Es uno de los concilios más célebres, no sólo de España, sino también de
la Iglesia universal. Es el primero celebrado del que conservamos actas,
después de los apostólicos de Jerusalén y Antioquía. El nombre de Elvira
es corrupción árabe de Eliberis (Elviria), a su vez derivado del primitivo
y romano Iliberri. El lugar de esta ciudad es hoy comúnmente identificado
con el de Granada, en su parte alta, denominada El Albayzín, que es donde
se han encontrado multitud de inscripciones y monumentos arquitectónicos
con este nombre. Otros han querido identificarla con Medina Ilbiria,
fortaleza medieval árabe situada en Pinos Puente (a pocos Km. de Granada),
donde ninguna inscripción se ha hallado con el nombre de Iliberri hasta el
presente.
El Conc. se celebró en la iglesia de Iliberri el 15 de mayo, con
asistencia de 19 obispos y 26 presbíteros, varios diáconos y numerosos
fieles, estando sentados durante las sesiones los obispos y presbíteros, y
de pie los diáconos y fieles. La fecha de celebración ha sido muy
discutida, aunque se fija entre los términos extremos del 300 y el 314,
año en que se celebró el Conc. de Arlés, que copia varios cánones de él.
La fecha más probable es la del a. 305, en que termina la persecución de
Diocleciano. Durante ella fue muerto S. Vicente, diácono de Zaragoza, y
desterrado S. Valerio, su obispo, que asistió al concilio. Como la
persecución terminó en junio, pudo muy bien asistir al concilio en mayo y
ser preso a su regreso a Zaragoza. Últimamente P. Orgels (o. c. en bibl.)
ha defendido que la celebración debió de ser el a. 309; pero no tiene en
cuenta el dato anterior, de capital importancia. Hasta ahora nadie ha
puesto en duda la autenticidad de este concilio, aunque son muchos los que
han combatido su ortodoxia y catolicidad y sobre todo su rigor. Su texto
ofrece muy pocas variantes. (Cfr. nuestra edición crítica provisional en
Flórez, vol. 56,200-222).
La presidencia del concilio parece que la tuvo el obispo Félix de
Acci (Guadix), que figura el primero en la lista de los asistentes, y que
es también el primero en firmar. ¿Fue por ser el más antiguo en ordenación
episcopal, o fue por honor a haber sido Acci la primada de las siete
llamadas apostólicas? No lo sabemos. Ciertamente el obispo de Iliberri era
Flaviano, que figura en séptimo lugar. En varios de los códices figura
Osio el segundo después de Félix, razón por la cual algunos, como J.
Gaudemet (o. c. en bibl.), creen que fue Osio de Córdoba (v.) el verdadero
presidente y alma del concilio. Es posible, pero en otros códices figura
en sexto lugar, que parece lo más propio. El concilio hace un recorrido a
toda la disciplina eclesiástica, desde el bautismo hasta las sepulturas,
desde el clérigo inferior hasta el obispo, desde los que vienen por vez
primera del paganismo, hasta los que vienen después de haber apostatado
una o más veces de la fe. También trata de la vida de los monjes y monjas
o personas consagradas a Dios, de las relaciones de los cristianos con los
paganos y judíos, etc. Por primera vez se habla de los tres crímenes o
pecados capitales (idolatría, homicidio y adulterio), que trata de
extirpar con todo rigor.
Se ha acusado a este concilio de rigor extremado, negando la
comunión, incluso en la hora de la muerte, en muchos casos. Aunque esta
comunión se haya interpretado en diferentes sentidos, aun aceptando el más
benigno, el de la comunión pública, no cabe duda que el rigor es todavía
grande. Sin embargo, nadie entonces, ni en los siglos siguientes, se
lamenta y protesta de él. También se le ha acusado de iconoclasta, al
prohibir en las iglesias pinturas de cosas sagradas, dando por razón que
lo que se adora en espíritu no se debe pintar en las paredes. Los
infractores de este canon no son penados con pena alguna, lo cual indica
que era una pura prohibición o mandato, quizá muy acertado entonces. Tal
vez la razón de ello fuera la aparición en Andalucía, y en especial en
Iliberri, de la secta de los antropomorfistas, de que nos habla Gregorio
de Elvira (v.) en uno de sus tratados.
Igualmente se ha atribuido a este concilio, especialmente por los
protestantes del s. XVI. la introducción del celibato eclesiástico. El
concilio no impone más que la continencia en el uso del matrimonio a los
obispos, presbíteros, diáconos y demás ministros que ejercen el ministerio
(positis in ministerio). Finalmente, se han pretendido ver en este
concilio influencias montanistas (v. MONTANO Y MONTANISMO), tertulianistas
(V. TERTULIANO) y novacianistas (V. NOVACIANO Y NOVACIANISMO). Era
entonces el espíritu de reacción contra tanta corrupción moral y religiosa
pagana, que se infiltraba sin sentir en la Iglesia y que se advierte en
África, Roma, las Galias y España. S. Paciano parece que tuvo que
enfrentarse con un grupo de novacianos, al frente de los cuales estaba
Simproniano, al cual dirige tres Cartas, refutándole las suyas.
No se puede menos de destacar la importancia de este concilio en el
campo de la disciplina eclesiástica, capital y primaria. Sus cánones son
puramente disciplinares y excluyen todo error dogmático. Su influencia y
aceptación en los concilios siguientes, especialmente en el de Arlés
(314), es innegable. La disciplina de Elvira sobre la continencia clerical
se difundió rápidamente en la Iglesia occidental. Aunque la Iglesia se ha
negado a dar una aprobación solemne y expresa de él, jamás lo ha
condenado, ni aun siquiera desautorizado, aunque en su disciplina
posterior no haya seguido su rigor y dureza con los pecadores. Conviene
tener en cuenta, como dice S. Inocencio, el tiempo y las circunstancias en
que se celebró, clave para la solución de todo problema de disciplina
eclesiástica.
Las actas del Conc. de Elvira son también de extraordinario valor
para conocer el grado de cristianización de la Hispania romana a comienzos
del s. IV, cuando va a iniciarse la época del Imperio cristiano. Desde el
punto de vista geográfico, parece deducirse de ellas que la Bética era
entonces, entre todas las provincias españolas, la más densamente
cristianizada. Bajo el aspecto social, los actos nos revelan que el
cristianismo había penetrado ya en todas las clases, y que entre los
fieles se hallaban personas de elevada condición, e incluso ciudadanos que
ejercían las magistraturas municipales.
BIBL.: F. DE MENDOZA, De
confirmando Concilio Illiberritano, Madrid 1594; Z. GARCÍA VILLADA,
Historia eclesiástica de España, Madrid 1929-36, 1,311-325; L. DUCHESNE,
Le Concile d' Elvire et les flamines chrétiens, en Mélanges Renier, París
1886, 160-161; A. C. VEGA, Del Concilio de Elvira, en Flórez 54,330-367;
56, 409-419; J. VIVÉS, La ville et le diocèse d' Elvire, en DHGE XVI,
312-317; J. GAUDEMET, Le Concile d' Elvire, ib. 317-348; P. ORGELS, en
«Rev. Belgique de Philologie et d'Histoire» 34, 498 ss.
A. C. VEGA RODRÍGUEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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