ESPAÑA. HISTORIA DE LA IGLESIA.


1. Época romano-visigótica. La escasez de fuentes hace difícil reconstruir la historia de los orígenes del cristianismo en la península Ibérica. La tradición que atribuye al Apóstol Santiago la evangelización de Hispania tiene su primer testimonio indudable en el tratado De ortu et obitu patrum, escrito por S. Isidoro de Sevilla a comienzos del s. vii. Esta tradición se difundió a finales del s. viil en la E. del norte, donde aparece también la de la traslación del cuerpo y su sepultura en Compostela (v. SANTIAGO DE COMPOSTELA). Otra tradición, de más antiguo fundamento en las fuentes históricas, es la de la venida de S. Pablo a E. El Apóstol tuvo sin duda el propósito de viajar a la Península, que manifiesta claramente en dos pasajes de su carta a los Romanos (Rom 15,23 y 28). La afirmación de Clemente Romano de que S. Pablo llegó «hasta los términos de Occidente», y otros testimonios del s. t[, alusivos también al viaje a E., pueden entenderse como la confirmación a posteriori de que el Apóstol realizó su proyectada visita. Otras tradiciones hablan de los santos varones (v.) apostólicos.En todo caso, en el s. iI, existían en diversos centros urbanos comunidades cristianas, a las que aluden S. Ireneo y Tertuliano. Parece probable la influencia de la Iglesia africana de Cartago sobre las incipientes cristiandades hispanas. A mediados del s. IIi, las persecuciones (V. PERSECUCIONES A LOS CRISTIANOS) afectaron ya a las iglesias de E. La de Decio (249-251) prueba la existencia de núcleos cristianos en Mérida y Astorga, que depusieron a los obispos libeláticos Marcial y Basílides, quien apeló a Roma ante el papa Esteban. Pocos años después, en la persecución de Valeriano (258), sufrió martirio el obispo Fructuoso de Tarragona y varios compañeros. Pero el número más crecido de mártires lo produjo la gran persecución de Diocleciano (303-304). Si las localidades donde consta que hubo mártires cristianos eran, como parece lógico, las sedes de las comunidades importantes, vemos que el cristianismo tenía especial arraigo en las principales ciudades: Zaragoza, Barcelona, Gerona, Valencia, León, Mérida, Sevilla, Alcalá, Córdoba, Toledo y Tarragona. El Conc. de Elvira, reunido en los primeros años del s. Iv, es buen exponente de la geografía de la cristianización en esta época: están representados en él 21 comunidades de la Bética (la provincia más romanizada), ocho de la Cartaginense, tres de la Lusitania, dos de la Tarraconense y una de Galicia. Hay que advertir, sin embargo, que el lugar de celebración del concilio (cerca de la actual Granada) favorecería más la asistencia de representantes de comunidades cercanas.
     
      El Conc. de Elvira tuvo gran importancia en la historia de la disciplina eclesiástica occidental. Otorgada ya la libertad a la Iglesia, un obispo español, Osio de Córdoba (v.), ocupó un lugar eminente frente al arrianismo en las grandes disputas teológicas del s. Iv. Consejero del emperador Constantino, presidió el Conc. de Nicea (325) y el de Sárdica (343). Otro hispano, Aurelio Prudencio (v.), es el cantor de los mártires y el creador de la poesía lírica cristiana. A finales del s. iv, la Iglesia de E. sufrió la crisis del priscilianismo (v.), cuyos efectos perduraron por largo tiempo en el nordeste. Durante el s. v y primera parte del vi, las relaciones de E. con Roma fueron muy estrechas: los Papas enviaron a la Península numerosas decretales y en ciertos momentos un prelado español aparece investido del título de Vicario Apostólico. Esta comunicación decayó en el s. vi, a consecuencia de la guerra gótica y la conquista de Italia por Justiniano, que situó a Roma en el ámbito político del Imperio de Oriente.
     
      Los invasores germánicos trajeron su arrianismo nacional a la Península (v. ARRIO Y ARRIANISMO). La población hispano-romana, mayoritaria, siguió fiel a la ortodoxia católica. El reino suevo de Galicia abrazó el catolicismo a mediados del s. vi, por efecto, sobre todo, de la acción misionera de S. Martín de Dumio (v.). En el reino visigótico, la minoría dirigente germánica no persiguió de ordinario a los católicos ni trató de imponerles su arrianismo racial. La situación varió con Leovigildo (568586; v.), que se anexionó el reino suevo y pretendió lograr la unidad religiosa de todos sus súbditos en la confesión arriana. Leovigildo persiguió a los católicos, favoreció las apostasías y luchó contra su hijo Hermenegildo (v.), a quien sostuvo la población hispano-romana de la Bética. Muerto Leovigildo, su hijo Recaredo (586-601) se convirtió con el pueblo godo al catolicismo. El III Concilio de Toledo, presidido por S. Leandro, se reunió en el 589 para solemnizar este histórico acontecimiento.
     
      La época visigodo-católica representó un periodo de extraordinario florecimiento de la Iglesia española. Una serie de grandes figuras brillaron durante el s. vil: S. Isidoro de Sevilla (v.), S. Braulio de Zaragoza (v.), S. Ildefonso de Toledo (v.), S. Eugenio de Toledo (v.), S. Fructuoso de Braga (v.), Samuel Tajón (v.) obispo de Zaragoza, S. Julián de Toledo (v.), etc. En Toledo se reunieron los concilios generales, instrumento de íntima colaboración entre la Iglesia y la monarquía (v. TOLEDO, CONCILIOS DE). E. produjo la Colección canónica Hispana, que fue durante siglos la más importante de Occidente. Una liturgia propia (V. HISPANO, RITO), un régimen monástico peculiar y una notable literatura patrística fueron el fruto de esta época de plenitud de la Iglesia de E.
     
     

BIBL.: B. GAms, Die Kirchengeschichte von Spanien, I y II, Graz 1956; H. LECLERCQ, L'Espagne Chrétienne, París 1906; Z. GARCíA VILLADA, Historia eclesiástica de España, I y II, Madrid 1929-33; A. C. VEGA, El Pontificado y la Iglesia española en los siete primeros siglos, El Escorial 1942; M. C. DíAZ Y DIAz, En torno a los orígenes del Cristianismo hispánico, en Las raíces de España, Madrid 1967.

 

J. ORLANDIs RoVIRA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991