica a veces
imprudente e irresponsable, y a veces sectaria, de los intelectuales más
prestigiosos lo extremaron, creando un clima que contribuyó en gran parte
al estallido de la guerra. Pueden dar una idea del furor antirreligioso
las cifras de 13 obispos, 4.254 sacerdotes, 249 seminaristas, 2.489
religiosos y 283 religiosas asesinados en la zona roja (V. GUERRA CIVIL
ESPAÑOLA).
Las relaciones entre la Iglesia española y el nuevo régimen
inaugurado con la guerra civil fueron estrechas desde el primer momento.
La Jerarquía de la Iglesia en los años que precedieron a la guerra
fomentó, a pesar de la persecución y mal trato de que era objeto, un
espíritu de acatamiento y colaboración con los poderes de la República. Es
un hecho que la jerarquía y el clero en general no indujeron a la acción
armada, pero, una vez comenzada ésta sin poderlo evitar, reconocieron su
legitimidad aunque procurando mantener sentimientos de perdón y
comprensión. En este sentido pueden confrontarse los escritos del entonces
primado, card. Gomá (Pastorales de la guerra de España, Madrid 1955; A.
Granados, El cardenal Gomá, Madrid 1969).
Este espíritu de colaboración, que permitió la reconstrucción, tanto
material como espiritual, de las ruinas en que la guerra había sumido a la
Iglesia española, llevó a la firma del Concordato en 1953 entre E. y la
Santa Sede, que dio al Estado una fisonomía estrechamente confesional. Al
mismo tiempo tuvo lugar un intenso desarrollo de la piedad y fervor
populares acompañados de gran número de vocaciones, una abundante
participación en las misiones de todo el mundo y un amplio desarrollo de
la Acción Católica y otras asociaciones de fieles. Todo ello quedó
reflejado, p. ej., en la celebración del Congreso Eucarístico
internacional de Barcelona (1952).
La convocatoria y desarrollo del Conc. Vaticano 11 (v.) han influido
poderosamente en la Iglesia española (como en la de todo el mundo)
causando un impacto cuyas consecuencias (debido a la falta de perspectiva
que da la excesiva proximidad) no estamos en condiciones de valorar
todavía. Cabe señalar, no obstante, algunas de las consecuencias ya
traducidas en hechos, p. ej., la creación de la Conferencia Episcopal,
motivo de frecuente reunión de los obispos en vistas a una acción pastoral
conjunta; en cuanto a las relaciones Iglesia-Estado es de señalar que, a
petición de ambas partes, se encuentra en revisión el Concordato de 1953
para adaptarlo a las exigencias del espíritu conciliar; así también es
digna de mención la ley de libertad religiosa promulgada en 1968.
En los últimos años varios españoles han alcanzado el honor de los
altares: María Micaela del Sino. Sacramento (1935), Joaquina de Vedruna
(1959), Juan de Ribera (1960), María Soledad Torres Acosta (1970), etc.
Destacan en este sentido la canonización de S. Juan de Ávila (v.) y el
nombramiento de S. Teresa de Jesús (v.) como Doctora de la Iglesia, ambas
en 1970.
BIBL.: B. LLORCA y OTROS,
Historia de la Iglesia Católica, IV, Madrid 1955; F. MARTí GILABERT, La
Iglesia en España durante la Revolución francesa, Pamplona 1971; 1. BECKER,
Relaciones diplomáticas entre España y la Santa Sede durante el siglo XIX,
Madrid 1908; V. DE LA FUENTE, Historia eclesiástica de España, II, Madrid
1875; M. MENÉNDEZ PELAYO, Historia de los Heterodoxos españoles, VIII,
Madrid 1946-48; B. DE ECHALAR, en su Nota a la Historia general de la
Iglesia, de F. MOURRET, IX, Madrid 1927; A. MONTERO MORENO, Historia de la
persecución religiosa en España, 1936-39, Madrid 1961; A. MENDIZÁBAL,
L'offensive laiciste en Espagne, «La Vie Intellectuelle» 15 (1932).
R. GUTIÉRREZ NIETO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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