DUALISMO. TEOLOGÍA.
Visión histórica de conjunto. El
d. de los dos principios supremos, el dios bueno y el dios malo, ¿es una
reducción del politeísmo? ¿o es una premisa para el politeísmo? ¿o son
ambos fenómenos independientes en su génesis y en su trayectoria? Se
trata de interrogantes interesantes. La contestación afirmativa al
primero supondría que, inconformes aquellos antiguos adoradores con la
multiplicidad de sus dioses, caminando por la vía que conduce a la
unidad, fueron reduciendo los objetos-sujetos de adoración. El hombre en
esa línea, que podríamos llamar de ascenso hacia la verdad, llegó a una
dualidad divina sin acertar a pasar de ella, por interferencia de
imperativos y exigencias imponderables. Pero no puede descartarse la
línea inversa, la descendente. por la que el hombre al no enfrentarse
con sus dificultades, comienza por doblar los principios supremos, por
profesar la dualidad divina, como huyendo de su propia responsabilidad
por el mal. Dado este primer paso, el camino para multiplicar los dioses
se abría solo y expedito.
Según las investigaciones más responsables sobre la historia
religiosa de la humanidad, la línea seguida por ésta, en sus primitivos
tiempos, ha sido más bien descendente, del monoteísmo (v.) al politeísmo
(v.). Por otra parte, siempre hay que tener en cuenta que Dios es
problema, pero es misterio más que problema; el problema se nos presenta
en términos conceptuales, no compromete los intereses supremos del
hombre; el misterio, en cambio, es algo que envuelve, que penetra, que
se hace y se obliga a vivir. Por eso hablamos del sentido de Dios más
que de la idea de Dios, y es el sentido divino el que encontramos en
todas las civilizaciones. Pero el misterio Dios no puede escapar al
problema Dios ni viceversa: Dios vivido se presenta pronto en calidad de
problema; Dios conocido encarna la exigencia de ser vivido. Sucede de
manera parecida con el problema mundo y el problema yo: a la vez también
misterios, no obstante sentir y vivir nuestra propia intimidad personal.
Ya sea por la línea ascendente (del politeísmo al d.), ya por la
descendente (del monoteísmo al d.), o bien por la línea independiente
(la de la dificultad humana para una adecuada explicación de la
naturaleza y para una recta conducta), el d. data, como ya se ha dicho (v.I
y II), de tiempos muy remotos. Desde los antiguos chinos, pasando por
los pueblos egipcios y, sobre todo, persas de la Antigüedad, el d. se
extendió ampliamente por varias civilizaciones orientales, irrumpiendo
como sistema filosófico-religioso en la vida, en el Derecho, en la
intimidad de la conciencia y en el ordenamiento social de diversos
pueblos (v. PERSIA VII; ESLAVOS II; CHINA VI; CtC.).
Finalmente, un gnosticismo (v.) de raíces paganas y con elementos
judíos, investigador e insatisfecho, intentando horadar en el último por
qué del misterio, sopló en el cristianismo fuertes vientos dualistas, o
al menos provocadores de d., que cuajaron pronto en la herejía maniquea.
El maniqueísmo (v.) practicó el d. sirl rebozos, ofreciéndolo a la
humanidad cual logro obtenido en la difícil escalada de la explicación
de algunos hechos; originado por un babilonio conocido con los nombres
de Mani, Manes o Maniqueo, n. hacia el 215-16 d. C., se extendió con
rapidez hasta España (V. PRISCILIANO) y África del Norte (v. AGUSTíN,
SAN), de una parte, y de otra hasta los confines de Mongolia y China,
durando su influjo cerca de mil años. Todavía el d. impregnó las
herejías o sectas medievales de los bogomilas (v.), cátaros (v.), y
albigenses (v.).
Sintetizando, podría decirse que, a impulso de los anhelos de una
conciencia reflexiva y no sólo empírica, como es de rigor proceder, la
explicación que a la realidad del cosmos han dado las religiones ha sido
doble: una explicación procede del concepto de emanación (V. EMANATISMO;
PANTEÍSMO), la otra de la idea de creación (V. CREACIÓN). Las religiones
orientales primitivas se inclinan más por la emanación, como punto de
partida del ser de las cosas y de los hombres. El cristianismo (v.), y
también el judaísmo (v.) y otras religiones (p. ej., v. ISLAMISMO), han
proclamado la creación como explicación única de nuestro existir y de
todo el cosmos. La emanación connota «degradación»: acción de un Dios
que no ha llegado a la perfección, que la busca y la encuentra en su
propia evolución, fenómeno necesario en Él. La Creación, acción sublime
e inefable, es, antes 'que nada, voluntad amorosa de Dios que, gozoso en
su propia felicidad, satisfecho de ella, decide extenderla a otros a
quienes antes tiene que crear. Si en la religión «creacionista» se dio
algún d. (ante el misterio del mal principalmente), encontró una mayor
acogida en la religión «emanacionista» que, o admitió los dos principios
clásicos de la concepción dualista al estilo maniqueo, o proclamó un
Dios que en su evolución tomaba una doble manifestación. También en
religiones politeístas encontró buena acogida el d.: bastó para ello
dividir a los dioses en buenos y malos y así, lejos de ser la
multiplicidad de dioses óbice para el sistema, lo facilitaba
alineándolos en las dos vertientes por las que parecían correr los
aconteceres humanos.
Verdaderamente, como explicaciones del origen y finalidad del
mundo no caben otras que el d., el panteísmo (v.) en cualquiera de sus
formas (v. EMANATISMO; MATERIALISMO; MONISMO; etc.), o el admitir que el
mundo ha sido hecho por Dios (V. CREACIÓN); sólo esta última puede
demostrarse y está atestiguada por la Revelación. La inconsistencia y el
error del d. clásico, de tipo maniqueo, ha sido ya puesta en evidencia
(v. I); las doctrinas dualistas han sido superadas y no son ya seguidas
por nadie; el conocimiento de la unicidad de Dios (v. DIOS IV, 7), es
algo definitivamente claro. Con todo, aunque actualmente parece superado
el d., yace a veces, inconscientemente soterrado, en el fondo de
actitudes o filosofías puritanas o ingenuamente dicotómicas en su
concepción de la realidad o de aspectos de ella.
Ante el problema del mal (v.) algunos no han querido aceptar que
«no hay cosas malas, sino malas voluntades», no han querido aceptar las
responsabilidades de la libertad humana, y orillando a Dios se han dado
a proclamar «la trascendencia del absurdo» pintando con trazos fuertes
la falta de salud física y la de integridad moral; la alternativa ha
sido la más absurda: o blasfemar de Dios o renegar de Él. Otros han
acudido de nuevo a un panteísmo o emanacionismo más complicados, y
también más absurdos, que los clásicos: se habla más bien de un «teopanteísmo»:
Dios está en todo; más que de una sola Unidad, teologizan sobre una Bi-Unidad,
temporal y eterna a la vez, finita e infinita simultáneamente. Es un d.
no del cuño de los pueblos persas o herejes cristianos, pero es d. por
más que se presente suavizado y menos colorista. Kraus, que hasta llegó
a influir en España, prefirió el término «panenteísmo» a fin de expresar
lo que, según él, era la gran realidad: más que decir que Dios está en
todo, en el mundo, es mejor decir que el mundo está en Dios: «todo en
Dios», de un modo que parece otra especie distinta de d. confuso e
indeterminado.
El problema de la verdad (v.) también lo han hecho discurrir
algunos por vías dualistas: los que proclamaron el doble camino de vías
paralelas, la razón (v.) y la fe (v.), que un panteísmo evolucionista
intentó aunar por la profesión fácil de sus principios (V. MODERNISMO;
RAZÓN II; REVELACIÓN IV). Fue pobre el remedio, peor que la enfermedad.
Por esta doble vía, la del problema del mal y la del problema de la
verdad cambiante, se abocó a un existencialismo (v.) negador de valores
absolutos; existencialismo ateo del peor cuño y de las más demoledoras
consecuencias.
La superación plena del d. radical clásico, así como las de otras
formas erróneas de d., se da sólo en el recto entendimiento de la
creación, de la dualidad Creador y creatura, a lo que han contribuido de
manera decisiva la Revelación y el pensamiento cristiano; dualidad que
no excluye una unidad, porque.el mundo (v.), ontológicamente distinto de
Dios, depende, sin embargo, de Él, como de su causa eficiente, ejemplar
y final. Unidad que no es la del monismo, que no admite más que un ser
con signo panteísta. Estos dos seres (no principios), Creador y creatura,
están unidos, porque uno es principio del otro; el primero es
subsistente y eterno, el segundo, la creatura, depende del primero en su
esencia y en su acto de ser. Al mismo tiempo el modo de ser de las
creaturas no es único ni dualístico, sino múltiple; hay diversos modos
de ser creatura (v. SER; PLURALISMO).
La Biblia. Para la S. E. es inconcebible cualquier clase de d.
teológico: no hay más que un solo Dios, que es omnipotente y bueno; de
ello la Biblia da un testimonio contundente.
Antiguo Testamento. A Dios, al Dios único, se atribuye, a lo largo
de los primeros capítulos del Génesis, toda la obra de la Creación: todo
se hizo entonces; todo salió de la nada por obra de la omnipotencia de
Dios y solamente por obra de ella. Y todo fue encontrado bueno por el
mismo Creador (Gen 1,31). Dios es santo con santidad moral que indica
perfección total y carencia de toda especie de mal (Dt 32,4; Prv
6,16-19). Es el Dios bueno cuya misericordia es cantada reiteradamente;
bueno con justos y con pecadores (sobre esto bastaría un somero asomo a
los Salmos para comprobarlo); perfecto en su ser y, por ende, en su
entender y querer; no cabe en El emanación alguna que signifique
búsqueda de algo que le falte; ni la gloria que le proviene de las
creaturas añade algo a la propia, sustancial, eterna y acabada.
Nuevo Testamento. S. Juan llama Padre a Dios 44 veces; le sigue de
cerca Mateo; los otros evangelistas van por la misma línea. Dios es amor
en la gran definición joanea (1 lo 4,8.16). La oración dominical, el
Padre nuestro (v.), es suficientemente reveladora de la bondad total del
Dios único que, por necesidad rechaza todo otro dios, y bajo el cual,
bajo el Dios bueno, habremos de entender la problemática del mal. No
obstan a esta unicidad del Dios bueno y a su causalidad universal, las
referencias múltiples que se hacen en la Escritura y en la tradición al
Diablo, a su personalización y actividad abundante entre los humanos (V.
DEMONIO). Es verdad que el Diablo es llamado «homicida desde el
principio» (lo 8,44); pero a continuación se añade: «no se mantuvo en la
verdad», significando, como lo ha entendido siempre la Revelación y la
doctrina católica, la verdad de una caída, después de haber sido creado
bueno por Dios, y de la que sólo el Diablo es el responsable, y a partir
de la cual él es el Malo.
La teología y tradición cristianas. Desde el punto de vista de la
pura razón natural, la inconsistencia del d. es casi tan evidente como
la del politeísmo (v.): dos dioses es algo en sí mismo contradictorio,
Dios es sólo uno (v. DIOS tv, 7). El desarrollo de la crítica de razón
al d. se ha hecho ya antes (v. I). Haremos aquí, pues, solamente algunas
indicaciones acerca de la tradición cristiana y del Magisterio
eclesiástico, que especialmente en los primeros siglos del cristianismo
hubieron de ocuparse del d. en diversas ocasiones.
Además de las alusiones que se encuentran en algunas epístolas del
N. T., San Ireneo (v.) arguye ya contra el gnóstico Marción (v.)
basándose en el hecho de la Providencia universal de Dios (PG
7,711-712). Toda la Patrística ha probado abundante la verdad de un solo
Dios, y de que todo ha sido hecho por ta bueno. Gnosticismo (v.) y d.,
en esta época, casi se identifican, y son bien conocidos los escritos de
Padres como Tertuliano (v.), Clemente Alejandrino (v.), Orígenes (v.),
Efrén Sirio (v.), etc., sobre la gnosis o sobre el dualismo. San
Agustín, que había militado con decisión en las filas del maniqueísmo,
escribió ya cristiano su obra sobre el mal que es una de las mejores
refutaciones del mismo.
El primer Conc. de Toledo (a. 400) se pronunció ya en contra de
las teorías de Prisciliano (v.), así como el Conc. de Braga del a. 561,
del que son las siguientes palabras: «Si alguno cree que las almas
humanas o los ángeles tienen su existencia de la sustancia de Dios, como
dijeron Maniqueo y Prisciliano, sea anatema... Si alguno dice que el
diablo no fue primero un ángel bueno hecho por Dios, y que su naturaleza
no fue obra de Dios, sino que dice que emergió de las tinieblas y que no
tiene autor alguno en sí, sino que él mismo es el principio, la
sustancia del mal, sea anatema. Si alguno cree que el diablo ha hecho en
el mundo algunas criaturas... como dijo Prisciliano, sea anatema... Si
alguno dice que la plasmación del cuerpo humano es un invento del diablo
y que las concepciones en el seno de las madres toman figura por obra
del diablo... sea anatema. Si alguno dice que la creación de la carne
toda no es obra de Dios, sino de los ángeles malignos, sea anatema» (Denz.Sch.
455-463). Es decir, la Iglesia tuvo que salir en defensa del valor del
matrimonio, del cuerpo y de la materia, en contra de las doctrinas
dualistas.
También en la Edad Media, para contrarrestar los errores dualistas
de los cátaros, albigenses, etc., tanto el IV Conc. de Letrán (a. 1215)
como el Conc. de Florencia (a. 1442) declararon solemnemente que Dios es
«Creador de todas las cosas, de las visibles y de las invisibles, de las
espirituales y de las corporales», precisando que «por su omnipotente
virtud a la vez desde el principio del tiempo creó de la nada a una y
otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la
mundana, y después la humana, como común, compuesta de espíritu y
cuerpo» (IV Letrán, Denz.Sch. 800); y que Dios «en el momento que quiso,
creó por su bondad todas las criaturas, lo mismo las espirituales como
las corporales; buenas ciertamente por haber sido hechas por el sumo
bien, pero mudables, porque fueron hechas de la nada; y afirma -e1 Conc-
que no hay naturaleza alguna del mal, porque toda naturaleza, en cuanto
naturaleza es buena» (Florencia, Denz.Sch. 1333) (cfr. Denz.Sch. 790 y
3002).
Confesar al Dios bueno y único no es desconocer el problema del
mal, tanto físico como moral (V. MAL II; PECADO II-111). Igualmente, la
ascética resulta necesaria, no por los motivos invocados por el d., sino
por los que derivan de la Encarnación (v.) y Redención (v.) y de la
profunda comprensión del hombre que proporciona la revelación cristiana,
que viene a iluminar lo. que oscuramente ha sido atisbado en muchas
religiones (V. ASCÉTICA II; LUCHA ASCÉTICA; PURIFICACIÓN II-III; etc.).
V. t.: MARCIóN; VALENTÍN Y VALENTINIANOS; PRISCILIANO;
MANIQUEÍSMO; BOGOMILAS; CÁTAROS; ALBIGENSES; DIOS IV, 7; MAL; PECADO.
A. ARBELOA EGUÉS.
BIBL.: SAN AGUSTIN, Confesiones, lib. III; G. BLANDINO, Problemas y teorías sobre la naturaleza de la vida, Madrid 1964; CH. IOURNET, El mal, Madrid 1965; M. FLICK, Z. ALSZEGHY, Los comienzos de la salvación, Salamanca 1965; E. F. SUTCLIFFE, Dios y el sufrimiento, Barcelona 1959; M. MÜLLER, Angustia y esperanza, Barcelona 1956; S. RUNCIMAN, Le Manichéisme médiéval, L'hérésie dualiste dans le christianisme, París 1949.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991