DROGAS. MORAL.


Hasta hace algunos decenios, la palabra d. era usada en castellano como nombre genérico para designar a ciertas sustancias que se emplean en medicina, en la industria o en las bellas artes, y así el establecimiento que las vendía era llamado droguería. Actualmente la palabra d. suele reservarse a las sustancias que producen en el hombre un estado físico o psíquico que subjetivamente resulta placentero y que lleva progresivamente a la habituación y a la subsiguiente necesidad de suministración en dosis cada vez más altas: en este sentido se habla de un adicto a las d., cuando se utiliza la palabra d. como sinónimo de narcótico o estupefaciente. Por extensión se aplica también el nombre de d. a todos los medicamentos que ejercitan unos efectos sobre las facultades sensitivas e intelectuales del hombre. A continuación se estudiará el aspecto moral de las d., en sus dos últimas acepciones.
     
      Uso terapéutico. Aliviar el dolor y mitigar o curar las consecuencias de trastornos físicos o psicológicos es en principio una obra de caridad del médico, y puede llegar a ser un deber si esas alteraciones dificultan o impiden el ejercicio de otros deberes de orden superior. De ahí que, en sí mismo, sea lícito el uso de d., cuando se busca un fin terapéutico, incluso si llegara a producir la pérdida temporal de la conciencia (cfr. el discurso de Pío XII, del 24 feb. 1957, al Symposium Internacional de Anestesiología: AAS 49,1957,129-147). Tal es el caso, p. ej., de los medicamentos analgésicos, los anestésicos (v. ANESTESIA), IOS usados para la cura del sueño, las d. psicotropas, etc. El principio moral que justifica este uso, y señala sus límites, es el mismo que se aplica a toda intervención terapéutica, y ordinariamente puede encuadrarse dentro de las reglas de la acción con doble efecto (v. VOLUNTARIO, ACTO). Cabe el peligro, sin embargo, de que estas d. sean utilizadas para fines terapéuticos que impliquen reservas morales o de que su uso (si se trata concretamente de estupefacientes) cree un hábito y lleve a la toxicomanía.
     
      De ahí la conveniencia de distinguir los problemas morales de las diversas clases de d.: a) d. meramente analgésicas. Entendemos bajo este nombre aquellas d. que no tienen más efecto que la supresión del dolor, sin interferir con el uso de la conciencia psicológica y sin producir efectos psíquicos concomitantes. No suelen presentar dificultades morales, porque sus características farmacológicas no las hacen susceptibles de abusos, y únicamente cabría plantear la cuestión de la dosis que, si es excesiva, puede buscarse con fines suicidas; b) d. que, teniendo o no un efecto analgésico, poseen al mismo tiempo efectos euforizantes: opio y sus derivados naturales y sintéticos, coca y cocaína, etc.; alucinatorios: mescalina, LSD, marijuana y derivados de la Cannabis Indica, etc.; embriagantes: alcohol (v. EMBRIAGUEZ), éter, cloroformo, protóxido de nitrógeno, etc.; hipnóticos: barbitúricos, etc. Todas las anteriormente mencionadas, son d. que pueden presentar serias implicaciones morales, porque es fácil que del uso terapéutico se pase al abuso, sobre todo por lo que se refiere a los llamados de un modo más concreto estupefacientes, como sucede con la mayoría de las d. euforizantes y alucinatorias. De aquí la responsabilidad del médico, que debe recurrir a estas d. (especialmente en lo que respecta a la morfina, que es la dotada de mayor poder analgésico) solamente en casos de urgencia (cólicos agudos, p. ej.), y si han fallado los demás analgésicos. Es prudente incluso que sea administrada sin que el enfermo sepa de qué medicamento se trata, y únicamente en enfermedades incurables y muy dolorosas se podrá suministrar con más amplitud. Siempre se ha de llevar un control estricto de las recetas, para cortar de raíz cualquier intento de tráfico ilícito con fines no terapéuticos.
     
      Respecto al uso de estas d. en enfermos desahuciados, tampoco hay nada que objetar al propósito de ayudar a morir sin dolor, con tal que no se busque directamente acortar la vida (v. EUTANASIA) y aunque el uso de estos analgésicos pueda eventualmente acelerar la muerte, por los efectos tóxicos concomitantes a su administración. Son precisas, sin embargo, dos condiciones: 1) que no se pretenda suprimir por principio el dolor, y a toda costa, sino simplemente atenuarlo o quitarlo de un modo razonable; 2) que los sedantes no imposibiliten para prepararse a la muerte con lucidez de espíritu, y para cumplir los deberes con Dios, con la familia y con la sociedad.
     
      Uso de drogas con fines no terapéuticos: a) Usos forenses. Entran en este apartado las d. (principalmente los barbitúricos), que produciendo un estado crepuscular, llevan a la desinhibición del yo y a la abolición de la censura moral. Vulgarmente, aunque con una gran imprecisión técnica, se les llama por el nombre genérico de suero de la verdad. Desde un punto de vista moral, estos procedimientos han de ser rechazados de la práctica forense: violan los derechos naturales y adquiridos del reo (derecho a la libertad de la confesión, derecho a no autoacusarse, derecho a la reputación, aunque fuera sólo aparente o falsa, etc.), llevan fácilmente a una dejación de deberes por parte de los peritos y de los magistrados, son un medio inadecuado para obtener una confesión objetiva y que responda a la verdad, porque algunas personas pueden disimular la realidad aun bajo los efectos de esas d., y otras veces se puede llegar a manifestar como hechos consumados cosas que en realidad son deseos reprimidos o sueños fantásticos. Algunos moralistas admiten ese uso forense de la d. si se cuenta con el consentimiento del sujeto (M. Thiefry, La Narcoanalyse et la Morale, «r-tudes», feb. 1950, 198); para otros no sería lícito ni siquiera en esas condiciones (R. Omez, Les conditions morales de la narcose, «Feux Nouveau», 8 mar. 1949, 53; 1. Rofin, Drogues de police, París 1950; V. M. Palmieri, La narcoanalisi, dal punto di vista medico-giuridico et eticosociale, «Minerva Médica» 38, 1950).
     
      b) Uso voluptuario, con fines estimulantes, para aumentar la capacidad de trabajo, el rendimiento físico, etc. El problema en este caso es delicado, por las diversas circunstancias que pueden influir en la moralidad. Así, por ej., ordinariamente se admite por todos el uso de d. ligeras, que no ofrecen peligro de instaurar una verdadera toxicomanía, y que han entrado en las costumbres de casi todos los pueblos: tal es el caso del café, el té, el tabaco, el alcohol en moderada cantidad, etc. Únicamente el abuso de estos productos presenta inconvenientes morales. El uso estimulante de d. más activas ofrece, sin embargo, serias reservas, porque supone o puede suponer pecados graves de templanza, prudencia y justicia. En algunos casos, como sucede con el uso de d. en actividades deportivas, entra también en juego la lealtad, no solamente en relación a los competidores que se abstengan de d., sino porque contraviene a los reglamentos deportivos que actualmente incluyen de ordinario una prohibición expresa de usar d.
     
      Por lo que se refiere al uso de d. por curiosidad, espíritu de aventura, afán de originalidad, etc., aunque sea de modo completamente esporádico, ha de tenerse en cuenta la posibilidad de contraer una toxicomanía, y por consiguiente el grave y no proporcionado peligro al que se expone quien hiciera uso de d. con esos fines superficiales, o para salir de una depresión, brillar en sociedad, etc. Ordinariamente hay también riesgo de incurrir en pecados de lujuria, no sólo por el efecto afrodisiaco de algunas d., sino por la obnubilación de conciencia que producen.
     
      Abuso y toxicomanías. Generalmente se da el nombre de toxicomanía al estado de intoxicación periódica o crónica, nociva al individuo y a la sociedad, que ha sido engendrado por el consumo repetido de una d. natural o- sintética. Si se tiene presente que sus características son n deseo invencible de continuar el consumo de la d. y de procurársela con cualquier medio; una tendencia a aumentar la dosis, y una esclavitud de orden psicológico y a veces físico en relación a los efectos de la d., se comprenderán las gravísimas repercusiones morales de estas situaciones: aparte del serio daño que suponen para la salud física, puede achacarse a la toxicomanía cualquier tipo de pecado, pues el toxicómano no duda en cometerlo si le puede facilitar la obtención de la d. Añádanse los perjuicios morales que causa a la familia y a la sociedad, y tendrá un cuadro aproximado de la importancia de estos estados. Por otra parte sus características hacen muy difícil la ayuda espiritual, si no se instaura paralela y fielmente una cura médica y psicológica de desintoxicación. Con estas reservas, la asistencia espiritual a los toxicómanos ha de tender a subrayar la obediencia al médico y, especialmente, a descubrir y a poner márgenes de carácter espiritual y ascético a la situación de insatisfacción, a la tentación de evadir la realidad, que suele encontrarse en el origen de muchas toxicomanías. Por esta razón, es importante cuidar el aspecto preventivo, sea mediante el consejo espiritual que recuerde a médicos, farmacéuticos, etcétera, sus deberes deontológicos respecto a la administración, control y venta de estupefacientes, sea en general por lo que se refiere a los posibles candidatos a la toxicomanía: en general es difícil que una persona centrada en la vida, equilibrada y con sanas costumbres caiga de repente en este vicio. Suele tratarse, en cambio, de hombres y mujeres descentrados, de vida irregular (V. TEMPLANZA) y superficial, o de enfermos que han sido sometidos a un tratamiento continuado con d. estupefacientes. Particular interés tiene hoy día el consumo de algunas d. (LSD, marijuana, etc.) por parte de ciertos grupos y movimientos juveniles. Ante todos esos casos, el director espiritual deberá estar en guardia (dígase lo mismo de padres y educadores), para alejar el riesgo de la toxicomanía, antes de que se instaure.
     
      Los tranquilizantes. Desde hace algunos años, el arsenal médico se ha enriquecido con el descubrimiento de algunos productos llamados psicofármacos (v. PSICOFARMACOLOGíA), que han abierto nuevas perspectivas al tratamiento psiquiátrico. Tienen como principal característica farmacológica el hecho de modificar el comportamiento del individuo, sin inducir al mismo tiempo la tendencia al sueño, y suelen dividirse en medicamentos psicomiméticos , es decir, capaces de reproducir pasajeramente los disturbios de comportamiento característicos de algunas enfermedades mentales, cuya sintomatología imitan y por esta razón se suelen usar experimentalmente para estudiar la enfermedad que asemejan; y medicamentos tranquilizantes, de efecto sedante como se indicaba más arriba. Entre estos últimos los más conocidos son la cloropromacina, la reserpina (extraÍDa de la Rauwolfia serpentina), los meprobamatos, etc.
     
      Fuera ya del ámbito psiquiátrico, precisamente por la tensión, el ansia y el nerviosismo que la vida moderna suele llevar consigo, se ha extendido también el uso de tranquilizantes entre bastantes estratos sociales. Aunque sus efectos secundarios no suelen tener gravedad, y pueden ser combatidos fácilmente con otros medicamentos, existe la preocupación ante un uso incontrolado de tales sustancias, no solamente por sus posibles consecuencias físicas y sociales (se señala entre otras cosas el mayor riesgo de accidentes de automóvil si se conduce bajo el efecto de un tranquilizante), sino también si se usan para evitar sistemáticamente las dificultades afectivas, las tensiones y la preocupación que son frecuentes en una vida activa en medio de la actual sociedad.
     
      Desde un punto de vista moral pueden distinguirse dos cuestiones en el uso de los tranquilizantes: a) uso terapéutico, bajo control médico. No ofrece dificultades morales especiales, y se le aplica todo lo expuesto anteriormente sobre el empleo médico de las d. en general; b) abusos diversos.
     
      Aspectos extremos de este último punto se encuentran en la hipótesis formulada por algunos de un posible uso de los tranquilizantes y de las d. psicoactivas en general como medio de coacción social o de poder político o de grupo. Las modificaciones en la conducta y en la personalidad que algunos de estos productos ocasionan podrían ser aprovechados por gente sin escrúpulos para mantener bajo su control a otros grupos o individuos. Tal modo de actuar, por lo que supone de ilegítima interferencia en la autonomía personal, sería una nueva y terrible forma de esclavitud, y es claramente condenable.
     
      Otra posibilidad de abuso, más corriente, está en el empleo incontrolado. Si el abuso consiste en un exceso de dosis, tal conducta es reprobable por el daño que puede ocasionar a la salud, entre otras cosas porque suele ser paralelo el abuso de estimulantes, y se crea un círculo vicioso para promover artificialmente cambios de tensión anímica. Si el abuso es debido a un ritmo de vida anormal y no obligado por los deberes personales, también pueden ponerse reparos, pues antes de recurrir a los tranquilizantes parece lógico tratar de ordenar y serenar un ritmo vital alocado y superficial.
     
      Si, por último, se trata de un uso no controlado médicamente, que tiene por objeto una terapéutica razonable, no parece que haya nada que objetar. No solamente porque un uso prudente de estas medicinas no se diferenciaría mucho de otros casos semejantes (también suelen usarse sin control directo del médico los analgésicos ligeros y otros fármacos de ordinaria administración, que suelen formar parte de los botiquines domésticos), sino porque en algunos casos pueden estar indicados como ayuda ante dificultades morales: irritabilidad, tensión nerviosa, insomnio, etc. que podrían ocasionar faltas de caridad, de fidelidad a los propios deberes, de pureza, etc. Se ha subrayado que este uso personal ha de ser prudente: una de las medidas que parecen aconsejables es escuchar a algún médico, aunque luego no siga directamente su uso.
     
      V. t.: BARBITÚRICOS; EMBRIAGUEZ; PSICOFARMACOLOGÍA; TOXICOMANÍAS.
     
     

BIBL.: PÍO XII, Aloc. 9 sept. 1958: AAS 50 (1958) 687-696; W. SCHÓLGEN, Problemas morales de nuestro tiempo, Barcelona 1962; P. PALAZZINI, Morale dell'attualitd, Roma 1963; C. Rizzo, Suero de la verdad, en F. ROBERTI, Diccionario de Teología Moral, Barcelona 1960, 1200 ss.; ID, Estupefacientes, ib. 480 ss.; VARIOS, Gli stupefacienti, Roma 1956; V. PALMIERI, Medicina legale canonista, Cittá di Castello 1946, 50 ss.; P. DEBOECK, La narco-analyse, en «S. Luc médical» 44 (1949) 393 ss.; G. DE NINNo, 1 tranquilanti, «Problemi di coscienza» Asís 1966, 281 ss.; G. MARTINEz, El narcoanálisis ante la moral, Madrid 1962; P. BROUILLARD, Causerie de Morale, Stupéfiants et anesthésiques, «Études» 199 (1929) 178-198.

 

J. L. SORIA SAIZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991