EDAD MODERNA. FILOSOFIA Y CIENCIAS 2
4. Filosofía y Teología, Derecho y Moral (siglos XVI y XVII). Con el nombre de
«Segunda Escolástica», o también «Escolástica moderna», se suelen agrupar un
conjunto de autores (filósofos y teólogos) de los s. XV al XVIII, que son los
que mantienen en mayor altura los estudios filosóficos y teológicos. Los más
destacados son los teólogos y juristas de Salamanca (v. SALAMANCA, ESCUELA DE;
DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO VII).
Durante los s. XIV y XV tres corrientes filosóficas fundamentales se
disputan la hegemonía en las Universidades europeas: tomismo (v.), escotismo (V.
FRANCISCANOS IV) y occamismo (V. NOMINALISMO). La oleada nominalista, sin
embargo, llegará casi a anegar a las otras dos, inmersas también en falta de
rigor especulativo. En ese ambiente cultural se producirá el Renacimiento (v.) y
el Humanismo (v.), que si en parte se ven favorecidos por algunos aspectos del
movimiento nominalista, no tardarán en provocar una cierta reacción contra otros
aspectos del mismo. El Renacimiento constituye, entre otras cosas, una crítica
de las tradiciones vigentes, y una vuelta «a tiempos mejores», que no son sólo
los de la cultura greco-latina; es también un intento de retorno a la sencillez
evangélica y de recuperación de lo más valioso del pensamiento medieval. La
crítica a la tradición vigente, en el plano del pensamiento, será para algunos
un ataque a la Escolástica en general: por su garrulería, por su barbarismo
literario, por su espíritu dialéctico, por su ocupación en cuestiones fútiles,
etc.; pero ya es sintomático que Erasmo, Vives y tantos otros que participaron
en estos ataques no se caracterizaran por su capacidad especulativa. Con más
rigor, otros ejercerán esa crítica, distinguiendo entre los dichos defectos,
característicos de la Escolástica decadente y del nominalismo, y los grandes
valores de sus momentos cumbre: Cayetano (v.), Vitoria (V.) y Cano (v.) cuentan
entre ellos.
La renovación metafísica y teológica no surgió en el Renacimiento a la
defensiva; no fue un movimiento propiamente reactivo frente al humanismo
renaciente. Fue más bien parte de este renacimiento, en intento de superación de
la inmediata tradición nominalista. La vuelta a los clásicos es aquí un retorno
a los grandes pensadores del s. XIII, y en especial a Santo Tomás de Aquino.
Notable valor sintomático tiene el hecho de la sustitución de las Sentencias de
Pedro Lombardo (v.) por la Suma Teológica de S. Tomás como base de las
explicaciones de cátedra y de los Comentarios publicados por los profesores de
la época. La eliminación de las cuestiones baladíes y el planteamiento riguroso
de los grandes temas del momento (problemas de la libertad, de la relación
Iglesia-Estado, de la soberanía, de la colonización, etc.) son índice también
importante de la aceptación de la nueva situación histórica. Asimismo, la mejora
del estilo literario es muy destacable.
El predominio del tomismo en la Escolástica moderna no excluye la
existencia de otras corrientes. San Agustín, San Anselmo, Duns Escoto, Egidio
Romano, etc., cuentan con seguidores y expositores de su pensamiento. Por otra
parte, la aparición de la Compañía de Jesús, en cuyas Constituciones se
reconocerá como maestro al Doctor Angélico, dará origen a una nueva escuela
filosófico-teológica de notable influjo en sectores del pensamiento moderno.
La Escuela Dominicana. El último tercio del s. XIII se caracterizó, entre
los dominicos, por una fuerte polémica en torno al pensamiento de S. Tomás. A lo
largo del s. XIV y de la primera mitad del xv la resistencia antitomista irá
cediendo hasta casi desaparecer. Juan Capreolo (v.; 1380-1444), priceps
thomistarum, le dará el golpe de gracia. Precursor de la renovación filosófica y
escolástica es también Pedro Crockaert (1470-1514); n.
en Bruselas, discípulo del nominalista Juan Mair en París, ingresó después
en la Orden de Predicadores y se constituyó en restaurador del tomismo. Autor de
varias obras, fue el primero que sustituyó las Sentencias por la Suma Teológica
para las explicaciones de clase; Vitoria fue discípulo suyo en París, y editó
sus comentarios a la II-11 (París 1512). Contemporáneo en España es Diego de
Deza, n. en Toro en 1443 y m. en Sevilla en 1523; ayo y preceptor del único
varón de los Reyes Católicos, canciller de Castilla, obispo de Zamora,
Salamanca, Jaén y Palencia, y arzobispo de Sevilla, donde fundó en 1516 el
Colegio de Santo Tomás. Durante varios años fue catedrático en la Univ. de
Salamanca; son obras suyas: Defensorium Dr. S. Thomas Aquinatis... (Sevilla
1491); Novarum defensionum doctrinae Angelici Doctoris... super quatuor libros
Sententiarum quaestiones profundissimae et utilissimae (ib. 1517, 4 vols.).
Tanto en su enfoque como en su tratamiento de las cuestiones, Deza sigue de
cerca a Capreolo. Los dominicos f. Hoogstraeten y A. Catarino, más polémicos, ya
se han citado en el apartado anterior.
Las tres figuras más importantes de la Escuela Dominicana en el s. XVI son
Francisco Silvestre de Ferrara (el Ferrariense, 1474-1526), Tomás de Vio
Cayetano (1469-1534) y Francisco de Vitoria (1492-1546); los dos primeros
llegarán a Maestro general de la Orden. El Ferrariense (v.) y Cayetano (v.)
abordarán con particular vigor los problemas teoréticos en general, y
especialmente los metafísicos; Vitoria (V.), como ya se ha dicho (v. 3),
incidirá más en las cuestiones jurídico-políticas. Aún esforzándose por mantener
la fidelidad al pensamiento de S. Tomás, admitirán en algún punto concreto la
discrepancia. Por otra parte, en conexión con temas de su tiempo, matizaron
aquel pensamiento en un sentido que conviene subrayar.
Santo Tomás había corregido el excesivo teocentrismo de la corriente
agustiniana, a través, p. ej., de una adecuada distinción entre los ámbitos
teoréticos de la Filosofía y la Teología, y también por medio de la valoración
dada a las capacidades de las criaturas, que no son meros instrumentos pasivos
sino causas eficientes. Pero no había intentado sistematización de una moral
natural, que para él carecía de sentido en el mundo cristiano. Las polémicas con
los escotistas y con los defensores del dominio universal del Papado -y también
el espíritu del tiempo- llevarán a los tres insignes dominicos a un
reforzamiento de la actitud de S. Tomás que les separa incluso, aunque por la
parte opuesta, de él. Cualquiera que sea el juicio de valor sobre el asunto, no
cabe dudar del hecho mismo: el Ferrariense, Cayetano y Vitoria, sin negar
sentido a la Teología Moral, ponen las bases y estructuran la Ética individual y
la Política sobre un criterio estrictamente natural. A partir de ellos el mundo
cristiano habrá teorizado la base de un entendimiento con los pueblos no
cristianos. Por eso podrá hablarse con razón de la escuela española del derecho
natural, como signo distintivo, ya que hispanos serán, a partir de entonces, sus
más cualificados representantes y tal doctrina será meollo y síntesis de la
nueva actitud (V. DERECHO NATURAL; IUSNATURALISMO).
Contemporáneo de los tres grandes es el italiano Crisóstomo favelli (ca.
1470-1538). Profesó en la Univ. de Bolonia, y escribió numerosas obras, varias
de ellas comentarios a las de Aristóteles y S. Tomás; quizá la más importante es
Christiana philosophia seu ethica in octo partes divisa. Aunque
aristotélico-tomista, defendió la moral platónica como más próxima al ideal
cristiano. En polémica con los luteranos, anticipó en parte las posiciones del
molinismo (v.). Discutió la tesis cayetanista de la no demostrabilidad racional
de la inmortalidad del alma. Cronológicamente puede incluirse aquí a Bartolomé
de Carranza (v.; 1503-76).
Discípulos de Vitoria fueron Domingo de Soto (v.; 1495-1560) y Melchor
Cano (v.; 1509-60). La actitud de Cano ante la Filosofía resulta equívoca, pues
por una parte infravalora cuestiones de cierta relevancia, y por otra incluye la
Filosofía entre los «lugares teológicos». Soto, por su parte, cultivó
ampliamente la problemática filosófica, y no llegó a superar del todo la línea
occamista, en que se formó; en el plano jurídico-político, acentuó la actitud
iusnaturalista de su maestro y subrayó la igualdad sustancial de los pueblos, al
margen de sus diferencias religiosas.
Hay que citar aquí a Bartolomé de Medina (v.; 15281580), discípulo de
Cano, que alcanzó gran fama como moralista. Tomás de Mercado (m. 1575), se formó
en Salamanca y enseñó en la Univ. de México; fue un buen conocedor y expositor
de la Lógica y un agudo observador de la economía, apreciando ya la riqueza
fundada en la producción, la industria y el comercio (v. MÉXICO VI, l).
Discípulo de Melchor Cano fue también Domingo Báñez (v.; 1528-1604), el
teólogo más profundo y completo de la escuela salmantina, que contribuyó
poderosamente a la imposición del cayetanismo entre los tomistas. Es un claro
exponente del enfrentamiento teológico con la escuela jesuita que caracteriza al
pensamiento dominicano durante todo el barroco. En el plano filosófico, conviene
destacar la radicalidad con que Báñez plantea la distinción entre esencia y
existir, que está en la base de la comprensión de la causalidad eficiente, y que
él sitúa en la raíz de su teoría de la predeterminación física, fundamento
metafísico de la teología de la gracia.
Otros nombres son: Diego Mas, n. en Villarreal (Valencia), estudió en
Salamanca, y explicó Filosofía y Teología en la Univ. de Valencia; m. en 1608.
Entre sus numerosas obras se cuentan Metaphysica disputatio de ente et eius
proprietatibus... (Valencia 1587); Commentaria in Porphyrium et in universam
Aristotelis Dialecticam... (ib. 1592); Commentaria in VIII libros Physicorum...
(ib. 1599). Juan Sánchez Sedeño, n. en Martín Muñoz de las Posadas (Ávila), y
fue profesor en las Univ. de Santiago de Compostela y Salamanca; m. en 1615.
Publicó una obra de Lógica (Salamanca 1600); escribió además un comentario a la
Metafísica de Aristóteles, todavía inédito. Blas Verdú de Sans n. en Cati
(Valencia) y enseñó en la Univ. de Valencia; m. en 1625. Obras suyas son
Disputatio de rebus universalibus (Valencia (1593); Opuscula philosophica
(Tarragona 1598); Commentaria in Logicam Aristotelis (Barcelona 1614); etcétera.
Francisco de Araújo, n. en Verín (Orense) hacia 1580, fue catedrático en la
Univ. de Salamanca y obispo de Segovia; m. en Madrid en 1664. Publicó, entre
otras obras, un comentario a la Suma Teológica, y otro a la Metafísica de
Aristóteles; es considerado por algunos precursor del molinismo (v.).
Mención aparte merece f uan de Santo Tomás (v.; 1589-1644), una de las más
importantes figuras de la Filosofía del s. XVII. Su Cursus philosophicus y su
Cursus theologicus, modernamente reeditados, constituyen una impresionante
síntesis filosófica y teológica, tras la reelaboración, defensa, apertura a
nuevos horizontes y matizaciones de que fue objeto el tomismo a lo largo de dos
siglos. Será punto de partida de buena parte de los tomistas y metafísicos del
s. XX. Son de destacar susobras de Lógica, también modernamente muy estudiadas y
apreciadas.
Entre otros nombres del s. XVII citemos también: Juan Martínez de Prado n.
en Valladolid, y m. en 1668. Son obras suyas: Controversiae metaphysicales
Sacrae Theologiae (Alcalá 1649); Quaestiones Philosophiae naturalis... (ib.
1651); Super tres libros de anima (ib. 1651); Quaestiones logicae in tres libros
distributae (ib. 1649); etc. Antonio Goudin (1640-1695) escribió Philosophiae
thomistica iuxta inconcussa tutissimaque D. Thomae dogmata (4 vols., Lyon 1672);
y f. B. Gonet (1616-81) el famoso Clypeus Theologiae Tomistae (5 vols., Colonia
1671).
A lo largo de todo este proceso, el prestigio y la fama de S. Tomás se han
reforzado hasta un nivel al que no llega ningún otro de los pensadores
cristianos. En la polémica con los jesuitas se ha acentuado la distinción real
entre la esencia y el existir, pero más de una vez esa distinción ha sido
explicada de tal forma que pone de manifiesto una concepción de la misma más
dialéctica que metafísica. Se profundiza en muchas cuestiones, aunque no siempre
en fidelidad al pensamiento del Doctor Angélico. Los derechos de la razón,
subrayados y defendidos por el propio S. Tomás, han sido llevados por sus
seguidores un paso más allá, que a veces está cerca del racionalismo.
ANTONIO DEL TORO.
Escuela jesuita. La formación filosófica y teológica de los jesuitas se
hizo en contacto con los maestros dominicos; así conocieron a S. Tomás, y
desarrollaron una escuela filosófica y teológica más o menos rigurosa, a veces
en polémica con los dominicos.
Entre los primeros jesuitas cultivadores de la Teología y de ciencias
filosóficas merecen especial mención: el ya citado como escriturista card.
Francisco de Toledo (v.), pero también filósofo y teólogo, con renombre en el
campo de la Lógica que compendió bien; B. Pererio o Perera (1535-1616) que
escribió sobre todo de filosofía de la naturaleza y fue muy apreciado por
Galileo que le citaba a menudo; el conimbricense Pedro de Fonseca (1548-97) que
hizo el primer proyecto del luego famoso y difundido Curso Conimbricense
(1592-1606) de filosofía, aunque no llegó a redactarlo (v. CONIMBRICENSES), y
autor de varios comentarios a Aristóteles que ejercieron gran influjo en el
protestantismo aristotélico de Alemania. Lema característico de estos autores,
aun en plan de comentar a Aristóteles, fue el de que siempre es la razón la que
tiene que decidir lo que debe aceptaise o rehusarse en Filosofía; sin embargo,
hay en ellos endeblez metafísica y gnoseológica, por falta de una síntesis de
principios.
Jesuita famoso fue Luis de Molina (1536-1600) que desencadenó la ruidosa
polémica sobre la concordia de la gracia con la libertad, cuestión teológica que
lleva implicados el tema metafísico de la interrelación de la acción divina con
la de la creatura y otros temas antropológicos (v. MOLINA Y MOLINISMO). Ya se ha
citado antes al card. Roberto Belarmino (v.; 1542-1621), notable teólogo, con
destacadas aportaciones a la eclesiología, a la cuestión de las relaciones
Iglesia-Estado, y otros puntos controvertidos por los protestantes, y autor de
valiosas y acertadas observaciones en la polémica y proceso de Galileo (v.). Al
también citado Gregorio de Valencia (v.; 1549-1603), qu sigue el método de Cano
sobre los lugares teológicos y que fue defensor de la ortodoxia de Molina, se
puede añadir el de Gabriel Vázquez (v.; 1549-1604). De los polemistas y
controversistas mencionados en el apartado anterior (v. 3), también son jesuitas
Pedro Canisio (v.), A. Possevino (v.) y M. Beccanus (v.). Muy conocido es el
erudito historiador Juan de Mariana (v.; 1536-1624), prof. de Teología en Roma,
Palermo y París, que escribió también De rege et regis institutione (Toledo
1599) donde plantea abiertamente la cuestión de la resistencia a la tiranía.
Mención aparte ha de hacerse de Francisco Suárez (v.; 1548-1617), teólogo,
filósofo y jurista, cuyas obras ejercieron variado influjo en amplios sectores
católicos y protestantes. Sus monumentales Disputationes metaphysicae
constituyen la primera y más vasta sistematización de la Metafísica que se ha
escrito. Recoge todas las cuestiones, con una gran erudición y quizá excesivo
eclecticismo escolástico-tomista, que quiere buscar la verdad en cualquier parte
que se encuentra. En la primera parte trata del ser en general y de sus causas;
en la segunda de los diversos entes existentes. Con acierto, pues, no separa la
Ontología de la Teodicea; pero muchas de sus conclusiones resultan discutibles,
sobre todo en Metafísica la no distinción real entre esencia y existencia de las
creaturas, y en Gnoseología resulta oscura la producción de la inteligibilidad
de los conceptos y el valor necesario y universal de las ciencias. Por eso puede
decirse que, «más que en gnoseología y metafísica, Suárez fue verdaderamente
grande én la ciencia del derecho» (C. Giacon, en C. Fabro, Historia de la
Filosofía, o. c. en bibl., 1, p. 584). Su tratado De legibus ha sido «fuente de
inspiración y motivación para la filosofía del derecho, para la doctrina del
Estado, para la primacía de la democracia, para el derecho internacional» (ib.).
Alumno de Suárez y de Belarmino fue Leonliard Lessio (v.; 1554-1623),
luego prof. en la Univ. de Duoai y Lovaina; seguidor de la doctrina molinista,
fue acusado de pelagiano por los jansenistas; escribió obras de teología,
apologética, moral y ascética. Dionisio Petavio (v.; 1583-1552) fue teólogo y
patrólogo. Juan Lugo (v.; 15831660) fue autor de obras teológicas, de moral, y
trató también cuestiones de derecho. Juan Martínez de Ripalda (v.; 1594-1648) es
conocido sobre todo por su obra de gran envergadura De ente supernaturali (4
vols.) que comprende importantes cuestiones teológicas y filosóficas.
Aparte de otros nombres que podían citarse, mencionemos, ya en pleno s.
XVII, a Sebastián Izquierdo (160-181) que, al igual que Lulio, influiría en
Leibniz. Su Pharus scientiarum revela parecidas preocupaciones a las de Lulio
(v.): incorporar a la Filosofía, sobre todo a la Lógica, los conocimientos de
otras ciencias. Propugna también un arte universal o ciencia de las ciencias
hecha de conceptos generalísimos con método combinatorio y matemático. Más
moderado y realista que Lulio, Descartes, Spinoza y Leibniz, reconoce que dicha
ciencia no basta para alcanzar todas las verdades y cuestiones que han de ser
investigadas por ciencias inferiores o particulares. También en el s. XVII hay
que mencionar a Silvestre Mauro, n. en Spoleto 1619 y m. en Roma 1687, filósofo
y teólogo, claro expositor, cuyas obras, sobre todo aristotélicas han servido en
la renovación filosófica hecha por los neoescolásticos (v.) del s. XIX.
Otros autores. Entre los agustinos debe mencionarse a Alonso de Veracruz
(v.; 1504-84), alumno de Vitoria en Salamanca, que escribió el primer tratado de
Filosofía impreso en América (v. MÉXICO VI, 1), completo, breve y claro, y otras
obras de temas teológicos, jurídicos y morales. También hay que mencionar a fray
Luis de León (v.; 1527-91), no sólo escritor de estilo sino tambiénteólogo.
Diego de Zúñiga (1536-99) autor de comentarios a los libros de Job y Zacarías
del A. T. y de varias obras de Filosofía; entiende la Metafísica como una
ciencia distinta a las demás a la cual compete aclarar y formular un conjunto de
nociones comunes y necesarias para todas las restantes ciencias. Destacado
filósofo y teólogo fue también Basilio Ponce de León (1570-1629).
Entre los franciscanos, además de los ya mencionados en el apartado
anterior, A. Alveldt (v.), N. Ferber (v.), Alfonso de Castro (v.) y Andrés Vega,
se puede citar al andaluz Luis de Carvajal (m. 1549), prof. en Salamanca, que se
propuso renovar el método teológico con actitud independiente y publicó varias
obras. Ya en el s. XVII, el irlandés Lucas Wadding (1588-1657), fue escritor e
historiador eruditísimo que fundó en Roma el Colegio de S. Isidoro como punto
céntrico de filosofía y teología escotistas. Además de los Annales Minoruni
(historia de los franciscanos), publicó en 1639 una edición completa de las
obras de Duns Escoto. Destacado colaborador suyo fue Juan Ponce (1603-70) que
escribió comentarios a Escoto y un Cursus Philosophiae y otro Cursus theologiae
escotistas.
También carmelitas y benedictinos y otros muchos destacaron en estudios
filosóficos y teológicos. La enumeración de autores y obras que, como los
mencionados, suelen encuadrarse con excesiva simplicidad bajo la rúbrica de
Segunda Escolástica sería muy copiosa. El valor de los distintos autores es
desigual; el «suarecianismo» y el «escotismo», p. ej., difieren del «tomismo» y
no llegan a su vigor metafísico; sin embargo, es claro, con lo dicho, que,
superadas las crisis del s. XIV y XV, la Filosofía y la Teología resurgen con
vida potente y adquieren vigoroso desarrollo en el Renacimiento y E. M.,
corrigiendo elementos anteriores y beneficiándose de las corrientes humanistas.
El balance es real y positivo en varias disciplinas filosóficas: lógica,
psicología, moral, derecho, política, y desde luego en teología.
En campo protestante. Ya hemos dicho que se constituyó una «ortodoxia», de
cerrado tipo escolástico-aristotélico, como línea predominante en los s. xvi y
xvii (v. PROTESTANTISMO II, 1), continuada hasta nuestros días, junto con otras
más subjetivistas aparecidas sólo posteriormente. Además de los creadores de las
«ortodoxias» luterana y reformada, hay que destacar los cultivadores
protestantes del Derecho y de la Teoría política, impulsados por el hecho de las
luchas políticas y religiosas de la época entre las diversas facciones
protestantes. Ya hemos mencionado a lean Bodino (v. 3). El más importante fue
Grocio. Después, Samuel Pufendorf (v.; 1632-94) extiende en Alemania las ideas
jurídicas de Hobbes y Grocio.
El holandés Hugo Grocio (v.; 1583-1645) es cultivador de un derecho
natural racionalista más que racional, según el cual el Estado se originaría por
un contrato o pacto, con que los particulares se ligan entre sí y con el
soberano; a lo más concede al pueblo la designación de la persona que como
soberano recibiría su poder directamente de Dios. Vitoria y Suárez, en cambio,
hacían valer la idea de la soberanía del pueblo, a través de quien la recibe el
príncipe; porque el poder político es una propiedad del Estado, y éste, como
comunidad de hombres, no es el príncipe, sino el pueblo.
Las ideas de Grocio suponen un correctivo, aunque menor que las de
Vitoria, Soto, Suárez y Mariana, a las ideologías de tendencia despotista del
Renacimiento, como las de Maquiavelo y Bodino. Pero Grocio no parece tener muy
en cuenta la sociabilidad y la sociedad como algo connatural a la esencia del
hombre y a la convivencia humana, anterior a todo contrato o pacto; por ello no
encuentra asiento firme para su derecho natural, y en el fondo viene a favorecer
más el despotismo y el absolutismo.
5. El siglo XVII. En el panorama de las ciencias en el s. XVII, época del
barroco (v.), destacan por una parte los estudios de Filosofía y Teología, de
Moral y Derecho, de los autores que se acaban de mencionar en el apartado
anterior; y por otra parte, los de ciencia natural y de los métodos
experimentales de Copérnico, Kepler y Galileo y sus continuadores. Unos y otros
influirán en los trabajos matemáticos y en el pensamiento racionalista de
Descartes y Leibniz. Al mismo tiempo se cultiva intensamente la Historia, la
Teología histórica y la Patrología; es abundante la literatura espiritual y
religiosa en general, y continúan algunos comentarios bíblicos y traducciones de
la Biblia.
En la línea de la Filosofía y Teología destaca, como se ha dicho, la obra
de' Juan de Santo Tomás, y la de los demás autores mencionados, como Gonet y
Goudin; en el terreno de la Moral, Lessio y Lugo; en el del Derecho y de la
política Domingo de Soto y Suárez; y en general a lo largo del s. XVII fue
predominante la influencia de los autores de la renovación filosófica, teológica
y jurídica mencionados en el apartado anterior, muchos de los cuales viven en
todo o en parte dicho siglo (p. ej., además de los citados, Belarmino, Mariana,
Martínez de Ripalda, Wadding, etc.). Sus obras se extendieron por toda Europa y
por casi todas las Universidades en muchas de las cuales se continuaron sus
trabajos. Especialmente las Univ. de Lovaina (v.) y Duoai publicaron obras de
valor, siguiendo la línea tomista. También fue importante la Univ. de Colonia;
la Theologia universitatis coloniensis (1638) es un nutrido compendio de sólida
doctrina teológica. Filosofía y Teología alcanzaron gran florecimiento en la
Univ. Benedictina de Salzburgo; en ella publicó Agustín Reding (m. 1692) un
amplio curso de teología, Theologia scholastica, si bien no siempre claro. Los
profesores de la Sorbona se aproximaron más al eclecticismo de los jesuitas. Las
Disputationes Metaph),sicae de Suárez tuvieron numerosas ediciones en Alemania,
así como los comentarios de Fonseca a Aristóteles. Aparecen multitud de tratados
y sumas filosóficas, más especialmente de Metafísica, inspirados sobre todo en
Suárez; focos de irradiación de esta filosofía fueron también los colegios
jesuitas. Mejor fue el Curso conimbricense, ya citado en el apartado anterior.
En la línea de las ciencias naturales, después de los nombres de Francis
Bacon, J. Kepler y Galileo, ya mencionados, los más ligados a los métodos
experimentales son Boyle y Newton. Robert Boyle (v.; 1627-91) es el creador de
la Química moderna; se opuso a la alquimia y a las especulaciones de los
ocultistas como Paracelso; para descubrir los misterios de la naturaleza hay que
acudir a la experimentación; la materia está compuesta de átomos; para explicar
su comportamiento basta tener en cuenta sus propiedades físicas y químicas;
definió el elemento químico y sus combinaciones, el análisis y la síntesis
químicas. Se opuso al puro materialismo de su compatriota Hobbes; considera la
naturaleza como una gran máquina cósmica que exige la existencia de Dios y de lo
espiritual. Isaac Newton (v.; 1642-1727), también inglés, es el creador de la
Física moderna, que sistematizó de forma muy acabada, especialmente la Mecánica
y Astronomía, con las leyes de inercia, de gravitación, etc.; como Boyle, se
sirvió de la obra matemática y geométrica de Descartes; en Matemáticas aportó el
cálculo diferencial(v.) que descubrió antes que Leibniz aunque éste lo publicó
primero, y que resultó también precioso instrumento en la sistematización de la
Física. Otros nombres importantes para las ciencias naturales, además de
Descartes, Pascal y Leibniz de los que hablaremos en seguida, son los del
arquitecto y geómetra francés G. Desargues (1591-1661), iniciador de la
geometría proyectiva; el médico y fisiólogo inglés W. Harvey (v.; 1578-1657),
descubridor de la circulación de la sangre; el matemático francés Pierre Fermat
(1601-65) realizador de importantes trabajos sobre la teoría de números, cálculo
infinitesimal, geometría analítica y cálculo de probabilidades; el físico y
matemático italiano E. Torricelli (1608-47), estudioso del movimiento de fluidos
y sólidos (p. ej., proyectiles), .y de la presión atmosférica y su medida con el
barómetro inventado por él; el médico patólogo inglés T. Sydenham (v.; 1624-89).
El experimentalismo de Kepler y Galileo, junto con el de F. Bacon y su
practicismo (desarrollo de una ciencia práctica que sirva para «dominar» la
realidad) contribuyó ciertamente al legítimo desarrollo y sistematización de la
Química y de la Física. Pero deslumbrados por sus logros, algunos autores
precipitadamente quisieron hacer interpretaciones extensibles a todo lo real,
resultando «filosofías» equívocas, es decir, ni ciencia general (Filosofía) ni
ciencias particulares. Así surge el empirismo (v.) inglés para el que el
experimento (más que la experiencia) es todo, y que quiere oponer las «verdades
de hecho» a las «verdades de razón». Aunque Boyle aceptó el mecanicismo (v.)
para el mundo de la materia, no negó la realidad espiritual y menos la divina;
Newton mismo fue en ocasiones cauteloso para no invadir terrenos de la Filosofía
y Metafísica donde no bastan los métodos experimentales. Pero los máximos
representantes del empirismo aceptaron fácilmente un mecanicismo universal, y
redujeron todo conocimiento (v.) al mero conocimiento de los sentidos. El más
extremado fue Hobbes (v.; 1587-1679), que resulta materialista y escéptico
nominalista, y en política, como consecuencia, absolutista. Como reacción a la
ideología de Hobbes, surgió en Cambridge un grupo de platónicos o neoplatónicos,
en los que se aprecia cierto interés y revaloración de la metafísica, cuyos
seguidores se dedicaron especialmente al estudio de la moral, aunque no llegaron
a una seria fundamentación de la misma (v. MORALISTAS INGLESES DEL s. XVIII).
Más moderado fue Locke (v.; 1632-1704), pero también sensista, no admitiendo más
que dos ciencias posibles la ética y la matemática, que piensa se pueden
construir, ambas utilitaria e independientemente, con toda exactitud. Otro
nombre del empirismo inglés, que llega al s. xviii, es J. Berkeley (v.;
1685-1753). Aunque no relacionado con este empirismo, puede citarse aquí al
francés P. Gassendi (v.; 1592-1655), pero que en una línea parecida de errónea
interpretación de la ciencia natural, renovó el atomismo y epicureísmo antiguos,
y contribuyó a la difusión del mecanicismo (v.).
Al mismo tiempo, en Francia R. Descartes (v.; 15961650) inicia un
racionalismo filosófico, que tendría después muchos seguidores. Pretende aplicar
a la Filosofía el método de las Matemáticas, partiendo de lo subjetivo que viene
a ser, para él, lo primordialmente dado, lo seguro y aun autónomo; distancia así
el objeto (la res extensa) del sujeto (la res cogitans), aunque reconoce la
necesidad de la experiencia y piensa que no se puede sacar sólo de la razón todo
concepto. Pero el método que propone y su punto de partida crean un dualismo
distanciador entre materia-espíritu, que aceptará en gran parte el mecanicismo;
y al no percibir que no solamente hay un conocimiento del ser, sino también un
ser del conocimiento, después, en otros autores, se resolverá en puro
materialismo (v.) o en un puro espiritualismo (v.), o en la preocupación del
idealismo (v.) de reconectar la res cogitans con la res extensa; idealismo que
culmina en Hegel (v.) con una especie de monismo panteísta. Fue Descartes mejor
matemático y geómetra que filósofo; a él se deben grandes avances en Geometría
(v.) gracias al uso de las coordenadas rectangulares precisamente llamadas
cartesianas; también se dedicó a cuestiones de Física, óptica y Fisiología.
Igual que en Descartes, la filosofía que estuvo más presente y mejor
conocieron los racionalistas germanos Spinoza y Leibniz, fue la filosofía de
Suárez. La obra de Descartes originó anticartesianos y cartesianos (v.);
asimismo depende de él el ocasionalismo de Malebranche (v.; 1638-1715). En
Descartes no hay sistema de Filosofía, sino más bien la proclamación de un
método, de resultados filosóficos escasos e inferiores a los logros hasta
entonces conseguidos, y que abre caminos a multitud de equívocos. Cartesianos
son el planteamiento y el proceso filosófico del judío holandés Spinoza (v.;
1623-77), que reacciona contra varias tesis de Descartes y que se resuelve en un
inconsistente panteísmo. Algo parecido ocurre en el alemán Leibniz (v.;
1646-1716), hombre polifacético, especialmente importante en el campo de las
Matemáticas, pero cuya filosofía es también un panteísmo racionalista. La
influencia de Suárez en las Universidades protestantes alemanas fue pronto
sustituida por la de Leibniz.
La literatura espiritual y religiosa se multiplica. El más destacado por
la solidez de su doctrina y profundidad, y por su estilo literario, es S.
Francisco de Sales (v.; 15671622), autor de numerosas obras y copiosa
correspondencia. Hay que mencionar al card. Pedro de Bérulle (v.; m. 1629)
fundador de los oratorianos (v.), a J. J. Olier (m. 1657) que fundó los
sulpicianos (v.), y a S. Juan Eudes (v.; m. 1680), discípulo de Bérulle y
fundador de los eudistas. El gran orador Bossuet (v.; m. 1704) fue autor de
numerosas obras de espiritualidad, de importancia literaria, aunque como teólogo
tuvo el error de propugnar el galicanismo. Buen teólogo, en cambio, fue Fenelon
(v.; m. 1715), también orador, autor espiritual y literato ilustre. Fuertes
preocupaciones religiosas, aunque desviadas, que también contribuyeron a
multiplicar la literatura religiosa fueron las que se manifestaron en el
jansenismo (v. JANSEN1O; BAYO) y en el quietismo (v.). La literatura religiosa,
ascética y mística, que contribuiría a la sistematización de la Teología
espiritual, es extensa también en otros países (v. 11, 2). Por parte protestante
hay que sañalar el pietismo (v.) extendido sobre todo en los países alemanes. En
otros sectores penetró, en cambio, el racionalismo de Leibniz, que originaría el
llamado protestantismo liberal, disolvente de la sobrenaturalidad del
cristianismo y de la espiritualidad cristiana, que se coloca casi en las
antípodas de Lutero (v. PROTESTANTISMO 11, 2-3; y LIBERAL, TEOLOGÍA).
Paralelamente al racionalismo cartesiano había surgido en Francia el
fenómeno de los «libertinos» (v. LIBREPENSAMIENTO) escépticos e irreligiosos;
aunque sin relevancia filosófica, suscitaron como reacción una extensa
literatura filosófica religiosa y apologética. Aquí hay que mencionar otro genio
francés, Blas Pascal (v.; 1623-62), que por una parte reconoce ventajas al
método y planteamiento racionales cartesianos y por otra señala sus
limitaciones, tratando de completarlo e integrarlo con la «filosofía del
corazón», para que así la esfera del conocimiento pueda adecuarse a la realidad
humana. El método integral de Pascal, con elementos agustinianos, desemboca en
la demostración de la verdad del cristianismo, único capaz de esclarecer
exhaustivamente el misterio del hombre. Sin embargo, aunque es en parte
anticartesiano, su filosofía extrae sus conclusiones excesivamente por la vía
subjetiva y de la inmanencia. Retirado en 1654 a Port-Royal (v.), desde donde se
había iniciado un amplio movimiento de rigorismo moral contra el laxismo de los
«libertinos» y donde el racionalismo cartesiano había sido acogido bastante
favorablemente contra el escepticismo de los mismos, las ideas de Pascal
recibieron también cierto influjo del rigorismo jansenista. Pero permanecen en
él una profundidad y amplitud de conocimientos filosóficos y científicos poco
comunes; entre éstos, en Matemáticas es el iniciador del cálculo de
probabilidades, y la Física le debe también varios descubrimientos, sobre la
presión atmosférica y otras cuestiones.
El s. xvli es también un siglo dedicado a la Teología histórica y a los
estudios patrísticos; se buscan y editan los textos de los Padres, los antiguos
textos y fuentes de la Liturgia; se perfila la crítica histórica en hagiografía;
etc. Precedente, en el s. xvi, fueron los trabajos del agustino italiano Onofre
Panvinio (1529-68) autor de extensas obras acerca de Historia de la Iglesia, de
los Papas, de antigüedades y arqueología cristiana; y los del oratoriano card.
César Baronio (v.; 1538-1607). En las ediciones críticas de fuentes litúrgicas,
patrísticas e históricas destaca la labor de los benedictinos de la congregación
de S. Mauro (fundada en 1617; v. PATROLOGíA II, 3), especialmente J. Mabillon
(v.; 1632-1707) y E. Marténe (v.; m. 1739). Jean Bolland (1596-1665) inicia
monumentales estudios de crítica histórica de la Hagiografía (v.), continuados
hasta nuestros días (v. BOLANDISTAS). Entrando también en el s. xviii, hay que
mencionar los extensos trabajos históricos de los italianos Luis Antonio
Muratori (v.; 1672-1750), Scipione Maf fei (m. 1755), Mansi (v.; m. 1729) y
tantos otros (v. t. I, B). Con estos estudios y las orientaciones de Melchor
Cano sobre los «lugares teológicos» se desarrollan los trabajos de teología
histórica o positiva, entre los que sobresalen los del jesuita ya citado
Dionisio Petavio (v. 4), y el oratoriano L. Thomassin (m. 1695), también gran
canonista. Más sobrio, positivo y correcto es Petavio; Thomassin más ambiguo y
recargado; se complementan, pero ninguno alcanza la precisión y claridad de
ideas de los buenos teólogos sistemáticos y especulativos. Especial interés y
vigor tiene la obra teológica de G. V. Contenson (v.; 1641-74). La aplicación
del método histórico crítico a los estudios bíblicos va unida al nombre del
oratoriano R. Simon (m. 1708).
En el s. XVII hay que destacar el famoso y difundido Curso complutense de
Filosofía, publicado por varios profesores carmelitas de Alcalá (4 vols.,
1624-28); el carmelita francés Blas de la Concepción lo completó con un tratado
de Metafísica (1640). De este curso quiso hacer' un compendio, Ressumpta, para
uso escolar, el también carmelita Juan de la Anunciación, pero resultó más
extenso (5 vol., Lyon 1670) (v. COMPLUTENSES). De enorme valor, interés e
influencia, ha sido el monumental Cursus theologicus salmanticense, publicado en
12 tomos (y 14 vol.) de 1631 a 1712, por profesores carmelitas de Salamanca;
resulta una Enciclopedia sistemática y profunda de todos los conocimientos y
cuestiones teológicas, continuación y complemento de la Suma Teológica de S.
Tomás; no busca un comentario servil de la misma, sino un esclarecimiento de
cuestiones; además expone con profundidad, pocas veces alcanzada en esta época,
interesantes temas filosóficos, sobre todo en el t. 1. Se le añadió otro valioso
Cursus Theologiae moralis (1665-68); entre los dos representan la obra de
Teología más importante del s. XVII, de utilidad e interés hasta nuestros días
(v. SALMANTICENSES).
Hay, pues, en el s. xvli multiplicidad de direcciones científicas y
enriquecimiento en los conocimientos, pero al mismo tiempo dispersión y a veces
enfrentamiento de saberes. El mayor enriquecimiento es de los «científicos»;
también lo hay, pero menor, en filósofos y teólogos, quizá más atentos a
cuestiones históricas y jurídicas. Ante los métodos experimentales de los
científicos, hay en algunos cierta reserva, y en otros aceptación sin límites
queriendo o bien transformar la ciencia natural en filosofía (empirismo) o bien
transformar la filosofía en ciencia natural (racionalismo). Así van adquiriendo
preponderancia las cuestiones de teoría del conocimiento, que son las que
fundamentalmente preocuparán a Kant en el s. XVIII. Hasta bien avanzada la Edad
Contemporánea no se empezará a comprender que la Filosofía, considerada
antiguamente como conjunto de todas las ciencias que no son Teología, va
purificando su objeto de estudio, quedando reducida a sus justos límites y
diferenciada de las ciencias particulares y positivas (v. CIENCIA VII). No se
llegan a crear así en la E. M. grandes sistemas, excepción quizá de Spinoza; las
ideas de Leibniz las sistematizará, ya en el s. XVIII, Wolff. Con notable
inexactitud se ha dicho que la ciencia moderna nació unida a la filosofía, y que
nunca estuvieron tan próximas como en la E. M.; que «nunca después volverá a
encontrarse este acuerdo de la filosofía y la ciencia, esta desenvoltura para
superar la ciencia, sin destruirla, para limitar la metafísica sin excluirla».
En realidad los «científicos» no conocieron con profundidad la filosofía más
auténtica y tradicional; el empirismo y el racionalismo excluyeron la metafísica
y no supieron superar la ciencia natural. La preocupación por los saberes
prácticos, de aplicación inmediata, contribuyó a que la metafísica se cultivase
poco, y los que lo hicieron, a excepción de Juan de Santo Tomás, mostraron
reservas o no entendieron a la ciencia natural.
6. Del siglo XVIII al XIX. En el s. XVIII, el movimiento de la Ilustración
es un empobrecimiento y trivialización del empirismo inglés y del racionalismo
franco alemán. Un ingenuo optimismo en el poder de la «razón» lleva a creer que
el progreso científico técnico-material se identifica con o.conduce al progreso
metafísico, religioso, moral y social. No es necesario referirse aquí con
detalle a los autores y corrientes ilustradas (v. ILUSTRACIÓN); basta recordar
que se extiende el deísmo (v.) y el naturalismo (v.) racionalistas, aparecen
despuntes de materialismo (v.), se siguen cultivando las ciencias naturales, se
empobrecen la filosofía y la teología, y se refuerza en política el absolutismo
(v.) y el despotismo (v. DESPOTISMO ILUSTRADO). La superficialidad de la
Ilustración llegó a todos los campos, incluso a los teólogos católicos; el
galicanismo (v.), como la casuística a que se dedicaron los moralistas, no
estuvieron exentos de ese influjo. Aunque el influjo y disolución mayor lo
recibiría el protestantismo (V. PIETISMO; LIBERAL, TEOLOGÍA).
Dentro de la Ilustración hay que destacar en Inglaterra el nombre de David
Hume (v.; 1711-16), que llevó el empirismo de Locke a sus últimos extremos
negando abiertamente la metafísica y todo conocimiento que no sea el de los
sentidos; todo se reduciría a un mecanicismo psicológico (v. PSICOLOGISMO;
MECANICISMO); la ética de Hume se queda en un simple utilitarismo, muy propio
del movimiento ilustrado. En Alemania, Christian Wolff (1679-1754) sistematizó y
difundió en tratados y manuales el racionalismo de Leibniz, con su
ingenuooptimismo naturalista. De forma que el escepticismo de los empiristas
ingleses y el dogmatismo naturalista de los racionalistas alemanes vienen a ser
las fuentes de inspiración, no muy concordantes, del iluminismo de los
ilustrados; es una muestra más de su falta de rigor, que no parece preocuparles,
pues están más atentos a la justificación pragmática de los placeres del
momento. Más extremada y utilitaria de bajos vuelos, y en algunos casos
materialista, es la Ilustración francesa, con los enciclopedistas, con Condillac
(v.) y la ideología, etc., que contribuiría como uno de los factores
determinantes a la Revolución francesa de 1789.
En torno a las ciencias de la Naturaleza, nombres destacados son: en
Astronomía P. S. Laplace (v.; 17491827); en Física y Matemáticas L. Euler (v.;
17071783), J. L. Lagrange (v.; 1736-1813), D. Bernouilli (v.; 1700-82), Ch. A.
Coulomb (v.; 1736-1806); en diversas ramas de la Física y de la técnica, lames
Watt (v.; 1736•1819) cuya máquina de vapor hizo nacer la industria moderna, A.
Volta (v.; 1745-1827), B. Franklin (v. 1706-90); en Química H. Cavendish (v.
1731-1810), A. L. Lavoisier (v.; 1743-94); en Biología K. Linneo (v.; 1707-78),
el Conde de Buf fon (v.; 1707-88); etc.
Pero la Ilustración no lo es todo en el s. XVIII. En las Universidades de
Inglaterra, Francia, España e Italia, no llegó a calar el movimiento ilustrado;
en las de Alemania sí, fundamentalmente debido a la obra de Wolff, en la que se
formaría y ante la que reaccionaría Kant. En Teología lo más destacable es la
elaboración sistemática de la Teología moral, que iniciada en la escuela de
Salamanca ya en el s. XVI, y después de la obra de los salmanticenses en el XVII,
llegaría a su culmen en el s. XVIII. En este terreno hay que mencionar
especialmente a C. R. Billuart (v.; m. 1757) y a S. Alfonso María de Ligorio
(v.; m. 1787); aunque en muchos autores se produciría un distanciamiento
excesivo entre la dogmática y la moral, con la consiguiente pérdida de vigor de
ambas; la casuística y el legalismo (v.) con las interminables discusiones de
los llamados «sistemas morales» (V. MORAL III, 4) sería un ejemplo de ello. Se
publican manuales, todos muy parecidos, imitación unos de otros y de los
maestros de siglos precedentes; se multiplican las «escuelas» escotismo,
bañezianismo, molinismo, anselmianos, lulismo, egidismo, con la misma falta de
vigor que los manuales, y algunas escuelas recientes, p. ej., la de los
oratorianos, que tantas esperanzas había despertado, se tiñen de jansenismo,
como otras de laxismo.
En el s. XVII ya se había iniciado la sistematización de la Teología
espiritual, que también llega a su culmen en el s. XVIII. Hay que citar los
nombres de varios carmelitas: Juan de Jesús María (m. 1615) con su Theologia
mystica, Domingo de la Santísima Trinidad (m. 1687) con otra obra de igual
título; y José del Espíritu Santo (m. 1730) autor de Cursus Theologiae Mysticae.
Entre los jesuitas mencionemos a J. B. Scaranaelli (v.; 16871752). La polémica
alrededor del quietismo (v.) de Miguel de Molinos (v.; m. 1696) se extendió a la
primera parte del s. xviii, p. ej., Bossuet y Fenelon, y sirvió para clarificar
algunas cuestiones; J. P. Caussade (v.; 16751751) es un autor que debe nombrarse
aquí. A veces se separa excesiva y erróneamente la ascética (v.) de la mística
(v.), y ambas de la Teología moral; tendencia especialmente acusada en autores
jesuitas. Señalemos también que a finales del s. XVIII se establece como
disciplina independiente la Teología pastoral (v.) en las Universidades
austriacas.
El movimiento ilustrado apreciaba la religiosidad, no en un sentido
profundo, sino más bien como un elemento cultural más; sin embargo, fue en
muchos casos anticatólica y en algún autor, excepcionalmente, antirreligiosa (p.
ej., Voltaire, v.). Ello suscitó abundante literatura apologética (v.
APOLOGÉTICA TI, 3) unida a los tratados de espiritualidad. Continúa también el
estudio de las fuentes históricas en general y de las cristianas en particular,
mientras los ilustrados muestran por la Historia una actitud displicente,
reduciéndola a unas pocas ideas en las que de modo simplista tratan de resumir
todo (v. 1). Además de los autores mencionados en el apartado anterior (los
maurinos, Mabillon, Marténe, Mansi, Muratori, etc.), figura destacada es el abad
benédictino Martín Gerbert (m. 1793) llamado el «Mabillon alemán»; en España el
agustino Enrique Flórez (v.; m. 1773). En Italia la familia de los Assemani:
José Simón (1687-1768), sus sobrinos Esteban (m. 1782) y José Luis (m. 1782), y
Simón (1752-1821) sobrino de este último; libaneses de nacimiento, son
especialistas sobre todo en estudios de las fuentes y de la historia del Oriente
cristiano.
En el campo de la Teología dogmática, los manuales, generalmente con el
título de Theologia dogmático-scholastica, tienden a ser
histórico-especulativos, entendiendo por Teología la ciencia de las
«conclusiones teológicas», es decir, de las conclusiones deducidas de una verdad
revelada y una verdad de razón, lo cual es más bien sólo una parte o aspecto de
la Teología. En este sentido destacan el cardenal V. L. Gotti (1664-1742), y el
citado R. Billuart. También la Univ. benedictina de Salzburgo había continuado
cultivando sólida filosofía y teología: la Philosophia thomista de Luis
Babenstuber (m. 1715) y la Theologia thomistico-scholastica Saliburgensis de
Pablo Mezger (m. 1702) son sus obras principales, cuyo influjo continuará en el
s. xviII. Hacia el final del siglo, la producción más destacada es la Theologia
Wiceburgensis (14 vol., 1766-71) de los jesuitas profesores de Würzburgo (v.
WIRCEBURGENSES). Entre los agustinos, citemos a E. Noris (m. 1704) y L. Berti
(m. 1766) (v. NORIS Y BERTI). A finales del s. xvrli, la filosofía racionalista
de Wolff seducirá a diversos teólogos católicos, quizá engañados por el carácter
de «filosofía perenne» con que aquél presentaba su sistema, en realidad extraño
a la metafísica de los grandes autores como S. Tomás.
En gran parte como una reacción a la superficialidad de la Ilustración
puede interpretarse el criticismo kantiano. En Kant (v.; 1724-1804) confluyen
las corrientes del empirismo inglés y del racionalismo cartesiano, para
producir, más que una filosofía, una crítica general que quiere al mismo tiempo
ser fundante de una «nueva filosofía». Pero Kant no hace más que sentar las
bases de un idealismo, que desarrollarán después sus epígonos, Fichte (v.;
1762-1814) y Schelling (v.; 1775-1854), Finalmente en Hegel (v.; 1770-1831) el
idealismo (v.) es total: sujeto y objeto, pensar y ser, individuo y comunidad,
etc., serían lo mismo. No llegó Kant hasta esos equívocos extremos; pero no
superó la inmanencia (v.) del racionalismo y del empirismo. Si Descartes inspiró
su método e idea del filosofar en la perfección matemática de la Geometría y de
la Astronomía, Kant lo hará en la Física de Newton. Su peculiar teoría del
conocimiento, que no consigue conectar el objeto con el sujeto, le lleva a
fundamentar la ética de modo solamente subjetivo y voluntarista. El idealismo,
después de Hegel, se disolverá en varias direcciones (v. HEGELIANOS; MARX). El
existencialismo de Kierkegaard (v.) será una de sus más fuertes críticas.
También quiere serlo el historicismo (v.) de W. Dilthey (v.); aunque ambos se
quedan a mitad de camino.
En Francia, reacción al movimiento ilustrado es el romanticismo (v.), que
quiere hacer valer y predominar el valor de los sentimientos y de la tradición
frente a la razón, aunque en general sin superar el naturalismo. J. J. Rousseau
(v.; 1778) sienta las bases del liberalismo (v.) opuesto al despotismo
ilustrado. En Alemania, G. E. Lessing (v.; m. 1781) y J. G. von Herder (v.; m.
1803) están también dentro del romanticismo que se matiza con el idealismo. En
Italia, figura destacada en la primera mitad del xviii es G. B. Vico (v.; m.
1744), que vio la complejidad de la realidad, considerándola radicalmente
histórica en el sentido de imprevisible, y resultando opuesto al espíritu
ilustrado. En España la Ilustración fue combatida o matizada de diversas formas.
En cierta consonancia con el ideal romántico está el tradicionalismo y
fideísmo de algunos autores como Bautain (v.: m. 1867), Bonald (v.; 1840) y
Lamennais (v.; m. 1854). Otros autores católicos, por el contrario, pretenderán
que las verdades sobrenaturales, una vez conocidas por la Revelación, se pueden
demostrar «racionalmente»; así G. Hermes (v.; m. 1831) y A. Günther (v.; m.
1863) en cuyo pensamiento resuena el racionalismo de Wolff y del idealismo
posterior. Ante aipbas tendencias, habrá de salir al paso el Magisterio
eclesiástico. El ontologismo (v.) de Gioberti (v.; m. 1852) y Rosmini (v.; m.
1855) será también un idealismo poco consistente con tendencia panteísta.
La recuperación y. vigorización de la Filosofía y de la Teología, ante la
dispersión y empobrecimiento del s. XVIII, se irá produciendo en el s. XIX con
obras muy notables; son fundamentales diversos autores de la escuela católica de
Tubinga (v.) y los llamados neoescolásticos del s. XIX, aunque son más
propiamente neotomistas (v. NEOESCOLÁSTICOs). Gran parte de los cultivadores de
las ciencias naturales, en cambio, seguirán en el s. XIX, como en el XVIII,
impregnados de ideologías racionalistas, cuando no materialistas (v.
MATERIALISMO I-II); a ello contribuirá no poco el positivismo de A. Comte (v.;
m. 1857). Será bien entrado el s. XX cuando el materialismo vaya cediendo; si
bien, persiste un tipo de racionalismo nominalista en el grupo de los
neopositivlstas (V. NEOPOSITIVISTAS LÓGICOS; NOMINALISMO I).
BIBL.: F. COPLESTON, A history of Philosophy, III: Ockam to Suárez, Londres 1953, IV: Descartes to Leióniz, Londres 1958, y V: Wolff to Kant, Londres 1960; G. FRAILE, Historia de la Filosofía, III (Del Humanismo a la Ilustración), Madrid 1966; É. GILSON y T. LANGAN, Filosofía moderna, Buenos Aires-Barcelona 1967; É. GtLSON, La unidad de la experiencia filosófica, 2 ed. Madrid 1966, 147-339; C. FABRO (dir.), Historia de la Filosofía, Madrid-México 1965, t. I, 427-607 y t. II, 9-411; J. HIRSCHBERGER, Historia de la Filosofía, 4 ed. Barcelona 1972, t. I, 463-527 y t. II, 31-275; R. VERNAUx, Historia de la Filosofía moderna, 2 ed. Barcelona 1973; G. FRAILE, Historia de la Filosofía española, Madrid 1971 ; M. MENÉNDEZ PELAYO, La filosofía española, intr.
JORGE IPAS.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991