ESCATOLOGIA. HISTORIA DE LAS RELIGIONES.


1. Escatología a nivel de la persona. 2. Escatología a nivel del universo. 3. Síntesis.
     
      Etimológicamente escatología (del griego escaton, fin, y logos, palabra o doctrina) significa la ciencia o doctrina acerca de las cosas últimas o, mejor, de los acontecimientos últimos. El vocablo debe su origen a la versión griega del A. T., de los Setenta, que traduce generalmente por escasa la palabra hebrea 'ahárît, fin.
     
      Bajo el punto de vista del fenómeno religioso se puede constatar la existencia de una serie de datos cuya única explicación lógica es afirmar que el hombre creyó desde los albores del tiempo en una sobrevivencia bien personal, bien colectiva (v. INMORTALIDAD; ULTRATUMBA). La persona se continúa en su propia identidad tras los diversos pasos por los que atraviesa en su vida. Existe un más allá donde esa misma persona revive o continúa viviendo una existencia nueva. Como síntesis de este pensamiento y, a la vez, dato verificable, los súmeros rodeaban desde los comienzos de su historia a los muertos de los más exquisitos cuidados: jamás les faltaban ofrendas en sus tumbas, las llamadas «comidas de los espíritus»; un prolijo ritual acompaña al difunto más allá de la muerte (v.); de ello da fe la «Estela de los Buitres». Las ideas de este pueblo (v. SUMERIA), puente entre el megalítico más reciente y la época histórica propiamente dicha, han sido decisivas para el pensamiento sobre la e. de toda la antigüedad.
     
      1. Escatología a nivel de la persona. La morfología de los novísimos del individuo posee una serie de elementos que aparecen en no pocos sistemas religiosos Entre ellos los principales son:a) Un paso o tránsito: el más allá ha sido configurado como un lugar aparte, lejano, separado del mundo visible (v. CIELO; INFIERNO I). Dada esta distancia, geográfica o esencial, el individuo precisa de un medio que haga posible este tránsito. Este medio tomará una figura ade cuada a la fisonomía del reino allende la tierra. Será un barquero (el Knubur súmero o el Caronte griego), cuando los límites entre ambos mundos sean presentados como un río o una laguna (p. ej., la Estigia); o bien será un puente, como el Chinvat iranio, si ambos reinos están separados por un abismo, o el Arco Iris, de dudosa estabilidad; etc. Entre los hindúes se exige algo más: la-transformación del muerto, que se logra mediante ritos apropiados capaces de hacer entrar en su nueva dimensión al espíritu del difunto. Es el «cuerpo de muerte»: se asemeja este rito a los conocidos de «tránsito» mediante los cuales los neófitos adquieren la posibilidad de entrar en una nueva vida (v. INICIACIÓN, RITOS DE). Este paso es siempre presentado como muy peligroso. Entre los mayas estaba figurado en un puente trenzado con cabellos de mujer. Siempre ha de exigir una entrega o donación o bien la confesión de la inocencia personal: un óbolo como pago, entre los chinos y griegos, una profesión de justicia entre los egipcios, etc.
     
      b) La dificultad del paso se manifiesta en un juicio. Entre los antiguos iranios se tenía bien presente la dificultad antes dicha. En los Gathas esta creencia se transforma en la figura del Chinvat, el «Separador», especie de juez mecánico en forma de puente, que empieza a funcionar en el preciso momento en que el espíritu del difunto lo pisa, y reacciona de distinta manera bajo un justo que bajo un mentiroso. Para el primero se ensancha hasta alcanzar las dimensiones de una gran calzada, mientras que bajo el impío se va estrechando y se hace tan resbaladizo como la hoja de un cuchillo. En otras religiones, el juicio es obra de un dios: Yama para los hindúes y Osiris para los egipcios pesan en balanza fiel los méritos y las faltas de cada individuo, dándoles la sanción que corresponde a sus obras.
     
      En el budismo japonés (v. ZEN), el rey Emma (Emma-o) es presentado como la divinidad encargada de aplicar la retribución de los actos. Aunque la reencarnación mecánica condujo a reputar como inútil el juicio de los muertos, Emma-o pasa a ser el gran ejecutor de los castigos. Según la concepción budista común a la China y al Japón, el viaje al más allá es melancólico, en completa soledad y ha de efectuarse a través de una inmensa llanura pelada (v. ULTRATUMBA; INFIERNO I). Tras la Montaña de la Muerte (Shide-no-yama) se encuentra el Río de los Tres pasos: uno de ellos poco profundo, para los pecadores cuyas faltas han sido leves; otro, un maravilloso puente por donde pasan los buenos, mientras que el último es un abismo plagado-de monstruos. Una vieja hace de portera, despojando de sus vestidos a los espíritus; una tradición afirma que si se le da una limosna, se libra de ello,; por esto se pone un poco de dinero en el ataúd. Los difuntos son llevados ante Emma por los guardias infernales de cabeza de buey o caballo. El rey es presentado como un juez, de rostro rojo y barba poblada;- a su lado, dos secretarios llevan los registros de los espíritus y un espejo mágico completa la obra: en él se refleja la vida entera del individuo juzgado. El veredicto puede ser múltiple y el destino del alma igual; según sus actos sube al reino de los dioses, se convierte en héroe o es arrojado a las penas del infierno.
     
      c) El reino de los muertos. Alguna opinión primitiva se figura este lugar como algo oscuro, lleno de sombras (v. ULTRATUMBA), donde sus habitantes llevan una vidao disminuida, sin más esperanzas que vegetar en aquellas mansiones del olvido; las divinidades que imperan en ese lugar son despiadadas, antojadizas, fáciles a la cólera ya sobre todo crueles; no se hace distinción entre justos e - injustos: todos por igual son acogidos en este mundo n de sombras; se trata de la sacralización de la Tierra como inmenso mausoleo de los que un día fueron sus habitantes.
     
      Pero en general se piensa que existe una diferenciación entre los difuntos. En unos pueblos la razón será dada por un ritual preciso o unas reglas morales que se han debido guardar: en el mazdeísmo (v.) existe un cielo y un infierno; entre los hindúes, los muertos adquieren según sus méritos un cuerpo de placer, que le da acceso a la bienaventuranza, o un cuerpo de dolor que lo arroja a uno de los múltiples infiernos (v.).
     
      Incluso -y es digno de notarse en la e. individualalgunas religiones recapacitaron en la complejidad de la conducta humana y vieron cómo en más de una ocasión el hombre no puede ser juzgado de impío, aunque tampoco sea completamente justo. De ahí que admitieran un como tercer estado o lugar para éstos, en los que la balanza de las acciones buenas y malas no se inclina decisivamente a ningún lado. En el mazdeísmo, aunque de forma dudosa, se habla del Hainestakans, lugar intermedio entre la Tierra y las estrellas, donde esperan el juicio final o escatológico definitivo aquellos cuyas obras buenas y malas corrieron parejas. Quizá en este mismo contexto religioso haya que explicar algunos aspectos de la transmigración (v. METEMPSÍCOSIS).
     
      2. Escatología a nivel del universo. Casi todos los sistemas religiosos conocidos admiten que el orden de cosas de este mundo ha de tener un fin. Al especificar, sin embargo, las causas, unos concebirán como innato a la naturaleza de las cosas la necesidad de un término, llegando a afirmar la mitología germano-escandinava, p. ej., que los mismos dioses tendrán también un fin. Otros, por el contrario, están persuadidos que esta terminación es trascendente a la realidad de las cosas, de ahí la necesidad de admitir una voluntad superior que determine el cómo y el cuándo del postrer cataclismo (v. t. MUNDO III, l). La concepción del tiempo influye determinantemente en la forma de entender las postrimerías:a) Aquellos sistemas sujetos al orden cíclico, espacial, creen que el fin del cosmos es algo obligado. La destrucción repetirá una vez más la ruina primordial acaecida en el antetiempo. Los aztecas (v.) esperaban este fin que sería el 5° de una serie que jamás terminaría. En el hinduismo (v.) se cree que cada edad del mundo termina en una disolución (Prahlaya): el fuego mítico (Samvartaka) destruye todo el universo, y una gran lluvia o diluvio anega toda la tierra calcinada sumergiéndola en el océano primordial; sobre él, acurrucado en la serpiente Sesha, duerme su sueño yogi Visnú. Como estos ciclos han de irse repitiendo, siempre quedará una como semilla de vida después del caos: pueden ser unos dioses o unos hombres, que recomenzarán el ciclo, la rueda de la vida; esta creación o cosmogonía es imprescindible; a ella le sigue un proceso de deterioro, debido a los pecados humanos y de nuevo se abocará al caos. Hesiodo describe en Los trabajos y los días esta degradación distinguiendo en la historia del mundo cinco edades. En ellas la vida de los humanos se va acortando, van siendo mayores las dificultades, etc. El jainismo (v.) ve plásticamente este deterioro: al principio, el hombre tenía una estatura enorme y duraba millones de años, mientras que al fin del ciclo apenas mide 7 codos y su vida no alcanza los 100 años. La misma idea se vislumbra en la lista babilonia de los reyes antediluvianos.
     
      b) Otros sistemas religiosos admiten un tiempo lineal, más o menos irreversible. Éstos creen que el fin cósmico será debido a un acto de la divinidad provocada por las injusticias de los humanos. Esta concepción se integra a veces a la anterior en un todo: una serie de cataclismos cíclicos abocarán al gran fin definitivo. Tal parece el sentido del Mahaprahlaya védico (V. VEDAS), la gran disolución. El mazdeísmo (v.) concibe un fin escalonado. Según los Gathas, tras la lucha final entre Ahura Mazda y Angra Mainyu (Ahrimán), los hombres van resucitando y, tras la aniquilación de todos los elementos de la mentira o injusticia (representados en la mítica serpiente Goshir), termina el tiempo, dando paso al nuevo reino, donde todo es puro, limpio, verdadero, liberado de las fuerzas demoniacas que imperaron en el tiempo. De esta forma se reproduce el estado ideal de existencia, la «Edad de Oro» primordial.
     
      c) Otra forma de entender el acto final de la existencia cósmica que participa de los dos anteriores sin identificarse con ninguno, es la concepción germano-escandinava (V. GERMANIA; ESCANDINAVIA). Éstos no creían ni en la eternidad del mundo ni en la perennidad de sus dioses. Igual que los hombres, los dioses germanos estaban sometidos al destino, su vida había comenzado un día y estaba asimismo destinada a terminar otro. La batalla que precederá al fin del mundo es conocida con el nombre de Ragnarot, el destino fatal de los dioses. El proceso desintegrador ha sido radicalmente provocado por la injusticia de los mismos dioses; por ello se verán encadenados a la destrucción, presentada bien como una inmensa tragedia permanente en que todo y todos fenecen, bien como una transformación radical e incesante. En la Tierra reina el desorden: los hermanos luchan entre sí, dándose muerte; los hijos reniegan de su raza; el mundo es malo, el adulterio espantable; es el tiempo de las espadas, el tiempo del hacha que hiende los escudos (reza un himno). Los feroces animales míticos se han escapado; uno de ellos aferra en sus fauces al Sol, ennegreciéndolo; el cielo se vuelve gris; es el tiempo del viento y del huracán; desaparece el verano. La serpiente de Migdar (el mar tempestuoso) y Surt (el calor ardiente del fuego) se alían para combatir a los dioses, en la inmensa explanada del Walhalla. Odín cae en las fauces del lobo Fenhir que es despedazado, a su vez, por Vidar, hijo de Odín. Thor encuentra a su vieja enemiga, la serpiente; si bien ésta muere de un terrible martillazo, su aire pestilente acaba con su adversario, vengándola: Thor fenece sobre el cadáver de Migdar. Todo acaba; en el crepúsculo de aquella tarde, la vida abandona el planeta. Al morir sus sustentadores, dioses y gigantes, la matriz telúrica arroja fuera a los enanos, a las fuerzas vitales y la noche, al caer, cubre con su nada el horrible cadáver de todo lo que vivía.
     
      Como se ve, el fin del mundo es presentado de muy diversa manera y casi siempre está en relación con los agentes atmosféricos más conocidos y temidos de cada pueblo. Mientras que en las islas del Pacífico todo terminará en un gran terremoto, los pueblos de tierras llanas temieron una inundación y los habitantes de regiones boscosas un fuego aniquilador.
     
      3. Síntesis. Objetivamente las cuestiones que se refieren a las realidades últimas, al trascender lo conocido, no pueden ser resueltas partiendo de los conocimientos empíricos. Las postrimerías siempre permanecen como preguntas abiertas, llenas de significado porque ninguna respuesta fenomenológica puede silenciarlas.
     
      En el plano de la persona, la auténtica experiencia religiosa, aquella que de verdad puede ser llamada «religiónvida», no se contenta tampoco con lo que le ofrecen las dimensiones temporales, sino que lo abarca todo: pasadopresente-futuro. Sólo así tiene la posibilidad de explicar el último sentido de la existencia humana. Al superar el tiempo finito, esta religiosidad se perfecciona al contacto con lo eterno, definitivo, lo último, el ésjaton. Por eso, toda forma religiosa incluye una escatología, más o menos perfecta, pero decisiva al momento de autodefinirse.
     
      El orden y la belleza evidente del mundo impresionaron ya a los primitivos, y la ley cósmica del crecimiento y la decadencia fue también la norma para su comprensión de los acontecimientos. De acuerdo con la interpretación cíclica de la vida y el mundo, todo se mueve en repeticiones: a la historia se proyecta el esquema rígido de la Naturaleza: nacimiento y muerte, primavera y verano, día y noche. Tal explicación les resultó satisfactoria, integrando los cambios en una regularidad constante, inmutable y periódica.
     
      Pero en otros sistemas religiosos, esta regularidad no les parece apta para acallar el enigma de la existencia. Para autocomprenderse, el hombre necesita conocer el significado de su existencia de persona en relación con un grupo, con una comunidad. Los acontecimientos que integran una historia no revelan el significado de ésta. De ahí que la e. represente una búsqueda fundamental, que ha de dar sentido a toda la vida y actuación del hombre. Para comprender, pues, su existencia y comprometerse el hombre ha de conocer el fin, objeto y destino o meta de los sucesos. Si las cosas son, es porque sirven para algo; la historia como movimiento en el tiempo ha de tener una meta, una finalidad, un telos (fin-perfección) (V. t. HISTORIA V y VI). Conociendo éste, será posible dar sentido a los acontecimientos individuados. La pretensión de que la historia tiene un fin (idea tan común en las formas religiosas del mundo) implica o incluye un objetivo final, que trasciende los sucesos particulares y a la vez da sentido a la sucesión de los mismos. A través de sus diversas formulaciones, los diversos mitos y leyendas reseñados nos testimonian de un dato fundamental: la conciencia que el hombre tiene de la hondura de su destino. Nos abren así a unas perspectivas que en la Revelación bíblica encuentran su verdadera respuesta.
     
      V. t.: ULTRATUMBA; INMORTALIDAD; SALVACIÓN I; PREMIO Y CASTIGO I; CIELO I; INFIERNO I; DIFUNTOS I; ESPÍRITU II; MUERTE IV.
     
     

BIBL.: A. PIOLANTI, El más allá, Barcelona 1959; F. CUMONT, Lux perpetua, París 1949; K. PRÜMM, Cristianesimo e novitá di vita, Brescia 1955; M. ELIADE, El mito del eterno retorno, Buenos Aires 1959; K. LOEWITH, El sentido de la Historia, Madrid 1958; G. VAN DER LEEUW, Fenomenología de la Religión, México 1959; M. ELIADE, Lo sagrado y lo profano, Madrid 1967; E. O. JAMES y OTROS, Historia de las Religiones, 3 tomos, Barcelona 1960; S. G. BRANDON, Man and his destiny in the great Religions, Manchester 1962; G. DUMEZIL, Les Dieux des Germains, París 1959; M. ELIADE, Images et symboles, París 1952; A. COOMARASWAMY, Time and Eternity, Ascona 1947; R. PETTAZZONI, L'onniscienza di Dio, Turín 1955; VARIOS, Escatología, en F. KÖNIG (dir.), Diccionario de las religiones, Barcelona 1964, 433-446.

 

J. GUILLÉN TORRALBA

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991